(𝟓𝟔) · 𝐁𝐫ú𝐣𝐮𝐥𝐚 ·

A veces, Connor mira a Cedric y a Nyx y no recuerda que llevan meses saliendo juntos. Los ve abrazados, o sentados hombro contra hombro, y piensa en cuánto le gustaría que Nyx aceptara sus propios sentimientos o que Cedric se los confesara.

Luego recuerda que eso ya ocurrió, y entonces sale del trance y se da cuenta de que han pasado los meses sin que él se dé cuenta. Un día estaba preocupándose por algo tan banal como qué cereales tomar por la mañana y ahora está buscando la manera de matar a Lord Voldemort mientras ve a su amiga Hina caminar sobre el agua. Vuelve en sí con tanta rapidez que siente que se marea, como cuando está borracho y cierra los ojos y todo da vueltas y tiene que sacar la pierna de la cama y apoyar el pie en el suelo para anclarse al presente.

Siempre recuerda el día en el que llegó la carta de Hogwarts a su casa y su padre dijo que aquello era una estafa. Ahora, Connor maldice al señor loco de barba blanca sacado de un cuento que convenció a su padre de dejarle estudiar magia. Su vida sería mucho más tranquila si nunca hubiera estudiado en Hogwarts. Probablemente, estaría por graduarse de la Academia Lark con matrícula de honor y estaría planeando un festival de música al que acudir en verano.

A veces, siente ganas de marcharse y tirar la toalla. Piensa en las palabras de Todd, llamándole inteligente, fascinante y valiente, y siente una patada en todo el esternón que le quita el aire de los pulmones. No se siente ninguna de esas cosas, y que alguien le ponga en un pedestal tan alto hace que la caída desde ahí le parezca abrumadora.

Se tumba sobre la hierba fresca, introduce los dedos en la tierra y cierra los ojos. Se olvida de que está en Grecia, en la misma catarata en la que revivieron a Hina hace un par de noches, y solo piensa en su casa.

Si no les tuviera tanto cariño a sus amigos, se iría sin dudarlo. Desearía ser un poco más egoísta, pero no le sale. Sabe que si se marchara, tardaría cinco minutos en volver para asegurarse de que todos están bien. Que Hina no está siendo tan Hina, que Nyx no le ha pegado un puñetazo a alguien y que Cedric no ha intentado arreglarlo todo con el poder de su sonrisa.

Pero las cosas han cambiado. Hina, Nyx y Cedric ya no tienen trece años. Tienen dieciocho, y ya se han enfrentado a la muerte y han vivido para contarlo. Connor no puede hacer nada por ellos más que confiar.

Astrid, tumbada a su lado mirando al cielo, tampoco necesita su ayuda. Astrid no flaquearía como él ante el peligro. De hecho, de haberlo, Connor sospecha que Astrid se enfrentaría a él sin pensarlo.

Así que su preocupación recae en sus otros tres amigos. En Asher, que por primera vez en su vida está demostrando que no es una roca inamovible. La última vez que lo vio, Asher lo abrazó y le confesó que odiaba que lo vieran llorar mientras se ahogaba en sus propias lágrimas. Connor está intentando hacer las paces con la idea de que no puede hacer nada por ayudar a su amigo. No puede devolverle a su padre, y no puede borrar las marcas de los golpes en su cuerpo porque se realizaron con magia negra. Lo que sí puede darle a su amigo es tiempo para superar su trauma. Y por desgracia, no puede hacer que el tiempo pase más rápido.

Por Todd tampoco puede hacer nada. Por Todd, en realidad, no debería hacer nada, y aun así, se siente responsable. Tendría que haberlo visto venir. Siempre supo que Todd la liaría, que su prepotencia y su avaricia terminarían sacando lo peor de él, pero nunca imaginó que haría algo tan grave. Lo que más le molesta a Connor es que, en el fondo, no consigue odiarlo como sí lo odia Cedric. Sabe que debería, y lo intenta con todas sus fuerzas, pero sabe que, al final del día, Todd sigue ocupando un pequeñito espacio en sus mejores recuerdos.

Y por Philip Quill, Connor no puede hacer absolutamente nada. Se siente enfermo cuando piensa en su amigo debatiéndose entre la vida y la muerte por el único motivo de haber estado en medio de una batalla que nada tenía que ver con él. Philip siempre fue demasiado puro y demasiado bueno para este mundo. Connor piensa en él y siente ganas de gritar.

