Pequeños Inconvenientes
Habeses no comprendía las absurdas actítudes de Sebastían o el porque le gustaba llevarme la contraria y hacerme enfadar. Volví a entornar la mirada hacia las calles que pasaban una tras otra, mientras íbamos en su auto. Aquel día no tenía animos ni ganas de verlo o hablarle en absoluto.
— ¿Estarás enojada todo el dia?
Lo ví de reojo, su cabello estaba algo despeinado pero no lucía nada mal, su ropa era casual e impecable, como siempre. El correcto y perfecto Sebastían.
— Jum... Tengo razones para estarlo ¿no lo crees?
Mi voz estaba impregnada de molestia y no era para menos, una vez más Luciel y Daria volvían a manipular todo a nuestro alrededor.
— Gracias por intervenir.
— Lo sé.
Él guardo silencio y suspiro.
— A mi tampoco me agrada la idea... Pero fue sugerencia de Daria y de Elena.
Nos detuvimos a la señal de un semaforo.
— Creí... Que al salir de aquel lugar seríamos libres.
Lo observé, estaba tan turbado como yo.
— Sabes que eso es imposible... De todos los mienbros, somos los que estamos más entrelazados al clan.
Ambos nos miramos con cierta empatía. No era justo pero era algó a lo que fuímos sometidos mucho antes de nacer... Un plan trazado por nuestros antepasados.
— Si...
No pudé evitar suspirar al tiempo que el automovíl volvía a arrancar.
— Y lo peor es que Aiden no me dejara en paz.
— Ah eso no... Hable con él y sabe que si intenta algo contigo lo usare como objetivo en el proxímo entrenamiento.
Me dedicó una sonrisa malvada que en él se veía encantadora. Le devolví el gesto y regrese mi vista a las calles de la ciudad.
Habían pasado cuatro días de nuestro pequeño encuentro con Aiden. Aquella noche Sebastían llego a rescatarme de las manos de aquel pervertido, sin ninguna complicación. Luego de ello intenté por todos los medios sacarle algó y a pesar de insistir muchisimo no me dijo del todo su charla con Luciel. Sólo que habían mencionado la entrada de un hijo de Helios a nuestro territorio y que tomarían medidas por el ataque que sufrí. ¿Cómo si no pudiera defenderme?
Ahora me habían impuesto a Aiden como vigilante y aunque sabía que Sebastían se había negado a ello, tambien estaba consciente que Daria y Luciel lograron imponerse como siempre.
— Ya llegamos.
La voz de mi compañero me trajó de regreso a la realidad. Rapidamente bajamos del auto un edificio bastante elegante se alzaba ante nosotros. Era una de las zonas más acomodadas de la ciudad.
— No puedo creer que ese idiota viva aqui.
Musité al pararme a un lado de Sebas.
— No te confundas Diana... él vive aqui gracias a Luciel.
Sujetó mi mano y comenzamos a caminar al interior del edificio. Estabamos algo retardados por lo cual nuestros pasos eran rápidos, por suerte el ascensor nos ayudo a llegar al antepenúltimo. Al abrirse las puertas nos encaminamos por un largo y muy ostentoso pasillo hasta el departamento 406, nisiquiera llegamos a tocar la puerta pues está se abrío automaticamente.
— ¡Hola, Hola!
Al abrirse la puerta, nos recibío la enorme y entusiasta sonrisa de Elena, el futuro oráculo de nuestro clan.
Elena era mucho menor que yo; contaba con tan sólo quince años cuando mucho, delgada y de estatura baja, de piel pálida, largos rizos negros como la noche y ojos color azul cielo.
— Hola Elena.
Entre al departamento con Sebastían trás de mi. La pequeña pelinegra al ver a mi compañero se le fue encíma, abrazandolo de forma muy empalagosa para mi gusto.
— También me da gusto verte Elena.
Podía ver a Sebas incomodo por aquel abrazo de la chica, más de forma caballerosa intento safarse inutilmente de aquello.
— ¡Sebas! ¡Te extrañe mucho!
Fruncí el entrecejo ¿Qué rayos le pasaba a esa chiquilla?. Como pude halé a Sebastían hacía mi.
— Si... si, los dos te extrañamos.
La ojiazul me miro con molestia y bufó liberando a Sebastían, quien se veía aliviado.
— Eres una celosa Diana.
Tanto Sebastían como yo nos sonrojamos, estaba a punto de negar aquello pero una voz conocida llamo nuestra atención.
— Al fín llegan.
