(𝟑𝟏) · 𝐋𝐨𝐜𝐨 ·







No puedo creer que ya no estés.

Elijo no creer. Elijo creer mi propia verdad.

Prefiero no mirar atrás, con la esperanza de que sigas ahí cuando me dé la vuelta.

Sin embargo, si flaqueo y me giro y no estás...

Si no estás, también elijo no estar.


Los ojos de Harry son dos enormes pozos sin vida. Cedric querría saltar hacia ellos y ahogarse para ponerle fin a esa pesadilla que, por desgracia, no ha hecho más que empezar.

Nada de esto puede ser real, porque no siente nada. No siente el resentimiento en sus músculos, ni su pecho hinchándose y deshinchándose con cada respiración, ni las palmas de las manos ardiendo por el dolor del aterrizaje ni el sabor de la tierra en sus labios. No escucha nada; todo parece muy lejano, a cientos de kilómetros, completamente ajeno a las sacudidas imágenes que parecen rebotar contra las paredes de su mente, sucediéndose sin parar a una velocidad demasiado rápida como para que pueda procesarlas.

Para él, lo único que parece real es el rostro inerte de Harry a veinte centímetros del suyo. Cierra los ojos un segundo y casi puede ver a James Potter frente a él, pidiéndole con la mirada que se asegurara de ayudar a su hijo a salir de ahí con vida.

Le he fallado.

Está muerto.

Cuando abre los ojos, parece que emerge por fin de su sopor. Como si hubiera estado nadando y de repente pudiera sacar por fin la cabeza a la superficie, y la primera bocanada de aire parece ser tan esclarecedora como dolorosa. Le llega todo de golpe.

El ruido de la multitud aclamándoles. La estruendosa música repetitiva que toca la Marcha de Hogwarts. El cálido aire veraniego, pegajoso por la humedad del ambiente.

Le duele todo. Le duele la pierna, seguramente llena de hematomas de los tentáculos de la planta. Le duele el hombro por los golpes de las vainas venenosas. Le duele el pecho por el impacto del Avada Kedavra. Había llegado a pensar que todo había sido mentira; que había sobrevivido a ese hechizo porque se trataba de una prueba más.

Pero no. El hechizo ha sido real y él ha sobrevivido. Solo que Harry no ha tenido la misma suerte.

Cedric da otra bocanada de aire y, sacando unas fuerzas que no tiene, se apoya sobre su codo y zarandea el cuerpo de Harry otra vez. Sus ojos no reaccionan.

Se le escapa un quejido de lo más desolador. Su voz nunca ha sonado tan desesperada como sale en ese momento de lo más profundo de sus entrañas. La gente sigue vitoreando sus nombres con la mayor de las alegrías, llamándolos campeones. Cedric nunca ha vivido una victoria tan trágica como esa. Solo de pensar en la fiesta que se ha desatado a su alrededor, siente que le trepa la bilis por la garganta.

—¡NO!

Grita fuerte. Muy fuerte. Tanto que la banda de música se silencia al instante. La celebración queda pausada, dejando que el grito de Cedric resuene y casi haga eco en las paredes del estadio.

—¡Está muerto! ¡Lo han asesinado! —grita otra vez, intentando hacer entender a todos lo que ha ocurrido y que sean partícipes de su agonía.

Zarandea el cuerpo de Harry una vez más y lo coloca boca arriba. Sus ojos verdes le siguen observando, impasibles. Cedric coloca sus manos sobre su pecho y empieza a intentar reanimarlo inútilmente. Sabe que no va a volver, y los ojos del silencioso público se le clavan sobre la espalda con tanta acusación como si le señalaran con el dedo y lo culparan de lo ocurrido.

Lleva la varita de Harry aferrada en una de sus manos y, aun así, ejerce presión sobre su pecho para intentar devolverlo a la vida. Casi no puede abrir los ojos de la cantidad de lágrimas que salen de ellos, una tras otra. Se le mete una pestaña en uno de los ojos y trata de quitársela restregándose contra el hombro, sin dejar de apretar ese lugar en el esternón que cree que es el indicado.

