La Resistencia
Mis sucios dedos quedaron apretados contra la vidriera de una tienda, la cual pasaba las declaraciones del juez Black una y otra vez como noticia de último momento.
No podía creer que después de sacrificar todo lo que tenía en mi vida, mi padre aún seguiría persiguiendo su sueño de ser supremo inquisidor.
La injusticia en el mundo no podía ser tanta. Tendría que hacer algo para imponerme en su camino así como fuere lo último que haría en mi vida. ¿Pero cómo?
La respuesta, como siempre, vino de la mano de un extraño mientras caminaba sin rumbo fijo por las calles bajas de la ciudad.
-Yo te conozco- dijo un hombre de unos cuarenta años, con el pelo cano largo y muy mal cortado. Sus ropas estaban hechas jirones y me recordaban a un manto griego.
Podía ver como se habían formado algunas costras en su rostro lleno de pecas y la complexión oscura de su rostro parecía pálida, como si sufriera de alguna enfermedad crónica. Frente a mí estaba agitando uno de esos panfletos de la resistencia que había conseguido para mi broma en el invernadero.
-Si, usted me dio varios de esos panfletos, ¿lo recuerda? - traté de ser amable con el hombre ya que era evidente que no estaba en su mejor momento.
-Si, si, el muchacho problemático. ¿Por qué te ves tan mal como uno de nosotros? ¿No me digas que te caíste de tu castillo y la mugre que se te pegó no te deja subir de nuevo?
Me quedé sin habla por un momento. Su comentario me hizo pensar que tal vez se hacía pasar por loco en vez de estarlo realmente, en caso de que lo quisieran meter en la cárcel por alborotador.
-Bueno, verás, es que mi estadía se prolongó indefinidamente y no tengo donde quedarme. ¿Me recomiendas algún lugar en particular?
El hombre me miró de arriba a abajo, como midiendo mi valía.
- Un niñato como tú acabará perdido en unos días si no tiene los amigos correctos. Si quieres te puedo prestar los míos - con esto último sonrió y pude notar que de la mayoría de su dentadura sólo quedaban un puñado de dientes podridos.
Luego me susurró una dirección por lo bajo, muy cerca de los muelles y los bares de mala muerte a los que frecuentaban la peor clase de personas.
Le di escuetamente las gracias y me dirigí hacia la dirección que el hombre me había confiado.
Ni bien entré al bar "La Nereida" pensé que tal vez los amigos del viejo me matarían antes de que pudiera revelar mis intenciones. Si bien había frecuentado locales de mala reputación, éste era sin duda el peor en el que había caído.
La población del bar estaba compuesta por varios marineros con piernas y manos prostáticas, algunos cazadores de recompenzas y varias prostitutas cuyos años dorados habían caído en el olvido.
Me dirigí hacia la barra para hablar con el cantinero, pero en su lugar encontré a una mujer alta y musculosa, con una lustrosa cabellera negra recogida en una cola de caballo. En su mejilla izquierda tenía una cicatriz que la marcaba como alguien de temer.
Ni bien coloqué mi mano sobre la barra, alguien posó su grande y pesada mano sobre mi hombro. Apestaba a alcohol, pero pude reconocerlo rápidamente: era el bruto que estaba con Rosalinda el día del incendio.
Su corto cabello color paja estaba parado en todas direcciones y parecía que no podía enfocar muy bien la vista, sin embargo logró conectar unas pocas palabras sólo para amenazarme: - ¿Qué estás haciendo aquí pedazo de m...?
Traté de safarme de su agarre pero el tipo era muy fuerte, a pesar de estar obviamente alcoholizado, mi mejor opción era confundirlo con mi charla y cansarlo hasta que se desmayara por el alcohol.
-Hey, qué tal ¿cómo te ha ido?
-Hip- ¡Qué cómo me! - volvió a hipar - ¡¿Quién te crees?!
-De nada, compañero. Pues soy quien le salvó la cabeza a esa linda hermanita tuya, ¿cómo se llamaba?
Sus cejas se juntaron tanto que dieron la impresión de chocar entre sí con un estruendo, mientras que con un esfuerzo evidente logró levantarme unos centímetros del piso y voltearme hasta quedar cara a cara con él.
-Tú sabes bien su nombre - Hip - Su nombre es... - dijo preparando el otro puño para golpearme.
-Rosalinda - dijo la cantinera con una voz profunda y sensual.
Luego agregó:-Deberías al menos conocer el nombre de la mujer por la cual arriesgaste tu vida, ¿o es algo que haces muy a menudo acaso? Johnny, bájalo ya mismo o te las verás conmigo, ¿de acuerdo?
El grandote obedeció, tal vez más influenciado por el mareo del licor que por otra cosa.
-Aquí recibimos bien a nuestros invitados, sobre todo cuando son tan ilustres, ¿no muchachos?
El bar se había vuelto sielncioso y sombrío, una sola palabra de la amazona y sería comida para peces.
La mujer se presentó a si misma con un trago en la mano.
-Soy Delilah, cantinera medio tiempo y líder de la Resistencia. ¿Qué te trae por aquí?
Tomé en mi mano el trago que me ofrecía y me apuré en bajarlo por mi garganta. Era el peor aguardiente que había tomado en mi vida pero cumplió su cometido llenándome de valor para lo que seguía.
Traté de juntar todo el encanto que me quedaba bajo mis ropas sucias y mi aspecto descuidado, ensanché mi sonrisa gatuna lo más que pude y con un guiño le respondí: - ¿Es que no es obvio? Vine a unirme a ustedes.
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