(𝟔𝟎) · 𝐋𝐚𝐬 𝐭𝐫𝐞𝐬 𝐫𝐞𝐠𝐥𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐮𝐠𝐮𝐬𝐭𝐚 𝐋𝐨𝐧𝐠𝐛𝐨𝐭𝐭𝐨𝐦 ·

Augusta Longbottom es una mujer práctica. Tiene sus reglas, su estilo de vida y su modo de ver las cosas.

Para ella es sumamente sencillo. Una norma se sigue, la rutina es rutina porque funciona siempre y, si haces una promesa, la cumples. Por mucho que tengas en casa a un joven llorando desconsolado que se niega a pegar bocado y una cama vacía sobre la que ya no descansará nunca más tu nieta mayor.

Augusta Longbottom le prometió la dichosa piedra a Severus Snape y ahora se la tiene que dar porque cumplió con su parte del plan y luchó con su bando, es tan sencillo como eso. Ya le dan igual absolutamente todos sus miramientos acerca de aquel hombre o su desidia. Además, Nyx ya no está para reprochárselo, ¿verdad que no?

Lo hará un poco más tarde en el día, eso sí, cuando se sienta más en paz. Necesita descansar un poco porque últimamente le duelen más los huesos que nunca y cada veinte pasos tiene que parar a tomar el aire y quejarse en voz alta. Dice que le duelen por la edad y por la batalla y que por eso gruñe y a veces solloza. Que le caen las lágrimas por el daño de sus longevas articulaciones y nada más, a ver qué te has creído. Augusta Longbottom ya no tiene muchas más lágrimas que derramar. Conoce tanto la pérdida que ya la considera una parte intrínseca de sí misma.

Está a punto de tumbarse a echar una breve siesta cuando se topa con Thea en el pasillo. La anciana arrastra los pies cuando se acerca a ella, con los brazos estirados en su dirección y una mueca de lástima. Cada una lleva el duelo a su manera, eso es evidente. Thea necesita tacto y cariño constante y Augusta solo busca estar sola y en paz.

El funeral de Nyx será al día siguiente y el humor en la casa es huraño y frío. Nadie habla con nadie a no ser que sea inevitable. No se ha encendido una sola tetera desde que se abrió la puerta de la casa tras la batalla. Han pasado pocos días, pero estos se han estirado y acortado sin demasiado sentido y el ambiente parece espeso y distorsionado. No entra la luz por la ventana y se complica comprender el paso del tiempo.

—Quiero hablar con el chico. Sobre lo que te he comentado antes.

Cuando Thea habla de antes, se refiere a las tres de la mañana, cuando se han encontrado en la cocina porque ninguna de las dos podía dormir.

—Déjalo. No le llenes la cabeza con tus tonterías, Thea.

—No son tonterías.

—Nyx está muerta. Eso es lo único que no es una tontería.

Thea se muerde el interior de la mejilla y la mira por encima de sus gafas. Sin su acostumbrado maquillaje azul y su pelo sucio y recogido en una trenza, aparenta su edad verdadera. Está igual de cansada que todos los demás, y su diosa ya no quiere comunicarse con ella cuando trata desesperadamente de buscar consuelo. Sin ganas de dormir como está, dedica todo su tiempo a reflexionar y tratar de buscar sentido dentro de su incomprensión. Necesita desahogarse con alguien, y los Longbottom son poco habladores y la rehuyen.

—Bueno, yo iré a hablar con él y tú si quieres quédate aquí, Augusta. No puedo obligarte a venir si no quieres. Yo necesito que alguien me escuche, o si no perderé la poca cordura que me queda.

Si Augusta acude a casa de los Diggory es porque teme que Thea le haga más daño al chico que otra cosa, no porque tenga un mínimo de esperanza en las teorías conspiranoicas de la anciana. Esperanza y Augusta no son dos palabras que vayan de la mano y, desde luego, no es algo que entre en su modo de ver las cosas. Ella es más de nunca hacerse ilusiones ni ponerse expectativas muy altas para así no terminar decepcionada.

Ruth Diggory les abre la puerta con una sonrisa culpable y muy poco sincera. Les ofrece té y pastas y les habla sobre el tiempo, que últimamente está en boca de todos.

Un tiempo que no se recupera desde la batalla. El cielo sigue negro y tormentoso, carente de la luz del sol desde hace días. La mayoría de los magos no tienen acceso a la electricidad en sus casas, así que utilizan como única fuente de luz aquella planta luminosa que Hina propuso utilizar hacia el fin de la batalla. Es peligrosa y debe tocarse solo con guantes especiales, pero es su única opción hasta que el tiempo decida volver a su curso natural. Los meteorólogos muggles no se explican lo que sucede, y hablan de un fenómeno sin precedentes que, sin duda, pasará a la historia.

La Hermandad no consigue convencer a su diosa de que les conceda una tregua. Es una Madre a la que le han arrebatado una hija. La tierra entera está en duelo y tiñe todo de tinieblas y desesperación, y el cielo llora su muerte como si la lluvia se tratara de lágrimas calientes y agonizantes.