Está gritando. Más bien, está farfullando algo completamente ininteligible. No es consciente de lo que dice, porque ahora solo puede escuchar los gritos de terror y comprensión de los demás. Están viendo lo mismo que él y, paulatinamente, su tragedia se vuelve colectiva y aumenta al mismo ritmo que el volumen de los cuchicheos.

Unos brazos lo atrapan por detrás y tratan de alejarlo del cadáver.

Cadáver.

Cedric intenta impedirlo, intenta aferrarse a la camiseta de Harry para que nadie más pueda verlo. Siente vergüenza. Siente culpabilidad. Se siente responsable de Harry porque es el único que sabe lo que ha ocurrido.

Otros brazos más tiran de él, separan sus manos de la tela de la camiseta y lo alejan unos cuantos metros. Harry queda rodeado de adultos. Probablemente, estén comprobando que sí está muerto. Que sus ojos no les han engañado.

Cedric se deshace del agarre y se aparta hacia un lado para vaciar el contenido de su estómago sobre el césped. Se arrodilla hasta que no le queda nada más que echar. Alguien vierte agua sobre su rostro para intentar despejarle, pero ni siquiera ese estímulo lo termina de sacar del frenesí de su mente.

—¿Qué ha pasado?

—¿Cómo ha ocurrido?

—¡Reacciona, chico!

No reconoce las voces. Al estar de rodillas, las personas que lo rodean quedan muy por encima de él, y tiene que alzar la cabeza para intentar reconocerlos. Algo en su interior le dice que sí que sabe quiénes son, pero ahora mismo es incapaz de ponerles nombre.

Intenta hablar y solo sale un balbuceo. Le tiemblan tanto las manos que termina bajando la mirada para observarlas, casi como si no fueran suyas. La varita de Harry sigue con él, y también unas rosadas marcas sobre la palma de su mano, justo en el lugar en el que había sentido que la madera ardía contra su piel al intentar luchar contra la maldición asesina.

Alguien lo vuelve a agarrar, esta vez con mucha más fuerza, y lo lleva unos metros más allá, lejos del charco de vómito. No sabe qué hechizo le lanza, pero Cedric grita con auténtico terror al ver que lo apuntan otra vez con la varita, pensando que esta será la definitiva.

Dumbledore, que es quien le ha hechizado, se da cuenta solo en ese momento de que ha pasado algo verdaderamente horrible. Que, sin duda, alguien ha atacado a Cedric y a Harry y no ha sido precisamente benévolo. A Cedric lo ha dejado aturdido. A Harry lo ha matado.

Sin embargo, Cedric parece ser consciente de nuevo de lo que ocurre a su alrededor gracias al encantamiento que le han lanzado. Reconoce por fin al director y lo mira, agarrándolo de la pechera de la túnica y arrancándole sin querer algún que otro pelo de la barba. Dumbledore le devuelve la mirada, observando con curiosidad cómo sus pupilas, casi blancas, se dilatan frente a él.

—¿Qué ha pasado, muchacho?

—Lord... Lord Voldemort. Lord Voldemort ha vu... vuelto. Estaba ahí... es...

El silencio en el estadio es suficiente para que las primeras filas escuchen eso y lo reproduzcan sin parar. Pronto, todos están al tanto de lo que ha dicho Cedric Diggory, pero cuando la información sale de sus labios, sale con un tinte de incredulidad. Cuando llega a las filas más alejadas, algunos piensan que el mensaje debe de haberse malinterpretado en algún momento de su recorrido, pues lo que han escuchado es un completo disparate.

Una figura se coloca junto a Dumbledore, y Cedric reconoce a su padre con el rostro surcado de sudor y preocupación. Se deja abrazar por él, todavía demasiado conmocionado como para volver a llorar después del hechizo que lo ha hecho consciente de todo lo que ocurre a su alrededor. Amos recoge a su único hijo entre sus brazos, susurrando sin parar un estás bien, estás bien, estás bien.

