t r e i n t a y c u a t r o
Que Alan supiera que iba a reprobar era un asco.
Y sin embargo no dejó de ir al hospital, aunque su madre le diera todos los ultimátum posibles, él la desafió, algo impresionante ya que siempre había tratado de portarse obediente y sumiso.
O casi siempre, todo cambió cuando conoció a Max.
Nunca le había puesto atención, no hasta que resbaló en los vestidores, todos se burlaron de él... y Max también, pero la diferencia era que su risa no sonaba de forma cruel en sí.
Lo que terminó de emocionarlo fue la mano que le ofreció ayuda y el cigarro que le dio luego.
Alan toda su vida vio el cigarrillo inservible y mortal; pero ese día decidió no ser cobarde y probar, además no quería decepcionarlo. La primera calada fue lo peor que sus pulmones habían probado, pero Max y sus amigos le vitorearon.
No pudo acabar el cigarro y cuando todos se marcharon lo tiró al retrete.
Pero había logrado caerles bien, tanto así que lo invitaron a ir con ellos al almuerzo.
Alan estaba extasiado y ni él mismo sabía porqué, pero aún así aceptó la invitación. Todos los días comía con Amelia pero ella estaría bien, eso pensaba todo el tiempo, que ella siempre estaría bien.
Claro que estaba equivocado.
No fue hasta que Amelia se unió a su grupo y vio que el mismo Max estaba interesado en ella que comprendió, que sentir celos de su amiga no era usual.
Amelia no podía culparlo totalmente, si Alan hubiese sido hétero probablemente estaría enamorado de ella, siempre la quiso y aunque ella lo negara, era guapa. Pero pues no siempre se tiene el futuro planeado.
Por supuesto que él se había comportado como un imbécil y todo por no querer aceptar su relación.
La lastimó, la ofendió y la quebró y ahora se arrepentía de todo.
Pero cuando Max se mudó, después de todo no le dolió tanto como saber que Amelia estaba enferma.
Se preguntaba si Max sabía de eso, seguramente no, sino ya la habría visitado, aún después de que lo utilizó, porque, como bien decía ella, no era tan malo como creían.
¿Y si le llamaba? ¿Tendría el mismo número todavía?
Alan sacó su teléfono y marcó. Total, no perdía nada.
—¿Sí? —contestó al tercer timbrazo y él tembló al oír su voz grave de nuevo.
—Ho...hola Max, habla Alan—saludó nervioso y oyó un suspiro de irritación.
—Lo sé, ¿qué pasa?
—Bueno, verás, Amelia está... —enmudeció de pronto. Un nudo en su garganta se había formado. ¿Cómo le decía? ¿¡Hola viejo!, Amelia tiene cáncer y morirá en poco tiempo, sería bueno que vinieras? Claro que no.
—¿Amelia qué? —soltó molesto.
—Ella está enferma —dijo rápido.
—¿Gripe? —se burló con amargura—. Mira, no me fastidies, ella te eligió a ti, quédate a su lado y si está enferma vela por ella. Yo ya no tengo nada que ver con ustedes dos.
—Pero... no entiendes.
—¿Entender qué? ¿Qué quieres de mí? —exigió furioso.
"Todo", pensó Alan por su lado.
—Que vengas —respondió firme al fin y escuchó su risa.
—¿Ir? ¿Después de todo lo que ocurrió? ¿Me quieren restregar en la cara su amor?
—No, nada de eso. Amelia y yo solo somos amigos.
—¿Me estás jodiendo? Escucha, más te vale no estar haciéndole daño, ella te ama idiota.
—Yo no puedo corresponderle... soy...
—¿Eres qué?
—Soy...
—Háblame claro o colgaré —amenazó.
—Soy gay, ¿de acuerdo? —dijo al fin y no escuchó ningún ruido de la otra línea. Max estaba mudo.
—Vaya —habló luego de varios minutos—. No me esperaba eso. Aguarda, si eres... tu sabes, ¿por qué salías con Samantha?
—No tengo tiempo de explicaciones.
—Tu me llamaste, no yo.
—Sí, y no me dejas contarte la razón y prioridad del porqué lo hice —replicó—. No es una simple gripe Max.
—¿Qué tiene? —quiso saber y ahora si sonaba preocupado.
—Cáncer —admitió. ¿Qué más daba?
Esta vez el silencio se prolongó por más minutos.
—¿Cuánto tiempo? —interrogó con voz quebrada y triste.
—Días.
—Llegaré mañana.
—Bien, te enviaré un mensaje con la dirección.
—De acuerdo... gracias —colgó.
—De nada — habló a la nada.
Respiró hondo y entró al hospital, lo mejor era no decirle a Amelia que Max iría.
No quería alterarla, pero Max tenía derecho a saberlo, porque según el diario, él sí la amaba.
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