—Queremos hablar con tu hijo —resuelve Thea con una sonrisa incómoda. No quiere perder el tiempo con una fingida conversación amable—. Sabemos que es un mal momento, pero...

—Yo no he conseguido sacarle una sola palabra —se lamenta Ruth, guardando las manos en los bolsillos de su cárdigan—. Ojalá lo consigáis y... Oh, cielos. No puedo ni imaginar por lo que debéis estar pasando. Pobre niña.

Cuando Thea entra en la habitación con su collar hecho con ramas luminosas, esa es la única fuente de luz que ilumina el cuarto del joven.

Cedric es una forma sobre la cama.

Se siente atado a las sábanas, como si el duelo hubiera cosido su cuerpo al colchón y no le dejara moverse para que su herida se mantuviera abierta y en carne viva, doliendo sin parar. No consigue respirar bien, pues cada vez que lo intenta, el aire entra por una cavidad diminuta y en pocas cantidades, y es un aire nocivo y venenoso que transporta el dolor por todas sus entrañas para recordarle que, por desgracia, sigue vivo en un mundo en el que ya no quiere continuar viviendo.

La sola idea de pensar en ella lo envía directo a una vorágine de desconsuelo y locura. Cierra los ojos y hay un remolino de imágenes de su rostro, del fuego y de la oscuridad que teñía el cielo cuando se despidió de Harry sin saber que se enfrentaría a lo peor unos pocos minutos después. Se encuentra suplicando por que todo cese de una vez.

No lo merezco, no lo merezco, no lo merezco.

Tiene ideas inútiles acerca de todo lo que podría haber hecho para evitar llegar hasta este punto. De todas las veces en las que falló, de lo poco atento que había estado a la posible muerte de aquellos a su alrededor porque tomó por imposible algo que era evidente. Nyx podía morir.

Podría haber matado a la serpiente antes de que la mordiera. Podría haber elegido no hablar con Todd para no caer en su desesperada idea de salvarlo. Podría haberse llevado a todos muy lejos, o haber entendido antes que la serpiente era un horrocrux, o haber esquivado la muerte en el cementerio un año atrás para detener el momento en el que Voldemort regresaba a la vida e intentaba matar a Harry.

Podría haberse ahorrado este dolor si nunca se hubiera enamorado de la maleducada, bruta y malhumorada Nyx Longbottom. O, tal vez, podría haber vivido siempre con la esperanza de que ella posara los ojos sobre él, aunque aquello jamás hubiera ocurrido. Ahora maldice a Nyx por enamorarse también de él y llenar su cabeza de ideas estúpidas sobre un futuro que ya nunca ocurrirá. Los recuerdos de su mirada encendida, la fría textura de su piel y sus amenazas vacías fruto de genuina preocupación lo atormentan sin cesar.

¿Por qué?

Ya se han terminado esos días de llorar sin parar al recordar la imagen de su cadáver sin vida. Ya no le quedan más lágrimas que llorar porque se siente vacío y negro, como el cielo que se observa a través de la ventana. Empieza a pensar que, si no se mueve, tal vez termine por consumirse o que la cama terminará por abrirse como si fuera un agujero negro y se lo tragará. Y así, tal vez, todo termine.

Sin embargo, cuando Thea Galanis se acerca a él y lo envuelve entre sus brazos, Cedric descubre que queda un depósito nuevo en su interior. Las lágrimas salen una vez más porque Thea viene de casa de Nyx y, por tanto, su ropa huele a su mismo detergente y el champú que utiliza tiene un ligero olor a romero que siempre, siempre, le recuerda a ella.

—Quiero que vengas con nosotras —le dice Thea, acariciando el dorso de su mano y pasando el pulgar por sus nudillos—. Por favor.

Cedric tiene la garganta demasiado dolorida como para hablar. No quiere salir de su cuarto. Ni siquiera sabe si podrá levantarse para ir al funeral. Cuando se incorpora lo más mínimo, le atiza un dolor lacerante en el cuello y siente la piel caliente, como si tuviera mucha fiebre.

—No lo entiendo —formula, con voz ronca. Augusta, apoyada sobre su bastón, lo mira con desazón un solo segundo antes de volver a enfriar su gesto—. Pensaba que no podía morir. Que ella no la dejaría morir.

—A veces, querido, los humanos cometemos el terrible error de creernos más sabios que la vida y la muerte —enuncia Thea, moviendo ligeramente la cabeza en un asentimiento constante—. Y me temo que esta ha sido una de esas veces. Dábamos por hecho algo que era mucho más grande que todos nosotros.

Cedric se muerde el labio inferior cuando se tumba de nuevo. Le caen unas lágrimas calientes y lentas por las mejillas, tan ásperas que casi se sienten sucias. La anciana acaricia su mentón con suavidad y lo observa.

—Lord Voldemort cometió el error más grande de todos, hijo mío. Y con su error ha arrastrado a tantas almas inocentes que no me cabe duda de que su eterno descanso será desdichado.

Cedric no quiere escuchar nada de eso. Descanso eterno.

¿Dónde descansa Nyx?

Los que la echamos de menos no descansaremos jamás. Seremos también desdichados.

