La oscuridad de Helios
— Te contare la gloría que es nacer en el clan de Helios... El clan del fuego.
Las palabras no podían salir de mis labios, morían atoradas en mi garganta ante la mirada turbada de Elliot estaba a la espera, ansiosa y a la vez temerosa de lo que aguardaba el corazón oscuro del hijo de Helios. Sus ojos azules cual cielo parecían estar envueltos en un mar oscuro de recuerdos... Recuerdos que como demonios aprisionaban su alma.
Y vayá que lo eran...
— Cuando naces bajo el resguardo de un clan, se podría decír que eres favorecido... Privilegiado de que Nyx, Veritas, Selene o Helios, te brinden ese honor... Servir a los dioses. Ser un soldado, ser un guardían.
Su voz se entonaba ausente, pérdida en la lejanía de una época que muchos hemos decidido olvidar por el dolor o asumir como un gran honor.
— Nos marcan, nos clasifican... Debemos rendirles culto ciego no sólo a ellos, sino a Zeus por igual. Obedecer como corderos. Y ¿Para qué?... Al fin y al cabo, no nos espera nada Diana, en realidad siempre seremos sus mascotas.
Un nudo se formó en mi garganta, al ver la intensidad en sus palabras. La respiración de Elliot era acelerada.
Desesperación, si, eso era lo que denotaba su actítud. Era la misma sensación que por muchos años tuvé y que Sebastían, siempre intentaba frenar.
«¿Acaso era empatía?... Tal vez... Sólo tal vez... Elliot y yo tengamos algó en común...
Ambos estamos atrapados.»
— En todo clan estan definidas esas reglas dejadas por aquellos dioses que desde los comienzos otorgaron a semi-dioses y mortales las llaves del inframundo. Llaves que debían haber sido protegidas por ellos mismos desde un comienzo.
Detuvo su relato, y dejo escapar una carcajada de frustración, para luego dedicarme una mirada llena de seriedad.
— Fuimos dispersos en cada puerta;
Leukós, destinada para el clan de cristal.
Érebo, protegida por las sombras.
Hydor, cuidada por los de la luna.
Y Vulcano, Otorgada a los del Sol.
Lo que no sabíamos era la carga que traería cada puerta.
Bajé la mirada, rememorando la historia de nuestros ancestros. En todas se nos decían las advertencias, responsabilidades y sacrificios que debiamos cumplir. Los hijos de Selene, por ejemplo; debíamos separarnos de nuestros progenitores al ser marcados debíamos saber que ellos ya no eran nuestros padres.
Además debíamos someternos a entrenamientos extenuantes y a constantes pruebas de fuerza y agílidad. Todo para merecer la bendición de nuestros dioses. Aunado a eso Sebastían y yo, recibiamos otras enseñanzas al ser encargados de la puerta de Hydor.
Volví a entornar la mirada sobre aquel chico frente a mí, quien cerraba los párpados con el gesto fruncido.
— Los nacidos bajo las alas de Helios, vivíamos en la isla de Vulcano, la cual está prácticamente aislada de la civilización. Solo una embarcación nos traía y llevaba lo necesario para mantener a nuestra comunidad.
Nos situabamos a los pies de un ardiente volcán dormido mismo que exigía un sacrificío de sangre al pasar cada década. Era un buen lugar, Aeris y yo vivíamos en el Templo del Sol a petición de los sacerdotes.
Allí crecí bajo los duros entrenamientos de Zigor, el campeón de la isla. Fue un gran amigo.
Por alguna extraña razón el rubio esbozó una sonrisa leve, lo cuál me hizo pensar que tal vez era un recuerdo feliz.
-Me enseño a no temer... y a luchar por lo que quiero. En aquellos días no lo entendía y de hecho lo veía como un bastardo verdugo que gozaba hacerme mierda a cada instante... Rayos, quién sabe cuantas veces termine inconsciente. Todo para salvar a Aeris... Siempre fuimos ella y yo, contra el mundo y el dolor, sólos contra su maldición.
