Perdida
¿Dónde estoy?
Me siento soñar, pero no recuerdo cuándo fue que me dormí, ni dónde. Parece ese momento en el que uno es consciente de que la realidad no es la que se piensa que se está viviendo, sino aquella que veremos cuando abramos los ojos.
Estoy confundida. Siento que mis ojos se mueven bajo mis párpados adormilados. Los quiero abrir, pues no tengo ganas de seguir durmiendo. Me siento pesada y atontada.
Qué extraño... Nunca me había costado tanto abrirlos. ¿Cuánto tiempo habré dormido? La luz blanca se trasluce bajo la piel. Es tan brillante que creo que me lastimará los ojos cuando los abra. Pero, lastime o no, los quiero abrir. ¿Qué pasa? No me responden...
Voy a llevarme la mano a la cara, y luego me voy a desperezar... Sí... Eh... ¿No? ¿Mi mano tampoco se mueve? ¿Y los dedos de mis pies... tampoco?
Me estoy asustando... Los latidos acelerados de mi corazón, los siento todavía. Al menos, sé que aquí sigo.
Escucho voces desconocidas. Dicen cosas que no entiendo. Se escuchan lejos. ¿Quiénes serán?
De repente, un llanto desgarrador. ¡Ey, pero si es mi madre!
¡¿Qué pasó?!
Me invaden las ganas de ir con ella, preguntarle qué le pasa, tenderle mi mano, abrazarla. ¡Maldición! ¡¡Ni siquiera puedo abrir los ojos!!
¡Mamá! Sacúdeme, despiértame, mamá... Te lo ruego, no llores.
Escucho a papá también... Le está preguntando algo al hombre que escuché antes.
—¿Nada se puede hacer?
—Nada, señor, lo siento mucho. Hemos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance. Está en manos de Dios.
Ja, ja, ja, ja... No, debo estar soñando... Porque tengo la certeza de quién están hablando y es imposible... Ja, ja, ja... Vamos, despiértenme, así me río con ustedes... Ja, ja... ja... ¿Por qué nadie me despierta?
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