Capítulo 8.

JADE.

Antes de abrir mis ojos, me siento aturdida por el fuerte dolor de cabeza que me golpea con intensidad.

No me extraña para nada. Las emociones de los días pasados, todavía me hacen sentir fuera de honda.

El calor de sentir a Ryan durmiendo a mi lado, me hace estremecer y suspirar de alivio.

Me quedo un rato descansado la cabeza sobre su pecho, solamente observando como él duerme tranquilamente, transmitiéndome una paz difícil de explicar. Pero esa paz, también me recuerda como él vive ignorando muchas de las cosas que pasan a su alrededor, de las que tal vez jamás será consciente. Y por desgracia, ese estúpido pensamiento hace que mi cabeza comienza a dar vueltas con sentimientos que lo arruinan todo. Y siento una punzada en el pecho, que me impide quedarme allí con él, e inevitablemente, me hace querer huir de su lado, antes de sentirme peor.

Es muy temprano, así que Vicky y el resto están durmiendo todavía.

Decido hacerme un café bien cargado, me pongo un chándal, me hago una coleta alta y salgo a correr por la zona.

No pienso quedarme otro día más en la cama, atormentándome yo sola por todo esto que está pasando y que para nada, estaba dentro de mis planes.

Hace mucho frío fuera, aquí siempre hace frío. Pero aún así, siento que cuando lleve un rato trotando con la mente distraída, se me olvidará por completo.

Una vez vuelvo a casa, son las 7:00 a.m.

Vicky está en la cocina, charlando con su hermano Carlos, el cocinero de la casa.

—Buenos días, señora. —me sonríe Vicky, mientras da un sorbo de su tila mañanera—. ¿Cómo se encuentra esta mañana?

—Me encuentro algo mejor. —le devuelvo la sonrisa, asintiendo con la cabeza—. Muchas gracias, Vicky.

—¿Necesita que le prepare algo? ¿Café, té...?

—No, muchas gracias. Ya he tomado café antes de salir. Está en la cafetera de la encimera, por si queréis tomar. —señalo la pequeña cafetera de aluminio.

—Gracias, señora. —Carlos asiente y coge una taza de uno de los armarios de la cocina.

—Sentaos y desayunad tranquilos. Aún es temprano y a Ryan y Evan, aún les debe faltar un rato para despertarse.

Ambos asienten con una sonrisa y se sientan a desayunar, mientras charlan de sus cosas.

Mientras tanto, yo decido pasar por el despacho, para revisar los expedientes de los pacientes a los que no pude atender el día anterior.

Cancelar citas, es algo que siempre he odiado con todo mi ser. Tener que dejar de lado a las personas que realmente necesitan atención inmediata, por culpa de mis problemas personales, me molesta muchísimo. Pero por más que intenté salir de mi habitación el día anterior, no lo conseguí. De hecho, las nauseas ni si quiera me dejaron salir del baño de la habitación.

Ryan estuvo todo el día conmigo y eso tampoco es algo que me gustara. Él tiene sus propias obligaciones y se lo importante que son para él.

También odio que a veces pase el día entero trabajando, como si no tuviera nada mejor que hacer con su vida. Pero de ahí, a no hacer nada solo para estar conmigo, es pasar de un extremo a otro. Y los extremos, nunca son buenos.

Cuando abro mi carpeta, encuentro una especie de sobre rojo, que no debería de estar ahí.

"No puede ser..."

No me hace falta abrir el sobre, para saber de sobra de que se trata.

Es una de las cartas románticas de mi adolescencia.

Una carta escrita por mi, que no debería de estar ahí, pero también sé quien es el responsable.

"¡Buenos días desde Los Ángeles!

No sé cuando vas a leer esto, porque somos tan desgraciados que no hemos podido encontrarnos en la ciudad, ya que, antes de que tú llegaras de tu viaje desde Florida a San Francisco, yo ya he partido y llegado a Los Ángeles para ver a mis tíos.

Mentiría si dijera que no te he echado de menos estas últimas semanas.

