Capítulo 1.

16 de marzo de 2018, 10:30 p.m

NATHALY BROWN.

—¡PERDÓN, DISCULPE! —Me grita asustado el chico del coche, al ver que casi me atropella y no lo culpo, la culpa ha sido mía por ir sin mirar. Llego tarde a mi cita con Nathan, así que decido cruzar rápido la calle, pensando que no vendrá nadie.

—No pasa nada, ha sido culpa mía. —Le digo y salgo corriendo al restaurante en el que he quedado con mi novio.

Cuando llego, lo veo sentado en una mesa redonda del restaurante, mirando la carta del menú.

Está muy elegante, vestido con uno de sus trajes negros, camisa blanca y esa corbata roja: mi favorita. Su pelo negro peinado hacia un lado y en la mano que no sostiene la carta, lleva un prestigioso reloj de plata y le da vueltas a su copa todavía vacía.

Me acerco a la mesa en la que se encuentra. Él levanta la vista y cuando me ve, sonríe.

—¿Es usted el prestigioso empresario Nathan Blake Williams?—le digo nada más llegar, sus ojos se cruzan con los míos.

—Sí, pero me gusta que me llamen Señor Williams... a no ser, que se trate de usted claro. —Él bromea también y me guiña el ojo, para después soltar una pequeña risa. Yo me río con él y pongo mi chaqueta y mi bolso en la parte de atrás de la silla.

Cuando me siento frente a él, Nathan toma mis manos sobre la mesa y me mira directamente a los ojos.

—Estás preciosa. —declara con una sonrisa y con sus ojos celestes mirándome, con ese brillo especial.

—Gracias. —Le devuelvo la sonrisa—. A mi me gusta su corbata Señor Williams, ¿No se la habrá puesto porque es la favorita de alguien, verdad? —Vuelvo a bromear y él se ríe.

—Justamente por eso Señorita Brown, justamente por eso... 

—Siento el retraso. —digo en un suspiro.

—No te preocupes. —responde despreocupado.

—Lo siento, en serio. No se que ha pasado. El caso es que no encontraba unos papeles importantes que Lydia me pidió que entregase mañana y me he vuelto loca buscando, porque además Daphne, la nueva secretaría a la que creo que le pedí que los guardara, no me cogía el teléfono y... —Antes de terminar mi discurso, sobre lo mal que me había ido la última hora, él me corta.

—Nath, no tienes que darme explicaciones, estás aquí ¿No? —asiento con la cabeza—. Pues eso es lo único que importa. —Toma de nuevo mi mano sobre la mesa, dedicándome una cálida sonrisa—. Por cierto, ¿Cuándo han contratado a la nueva secretaría?

—Hace 3 días. Pero estás tan ocupado, que no te enteras de nada de lo que pasa, ¿Cierto?

—Así es, tengo que ponerme más al día con los empleados... —Él se lleva ambas manos a la cara y suspira. Los empleados siempre han sido lo primordial para él. En la empresa, todos somos una gran familia. Pero Nathan está siempre tan ocupado, que no consigue estar al tanto de todo a la vez, por más que lo intenta—. ¿Qué ha pasado al final con esos papeles de los que me hablabas?

—No los he conseguido... —Miro abajo, porque no es la primera vez que me pasa algo así. Llevo dos años trabajando en la San Francisco Company, la empresa de Nathan y sigo cometiendo muchos fallos estúpidos, como si fuera una principiante. Lydia, mi jefa, me tiene fichada, y si fuera por ella, me habría echado desde la primera semana de pruebas. El único motivo por el que no lo hace, es porque Nathan es el dueño y señor de la empresa y por lo tanto, su jefe.

—Bueno, no te preocupes por eso, mañana a primera hora, hablaré con Lydia. 

—Esa mujer me odia, Nathan. —digo en frustración, cruzando los brazos sobre mi pecho.

—Sí, yo también creo que no le cae bien nadie de los que andan por allí... —Había un tono burlón en su voz.

—No estoy de broma, Nathan. —Hago una pausa. —Lydia esta harta de que no pare de hacer las cosas mal y tú siempre me acabes encubriendo y excusando. Sobretodo, le da coraje por... lo que siente por ti. —Ruedo los ojos.

—¿Ya vuelves con eso de que "Lydia está enamorada de mi"? —dice eso último haciendo comillas con sus dedos, a la vez que suelta una carcajada.

—Sólo digo lo que veo. —contesto cortante. 

—Nathaly, sabes de sobra que Lydia está casada desde hace muchos años.

—Estar casada no la libera de dejar de tener sentimientos por otras personas, además... —No me da tiempo a terminar cuando el teléfono de Nathan, comienza a sonar.

Él suspira y se plantea seriamente si cogerlo o no, pero al final, lo hace.

—Perdóname, ahora vengo. —Se disculpa y luego se levanta de su asiento para salir fuera del restaurante. A los pocos minutos, cuando el camarero me está atendiendo, aparece dentro de nuevo, con una expresión completamente diferente en su rostro. 

—Señor, ¿Qué va a tomar?—pregunta el camarero, en sus manos, una pequeña libreta para apuntar nuestra comida.

—Ya le he pedido antes a tu compañero, no te preocupes. —El chico asiente y Nathan se sienta de nuevo en su silla, esperando a que el camarero termine de atenderme a mi.

—¿Ha pasado algo?—pregunto extrañada, una vez que el chico se ha ido.

—Mañana tengo un viaje de trabajo... —carraspea la garganta, acomodando su corbata. —Una empresa muy importante de Nueva York, quiere hacernos una oferta y tengo que hablar personalmente con el gerente de dicha empresa.

—¿Y cuál es el problema?

—El problema es... que justamente mañana quería darte una sorpresa.

Noto como mi rostro se transforma en uno de emoción. —¿Y cuál es esa sorpresa? —pregunto con alegría, cruzando los dedos de ambas de mis manos sobre la mesa.

—Si te lo digo, deja de ser una sorpresa, Nath. Y me gustaría que lo siguiera siendo, así que siento decirte, que para saberlo, tendrás que esperar a que vuelva mañana de Nueva York.

—Bueno vale... —contesto de forma suave y conformista—. ¿Y a que hora te vas mañana?

—Temprano. Tengo que estar allí al medio día y me gustaría poder volver a San Francisco lo más rápido posible. Ya sabes... —Me guiña el ojo.

"Para darme mi sorpresa". 

Asiento con la cabeza y sonrío.

Nathan está a punto de decir algo más, cuando aparece uno de los camareros, con una botella de vino y dos copas más grandes de las que ya hay sobre la mesa. 

Nathan comienza a servir en mi copa y luego en la suya.

—Por ti. —susurra, una vez que ha servido el vino y toma su copa.

—Y por ti. —contesto, sin apartar mi mirada de sus ojos.

—Por nosotros. —dice finalmente.

—Por nosotros. —repito, sonriendo.

Y con eso, brindamos y tomamos cada uno un sorbo de aquel delicioso vino.

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