Cedric se vuelca sobre su costado y se encoge. Parece un niño pequeño cuando hace eso, y Augusta por un segundo pestañea y le parece que es igual que Neville. La saliva baja con dificultad por su garganta cuando piensa en ello. Por las noches, la amarga un pensamiento que nunca la deja dormir.

Me pasé la vida tratando de proteger a Neville y, por segunda vez, me han arrebatado a Nyx.

El chico triste sobre la cama es prueba de ello. Se le llenan los ojos de lágrimas porque le parece injusto que las cosas tengan que ser así. Si pudiera, daría la vida cien veces a cambio de la de su nieta. Ella ya ha vivido demasiado y está cansada. A Nyx le quedaba toda una vida por delante junto a Cedric. Ella, que perdió a su marido también joven, sabe lo que es despedir a quien creías tu compañero de vida eterno y tener que aprender a vivir con su ausencia. Conoce demasiado bien el vacío que siente Cedric en su interior.

—Ella te quería —dice Augusta, con voz amarga. No es dada a hablar sobre los sentimientos de los demás, pero, honestamente, qué más da. Ya nada importa—. Nyx nunca demostraba demasiado su afecto, ni siquiera con su familia, pero contigo sí lo hacía. Eras alguien especial para ella. Te quería mucho, chico, y la hacías muy feliz. Debes saber eso.

Aquella confesión hace que Cedric llore todavía más. Se tapa la cara con las manos y solloza sin parar, sintiéndose patético y desdichado por llorar ante ellas. Augusta no tiene ni idea de lo que significan esas palabras. No hay forma de que sepa que Nyx le dijo que lo quería la noche antes de la batalla, y que luego le interrumpió antes de que él le dijera que también la quería. Juró que lo sabía, sin necesidad de que él lo dijera en voz alta, pero daría lo que fuera por volver a ese momento y decírselo de verdad. Había tardado tanto en hacerlo que, al final, se había quedado sin tiempo. Si pudiera, volvería a ese instante y le repetiría las palabras hasta que dejaran de tener sentido, para que Nyx no se hubiera ido sin escucharlas.

Thea extiende la mano y toca su pulsera, de la que cuelga una luna de metal muy torpe. Acaricia el colgante con cuidado y suspira.

—Te pido que nos acompañes, Cedric, por favor. No puedo hacer esto si no estás tú.

Hina también acude con las ancianas y Cedric a la entrada del ruinoso Ministerio de Magia. Con el rostro limpio de maquillaje y el pelo lacio peinado hacia la espada, a Cedric le recuerda a los viejos tiempos, cuando no conocía a Hina en absoluto. Se da cuenta de que a esta, probablemente, tampoco la conoce.

Como yo, es una persona distinta después de la batalla.

Hina Murakami arrebató más de una vida con su inundación. Algunos no sabían nadar. Otros trataron de atacar a la gente del agua, y ellos no tuvieron piedad ninguna, a pesar de que las órdenes de Hina eran de solo apresarlos. La joven se debate entre el terrible duelo que siente por la pérdida de su mejor amiga y el remordimiento de haber matado a alguien. No eran personas inocentes. La hubieran matado a ella y a los suyos de no haber sido frenados. Pero eso no le trae ningún consuelo, y su conciencia todavía no está tranquila. Sin Nyx y sin Philip, que aún no despierta, siente que nada tiene ningún sentido, y que todo lo que ocurrió no sirvió para nada. Ahora que sus actos tienen consecuencias tan graves, siente que ha crecido diez años y diez centímetros, y que cada paso que da tiene que pensarlo con detenimiento.

Cuando mira a Cedric, encoge el mentón y se muerde la lengua. Extiende una mano helada para tomar la suya y serle de apoyo. Cedric no sabe si Hina sí está al tanto de lo que sea que ha preparado Thea, pero prefiere no preguntar. Hina tiende a mentir o a enredar las cosas sin necesidad. No tiene tiempo de entender acertijos ni fantasías.

El Ministerio de Magia ya no sirve su antiguo propósito. Ha quedado tan destrozado que se necesitan semanas de obras para que todo retome su estado inicial, por no hablar de los trabajadores que murieron, siguen desaparecidos o, directamente, participaron en la batalla final en cualquiera de los dos bandos.

Las funciones principales del Ministerio ahora son las de estudiar lo ocurrido en los últimos meses y condenar a los culpables. Azkaban está ocupado por aquellos mortífagos que fueron capturados durante la batalla, y el cuerpo de aurores, junto a varios voluntarios, se dedica a buscar y perseguir a los fugitivos.

Cuando el grupo avanza por el edificio, los guardias no los detienen. Reconocen a Cedric de los periódicos y a Hina de las habladurías. A Augusta porque fue la que le dio el golpe final a Voldemort y puso fin de una vez por todas al conflicto.

Cedric se deja llevar por los pasillos como alma en pena. Lo que ocurre a su alrededor le parece que no genera ningún impacto en él y que pasa rápido y sin dejar huella. No es hasta que nota la bajada de temperatura que se da cuenta de a dónde los ha llevado Thea.

La primera y última vez que Cedric estuvo en esa sala, Albus Dumbledore murió frente a sus ojos.