Cedric se separa de su padre, los dientes todavía le castañean. Mira a Dumbledore, que está intentando comprender lo que ha dicho, y se lo repite:

—Ha sido Lord Voldemort. Ha vuelto y ha matado a Harry. Me ha intentado matar a mí, pero...

—¿Cómo dices, chico?

—Me ha lanzado la Maldición Letal —farfulla. Le tiembla también la lengua y le cuesta no trabarse en todas y cada una de las palabras—. Me ha lanzado el Avada Kedavra y he muerto, pero...

Cedric mira a su padre en busca de apoyo. Recibe por primera vez una mirada a la que tendrá que acostumbrarse con el paso del tiempo.

Es un tipo de mirada que nadie quiere recibir jamás. Es una mezcla de miedo, preocupación, compasión y lástima. Nunca sabrá discernir si esa mirada significa que lo entienden o que, directamente, piensan que ha perdido la cabeza.

No me cree.

—No digas tonterías, muchacho, con esas cosas no se juega —responde Amos, reprendiéndole—. ¿Qué ha pasado? ¿Ha sido un accidente? ¿Se ha caído Harry y...?

—¡Ha sido Lord Voldemort!

Si alguno de los presentes tenía dudas de lo que había dicho la primera vez, ahora todos han podido escuchar con claridad a Cedric Diggory afirmar lo imposible.

Lord Voldemort ha regresado.

Tal vez, están a punto de abuchearle. De gritar que eso es mentira. De decir en voz alta lo que muchos estaban pensando: Cedric ha sido quien ha matado a Harry para hacerse con el premio y ahora está inventándose excusas para que no le pillen.

Es un asesino.

Pero entonces, desde el mismo césped sobre el que están sus pies y sobre el que todavía yace el cuerpo de Harry, se lanza un poderoso hechizo en dirección al cielo nocturno. La luna que antes se ha despedido de Cedric, ahora queda cubierta por una imagen de lo más espeluznante.

—¡Es la Marca Tenebrosa! —grita un alumno desde las gradas.

Cedric dirige la mirada hacia la persona que la ha lanzado.

Es alguien que no ha visto jamás, pero la ropa que lleva puesta le es familiar. Lleva la chaqueta y el ojo mecánico de Alastor Moody, el profesor de Defensa, pero esta persona es alguien diferente. Es un hombre joven con una sonrisa de lo más macabra. Unos ojos inyectados en sangre.

Cedric observa una figura corriendo por el campo, en dirección al impostor. Adivina que es Nyx por cómo sus largas piernas dan zancada tras zancada para alcanzarlo.

—¡Es él! —grita Nyx, blandiendo su varita en su dirección—. ¡Es Barty Crouch!

El impostor se gira una sola vez para mirar a Nyx con burla. Deja escapar una carcajada siniestra antes de desaparecer en una humareda negra. Cuando Nyx llega hacia la fuente del humo y extiende la mano, solo puede agarrar el aire.

Nyx se lamenta, pero alguien la ha perseguido desde la grada y trata de hacerla entrar en razón. Cedric pestañea varias veces para intentar discernir si se trata de Fred o de George, pero siente que en ese momento no tiene fuerzas ni capacidades para realizar un esfuerzo mental como ese, porque la Marca Tenebrosa que señala la muerte de una persona está reflejándose sobre las miradas sobrecogidas de todos los espectadores.

Cedric trata de conectar su mirada con la de Dumbledore para pedirle que haga algo, lo que sea. Necesita por fin el apoyo que no le ha brindado en todos los meses que ha durado el torneo.

Sin embargo, el anciano se marcha a paso apresurado, buscando a otros profesores y hablando sin parar, entre susurros. Cedric es por fin abrazado por su madre, que le acaricia el pelo una y otra vez y le susurra que todo va a estar bien. Que todo se arreglará.

Él piensa que todos se han vuelto locos. No entiende cómo pueden decir que todo va a estar bien cuando tienen la Marca Tenebrosa por encima de sus cabezas y cuando el cuerpo de Harry aún está enfriándose a tan solo unos cuantos metros de ellos. ¿Acaso no tienen ojos para ver lo que ocurre?