No puede más.

Pero tampoco puede irse.

Así que decide hacer lo que hace siempre con todos sus problemas. Cuando a Connor se le acumulan las tareas, las apila y lidia con ellas de una en una hasta terminarlas, en lugar de dejarlas acumularse como siempre hizo Nyx, por ejemplo.

Así que si quiere que termine esa guerra, tiene que ponerse manos a la obra.

Reúne a los demás y hace una lista de objetos valiosos, reliquias y leyendas. Discuten acerca de cuáles podría haber seleccionado Voldemort para albergar en ellos su alma, teniendo en cuenta que dos de los objetos destruidos eran de su familia y otro era del fundador de Slytherin.

Siguiendo esa línea de pensamiento, hablan acerca de los fundadores del colegio. Ven poco probable que se hiciera alguna vez con la espada de Godric Gryffindor, además de que, de haberlo hecho, Neville lo hubiera notado al sujetar la espada. Cedric aún recuerda la sensación de tener el guardapelo en su posesión.

—Rowena Ravenclaw tenía una diadema —comenta Astrid, dejando de morderse una uña para ello—. Y Helga Hufflepuff, por supuesto, tenía una copa.

—¿Pero alguien sabe dónde están esos objetos? —se queja Nyx, masajeándose las sienes—. Seguro que Dumbledore lo sabía, pero por supuesto tuvo que hacerse el dramático y palmarla.

—¿Tal vez estén en Hogwarts? —sugiere Cedric, intentando sonar optimista. Sin embargo, solo de pensar en volver al colegio se le revuelve el estómago—. Aunque, a lo mejor, Neville y los demás ya han llegado y... Vaya, aunque entráramos al colegio, ese lugar es inmenso. Se nos haría imposible encontrar nada...

—¿Y tu brújula? —propone Nyx, mirando a Cedric con las cejas alzadas—. ¿No nos llevaría?

Cedric saca el objeto de su bolsillo y lo toma entre sus manos. Siempre que la ve, se siente secretamente entusiasmado, a pesar de que, la última vez que la usó, la cosa no terminó bien. Cedric adora ese objeto simplemente porque se lo regaló Nyx.

Cuando levanta la tapa, las manecillas rotan unos segundos sobre el fondo estrellado antes de parar en una dirección.

—Pero esto podría ser a miles de kilómetros —se lamenta, con un chasquido—. Podemos seguirlo, pero tal vez tardemos meses en llegar hasta ahí...

Connor coge la brújula y la examina, pasando los dedos por encima con curiosidad. Adivina que no es una brújula común porque no se mueve cuando trata de sacudirla.

—Es preciosa. ¿De dónde la has sacado, exactamente?

—La hizo mi abuelo Nic —explica Nyx—. Es artesano.

—La brújula conduce al lugar al que quieres o necesitas ir —explica Cedric con un carraspeo. Nyx lo mira de reojo, lo ve sonrojado, y pone la vista en blanco porque sabe en qué está pensando.

—Tal vez sepa si hay una brújula más precisa o sepa de alguna forma de localizar algún objeto. —Connor se levanta y se sacude los restos de hierba y tierra del pantalón—. ¡Murakami, vamos! ¡Suficiente surf por hoy!

Hina, que camina sobre el agua, mira a Connor desde la distancia y hace una mueca de decepción antes de concentrarse para que la ola de agua sobre la que está en equilibrio la dirija hacia la orilla. Cedric sonríe ligeramente al verla hacer aquello con tanta naturalidad, como si llevara años dominando el agua. La diosa le ha permitido tener sus poderes intactos. Nyx no ha contado demasiado acerca de lo que ocurrió para que la salvara, pero desde entonces, está más callada que de costumbre y no admite por qué.

Nic Galanis escucha al grupo con atención. Lo han encontrado en la cocina, terminando el guiso para la comida del día. Mientras los demás relatan lo que buscan, el anciano pela unas manzanas a mano con mucha destreza.

—¿Un localizador más concreto? —pregunta Nic, rascándose la cabeza—. No lo hay, jóvenes.

Nyx suspira con exasperación. No era como si tuviera demasiadas esperanzas, pero ahora se siente mucho menos optimista.

—¿No existe nada, abuelo?