Y a pesar de ello, la sala sigue intacta y sombría, impasible ante aquello que ocurre en su interior. Las paredes siguen siendo altas y cavernosas y el Arco continúa erigido en medio de la sala, estático e imponente, como un recordatorio de su terrible poder. El frágil velo no se observa desde la entrada, pero cuando Cedric camina hacia el centro de la sala, impulsado por Hina, divisa por fin su falsa suavidad y la ondulación de la tela movida por un viento inexistente.

Decide apartar su mirada de inmediato. Sabe lo que puede haber detrás, y no quiere verlo porque eso significa aceptarlo, y aún no está listo.

¿Es esa la razón por la que quiere traerme Thea? ¿Para que la vea al otro lado y acepte la verdad de una vez por todas?

Mira a su alrededor en busca de una distracción, y esta aparece casi demasiado pronto. De la nada, emerge la figura de Snape, que se retira la capa de invisibilidad frente a sus ojos. Cedric la reconoce como la capa de Harry, y tiene el instinto de conjurar a su amigo para hacérselo saber, pero entonces nota el vacío de la varita en su bolsillo, y luego la asoladora verdad que hay detrás de su ausencia.

Harry también se ha ido. Probablemente esté al otro lado de ese arco.

Snape observa al grupo en silencio. A pesar de que Cedric luchó junto a él y que su ayuda fue significante para la victoria, eso no hace que se gane su simpatía. Entiende ahora lo que Thea pretendía al traerle a aquel lugar.

Augusta le debe la piedra de la Resurrección a Severus Snape. Sin mediar palabra, la anciana extiende la mano y ofrece la diminuta piedra.

Cedric tiene un rápido pensamiento acerca de cómo podría arrebatársela y suplicar por la vuelta de Nyx. Está tan enfadado con el mundo que no le importan las consecuencias, ni el hecho de que carece de varita y que Snape es más rápido y astuto que él.

Si no lo hace es porque teme que no funcione. Eso sería mil veces peor. Hacerse esperanzas y luego verlas rotas añicos.

—Cumples tus promesas —admira Snape en dirección a Augusta.

—También tú —concede ella, sin mover apenas los labios.

Severus observa la piedra sobre la palma de su mano. Todos piensan lo mismo: es una piedra insulsa y corriente, salvo por el dibujo que tiene de las reliquias sobre su lisa superficie. Por lo demás, podría pasar por cualquier piedra de cualquier río.

—Permítenos quedarnos, Severus —pide Thea, con una sonrisa calmada—. Al fin y al cabo, este es un hito histórico. Concédenos la primicia, ¿quieres? Están siendo unos días duros.

Severus la observa con sospecha, hasta que alza una ceja.

—Suponía que me suplicaríais por ella. Que me pediríais que la trajera también a nuestro mundo.

Cedric tensa la mandíbula. En la lista de personas delante de las cuales no quiere llorar, Snape está en un puesto bastante alto. Así que se pone nervioso y mira a cualquier parte y esa parte es el velo, pero es un momento tan breve que no le da tiempo a discernir quiénes son las figuras al otro lado.

—Ni siquiera tenemos la certeza de que vaya a funcionar —responde Thea, encogiéndose de hombros—. Engañar a la muerte es difícil, Severus.

—No la pienso engañar.

Snape se coloca la capa sobre los hombros y alza su varita para enseñarla. Es la varita de saúco y es tan larga que parece fuera de lugar en sus manos. Dumbledore la llevaba con más gracia porque era bastante más alto que él.

—No la engañaré, porque estas Reliquias me convierten en el Señor de la Muerte.

Acto seguido, comienza a andar hacia el Arco. Cedric ni siquiera piensa mirar, pero Hina insiste y tira de él. La proximidad hace que el viento que mueve la tela sí parezca real, y es gélido y es evidente que no procede del mundo de los vivos. Hiela los huesos de Cedric y hace que se quede rígido en el sitio. La primera voz que escucha es la de Todd.

Hola, tío. Siento lo que pasó.

Cedric levanta la mirada para buscarlo en los pliegues de la tela. Está tan sonriente como siempre, con la chaqueta que le quitó para suplantar su identidad. Murió en ella, a sabiendas de que Voldemort jamás lo dejaría con vida. A pesar de la gravedad de su muerte, Todd Dodderidge parece en paz.

Cedric quiere decir algo, pero hay una mujer junto a él que se le adelanta y habla antes. Es bajita y tiene el cabello rubio platino y los ojos enormes. Se parece a Luna Lovegood. Y habla en griego cuando se dirige a Thea, solo que Thea la escucha muy de pasada y Hina tiene que hacer de intermediaria.

Nyx no está. Tampoco Harry. Cedric no sabe si es que no están listos para acudir a verle o si acaso el Arco es una puerta y ellos simplemente están en otro lugar del Más Allá. El corazón le da un vuelco por la decepción. De nuevo, tragar saliva es un trabajo costoso.

—Lily... Potter —enuncia Snape, en dirección al arco—. Requiero su presencia.