Entre los brazos de su madre, levanta la mirada de nuevo al cielo y observa con impotencia la marca del crimen más atroz que jamás hayan visto sus ojos. Es la única prueba que tiene de que todo ha sido verdad. De que no está loco.

Desfallece entre los brazos de Ruth Diggory, exhausto. Solo quiere que todo termine. Que haya sido una horrible pesadilla de la que se podrá olvidar algún día.

Le despierta el olor a pasiflora y a eneldo.

Y a preocupación e incertidumbre, si acaso los sentimientos tuvieran olor.

Sabe que está en la enfermería antes incluso de abrir los ojos, porque escucha a Madame Pomfrey en algún lugar de la sala, trasteando con unos recipientes metálicos.

No quiere abrir los ojos. Tiene miedo de volver a ver a Harry cuando lo haga. Tiene miedo de que, en cuanto los abra, todo se haga aún más real y le confirmen que no ha sido todo un mal sueño. O que la pesadilla se repita una y otra vez, sin parar.

Aunque casi tiene ganas de abrirlos y que sea veinticuatro de junio por la mañana. Aunque tenga que desayunar otra vez zumo en vez de leche fría. Aunque haya algún cambio que implique que Nyx nunca vaya a decirle lo que siente de verdad. Aunque tenga que volver a meterse en el laberinto.

Lo cambiaría todo. No se metería. O no tocaría la copa, quién sabe. Solo se aseguraría de que Harry nunca lo hiciera tampoco.

—¿Estás despierto, muchacho?

Es la voz del director. Le toca el antebrazo, tratando de despertarlo.

Cedric cierra aún más los ojos. Agarra la sábana que lo tapa y se cubre la cara. Si está Dumbledore, entonces no debe ser real, porque Dumbledore nunca está.

—Vamos, Cedric. Necesito que cuentes todo.

—Déjalo para otro momento, Albus —pide Sprout. Parece genuinamente preocupada.

—No hay otro momento.

La sábana se desliza de entre sus dedos sin que pueda hacer nada por evitarlo. Cedric se queda descubierto y ahora se siente humillado, intentando cubrirse como puede ocultando la cara en la almohada.

—¡Déjalo estar, Albus! —grita Madame Pomfrey, acercándose a paso apresurado—. ¿Acaso no sabes por lo que ha pasado este chico? ¡Solo tiene diecisiete años!

—¡No, no lo sé! ¡Por eso necesito que hable!

Cedric tensa la mandíbula con tanta rabia que teme romperse las muelas de tanto apretarlas. Gira por fin la cabeza en dirección al profesor y lo fulmina con la mirada.

—¿Ahora sí? Llevo nueve meses esperando a que venga a hablar conmigo por el Torneo y ni siquiera me ha prestado un segundo de su atención, pero ahora que es demasiado tarde sí que quiere escuchar lo que tengo que decir, ¿eh?

—¡Cedric!

Cedric se da cuenta de que sus padres están en la sala cuando su madre lo recrimina por hablarle así al director. No está solo con los profesores. De hecho, ahora que mira bien, la enfermería está bastante transitada.

Ve a la familia de Fleur alrededor de su camilla. Todos están conversando entre susurros, y su madre acaricia su pelo con intranquilidad. Fleur, por su parte, tiene la mirada perdida y la cara llena de rasguños.

Sigue en el laberinto.

Unas cuantas camillas más allá, Viktor duerme profundamente. Sus padres están sentados, uno a cada lado de su hijo, en completo silencio. Cedric no tiene ni idea de qué pasó con Viktor en el laberinto, pero por la cantidad de pociones que ve en la mesita al lado de su cama, supone que tampoco debió terminar bien.

Por último, percibe, al fondo de la sala, que alguien ha colocado unas cortinas tapando las últimas camas. Hay algo ahí que no quieren que nadie vea.

Cedric comprende que el cuerpo de Harry está detrás de esas telas blancas.