—Sería peligroso que cualquiera pudiera encontrar cualquier cosa, cielo. Esa magia no es de conocimiento común y, la que hay... Es magia prohibida, ya sabes.

Nyx alza la ceja, preguntándole con la mirada si se está refiriendo a algo que pueda hacer su abuela, pero el anciano niega.

—Magia oscura. Y de eso no sabemos.

Hina carraspea y se acerca al anciano. Ya no está verdosa, y después de dormir veinte horas seguidas, empieza a parecer la de antes. La cicatriz que Nyx le dejó en la frente todavía está roja, curándose poco a poco.

—Pero yo creo que sí es posible, señor Galanis. Mi tío Ren perdió una vez su cartera mientras usaba un traslador y pudo localizarla con un hechizo, me acuerdo de eso.

—Porque el objeto es suyo, eso es distinto. Lo que es tuyo sí que se puede localizar con un hechizo, pero no creo que un objeto tan valioso como el que habéis comentado os pertenezca a alguno de vosotros. Si cualquiera pudiera localizar cualquier cosa, sería muy fácil robar a otros.

—¿Tal vez nos pertenezca por ser Hufflepuff? —ofrece Cedric, sabiendo que la respuesta será una negativa—. Helga Hufflepuff murió hace muchísimo tiempo. ¿Todos los objetos que pertenecían a personas fallecidas son ilocalizables?

—¿Y un familiar? —propone Connor, apoyándose sobre la mesa—. ¿Funcionará el hechizo si es una reliquia familiar? Si un descendiente de Helga Hufflepuff quisiera su copa, ¿podría localizarla, por ejemplo?

Nic alza las cejas, mientras piensa, y después se encoge de hombros. Nyx se parece bastante a su abuelo materno: es alta como él y, cuando piensan, su rostro se torna serio.

—Sí, supongo que sí. Siempre y cuando tenga su sangre, supongo que no hay problema.

—¿Conoces algún Hufflepuff de sangre? —pregunta Nyx con escepticismo en dirección a Connor.

El chico sonríe ampliamente. Le encanta saber algo cuando los demás no tienen ni idea.

—Todos lo conocemos: Zacharias Smith.

Nyx bufa al escuchar aquello.

—¿Ese palurdo? Me cae fatal.

Astrid ahoga una carcajada. Nyx dejó claro muchas veces en las clases de Thea lo mal que le caía Zacharias Smith.

—Es idiota, pero tal vez se preste a colaborar —ofrece Connor—. Yo lo conozco un poco más, y además, estaba en el grupo de protección y su hermana Adele quedó herida por culpa de Malfoy. Estoy seguro de que nos escuchará, al menos. Solo necesitamos que sea él quien lance el hechizo de localización.

—¿Y crees que nos prestará luego la copa? —pregunta Astrid sin demasiada convicción—. ¿No la querrá después? Si es que no la tiene ya su familia bien guardada.

—Bueno, si no se presta a colaborar a mí se me ocurre alguna forma de convencerlo —sonríe Hina. Sus amigos se encogen con un escalofrío.

No es muy difícil localizar a Zacharias Smith. Astrid y Connor lo encuentran saliendo de San Mungo tras visitar a su hermana, y luego lo siguen por las calles de Londres hasta que lo ven entrar en una tienda de zapatos. Ambos han alterado mínimamente su apariencia por si acaso hay algún mortífago rondando los alrededores del hospital. Connor se ha hecho crecer una barba y se ha puesto gafas y gorro, y Astrid lleva el pelo de color rubio y largo.

Zacharias los reconoce a pesar del disfraz, por supuesto. Se queda mirando a Connor unos segundos hasta que alza las cejas al percibir de quiénes se tratan. Mira a su alrededor, como si esperara estar rodeado, y finalmente baja los hombros al darse cuenta de que solo son ellos dos.

—¿Me estáis siguiendo?

—¿Por qué no hablamos en un sitio más privado? —propone Connor, haciéndole un gesto con la mirada a Zacharias que trata de ser evidentemente de alerta.

Zacharias, sin embargo, no parece entenderlo.

—¿No podemos hablar aquí? Tengo prisa.

—Los hombres hetero no entendéis nunca nada —se lamenta Astrid, tomándolo del brazo—. Ven con nosotros, Zac.