Todd y la que debe ser la madre de Luna desaparecen en ese momento. Cedric siente una angustia que le sube por el esófago. Tendría que haberle dicho algo a Todd. Tendría que haberle dado su perdón y las gracias por la intención tras su sacrificio, por terrible que fuera. Pero no lo ha hecho.

Me pidió perdón durante todos los últimos meses de su vida y nunca se lo di.

El Arco se queda vacío durante casi un minuto Hina mira a Cedric con cautela. Parecen tener una conversación silenciosa en ese momento.

¿Crees que aparecerá Nyx?

¿Crees que Snape puede hacer que cruce?

¿Crees que funcionará? ¿O pasará como en el cuento de los tres hermanos?

Son muchas preguntas y ninguna respuesta. Se dan la mano con tanta fuerza que parece que ambos determinan que no van a saberlo hasta que ocurra. Hasta que intenten que ocurra.

Lily Potter aparece por fin en el Arco. Es muy, muy guapa. Cedric advierte que no es mucho más mayor que él, y que tiene la mirada y la sonrisa amables de Harry, aunque su aura se torna gris al ver a Snape.

A este también le cambia el rostro al verla a ella. Se le ablandan las facciones y poco a poco parece que se derrite hasta ser un hombre joven. La mira con ternura y anhelo, y por un segundo, Cedric se lo cree todo. Que él verdaderamente la ama tanto como para cometer la locura de traicionar a los suyos, matar al mejor mago de todos los tiempos y tentar a la muerte por ella.

Se siente indigno del amor al ver eso. ¿Qué hizo él por Nyx? ¿Qué está haciendo ahora por ella, excepto llorar y lamentarse?

Pero entonces Lily empieza a hablar y solo Snape, Hina y él la oyen. Snape porque tiene los tres objetos. Cedric y Hina porque murieron.

—Cruza el velo, Lily. Ven a mi lado.

—No.

Augusta y Thea no necesitan escucharla para entender lo que ocurre. Cuando Cedric se gira a mirarlas, le parece ver una sonrisa en la comisura de la boca de las dos.

—Vamos, Lily. Jamás debiste morir. Yo...

—¡Serás desgraciado! —dice ella, negando sin parar—. ¡Te aliaste con quienes me hicieron esto! ¡A mí y a toda mi familia!

—Sabes que...

—Harry está aquí —anuncia Lily, apretando los labios con fuerza—. Harry tiene catorce años y está aquí por culpa de ya sabes quién, pero también por culpa tuya.

Cedric encoge el estómago al escuchar aquello, casi como si hubieran enunciado su nombre y no el de Harry. Durante casi un año, se sentía parte de un mismo todo junto a Harry. Y ahora le falta esa mitad.

—Pero lo hemos matado. Voldemort ya no...

—No es el único que ha muerto, Severus. Mi hijo ha muerto. Me sacrifiqué por él y no sirvió de nada, ¿no lo entiendes?

Snape mira a su alrededor, completamente perdido. Parece pensar bien sus siguientes pasos cuando mira a los cuatro espectadores, que casi sienten vergüenza por él.

Parece decidir que le da igual, y que ha recorrido demasiado para ahora darse por vencido.

—Lily, te amo. Lo he hecho todo por ti. Me he arrepentido de traicionarte desde el momento en que ocurrió y me he pasado la vida intentando arreglarlo. Eres lo único que me importa. —Su voz, cargada de súplica, suena más suave de lo que los presentes la han escuchado jamás.

—Una pena, Severus. Tú a mí no me importas nada. Por suerte o por la peor de las desgracias, las únicas dos personas a las que quiero están aquí conmigo.

Snape se queda pálido. Se empequeñece hasta que parece que la capa, al igual que la varita, le queda enorme.

—Puedes cruzar, Lily. Puedes darme la mano y cruzar y regresar a la vida. ¿No te gustaría eso? ¿Volver a la vida?

Lily lo mira con una mezcla de lástima y asco.

—No. Y si cruzara, sería con mi familia y... —responde con determinación. Seguidamente, chasquea la lengua—. Ni siquiera es posible, Severus. ¿Crees que no hay millones de almas que han intentando regresar al mundo de los vivos? ¿Cuántas lo han conseguido?

—No tenían esto —dice Snape, enseñando las reliquias.

—¿Y qué te hace pensar que funcionará? ¿Porque te has esforzado mucho por conseguirlas? ¿Porque lo haces por amor? —se burla Lily, negando de un lado a otro—. No, Severus. No funcionará ni una cosa ni la otra.

—Puedo ordenártelo. Sé un hechizo que te obligaría a cruzar.

—Ese es tu problema, Severus. Nunca lo entendiste. Sin embargo, este joven de aquí lo entendió sin necesidad de trapos sucios —responde Lily, señalando a Cedric—. Tienes una visión errónea del amor si piensas que consiste en obligar a la persona a la que quieres a permanecer a tu lado. No funciona así.

—Lily, por favor. ¿De verdad prefieres quedarte en la nada antes que regresar a mi lado? ¿Después de todo lo que he hecho por ti?

—Por supuesto que sí, Severus —responde sin vacilación, como si se aguantara la risa—. Jamás desearía estar al lado de una persona que tiene negro el corazón. Agradezco tus esfuerzos, pero ves que son en vano y caen en saco roto. No deseo verte más.