El resultado del Torneo de los Tres Magos es un cadáver y tres adolescentes trastornados. Es Lord Voldemort y sus seguidores, de regreso. Es pánico generalizado.

Y, sin embargo, la gente a su alrededor no está haciendo nada por frenar lo que va a ocurrir a continuación.

Cedric mira a Dumbledore y se pregunta cómo demonios va a hacer para parar lo inevitable.

—Comprendo tu desidia, Cedric, y podrás maldecirme todo lo que quieras, pero ahora necesito que dejes eso de lado y me cuentes exactamente qué pasó en el laberinto, porque cada minuto es crucial en este momento, cuando aún está reciente.

Cedric bufa. Deja salir con fuerza todo el aire por su nariz antes de incorporarse y ahogar un quejido.

Lleva toda la pierna vendada. Tiene una marca negra en el pecho que se observa completamente antinatural.

Se lleva la mano al esternón por inercia al percibir la mancha. Siente un dolor de lo más raro, como si apretara en esa zona y se quedara sin aire.

Mira con cautela a los adultos que lo rodean. Todos se quedan inmóviles, esperando a que él diga algo. Tiene la sensación de que, si dice la verdad, volverán a mirarle como le miró Amos la noche anterior.

Se pensarán que estoy loco.

Pero tiene que advertirles. Tiene que hacerles entender que no fue todo imaginación suya.

—La copa era un traslador —explica por fin, sin quitar la mano de la zona del impacto del hechizo—. Harry y yo... Llegamos a la copa a la vez y decidimos que ganaríamos los dos. Por eso nos transportamos a la vez.

—¿A dónde? —pregunta Dumbledore, con gesto serio.

Cedric hace una mueca. Sabe cómo va a sonar.

—Era un cementerio, pero parecía abandonado. Las tumbas estaban poco cuidadas y... había una casa a lo lejos. Una mansión, diría, porque era enorme.

Mira a su madre con cautela. Ella lo insta a seguir con un ligero asentimiento.

—Nada más aparecer, se acercó un hombre a nosotros.

—¿Sabrías describirlo?

—Sí. Es el hombre que me lanzó el hechizo. Puedo describirlo sin problemas.

Jamás olvidará esa cara, claro que no. La puede ver vívidamente ahora mismo, sin problemas.

—¿Qué hechizo, cielo? —pregunta Madame Pomfrey con cautela.

—Me lanzó la Maldición Letal —explica, señalándose el torso. Escucha a Amos resoplar—. Es la verdad.

Nadie le cree. Él comprende que es difícil de entender, a él mismo le parece un sueño, pero no lo fue.

—Cielo, ¿no será que te confundiste? ¿Tal vez te desmayaste y...?

—¡No! —Cedric interrumpe a su madre, exasperado—. ¡Es la verdad!

Nadie quiere creérselo. Comprende que da igual lo que diga, que no le van a querer creer. Estaban esperando escuchar algo como que Harry se tropezó y se dio en la cabeza, o un hechizo le rebotó, o algo que sea mucho más sencillo de comprender y zanjar como un accidente. Lo que Cedric intenta hacerles entender no se puede zanjar así como así.

—Cuando volví a despertar, después de la Maldición —aclara con dureza, mirando todos los rostros a su alrededor para hacerles saber que es la verdad—, Harry estaba batiéndose en duelo con Lord Voldemort.

Piensa que tiene que esforzarse por recordarlo, pero se da cuenta de que no es tan complicado. Sigue nítido en sus recuerdos. No cree que jamás pueda olvidarse de algo así.

—Sé que era él porque... porque sentía odio. No sé explicarlo, pero era él, lo juro. Y había mortífagos alrededor, observando la pelea.

—¿Podrías describir a los que estaban presentes?

Cedric niega rápidamente.

—Estaban enmascarados, como en el Mundial.

Dumbledore asiente. Parece que quiere hacer más preguntas, pero comprende que es mejor esperar a que Cedric cuente todo.

