3. Charlas a medianoche

  Estaba contenta con mis dos nuevos Pokémon, a la par que ansiosa por saber a qué evolucionaría cada uno de ellos.
  Habían ganado un poco de experiencia con el combate anterior, pero apenas nada.
  Me había pasado todo el camino a ciudad Lilla, la pequeña ciudad situada al final de la ruta uno, pensando en el problema que suponía un cambio en el Bosque Oscuro.
  Podría traer horribles consecuencias, en el caso de que la famosa leyenda del Pokémon Legendario ancestral fuese cierta.
  La leyenda decía que hace miles de años, un Pokémon Legendario despertó de su letargo, un Pokémon llamado Catacove.
  Este Pokémon de tipos desconocidos, aunque con una ligera idea de que podría tener el tipo fantasma, era la destrucción personificada. Muchísimo mayor que cualquier daño que el mismísimo Yveltal pudiese causar.
  Catacove sólo podía ser despertado si  alguien perturbase su eterno descanso.

  Todo comenzó un día cualquiera hace más de mil años. Varios Pokémon correteaban alegremente por una gigantesca pradera que ocupaba la mayor parte de la región, por no decir toda.
  Corrían sin percatarse de que se iban acercando cada vez más y más a un oscuro bosque en el que por alguna extraña razón todos los árboles eran iguales. Cuando quisieron darse cuenta, estaban ya dentro del mismo.
  Intentaban buscar una salida, pero no podían encontrar ni siquiera el camino por el que habían venido.
  Hasta entonces, nadie había perturbado la tranquilidad de ese bosque, y eso hizo que Catacove despertase.
  No podían ni imaginarse lo que acaban de desatar. Un Pokémon que iba absorbiendo las almas de todo lo que encontraba a su paso, un Pokémon capaz de destruir al mismísimo Yveltal. El Pokémon hecatombe, Catacove.
  No fue hasta dentro de cien años que el colosal Pokémon se calmó y dejó de destruirlo todo.
  Los árboles del bosque oscuro desde siempre han estado para controlar a Catacove, y para anunciar a aquel que merodee por esa zona que no debe aventurarse en el bosque Oscuro, pues en su corazón habita el ser más despiadado de toda la región e incluso el mundo.
  Entonces Catacove pasó a la historia de Thellos como una leyenda, y a lo largo del tiempo fue perdiendo fuerza hasta no ser más que un mito, una historia más que contarle a los niños cuando son pequeños para que no se alejen mucho de las casas.

  Pero, ¿Qué podía significar que Pokémon de la zona que hace  siglos fue arrasada estuviesen emigrando? ¿Acaso se avecinaba una nueva catástrofe?
  Era lo que todos teníamos en mente, y en lo que nadie quería pensar. Quizás sólo fuese un Illbis extraviado.
  Descarté la idea casi al instante. El sentido de la orientación de los Illbis era excelente. Algo malo estaba pasando.

  Llegamos a ciudad Lilla sobre las ocho de la tarde. El profesor parecía estar muy nervioso, y aquellos que entendíamos el asunto también.
  Queriendo desviar de nuevo el asunto para no entorpecer nuestra partida, el profesor nos llevó a una cafetería para darnos lo que todos esperábamos, la Pokédex.
  Ciudad Lilla no era muy grande. Todo era muy rústico y encantador. Parecía un pueblo, pero con el inconveniente del tráfico y del ruido.
  Hiponea y Pheromise caminaban a mi lado. No me gustaba mucho tenerlos dentro de sus pokéballs. Hiponea parecía estar cansándose, por lo que decidí cogerlo en brazos y llevarlo así por la ciudad. Pheromise revoloteaba a mi alrededor. En muy poco tiempo nos habíamos hecho inseparables.
  Ya era de noche cuando llegamos a una cafetería que también hacía de restaurante. Decidimos que sería buena idea cenar algo, y luego irnos a dormir al único hotel de la ciudad, el hotel Lavanda.
  Cuando estuvimos en el restaurante, el profesor nos hizo entrega de la Pokédex. Una para cada uno, con la que recopilaríamos datos e investigaríamos. Siempre había querido una.
  A Flaere le entregó una de color rojo muy intenso, que tenía una llama dibujada en el reverso. A Ben le dio una negra, y a mí una blanca, la cual era así a petición mía.
  Nos explicó un poco por encima para qué servían y cómo se utilizaban, además de sus muchas utilidades y funciones. Registramos a todos los Pokémon en la Pokédex, y nos fuimos al hotel.
  Al día siguiente nos separaríamos y cada uno seguiría su camino. Yo pensaba ir a pueblo Psique, que sería el siguiente tras pasar la ruta dos, y a partir de ahí enlazar con la ruta 3 y llegar a ciudad Maroz.