Lily desaparece, solo para regresar al instante y mirar en dirección a Cedric con agradecimiento. Harry le contó una vez que la gente solía decirle lo mucho que se parecían sus ojos a los de su madre. Cedric advierte que todas esas personas tenían razón, porque cuando mira a Lily Potter, le parece que vuelve a ver a Harry.

—Gracias.

La voz de Lily es sincera. Le llena de nuevo los pulmones de aire.

—Gracias por ayudar a mi Harry. James y yo estamos muy, muy agradecidos.

La imagen de Lily se desvanece lentamente, perdiendo color y tornándose de nuevo oscuro. Cedric sonríe por primera vez en días, pero tiene los ojos llenos de lágrimas.

—Lily...

Es Snape quien habla, alargando una mano en dirección al lugar en el que desaparece Lily. Esa mano cruza el velo y, ante las miradas atónitas de los demás, se desintegra al instante. Cuando Severus trata de sacarla, la mano se disuelve en partículas de polvo grisáceo que vuelan en dirección a la tela y desaparecen igual que lo ha hecho la mujer.

Mira a los demás con incredulidad. Cedric da un paso atrás, pasmado. La mano de Snape ha desaparecido, y las partículas de polvo no dejan de desprenderse de su brazo y volar en dirección al Arco.

—Pero... ¡no puede ser! ¡Tengo las Reliquias!

Thea, la más benevolente de todos, se acerca para examinarlo con estudiada calma. Después, niega con un chasquido de su lengua antes de alejarse un poco y encogerse de hombros.

—Te lo advertí, Severus. Jugar con la muerte no suele salir bien. Arrebataste una varita que no te pertenecía y coaccionaste a este joven para conseguir la capa. La Muerte es sabia, Severus, y no te reconoce como su señor.

Thea habla con una gravedad en su voz que sorprende incluso a Augusta, que por primera vez siente una mezcla de miedo y respeto por su compañera. Ante sus ojos, el cuerpo de Severus Snape se desintegra sin remedio. El hombre observa con impotencia su fin y trata de zafarse de la tela, pero por mucho que agita sus brazos con angustia, las partículas continúan desprendiéndose de su carne y atraviesan el velo, hasta que ya no queda nada de él en la sala excepto el eco de su grito. Cuando Cedric observa el Arco, Snape está al otro lado.

Y aunque trata de cruzarlo de nuevo, nada ocurre. Para su horror, las reliquias se han quedado al otro lado, a los pies de Thea, imposibles de alcanzar para él.

—Maldita sea —masculla, antes de mirar a Thea—. ¡Lo sabías! ¡Por eso querías quedarte a verlo!

Thea sonríe, acercándose a él con burla.

—¿Qué puedo decir, Severus? Me gusta una buena tragicomedia como a la que más, especialmente cuando el villano termina mal —dice la anciana, despidiéndolo con la mano—. Manda saludos allí abajo y, por el bien de tu decencia, deja en paz a esa mujer, que claramente te detesta.

Snape desaparece de la vista de todos, enfurecido. Hina, boquiabierta, da un salto antes de ponerse a reír con incredulidad y desconcierto.

—¡Eso ha sido impresionante! —celebra Hina, lanzándose hacia Thea—. ¡Señora Galanis, es usted brillante!

Thea se gira y se deja halagar, con una mueca de falsa modestia. Hina sigue celebrando y mira a su alrededor antes de apagarse una vez más. No hace falta que diga que busca a su amiga entre los presentes para reírse de la desgracia de Severus Snape. Pero Nyx ya no está junto a ella para celebrar.

Sin embargo, a Thea no se le borra la sonrisa. Coloca ambas manos sobre los hombros de Cedric y lo observa con orgullo.

—Bueno, ¿qué me dices, joven? ¿Vamos a por Nyx?

La sala se queda en completo silencio. Solo se oye el viento sobrenatural del Arco y la respiración acelerada de Hina tras su celebración de la victoria. La primera en moverse es Augusta, que niega de un lado a otro y deja escapar un chasquido de decepción.

—No hagas eso, Thea. Déjate de tonterías, por Morgana.

Thea mira a la otra anciana y esta vez su sonrisa es más escueta. No parece ofendida por la falta de confianza de Augusta.

—Tenía razón con esto, así que las probabilidades de tener razón con mi otra teoría son muy altas, Augusta.

—No sé qué se te ha ocurrido, pero no —chista, dando un paso atrás—. Esta familia ya ha sufrido suficiente como para que ahora vengas a esperanzarnos con falsas ilusiones.

Hina, acostumbrada a la negatividad de los Longbottom, se gira en dirección a Thea para tomar su brazo y llamar su atención.

—¿Qué teoría tiene, señora Galanis?

La anciana asiente. Tiene la mirada eufórica, casi como si estuviera perdida en una ensoñación. Toma también el hombro de Cedric para que la escuche.

—Tengo una teoría sobre la protección, la muerte... ¡Las díadas! —enuncia, con una sonrisa radiante y desesperada—. Las díadas, ¿recordáis? Una pareja de seres equivalentes...