—Me acerqué como pude para observar lo que estaba pasando, porque creía que seguía siendo parte de la última prueba, pero comprendí que no era así. —Cedric traga saliva. Al hacerlo, le duele aún más el pecho—. Harry estaba débil, tenía la pierna herida, y vi que no iba a aguantar demasiado...

—¿Cómo se hirió la pierna? —pregunta Madame Pomfrey con cautela.

—Nos atacó una araña gigante en el laberinto —responde Cedric, mordiéndose el interior de la mejilla antes de retomar la narración—. Yo no tenía mi varita, debió caerse cuando me atacaron, así que... Corrí a ayudar a Harry a sostener la suya y aguantar el hechizo...

El nudo en su garganta crece en ese instante y le corta la última palabra. No sabe si las lágrimas que le salen a continuación son del dolor que le provoca aquello o de lo que ocurre justo después. Desearía que todos tuvieran razón y solo fuera un chico trastornado, que todo fuera mentira, pero sabe que no es así. También sabe que es el único testigo, que está solo en ese dolor porque la única otra persona que puede corroborar su testimonio está muerta.

—Había personas alrededor de Harry... Fantasmas.

Amos vuelve a chasquear la lengua con impaciencia.

—¡Es la verdad! —le ladra Cedric. Ruth abraza a su marido de lado y le susurra algo al oído que seguramente es una petición de que no diga nada más—. Eran... eran sus padres.

Estoy loco. Estoy loco. Estoy loco.

—No sé de dónde salieron —continua. La credibilidad en los ojos de Sprout se ha apagado por completo. Ahora lo mira con lástima, como si fuera un pobre animal herido del que compadecerse—. Su padre me pidió que ayudara a Harry pero... Los otros nos lanzaron un Avad...

Se le corta la respiración. Le vuelven a castañear los dientes porque le inunda el mismo pánico que le había aprisionado el cuerpo la noche anterior, cuando habían quedado envueltos en la luz verdosa. Había notado el peso de Harry sobre su costado, pensando que se estaba reclinando sobre él. Ahora comprende que, cuando había emprendido el viaje en el traslador, lo había hecho agarrado al cadáver de Harry.

—Invoqué el traslador en ese momento, pero ya era tarde. El hechizo debió de darle a él...

—¿El hechizo de Lord Voldemort?

—Creo que no. No lo sé. Era todo de color verde, nos apuntaba todo el mundo, no...

—Ya es suficiente, Albus.

Madame Pomfrey se acerca a Cedric y deja que se vuelque sobre su torso para llorar. Pronto, Ruth también está en su otro costado, acariciando con angustia el cabello de su hijo. Cedric llora desconsolado. Revive sin parar ese momento. Maldice a Harry por tener unos ojos tan grandes y verdes, porque no deja de recordarlos y porque son del mismo maldito color que la maldición que acabó con su vida.

—¿No tendríamos que haber hecho esta declaración delante de Cornelius, Dumbledore?

Es Amos quien hace esa pregunta. Cedric apenas la escucha por encima de su llanto, pero entiende las palabras y también lo que le responde Dumbledore. Le dice que tendrá una reunión con él y otros cargos del Ministerio, así como con la oficina de aurores. Se pierde algunas de las frases porque no le parecen importantes, hasta que su padre lo dice:

—Bueno, cuando vengan a darnos el dinero del premio...

—¿Cómo?

Todos se giran para mirarle. Cedric mira a su padre con las mejillas surcadas de lágrimas. Amos alza las cejas.

No me lo puedo creer.

Su padre solo está pensando en el premio. En la gloria. En su hijo, campeón del torneo.

—¿Premio?

—Ced...

—¡Lárgate!

Su madre le pide que no grite, que no haga caso a su padre, pero aquello ha desatado la rabia de Cedric, que casi quiere lanzarse a darle un buen empujón. ¿Cómo puede estar pensando en algo tan frío como el dinero cuando el cuerpo de Harry está apenas a unos metros de ellos? ¿Es que no se ha enterado de nada?

Pero los gritos de Cedric no son los únicos que llenan la enfermería, porque la puerta se ha abierto en ese instante y los Weasley han entrado en tropel. Van a ver a Harry. A despedirse de él, seguramente.