¿Uh? Solos Tenía curiosidad por saber si a ellos tambien los separaban de sus padres asi como a nosotros y me aventure a preguntar.
— Y ¿Tus padres?... ¿Cuando los apartaron de ellos?
— No, no, nos "apartaron"... Ellos nos abandonaron cuando Aeris tenía un año y yo había cumplido seis años.
— ¿Qué? Espera... ¡Me dijiste que ellos estaban felices!
— Lo estaban. Pero, algo no salió bien con Aeris.
Elliot elevó su rostro al techo y suspiro con pesadez. Dejandonos en un incomodo silencio, no lo resistí y enseguida me apresuré a interrogar.
— Elliot... ¿Qué paso?
— Aeris... Incendio todo.
Musitó sin más el rubio. Mis labios se entreabrieron sin pensar pero no podía decir nada. Elliot me miro de reojo.
— Y yo fui el único que la tomó en brazos y al igual que ella estaba envuelto en llamas.
— ¿Envuelto en llamas?... Pero... pero ¿Cómo es eso posible?.
Él me observó incrédulo, como si yo debiera saber sobre aquello. Luego negó y siguió hablando.
— Se supone que las llaves guardan una especie de "poder". Algunos lo llaman "don" otorgado para que la llave sea capaz de defenderse por si sola... Es la bendición de los dioses.
Automaticamente baje la mirada contrariada. Si Elliot tiene razón, entonces... ¿Por qué no me dijeron nada en el templo de la luna? no se supone que yo debería saberlo.
— Es lo que nos contaron los moradores del templo, antes de decir que Aeris debía ser entregada a un guardían adecuado... Justo allí empezó la lucha por ser alguien, por cuidarla, era su hermano... Debía hacer lo que fuera por protegerla, ella era pequeña e indefensa y yo veía el miedo y desprecio con el cual la trataban por aquel "don" con el cual la habían castigado.
— Fue un duro sacrificio ¿No lo crees?
— Para nada... Diana, somos guerreros, custodios de un mal que consumiría al mundo si llegasemos a fallar. En la Isla de Helios, debemos hacer lo necesario por ser fuertes o moriremos antes de lo previsto... En un mundo violento como ese sólo el fuerte sobrevive.
— Y tú hicíste lo necesario...
— Si, para ganar el "honor" de ser el guardían de la llave crearon; la batalla del sol, un evento cruel y sanguinario dónde sobrevivir era el único objetivo. Zigor me entreno durante meses para aquel evento fisico pero sobre todo mentalmente... Fue algó que me ayudó a entender que ganar por aquello que amas es lo correcto.
— Aunque ¿sea a costa de otra vida?
— Si... gané y no es por quitarme culpa, pero mi contrincante era peor que yo, pues el asesino a sus contrincantes cuando yo les perdonaba la vida.
— Comprendo.
— No... aún no lo comprenderías.
Ambos quedamos en silencio, por unos minutos. Luego Elliot buscó entre los bolsillos de su pantalon una cadena dorada de la cuál colgaba un dije en forma de estrella de seis puntas, reluciente como un rayo de sol. Era irreal ver aquel brillo, de hecho quise tocarlo pero al simple roce de la yema de mis dedos aquel brillo se desvaneció.
— Es un regalo de Helios para el guardían. Aunque no le he encontrado utilidad.
Por un segundo estudíe la mirada de Elliot, ciertamente intrígada por su repentino parloteo.
— ¿Por qué me cuentas todo esto? ¿Por qué de la nada me muestras este dije?
El sonrío divertido, dejandome confundida.
— Creo que ya no vale que te oculte las cosas ¿no? Creo que te has ganado un poco de honestidad.
No pudé evitar sonreir tontamente, Elliot no parecía un sujeto tan malo. Aunque me contó todo aquello.
«Pienso que tal vez su corazón aún no está consumido por la oscuridad...»
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