Consiguen convencerlo de ir a un parque cercano. Hay bastante policía en el centro de Londres desde lo ocurrido en el puente. Las noticias muggle hablan de un supuesto ataque terrorista de un ejecutor desconocido, así que hay mucha seguridad por todas partes en busca de indicios de lo ocurrido, ya que nadie recuerda con claridad lo que pasó aquel día.

—¿Vienes del colegio? —pregunta Connor, al ver que va vestido de calle.

—Qué va, nos han ido evacuando poco a poco. Después de lo que pasó con Draco Malfoy y Hina... —explica, con un escalofrío—. Ya no queda nadie, que yo sepa. No es seguro, ¿sabes? Han desaparecido varios hijos de muggles, y dicen que Voldemort apareció y...

—Es cierto —confirma Connor con seriedad—. Mis amigos lo vieron.

—¿Es verdad que quiere a Neville Longbottom?

Connor mira a Astrid un solo segundo. Zacharias Smith es bastante cotilla, todo el mundo lo sabe. Puede que no les caiga bien, pero tener a alguien a su favor que cuente lo que está pasando puede ser buena idea.

—Sí —cuenta Astrid. De nada sirve mentir—. Conoces a Neville, es de tu curso, ¿verdad? Y a su hermana y a Cedric y...

Él asiente, todavía un poco desconcertado.

—Pues claro.

—Ellos... Nosotros —se corrige Connor—. Estamos luchando por terminar con todo esto, Zac. Ya viste lo que pasó en Hogwarts, y el otro día, en el puente, murieron varias personas. Como tú has dicho, están desapareciendo los nacidos de muggle.

Zacharias asiente, nervioso. Mira de nuevo a su alrededor, pensando que le van a tender una emboscada en cualquier momento.

—¿Qué tengo que ver en todo esto? Porque si queréis que me una a vuestro grupo, no creo que...

—No tienes que luchar —acorta Connor, llegando por fin a donde necesita—. No tienes que moverte del sitio, en realidad. Solo tienes que hacernos un favor.

—¿Qué tipo de favor?

Obviamente, no le explican que necesitan buscar un objeto de un antepasado suyo porque el alma de Voldemort podría estar ahí guardada. Es una información demasiado valiosa —y peligrosa— y por ende es mejor que no lo sepa. Le mienten diciendo que creen que puede servir para sobornar a una persona importante. Que la devolverán cuando todo termine y la familia Smith podrá tenerla de vuelta, tras haberles sido robada hace décadas, como asegura Zacharias.

—¿Y dices que este hechizo nos dirá dónde está esa copa? —pregunta Zacharias, rascándose la cabeza con duda—. ¿No crees que, si eso funcionara, mi familia ya habría intentado buscarla hace años?

—Probémoslo —pide Astrid, abriendo el mapa—. Si no funciona, pues buscaremos otro objeto con el que sobornarle, pero tenemos que intentarlo, Smith. No tenemos tiempo que perder.

Tardan veinte minutos más porque el hechizo está en griego —Nic no tenía otra versión a mano— y Connor tiene que explicarle poco a poco cómo se pronuncia cada palabra. Por suerte, Zacharias es muy orgulloso y se esfuerza por aprenderlo solo para impresionarles. Si el hechizo funciona, les especificará en qué parte de Inglaterra está el objeto, si es que está en Inglaterra.

Lo que he perdido, encuéntralo. Lo que se me ha arrebatado, devuélvemelo. Ubica el cáliz de mi familia.

Tras enunciarlo, derraman una gota de sangre de Zacharias sobre el mapa de Inglaterra. Zacharias se sienta en el banco, pálido como la piedra, al ver su sangre derramada. Connor se sienta junto a él, puesto que su hipocondría hace que se le revuelva el estómago. Al principio, la gota cae sin más sobre el papel y este lo absorbe rápidamente. Astrid va a quejarse sobre cómo no ha funcionado, pero entonces, la gota roja empieza a temblar antes de moverse rápidamente por el mapa. Parece dudar unos segundos, y entonces frena sobre Londres.

Connor suspira de alivio. Sin tiempo que perder, Astrid saca un mapa de Londres del bolsillo y mira a Zac con la navaja en la mano.

—Toca repetir el hechizo sobre Londres, Smith. Trae esa mano.

La felicidad se esfuma cuando ve a dónde va a parar la marca color rojo sangre.