Sé que para cuando vuelvas, esta carta estará debajo de tu puerta y correrás como loco a tu habitación a leerla y eso me emociona, pero a la vez, me entristece no saber cuando podrás responder.

Ya sabes que odio todo eso de las cartas cursis y todas esas tonterías estúpidas de adolescentes normales y hormonales. Por suerte, nosotros ya hemos pasado esa etapa. Pero no quería desaprovechar la oportunidad de recordarte cuanto te quiero, porque te quiero y mucho.

Estos días escribiré más cartas, que iré mandando cuando tenga la certeza de que has vuelto a casa, para que no se acumulen bajo tu puerta. Por ahora, tendrás que conformarte con esta, donde te confirmo que estoy bien. Sé que debes de estar preocupado, pero espero que para cuando acabes de leer esto, tus paranoias se hayan disipado.

Tú eres uno de los principales motivos, gracias a los cuales he superado toda esta mierda que me ha pasado y no me cansaré de recordarte como de importante eres para mi, tú siempre serás mi rayito de sol en la fría oscuridad.

Te quiere y echa de menos, Jade".

Sonrío estúpidamente al acabar de leerla y vuelvo a dejarla dentro del sobre rojo.

Me equivoqué. No es una carta romántica de la adolescencia, ya que mis palabras escritas en ese trozo de papel, me confirman que no es tan antigua, sino de cuando tenía un poco más de veinte años.

Suspiro y cojo un pequeño taburete que hay en una esquina del despacho, lo coloco debajo de la ventana para subirme en él y agarrar una llave que cuelga de los rieles de las cortinas.

Después, busco la caja fuerte escondida tras el papel de la pared, detrás del cuadro favorito de Ryan detrás del teléfono.

En esa caja fuerte están escondidas todas las cartas románticas escritas y por escribir.

Sobretodo, las más personales, las que nadie debería de leer jamás.

Y esta, es una de ellas.

Es por eso que no soporto la manía estúpida, de ir dejándome cartas por ciertas partes de la casa. Porque aunque sé que son para animarme, cuando estoy en mis momentos más delicados, y él es consciente de que en esos lugares, solo yo podré encontrarlas, nunca se sabe que puede pasar y menos ahora, que tenemos a un inquilino más en casa, que además está resentido por todo esto del secuestro y no parará hasta encontrar cualquier forma de comunicarse con alguien de su entorno o simplemente, encontrar cualquier cosa que le de la más mínima información de porque se encuentra en una circunstancia tan bizarra como esta.

Ryan ya me comentó que Nathan consiguió comunicarse con su novia por el mismo teléfono que tengo justo delante de mi, eso quiere decir que ya sabe de sobra como colarse en este lugar...

Escucho sonidos desde fuera y sé que son pasos bajar las escaleras, así que me apresuro a guardar corriendo la carta y esconder la caja fuerte tras aquel gran cuadro.

—Oh, si estás aquí.

—¿Es que me estabas buscando?

—Solo me preocupaba. Ayer me extrañó mucho que te quedaras en tu habitación.

—Lo sé y lo siento, pero no pude hacer mas que... 

—No tienes que disculparte, no siempre podemos tener días buenos.

—Eso también lo sé.

—Pero sé que no te gusta dejar de lado tus obligaciones.

—Mis obligaciones son importantes. ¿Por qué estás aquí?

Evan es el que normalmente, pasa menos tiempo en el despacho.

—¿Y tú por qué estás tan hostil esta mañana?

—Yo he preguntado primero.

Él suspira.

El motivo de mi hostilidad con él, es el mismo de siempre y Evan debería de saberlo de sobra.

—Ryan me ha pedido que recoja los papeles de unos próximos proyectos. —contesta, mientras busca con la mirada la carpeta verde de Ryan, encima de la gran mesa que hay en medio del despacho.

Yo la tomo y se la paso, pero antes de que él la agarre, echo mi mano con la carpeta hacía atrás y él me da una mirada confundida.

—Espera un momento.