Y cuando Ron posa la vista sobre Cedric, la última persona en haber visto a Harry con vida, se lanza en su dirección.

—¡Tú! —amenaza. Se le tuercen las cejas pelirrojas y se le hinchan los carrillos. Está verdaderamente iracundo—. ¡Maldito asesino!

—Yo no...

Fred y George paran a su hermano justo a tiempo, agarrándole de los brazos. Cedric apenas se ha movido en su camilla, puesto que sigue demasiado débil para hacerlo, además de que Madame Pomfrey y su madre siguen a sus costados, tomándole del brazo también con ademán protector.

—¡Fuiste tú! ¡LO MATASTE TÚ!

—Ron, para ya, déjalo estar —masculla Fred, tirando con fuerza de su hermano hacia atrás—. Él no tiene nada que ver, ¿eres tonto o qué te pasa?

—Vámonos, va —añade George, girando la cara de su hermano para que mire en dirección a las cortinas blancas.

Cedric le devuelve la mirada a los señores Weasley, que están de pie, parados, observándole. Parece que prefieren verle a él que seguir avanzando.

Hermione ni siquiera levanta la cabeza. Solo mira de reojo a Cedric y se muerde el labio inferior antes de romper en llanto y taparse la cara con las manos.

Cedric también se cubre como puede. Le pide a Madame Pomfrey que rodee su camilla con cortinas también, porque cuando escucha a la señora Weasley llorar desconsolada y gritar el nombre de Harry, siente que se le termina de romper el alma en pedazos. Él ha perdido a alguien que, con suerte, podía considerar un amigo, y ni eso.

La señora Weasley ha perdido a quien consideraba su hijo.

Cuando Cedric se despierta en mitad de la noche, Connor está a su lado, leyendo un libro con la escasa luz de la punta de su varita.

Deja lo que está haciendo para acercarse a Cedric y, con sumo cuidado, envolverle en un fuertísimo abrazo. Cedric se aguanta de nuevo las ganas de llorar, porque sabe que Connor creerá absolutamente todo lo que tenga que decir. Siente unos brazos más que se unen al abrazo, y enseguida huele el champú de frambuesa que siempre lleva Astrid.

—Por Salazar, Cedric, ¿estás bien? —susurra la chica lastimosamente.

—No —responde con amargura. Sus amigos hacen el ademán de alejarse, pero él los abraza aún más fuerte. No quiere que se vayan. No quieren que le vean la cara, le da vergüenza.

—Shh, estás bien —le consuela Connor, acariciándole la espalda—. Estás bien, Ced.

Pasan unos segundos hasta que Cedric los deja ir. Los mira mientras llora sin parar, deseando poder cubrirse un poco más a pesar de que sabe que ellos nunca se reirían de él por algo así. Sabe que no le van a juzgar.

—Hemos puesto un muffliato —le cuenta Astrid. Mira con disimulo a la madre de Cedric, durmiendo en un sillón a los pies de la cama.

—En teoría no puede visitarte nadie, ¿sabes? Hay Aurores en la puerta.

—¿En serio?

¿De verdad piensan que soy peligroso?

Ron lo ha llamado asesino esa misma tarde. Le ha dicho que había sido él quien había matado a Harry.

—¿La gente piensa que fui yo?

Los mira, pidiéndoles que sean sinceros. Astrid y Connor comparten una mirada de precaución.

—Algo así.

Cedric hace algo que parece un bufido, pero se queda a medio camino porque se le cruzan las ganas de seguir llorando.

—¿Cómo voy a hacer algo así? ¿Por el premio?

—Eso es lo que rumorea la gente que es ignorante, Cedric. No les hagas caso —pide Connor, buscando su mano por encima de las sábanas y tomándola con fuerza—. Los demás sabemos que dices la verdad. Sea la que sea.

—Fue Lord Voldemort.

Astrid baja la mirada. Connor asiente muy despacio.

—¿Por qué me iba a inventar algo así, joder? ¿Tan idiota se piensan que soy?