La copa de Helga Hufflepuff está en el banco Gringotts. Alguien la robó hace décadas, y parece ser que la ubicó en el banco mágico más seguro de toda Europa.

—¿Voldemort tiene su propia bóveda? —pregunta Astrid después de la cena. Están de vuelta en casa de Augusta, planeando cómo actuar a continuación.

—No creo, y más cuando se supone que murió sin descendencia—responde Cedric—. Todos sus bienes debieron ir a parar a otra persona. Uno de los suyos, seguro.

—Ya, ¿pero quién? Todos sus seguidores vienen de familias ancestrales de magos y todos tendrán su bóveda, probablemente en la zona más profunda y segura —se queja Nyx, cruzándose de brazos—. No dejan entrar a nadie que no sea dueño de la bóveda.

—¿Y con una poción multijugos? —ofrece Astrid.

—Aun así, no sabemos por quién nos tenemos que hacer pasar, y necesitaríamos su varita para confirmar la identidad—rechista Nyx, recordando la última vez que visitó su propia bóveda con su abuela—. No podemos entrar, es imposible.

La negatividad de Nyx es contagiosa. Además, discutir aquello en la habitación en la que dormitan Alice y Philip no es que los llene de positividad o ganas de trabajar. Nyx está de espaldas a su madre porque todavía no se ha perdonado del todo por lo que pasó con Frank y Hina está junto a la cama de Philip, mirándolo de reojo.

Pero Hina siempre está atenta, así que está pensando otra forma de actuar. Se plantea qué haría ella si tuviera que resolver un conflicto como ese mientras está escribiendo. Piensa, también, en qué haría si Philip fuera su protagonista. Siente que, cuando piensa en él como el personaje principal, es mucho más cuidadosa y eso la obliga a pensar de más.

—Pues no entramos —resuelve finalmente. Después, mira al grupo, que la observa con miradas atónitas, y suspira—. Si no podemos entrar, no entramos.

—Esa no es una opción, Hina, ¡necesitamos el ya sabes qué! —le recuerda Connor, exasperado. No mencionan la palabra horrocrux en casa de Augusta por si acaso.

—Exacto. Nosotros lo necesitamos, pero Freezer también, suponiendo que sí sea uno de los objetos malditos —responde Hina, utilizando el apodo que le ha puesto a Voldemort sin explicar a los demás su significado—. Que lo consiga él.

—Eso no tiene ningún sentido —rechista Nyx.

—O tal vez sí lo tenga —asiente Cedric, mirando a Hina—. Si conseguimos que lo saque de la bóveda, podemos robárselo...

—¿Y qué nos hace pensar que no lo esconderá en un lugar aún más rebuscado? —dice Connor—. Si le alertamos de que vamos a por la copa, intentará esconderla aún mejor para asegurarse de que nadie se la roba esta vez. ¿Cómo vamos a localizarla?

—Con el hechizo otra vez.

—No. Smith no nos hará más favores, y volver a Londres es arriesgado —se queja Connor—. Debe de haber otra forma.

—Todd —propone Cedric, levantándose de su silla—. Todd puede ser quien dé el chivatazo. Puede mentirles y decir que ya tenemos la copa, y así irán a asegurarse. Estaremos en Gringotts, esperando, y cuando entren a por la copa, les seguimos a su bóveda.

Nyx niega de un lado para otro, nada convencida de que aquello pueda funcionar.

—Podríamos pasarnos días en Gringotts esperando, y eso suponiendo que se fíen de Todd y no lo frían con un hechizo nada más verlo—se queja, cruzándose de brazos—. Además, ahora que han tomado el Ministerio, estamos en busca y captura. No podremos entrar en Gringotts ni aunque queramos.

—Pues esperaremos a la salida —determina Cedric—. Será una emboscada.

—¿Y vamos a tratar de batirnos en duelo nosotros contra ellos? —teme Connor, sabiendo que saldrá muy, muy mal.

—No tenemos otra opción —rebate Cedric, encogiéndose de hombros—. Además, nosotros tenemos a la hija de la luna y a...

—Tenemos a Sailor y a Moon —le corrige Hina, sonriendo por fin un poco—. Sailor y Moon, guerreras lunares. Si se pone la cosa fea, los mojo un poco y luego Nyx les lanza un rayo. Plan inflalible, ¿a que sí, Nyx?

