d o c e

Querido Alan:

No fui a clases en una semana.

No quería ni verte, ni oírte, no quería nada de ti.

Al parecer tú tampoco, ya que no me buscaste.

Todo me dolía. Tú me dolías

Mi madre pensaba que iba a clases pero siempre me desviaba al parque y me quedaba ahí hasta la salida.

Dirección llamó a casa. Obtuve un grande castigo, no podía salir por un buen tiempo.

Claro, como si quisiera. La única persona con la que salía era contigo y ya te habías ido.

Nada me importaba. Pero de ahí en adelante mis padres me llevaron al instituto y se aseguraban de que entrara.

Algunos susurraban sobre mí, pero supe ignorarlos.

Hasta que te observé en la distancia.
Estabas con Max. Ambos me regresaron la mirada.
Él ya no parecía molesto, inclusive me sonreía. Pero tú, solo bajaste la vista al suelo.

Eras un cobarde.

Pasé frente a ustedes con toda la dignidad que pude finjir, pero en cuánto me encerré en uno de los cubículos del baño, lloré.

Todo se sentía tan irreal, parecía una pesadilla.

Quería gritarte, quería golpearte, quería que sufrieras como yo lo hacía.

¿Qué le habías hecho a mi mejor amigo? ¿Dónde estaba el Alan de pequeño que no me dejaba sola?

Supongo que te aburriste de mí.

¡Bah! ¿Quién no lo haría? Es decir, era tímida y callada con los demás. Ni siquiera era bonita, estaba demasiado delgaducha y no tenía esos "atributos" que llamaba la atención de los chicos.
Pero nunca me importó porque me aceptaste tal y como era. ¡Pero que ilusa y equivocaba me encontraba!

Al terminar la jornada, Max me alcanzó en su motocicleta.

Me propuso llevarme a casa y no iba a aceptar, pero me dije que si podías ir con ellos, convivir y olvidarte de mí. Yo también podía.

Me subí, sentí la adrenalina correr por mi cuerpo. Fue genial, lo admito. Aunque lo único que lo arruinaba era el conductor.

Llegué a mi hogar sin problemas. Max me propuso salir.

No deseaba involucrarme con él. Todo lo que lo rodeaba era alcohol, sexo, problemas y... tú.

Así que acepté.

Tuya:

Amelia.

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