Abro la carpeta y Evan no quita su cara de asombro.

—¿Pero qué...

—Shh. —le mando a callar—. Es solo un momento.

Reviso los papeles que encuentro nada más abrir la carpeta.

"Proceso de proyección gestionado por GioCompany S.A."

—Lo sabía... —murmuro por lo bajo.

—Jade, ¿Estás bien? —Evan pregunta, observándome con una ceja alzada.

Yo cierro la carpeta de nuevo y la vuelvo a extender, entregándosela.

—Perfectamente. —sonrío de forma irónica y él me vuelve a dar una mirada de incomprensión, antes de salir de allí.

Cuando lo hace, suelto en un suspiro todo el aire que había contenido de forma inconsciente y me siento en escritorio que hay al fondo, a revisar mis expedientes.

Después de un rato, Ryan entra en el despacho, llevándose con él toda mi atención.

Nada más verle, no puedo evitar sonreír.

—Buenos días, cariño. —él se acerca a mi y me da un beso rápido—. ¿No piensas desayunar?

—Ya he tomado café.

—Un café no es suficiente.

—Para mi si lo es.

—Jade... —él murmura, con voz cansada.

—En serio, tranquilízate. Aún estoy un poco revuelta y creo que incluso el café ha sido demasiado para mi.

—Sabes de sobra que no es suficiente.

—Por un día no va a pasar nada, Ryan. Estoy bien. —cuando él se sienta frente a mi, agarro sus manos y le miro sonriendo. Pero mi sonrisa se desvanece pasados unos segundos.

—¿Qué te pasa? —pregunta en un susurro, con voz de preocupación.

—Toda esta situación... es extraña.

—Sé que no hay mucho de normal en nuestras vidas, desde que decidimos secuestrar a Nathan. —Él trata de bromear y yo rió decaída, mirando nuestras manos unidas sobre la mesa—. Pero lo que nos está pasando ahora, no tiene nada de extraño, ¿No crees?

—No es el momento, Ryan.

Él niega con la cabeza.

—Sé de sobra que no querías que esto pasara nunca más, Jade. Y sí, tal vez no sea el mejor momento, pero las cosas vienen cuando tienen que hacerlo.

—Ryan... —suspiro, tratando de contener mis lágrimas—. Solo... dame tiempo, por favor. —hago una pausa y suspiro—. Justamente que esto se haya mezclado con todo el tema del secuestro... hace que las cosas se revuelvan mucho más dentro de mi... ¿Lo entiendes, verdad?

—Como no voy a entenderlo... —Él me dedica una mirada cálida y nos quedamos un rato sin decir nada, solo mirándonos el uno al otro.

Ryan asiente y se levanta, luego se inclina para darme un beso y agarra mi barbilla, para hacerme mirarle a sus bonitos ojos, color miel verdoso.

—Te espero para desayunar. —me guiña el ojo, antes de salir del despacho, y yo me llevo ambas manos a la cara y suelto un suspiro.


Cuando por la tarde-noche llego de trabajar, escucho gritos desde el pasillo de entrada, que provienen del salón.

En un principio, mi instinto de alerta se activa, al imaginar todo tipo situaciones horribles. Pero la principal y que más pasa por mi cabeza, es: Nathan intentado escapar y tanto Ryan como Evan, tratando de atraparlo, corriendo por toda la casa.

¿Es estúpido? Pues sí, porque por más Nathan quiera intentarlo, no hay forma de escapar de esta casa, a no ser que tengas las llaves necesarias para abrir las puertas y portones. Y esas llaves, están jodidamente bien escondidas.

Y cuando digo jodidamente bien escondidas, no estoy exagerando, ya que la casa tiene puertas escondidas, armarios y demás escondites que ni la persona más avispada podría llegar a encontrar jamás.

—¿Se puede saber que está pasando? —pregunto al llegar a la sala, y me da escalofríos notar lo maternal de mi tono de voz. Pero suelto un suspiro aliviado, al comprobar que todo lo que imaginé, se ha quedado solo en eso.