—Señora, ¿qué está diciendo? —inquiere Hina, asustada por lo rápido que habla Thea.

—Basta ya, Thea —refuta Augusta, intentando alejarla de los jóvenes—. ¡Los vas a asustar!

—¡Deja que me escuchen! —se queja la mujer, apartándose—. Deja que decidan por ellos mismos si me quieren creer, ¿vale? Ni siquiera me has escuchado tú. Siempre piensas que deliro, pero dime, ¿cuándo me he equivocado, eh? ¿Cuándo...?

—¡Dijiste que Nyx estaba protegida contra la muerte, Thea, ahí te equivocaste! —ladra Augusta. Su voz retumba por las paredes de la cámara y lo silencia todo a su paso.

Cedric piensa lo mismo que Augusta. Solía ser optimista y dejarse llevar por fantasías y sueños imposibles, pero ahora la vida le ha dado un golpe de realidad que le ha hecho abrir los ojos y ya no cree en absolutamente nada ni nadie. Cuando escucha y ve a Thea, solo comprende que es una pobre mujer cansada que desvaría.

Pero el viento gélido del Más Allá roza sus pestañas y remueve su flequillo. Solo Hina parece sentirlo, por cómo se encoge ante el frío. La sensación le recuerda que él estuvo al otro lado y regresó, por insólito que parezca. Que lo imposible y delirante que Thea balbucea como una loca, a veces, es real.

Así que siente una diminuta llama de esperanza en su interior que le hace devolverle la mirada a Thea y prestarle su atención.

Un solo minuto. Después de eso, me marcharé a casa, donde nadie pueda llenarme el corazón de promesas vacías.

—De eso va mi teoría, Augusta. Nyx estaba protegida contra la muerte —repite lentamente la anciana, con la voz cargada de emoción. Tiene los ojos llenos de lágrimas al pensar en su nieta—. Y la protección la colocó su madre, ¿cierto?

Hina asiente con ganas, ávida de más información. Es mucho más rápida que Cedric en seguirla porque Hina ha estado estudiando sobre ello durante todo un año, buscando cómo funciona la protección junto a Nyx.

—Bien, la protección la coloca un igual, alguien que daría la vida por la otra persona —repite Thea, aleccionándolos—. A vosotros os colocó Nyx la protección y sirvió, ¿sí? Moristeis y regresasteis y... ¿Podéis repetir qué visteis? ¿Al morir?

—A Nyx... —susurra Cedric con un nudo en la garganta. Vio sus manos, trayéndolo de vuelta.

—A Nyx, sí —repite Hina, entrecerrando los ojos mientras los engranajes dan vueltas en su cerebro.

—Y Neville también la vio —añade Cedric, recordando sus primeras palabras al regresar de la muerte, justo antes del fatídico momento del ataque de la serpiente.

—Correcto. La persona que os puso la protección es la que os salva de la muerte—determina Thea, con un rápido asentimiento—. De nuevo, decidme, ¿quién le puso la protección a Nyx?

—Su madre —susurra Cedric.

¿Es una locura?

Sí. Pero está empezando a cobrar sentido y es imparable. Es la llama de la esperanza que hace arder el bosque, como Thea desató aquel incendio en el Bosque Prohibido al enterarse de que Nyx había muerto y todo había sido en vano. Antes de formular su loca pero plausible teoría.

—Pero Nyx sí sobrevivió la primera vez... —musita Hina, haciendo cálculos.

—Augusta y yo vimos el recuerdo de Nyx sobre ese momento —admite Thea, mirando a la mencionada para ver si decide secundarla—. Cuando Nyx murió, Alice seguía consciente, pero cuando regresó, mi hija ya no... Ya había perdido la cabeza.

Cedric se aleja un poco, tratando de darle sentido a sus palabras.

—¿Cree que Nyx no ha regresado porque su madre no puede sacarla esta vez?

—Exacto —responde Thea con los ojos abiertos de par en par—. Una de las partes de la díada ya no es equivalente porque, aunque Nyx podría morir por ella, Alice ya no tiene la capacidad de tomar esa decisión.

Cedric lo piensa detenidamente y no sabe si es por el dolor o por lo poco que ha dormido, pero todo tiene sentido.

Y eso no tiene por qué ser bueno. Porque aunque ya comprenda la razón por la cual Nyx no regresó, eso no hace que vuelva ahora. Solo determina que ya no volverá nunca más.

—Pero entonces no puede regresar. Ha muerto y no puede volver... —gime, el dolor oprimiendo su garganta. Estaba haciendo un buen trabajo en no llorar, pero parece que ya no tiene más fuerzas para seguir aguantando.

Thea da una palmada para atraer su atención. Augusta deja escapar un gruñido, aunque lleva un rato callada, escuchándola.

—No del todo, cielo. Creo que... Cedric, creo que Nyx sí podría volver.

Ahora sí tiene la atención de los tres. Cedric la mira con la desesperación tiñéndole el rostro. Hina toma su antebrazo, con advertencia, o como si quisiera aferrarse a algo para no caerse.