Nyx se lleva una mano a la frente.

Cedric no es una persona que se enfade con facilidad. Tienes que molestarlo en sobremanera y sobrepasar los límites unos cuantos kilómetros para que estalle finalmente. El problema con las personas excesivamente pacientes y tolerantes es que, una vez se ha perdido su favor, este se ha perdido para siempre.

Así que, aunque Todd haya accedido a jugarse el cuello para comunicar el mensaje a Voldemort y los suyos de que el bando de Neville tiene la copa, Cedric no termina de perdonarlo. Le cuesta volver a tener confianza en una persona que abusó de ella por completo, a quien consideraba su mejor amigo.

La emboscada puede ser rápida y casi indolora si no los superan en número. El banco abre a las ocho y media todos los días, así que el grupo se presenta a las siete y media y se oculta en callejones, hechizos de invisibilidad y demás. Si no hay imprevistos, podría ser tan sencillo como envolverlos en una niebla negra, aturdirlos y robarles la copa. Es tan sencillo que tiene muchas posibilidades de salir mal, pero a la vez, no se esperarán una maniobra tan simple.

El primer día no ocurre nada. Están más de doce horas en posición, esperando frente a la entrada del banco, pero nada fuera de lo común ocurre. No entra apenas nadie, ya que las calles están más bien desoladas últimamente y, si alguien se atreve a pasear por el Callejón Diagón, lo más probable es que lo detengan los mortífagos para comprobar el estado de su sangre o que termine herido en el suelo por un intento de atraco.

Nyx se muerde la mano para intentar detenerse antes de salvar a una pobre pareja que intenta acudir a Ollivanders. Les desploman sin piedad antes de, siquiera, poder entrar, y si no acaban desangrados en el suelo es porque, por suerte, saben desaparecerse a tiempo en busca de alguien que les ayude.

Es al segundo día de montar guardia cuando, a las once y treinta y cuatro, una sombra negra aparece sobre los adoquines de la calle. Nyx no sabe si gritar victoria o lanzarse directamente al cuello de Bellatrix Lestrange.

No acude sola. Todd está a su lado, aún más herido de lo que estaba cuando apareció en casa de Cedric por primera vez. Se encoge sobre sí mismo y, por cómo se aleja de Bellatrix, todos entienden que es ella quien ha infligido sus heridas.

—Pagarás con tu miserable vida y la de tus hermanos si no está ahí el maldito objeto, ¿entiendes, bicho? —escupe Bellatrix, acercándose a él con la amenaza escrita en sus ojos.

Él asiente rápidamente. Casi se le puede ver temblar bajo la chaqueta.

En ese momento, Cedric siente por primera vez una sombra de arrepentimiento por no haber perdonado a Todd Dodderidge. No sabe cómo demonios ha conseguido volver a ellos y que le escuchen. Está claro que se llevó un duro castigo primero. Supone que son conscientes de que se llevó a Asher, y lo que le sorprende es que no le hayan matado nada más verlo aparecer.

Bellatrix entra en Gringotts seguida de Todd. Una vez se cierran las puertas, los dos guardias de la entrada tienen repentinamente muchas ganas de dormir. Hina los ha hechizado para dormirlos profundamente y hacer que se sienten en el suelo y se apoyen en la pared para echar una buena siesta.

Y ahora solo queda esperar.

El grupo solo puede imaginarse cómo están los demás. Nyx se imagina a Cedric comprobando su brújula sin parar para asegurarse de que todos siguen en posición. Connor debe estar ya sin uñas y seguro que está empezando a despellejarse los dedos. Hina debe estar muerta de la impaciencia, deseosa de atacar. Astrid debe estar saboreando ya su venganza.

Son veinticinco largos minutos de espera en los que, para más inri, no deja de pasar gente por la calle, a pesar de la escasez de transeúntes del día anterior. Un anciano arrastra los pies sobre los adoquines, avanzando muy despacio en dirección al banco. Nyx lo observa para comprobar si hay algo sospechoso en él, pero parece bastante indefenso.

Aunque mi abuela seguramente sea más vieja y más letal.

El anciano no se dirige hacia la puerta. Camina apoyándose en su bastón hasta, por fin, sentarse en el alféizar de una tienda de la plazoleta, para seguidamente sacar un viejo libro y ponerse a leer. Nyx hace una nota mental de aturdirlo nada más vea salir a Bellatrix del banco para que no haya testigos y para no asustar al pobre anciano de más.