Y la situación real, es tan estúpida, como lo es la mismísima convivencia.

—¡Evan no quiere bajarle volumen a la televisión! —Nathan habla en un tono infantil y eso también hace que me de repelús.

—Si tanto te molesta el volumen, puedes irte a leer a tu habitación, que para eso tienes una. —responde Evan, de forma indiferente.

Tan típico de él, ser frío cuando la situación no le conviene o le molesta.

O cuando simplemente, no soporta a alguien.

Y a Nathan, se ve que solo lo soporta a ratos.

Ignoro completamente su discusión de críos y me dedico simplemente a preguntar.

—¿Habéis visto a Ryan?

—Está en el despacho. —responde Evan—. Hoy ha tenido bastante lío con los nuevos proyectos.

"Ya, se ve que GioCompany S.A es muy exigente".  Pienso de forma irónica para mi misma.

—Estupendo. —sonrío falsamente y me doy media vuelta para dirigirme a la pequeña sala-biblioteca, cuando Evan me llama y me giro para ver que necesita. Él se levanta para acercarse a mi y en ese momento, Nathan aprovecha para bajar volumen a la tele.

—Estoy bien, tranqui... —comienzo, antes de que él pueda preguntar. Pero a veces se me olvida que tanto él como Ryan me conocen mejor de lo que a veces me gustaría.

—Lo sé, lo sé. Puedo notar de sobra que físicamente te encuentras ya estupendamente. No es eso lo que quería preguntarte.

—Pues tú dirás.

Él ladea la cabeza, observándome, como si me estuviera analizando. Y antes de hablar, se gira para comprobar que Nathan no está prestando atención a nuestra conversación, ya que parece de lo más sumergido en su lectura.

—Sé que estáis ocultando algo, Jade. —dice en un susurro—. Puedo intuirlo.

Un escalofrío recorre mi cuerpo, al imaginar que Evan pueda intuir o incluso imaginar, algo de lo que está pasando.

"Dios, no me jodas".

 Además, lo último que necesito, es volver a pensar en el tema que llevo tratando de evitar todo el día.

—Todo a su tiempo, Evan. —murmuro por lo bajo.

Él rueda los ojos. —Oh, vamos, Jade, no me jodas. Esa estúpida frase, puede funcionarnos perfectamente con Nathan, pero yo formo parte de todo esto. —Aunque hablamos entre susurros para evitar que Nathan oiga algo, puedo notar lo indignado que está.

—Lo que está pasando ahora, no tiene nada que ver con el secuestro de Nathan. —le informo.

—¿Entonces? ¿Qué estáis planeando? —su tono parece indignado.

—Ojalá estuviéramos planeando algo sin más... —suelto ese pensamiento en un susurro, mirando al suelo y suspiro.

—¿Qué? —Evan me mira, completamente confundido.

—Te prometo que te lo contaré todo cuando este segura de... —Y ahí, es cuando me callo, porque no sé como continuar con esto.

Evan vuelve a ladear la cabeza. Su expresión de absoluta confusión.

—Jade. 

—No puedo decirte nada más, lo siento. 

Y con esas, me doy media vuelta y entro en la sala, antes de que a él le de tiempo a volver a abrir la boca.

Apoyo mi espalda contra la puerta cerrada tras de mi y suelto un gran suspiro.

Realmente no sé como voy a sobrellevar todo lo que se me viene encima, así que decido dejar de pensarlo y para eso, trato de buscar alguna distracción. Porque estoy segura de que como siga pensando voy a acabar hecha un mar de lágrimas tras esa maldita puerta con el riesgo de que alguien tenga que venir a consolarme, en cuanto escuche el llanto.

Así que sacudo mi cabeza y me pongo una película, me tumbo en el sofá y cuando el cansancio del día cae sobre mi, me quedo dormida.

Pocos minutos después, puedo ver a una silueta echar una manta sobre mi y agarrarme en brazos, hasta cargarme hasta la cama. Una vez ahí, mi consciencia desaparece por completo.

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