Ante nosotros aparecía llena de misticismo una mujer de unos 26 años alta y con una hermosa y esbelta figura, sus cabellos eran de un tono rubio platinado el cual encajaba con unos fríos ojos grisáceos. Daría hacia acto de presencia, imponente, intimidante y peligrosa como siempre, la sacerdotisa más importante de nuestro clan.
Hicímos una reverencia a modo de respeto y saludo. Era una enseñanza clave en nuestro entorno, las sacerdotisas eran nuestra conexión directa con Selene; por lo tanto merecían un total respeto.
— Pueden pasar a la sala, Luciel y Aiden nos esperan.
Y así fuimos guiados hasta la estancia donde nos esperaba un muy ansioso Aiden.
— Esto si es una agradable sorpresa.
Aiden se hallabá sentado comodamente, con una pierna cruzada y los brazos extendidos en un sofa color crema. Me guiñó un ojo y musitó con toque divertido
— Diana puedes sentarte aqui preciosa.
— Aiden... deja las tonterias.
A su lado estaba sentado un hombre de unos 30 años, muy parecido al apuesto y perverso chico. Sin embargo, una ligera barba en forma de candado y una apariencia rebelde lo hacían más aceptable. Al igual que Daría, Luciel aparentaba una mascara de frialdad e intimidación bien marcada.
— Diana... Sebastían tomen asiento. Les pido que escuchen con atención.
Ambos obedecímos, por un instante la sala se encontraba en absoluto silencio. Pude aprecíar lo clasico y ostentoso que era aquel lugar; paredes color beige, lamparas antiguas al igual que adornos, muebles de color crema, todo en un estilo armonioso. La voz de Daría llamo mi atención.
— Imagino que le hábras contado algo o ¿me equívoco Sebastían?
Ví como Sebas, se incomodaba y bajaba la mirada pérdido en algún rincon de sus recuerdos, bajé un poco más la mirada y las manos de él se cerraro en forma de puño.
— No... Daría, yo no le he contado nada... Aún.
Musitó entre dientes.
-
— Entonces... Me tocará a mi contarle.
Me sorprendí un poco al ver como Sebas se levantaba dispuesto a decir algo pero la mirada de seriedad de Daría logró que las palabras se le atoraran en la garganta, o al menos eso pensé. Vislumbre su impotencia para así encaminarse lejos de mi, hacia la ventana que brindaba iluminación al lugar.
— ¿Sebastían? ¿Qué sucede?
Me quedé viendo como sus manos se hacían puños y su faz se tornaba sombría estaba molesto... Muy molesto.
— Querida... — Daría dulcifíco su mirada al dirigirse a mi, había pasado algó. Algo que odiaría. — Sabes lo importante que es tú seguridad y la de Sebastían. Ambos son un pilar en la lucha que se aproxima.
— ¿Lucha?... ¿Qué lucha?
El pánico se apoderó de mi, buscaba respuestas en Sebas pero él se negaba a verme. Daría ignoró mi pregunta y siguio hablando.
— Por ello, Sebastían debe volver a los terrenos "Luna". Necesitamos su permanencia allí por el momento.
No resistí y me levante iracunda, azotando ambas manos en la pequeña mesa que se hallaba frente a nosotros.
— ¿Qué?... No, no y no. Ustedes... Ustedes, sólo buscan... Pretextos para hacernos regresar.
Los señale recibiendo una mirada de ira de cada uno de los presentes. Ya mi mente no razonaba, estaba hastíada de estar atada a ellos, me apartarían de Sebastían y eso era algó que no podía aceptar.
— No importa lo que pienses... ¡Quedarás al cuidado de Luciel y Aiden mientras Sebastían regresa!.
— ¿Por qué carajos he de obedecerles?
Estaba a punto de irme sobre Daría, ante la mirada atoníta de los presentes más el agarre de Sebastían detuvo mis intenciones.
— ¡Sueltame!
Le grité forcejeando, el hizó presión no para dañarte sino para detenerme.
— ¿Por qué? ¿Por qué tienes que irte?
Fijé mi mirada en la suya tan parecida a la mia. Sin embargo; aquellos encantadores ojos ahora denotaban seríedad absoluta.
— Diana yo... Ellos me necesitan
Fue lo único que salío de sus labios.
— ¿Por qué?
De la nada la respuesta surgío de otros labios, una voz espectante junto a una mirada estricta y muy seria.
— Diana... la llave del clan de las sombras fue robada
Musitó Luciel dejandonos en completo silencio.
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