  Ya era por la noche, y decidimos que para pagar menos dinero, sería buena idea dormir por parejas. El problema era que estábamos un número impar de personas, por lo que el profesor Aliso tuvo que dormir en una habitación él sólo.
  Por desgracia para Ben, tendría que soportar toda la noche a Flaere, y en cuanto a mí, no habría problema, pues dormiría con mi hermano.
  Ya estabamos los dos metidos en nuestras camas, listos para dormir, cuando de repente, la inquietud del asunto de Pheromise me vino a la cabeza.

  —Aehr... ¿Tú qué crees que está pasando?
  —¿Te refieres a Pheromise? Porque si es así, me temo que no pinta bien el asunto.
  —¿La leyenda de Catacove es cierta?
  —No sabría que decirte. Papá pensaba que lo era, se fue en su busca, y no volvió. Pero ambos sabemos de sobra que esto podría no ser cierto.
  —Sí, lo sé... Pero los Illbis tienen un gran sentido de la orientación. Algo tiene que estar pasando en en la pradera Floral y en la ruta Desvío que rodea el bosque.
  —Pues ya me dirás quién irá por esas zonas. Porque ir a la pradera Floral en esta época del año en la que está llena de Pokémon será una tarea muy ardua. Y a la ruta desvío... Haber quién se acerca al Bosque Oscuro.
  —¡Pero tenemos que saber lo que ocurre! Aún a riesgo de desaparecer sólo por ir. Evitaríamos una catástrofe.
  —Hablando de catástrofes, igual la leyenda ni siquiera es cierta. Y te arriesgas inútilmente a ir allí, porque lo único que es cierto en todo este asunto es que ya ha desaparecido gente en la ruta Desvío.
  —Cierto... Pero hermano, tengo algo de miedo. ¿Por qué si no estaría Pheromise aquí?
  —No lo sé, Addie. El profesor Aliso está tan preocupado como tú y como yo, y Ben no es menos.
  Tras una pausa, recordé que Ben se puso triste cuando le pregunté por qué había venido sólo a recoger a su inicial.
  Lo pensé mejor, y Flaere también había venido sólo, pero creo que en este caso era por motivos de trabajo.
  ¿Y si la familia de Ben había desaparecido en el Bosque Oscuro? Quizás por eso estaría tan preocupado.
  —Aehr... ¿Cómo evolucionaban lo Illbis? —Pregunté yo, por cambiar de tema.
  —¿Los Illbis? Recuerdo que cuando tenía tu edad tuve uno. Si no me equivoco, tienes que llevarlos a una zona de la pradera Floral por la noche, y darle una piedra lunar tras tener un fuerte vínculo con él.
  —¿Qué le pasó a tu Illbis?
  —Murió. En uno de los ataques del Equipo Oscuro, de antes de que se disolviera.
  —Lo siento... No lo sabía...
  —Tranquila. Nadie lo sabía. No se lo conté a nadie. Al menos ahora Momoroma está bien.
  Momoroma era un Pokémon bastante extraño. Nunca le pregunté a mi hermano cómo lo consiguió.
  Era una especie de enorme pájaro negro con unos ojos rojos y algunas  plumas grises.
  Su preevolución era parecida, solo que un poco más pequeña y con aspecto de polluelo.

  Nunca llegué a saber con exactitud qué clase de Pokémon era Momorama. Ni siquiera de dónde venía o por qué tenía ese aspecto.
  Mi hermano era afortunado de tener un Pokémon tan fuerte, aunque la elegancia no estuviese de su parte.

  —Deberíamos dormir ya. Mañana comenzarás a viajar tú sola. Por cierto, Ben me ha pedido que te diese esto.
  Mi hermano me dio una especie de reloj de color negro.
  —Es una especie de transmisor. Para estar al tanto el uno de los estudios del otro. El profesor Aliso y yo también tenemos uno. En cuanto a Flaere... Bueno, le hemos dado la Pokédex.
  Me reí un poco, despreocupada. Hablar con mi hermano me solía ayudar siempre. En las peores noches, nos habíamos ayudado mutuamente.
  Observé el reloj que mi hermano me había dado segundos antes, y probé a encenderlo.
  Se comunicó instatáneamente con el de Ben, pero él pareció no darse cuenta. Al parecer el reloj tenía una pantalla para que ambas personas pudiesen verse, como si de una videollamada se tratase.
  No pude evitar reirme cuando vi cómo Ben perdía los nervios intentando aguantar la horrible combinación que formaban Bonflick y Flaere de noche sin tener sueño.
  A pesar de tener mi misma edad, era un verdadero niño pequeño.
  Debido a mi estridente risa, Ben se dio cuenta de que había llamado, e ignoró a Flaere para hablar conmigo.
  —Es inaguantable. ¡Está todo el rato dándome la brasa con mi apellido! ¡Y sólo quiere combatir!
  —¿Os han dicho alguna vez que haríais una buena pareja? —Bromeé yo.
  Ben hizo ademán de enfadarse, y entre risas colgamos y nos dormimos esperando un nuevo día.

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