La puerta de madera, por fin, se abre para dejar pasar a Todd, que sale despedido de una patada y rueda escaleras abajo hasta caer sobre el pavimento. El anciano se levanta como si fuera a ayudarlo, así que Nyx saca la varita para empezar el espectáculo. Bellatrix sale inmediatamente después, apuntando a Todd con la varita.

—¡Embustero! —chilla, desgañitándose—. ¡Sabía que no podía fiarme de...!

Nyx va a conjugar la oscuridad antes de que sea demasiado tarde. El pobre anciano tendrá que olvidar después.

Solo que, antes de que ella pueda convocar las nubes, una humareda negra estalla en mitad de la plaza. Por un segundo, Nyx teme que sea una banda de mortífagos apareciéndose de improviso, pero por cómo grita Bellatrix con indignación, supone que no tiene nada que ver con lo que sea que está ocurriendo.

Así que no puede detener al resto de sus amigos cuando se lanzan en dirección a la nube negra para aturdir a Bellatrix y quitarle la copa. No puede decirles que no es ella quien la ha lanzado y que, sea lo que sea, no es parte del plan.

Ella se lanza igual, tratando de levantar las nubes negras, pero estas no se disipan con facilidad. Cuando trata de atrapar una nube de humo, esta se deshace en la palma de su mano y deja un polvillo de color oscuro, como si fueran cenizas. Le parece escuchar a Hina insultando a alguien, y a Astrid inmediatamente después.

Madre.

Con sus palmas, ilumina frente a ella para tratar de ver algo. Lo primero que observa es el cuerpo de Bellatrix inconsciente en el suelo, junto a Todd, así que se lanza para tratar de cachear sus bolsillos y su bolso, pero no encuentra nada. Después, mira también en los bolsillos de Todd, y se encuentra a Connor también, buscando rápidamente sin éxito.

—¿Dónde demonios está?

—¿Y si no la ha sacado de la bóveda? —se lamenta Connor—. ¿Y si sigue ahí dentro y...?

La nube de polvo negro empieza por fin a disiparse, dejando el pavimento lleno de residuos del mismo color. El grupo tose, haciendo aspavientos con las manos para tratar de ver algo a través.

—¡No está! —grita Connor en dirección a sus amigos, desesperado—. ¡No ha sacado la mald...!

—¿Te refieres a esta copa?

Nyx se tensa al escuchar esa voz a sus espaldas. Se gira muy despacio, con su varita en alto, para alejarlo de un hechizo.

Severus Snape, con el bastón del anciano y el libro bajo el brazo, tiene la copa sobre la palma de su mano enguantada. Antes de que Nyx haga nada, la hace desaparecer con un movimiento de sus dedos y, en su lugar, saca la varita del interior de su manga.

—No te precipites, Longbottom. Sabes que tienes todas las de perder.

—¡¿Qué demonios haces aquí?! —grita—. ¡¿Y para qué quieres tú la copa?! ¡Dijiste que no te entrometerías!

El resto del grupo se pone tras ella en actitud amenazante. Hina lanza un hechizo alrededor, para levantar una barrera que impida a cualquier transeúnte curioso ver a través de ella.

—Está fuera de combate—asegura Astrid tras ella, dándole golpes a Bellatrix con el pie en el brazo para comprobar que no se despierta.

—No quiero la copa para nada —resuelve Snape, mirando a Nyx y a Cedric con burla—. Ya sabéis lo que quiero.

—Lo que quieres te lo puedes meter por el culo si te apetece, Snape, ¡danos la copa! —amenaza Nyx, que ya no intenta ser diplomática.

No tienen tiempo para tonterías, ni para ponerse a negociar. Sabe que no tardarán demasiado en llegar los demás secuaces de Voldemort cuando vean que Bellatrix está tardando más tiempo del esperado en regresar.

Cedric atrapa el antebrazo de Nyx con su mano y la mira para que tenga precaución, pero ni siquiera eso va a calmarla. Está empezando a flexionar las piernas para lanzarse sobre su antiguo profesor y arañarle la cara o retorcer su cuello entre sus manos para ponerle fin a todo aquello.

—Yo tengo algo que vosotros queréis —dice Snape, demasiado despacio para el gusto de todos—. Y vosotros tenéis lo que yo quiero.