—¿Recuerdas mis clases, cielo? ¿Vuestro mito? ¿Orfeo, que bajó a los infiernos para recuperar a su amada Eurídice?

Se rompe el hechizo. Cedric da otro paso atrás y se aleja de Hina y de las demás, sintiendo la puñalada de la realidad dándole de lleno en el pecho.

—Eso son cuentos, señora Galanis.

Hina niega rápidamente.

—No todo son cuentos, Cedric —se queja, mirándole con el ceño fruncido—. Mis amigos nunca me creían cuando hablaba de mis fantasías. Pensaban que lo inventaba todo, pero yo siempre he dicho la verdad. Todos los mitos tienen su parte de verdad.

—Mirad, no puedo más —brama Cedric, con un lamento—. Con esto no se juega. ¡Nyx se ha muerto! ¡No me hagáis creer que puede regresar porque eso no es verdad! ¡Eso no es más que un cuento viejo!

—Si los mitos no son ciertos, ¿cómo es que la naturaleza nos responde cuando la veneramos, eh, Cedric? —sigue Hina, tomándolo del brazo—. ¿Cómo es que volvimos de la muerte si todo es mentira? Para los muggles, nuestra magia es un mito también, y tú y yo sabemos que no es cierto.

Cedric se deja caer al suelo, de rodillas, y esconde el rostro tras las manos. No cree nada. No se atreve a creer. Sentía que estaba cerca de la verdad, por fin, y que todo iba a terminar, y resulta que Thea no deja de hablar de fantasías.

—Igual que Orfeo, Cedric, cruzaste el arco de la muerte y regresaste. ¿No es cierto que oías a Lily, eh? ¿Y que te comunicabas con Harry, quien murió? Tienes cierta conexión con el otro lado porque estuviste allí, por breve que fuera ese momento.

—Pero...

—No creo que te hagan falta estas reliquias para cruzar de nuevo —espeta la mujer, señalando el suelo—. Tengo la certeza de que puedes meterte ahí y buscarla y traerla de vuelta a la vida, como siempre debió... Oh...

Cedric no sabe a qué se debe aquella exclamación. Alza el rostro para intentar entenderlo, y las tres mujeres lo observan con sorpresa. Hina lo señala, pasmada, con los ojos iluminados por la sorpresa.

Nota el reflejo de la luz sobre sus rostros. Cuando mira hacia sus manos, observa que brillan. Sus ojos están brillando justo ahora, como solían brillar los ojos de Nyx con la luz de la luna.

—Tengo razón, ¿ves? ¡Mi teoría es cierta! —celebra Thea, con un asentimiento y los labios apretados por la felicidad—. Tengo razón y nuestra Madre quiere que vayas a por Nyx, Cedric. Quiere que la saques y salgas de ahí sin mirar atrás.

Cedric se derrumba otra vez. Está tan exhausto que podría desfallecer en cualquier momento del cansancio y del shock. Quieren que cruce el velo por el que ha visto a morir a dos personas. Quieren que baje al infierno y saque a Nyx de él. Es una absoluta locura y, si no fuera por el cosquilleo que siente bajo su piel que reconoce como la influencia de la luna, pensaría que el que está delirando es él y que en realidad está teniendo un sueño horrible y sigue en su cama, sumido en una pesadilla.

¿Cómo va a cruzar él el arco de la muerte?

¿Y si lo cruza y no regresa?

¿Y si no es capaz de encontrarla?

¿Y si lo hace y Nyx no quiere...?

Se deja arrastrar por la ansiedad y el desconsuelo. Le vibran los huesos porque siente que, lo que hay al otro lado del Arco, lo llama, igual que lo llamó la otra vez y lo invitó a cruzarlo. Siente que podría hacerlo, por descabellado que parezca, y el miedo lo envuelve como una capa y aprisiona su cuerpo hasta que no puede respirar.

Hasta que alguien decide sacarlo de su pozo de miseria.

—Levántate, Cedric. ¿Acaso eres sordo? —le insta Augusta, tomándolo de los brazos para levantarlo—. ¡Deja de llorar! Eso no sirve absolutamente para nada, y mucho menos gritar una y otra vez que no puedes hacerlo. Eres perfectamente capaz, chico.

Cedric mira a Augusta, pensando que la mujer ha perdido también la cabeza, pero cuando la anciana le devuelve la mirada, esta está llena de lágrimas. Augusta Longbottom está llorando y está sonriendo, lo cuál es aún más insólito, y lo inaudito de esas dos cosas hace que Cedric se dé cuenta de que todo es posible, hasta lo más extraordinario.

Tiene tres normas, Augusta.

Nada de lamentarse, nada de llorar y sorberse los mocos y nada de quedarse de brazos cruzados, sin hacer nada. Cedric tiene una misión por delante, y no tiene tiempo que perder.

—¿No has oído a Thea? Mi nieta está al otro lado. Deja de quejarte y de lloriquear y ponte en marcha, muchacho. Nyx te está esperando al otro lado.

A pesar de lo prometido... Parece que sí hay epílogo.

Hasta mañana 🌛 Aunque os dejo en la siguiente publicación una cosita especial que escribí ❤️


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top