—Nosotros no tenemos nada —sisea Cedric—. No tenemos los otros dos objetos.

Snape sonríe de lado.

—Sí, ya sé que no tienes nada. Dumbledore le confió la piedra a alguien más, pero la capa... La capa la tenía Potter, ¿verdad?

Cedric se retuerce al escucharle mencionar a Harry. El pobre está plantado junto a él, tratando de comprender lo que ocurre al solo escuchar una parte de la conversación.

—La tenía —dice Cedric—, pero ya no, evidentemente. Y no sabemos...

—La tiene Ron Weasley —sonríe Snape—. Que está con Longbottom, Granger y Lovegood.

—¡Mocomurciélagos....!

Snape esquiva el hechizo con un golpe de muñeca y lo lanza de vuelta, pero este se disuelve en un estallido de chispas antes de llegar a Nyx. Ella percibe la sensación de cosquilleo en sus articulaciones que le hace saber que tiene los ojos iluminados.

—No te la juegues, Longbottom. Tu conexión con la naturaleza no puede ser infinita, es fácilmente agotable —le advierte Snape—. Casi mata a tu amiga, ¿qué te hace pensar que puedes confiar en ella?

Nyx arruga el rostro al escuchar aquello.

—¿Y tú cómo sabes que...?

—Sé todo, Longbottom. Sé que este niñato privilegiado —remarca, mirando de reojo a Cedric—, haría lo que fuera por tenerte contenta, así que es tan fácil como amenazarte a ti para que él empiece a darme lo que quiero.

—¡Cállate...!

—Sé todo —repite, mirando esta vez a Cedric—. Todo lo que piensas, todo lo que deseas. Todo lo que sabes.

Cedric siente la atadura alrededor de su muñeca más tensa que nunca. Cuando alza el brazo, ve que la piel bajo ella está casi morada. Astrid mira atónita la cuerda antes de mirar a su amigo.

Sabe todo.

—Quítame esto ahora mismo —amenaza.

—Dame la capa —negocia Snape—. Dame la capa, averigua dónde está la piedra y yo te quitaré la atadura y os daré la copa.

—Mientes —sisea Hina, observándolo con ojos negros.

Snape apenas la mira de reojo antes de regresar su mirada a Connor.

—No miento. Haría un pacto inquebrantable, incluso. Me da igual vuestra búsqueda. De hecho, me beneficia que quitéis de en medio al mayor traidor de todos, pero también necesito las tres reliquias, así que me interesa negociar.

—No sabemos dónde están Ron y los demás —responde Cedric—. No sabemos a dónde pueden haber ido.

—Usa tu brújula. El mapa de Aldridge, si es necesario —sisea, en dirección a Connor—. Tenéis cientos de formas de llegar hacia vuestro objetivo y conseguir los dichosos horrocruxes, pero como sois completamente inútiles, no...

—Trato hecho —dice Nyx, dando un paso hacia delante. Se coloca tan cerca de la varita de Snape que él se ve obligado a alejarla un poco. Nyx ve sus propios ojos reflejados en los de Snape, como dos esferas ardientes de un blanco cegador—. Te damos la maldita capa y nos das a cambio el horrocrux.

Cuando tratan de trazar a Neville, el mapa no puede ser más claro. La gota de sangre Nyx está parada sobre un lugar concreto en Escocia.

—Hogwarts —susurra Connor, mirando al grupo con un claro gesto de terror—. Tenemos que volver a Hogwarts.

Muchas cosas en un solo capítulo, lo sé, pero es que quedan TAN POCOS y TAN POCO TIEMPO. Me gustaría ver cuáles son vuestras teorías 🥰

Os recuerdo que esto termina el 24 de junio así que a partir de ahora subo 2 capítulos por semana, lo cual significa que este domingo tenemos el capítulo 57 por aquí *se pone a editarlo dramáticamente porque está fatal*.

Me da mucha pena terminar esto 😥 Pero tengo muchas ganas de comentar el final con vosotras <3 ¡Gracias por leer!

P.D: Hina llama a Voldemort Freezer y me parece graciosísimo y no recordaba en absoluto haber escrito eso, porque este capítulo igual lo escribí hace medio año y no lo había vuelto a leer. Es la magia de escribir a Hina, que va por libre y se crea sus pocos diálogos. 

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