—Están asustados —continúa su amigo, ya que Astrid se ha quedado sin palabras.

—Ya, yo no estoy precisamente tranquilo—masculla Cedric, limpiándose la nariz con la manga de su camiseta—. Además, ¿no había un tipo en el campo de Quidditch? ¿Uno que invocó la Marca Tenebrosa?

Connor mira a Astrid para ver si ella se anima a hablar. La chica se abraza a sí misma antes de responder.

—Lo identificaron, pero está en busca y captura. Era Barty Crouch Junior.

—¿El hijo de...? —Astrid asiente. Cedric frunce el ceño, intentando recordar su rostro, pero en ese momento, había estado demasiado conmocionado como para fijarse. Sí que recuerda algo—. Nyx se lanzó a por él, ¿verdad? Me acuerdo.

—Fue uno de los mortífagos que torturó a sus padres. Se suponía que estaba muerto, que había muerto en Azkaban, pero ya ves que no...

—Hay gente que piensa que fue él —cuenta Astrid, llevándose una mano a la cabeza—. Piensan que él amañó el torneo haciéndose pasar por Alastor Moody, que es un loco que aún creía en Voldemort y que te ha hechizado para que pienses que ha regresado.

—¿Qué tontería es esa?

Sus amigos se encogen de hombros. Solo de pensar en esos rumores que hay sobre él, se está poniendo nervioso, lo que le hace respirar más fuerte y le provoca dolor de pecho. Astrid se acerca para obligarle a recostarse de nuevo.

Cedric mira en dirección a Connor.

—¿Dónde está Nyx?

Le sale como una especie de súplica. No era lo que quería, pero ha salido así. Connor traga saliva.

—Está un poco alterada, ya sabes cómo es.

—No... ¿no ha querido venir contigo?

Mira con cautela a su alrededor. Astrid se muerde el labio inferior.

—No me he vuelto loco, chicos. De verdad. Sé que lo de Voldemort suena como una locura y esto también, pero Nyx y yo...

—La persona que le hizo eso a sus padres anda suelta, y un amigo de su hermano acaba de morir. Está con Neville, Cedric.

Cedric asiente. Las consecuencias de la muerte de Harry empezarán a salpicarle a partir de este momento, sin parar, hasta que se hunda en un charco de culpabilidad.

Cuando sus amigos se marchan en el silencio de la noche, entiende que nada va a ser como antes.

Que Nyx le había dado un beso antes de que todo cambiara drásticamente y ese todo ya es completamente distinto. Que ni siquiera él es la misma persona que el día anterior, y no cree que nunca vuelva a serlo.

Que nadie le va a creer a partir de ahora, por mucho que se esfuerce en luchar por su verdad.

Para muchos, es un asesino.

Para otros, es solo un pobre desgraciado que ha perdido la cabeza. Un loco.

Se ve reflejado en uno de los armarios de metal de la enfermería. Se ve todo magullado, con la pierna vendada y el pelo tan sucio por el sudor y la tierra que parece imposible de peinar. Ya no se reconoce en esos ojos que han visto la muerte demasiado cerca. Que han pasado por ella y han vivido para contarlo.

Ya no se siente él.

Siente que ha pasado por algo horrible.

Que cuando murió en ese cementerio, bajó a los infiernos. Y todavía no ha regresado de él.

Cuando sueña, todo está completamente oscuro excepto por la impasible luna que ilumina las tinieblas. Sus sueños son ahora mucho menos aterradores que la realidad.

SE HA HECHO ETERNA LA ESPERA POR DIOSSSSSSSSS

Honestamente, y desde el pesar de mi alma, no puedo prometer que pueda subir un capítulo semanal. Si me has leído en otras historias, sabrás que llevo escribiendo y subiendo de manera ininterrumpida desde marzo de 2020. Me encanta escribir y me encanta publicarlo aquí, pero desde que empecé a escribir la segunda parte de Díada las horas que tenía semanales para dedicar a la escritura se redujeron a... A ninguna, casi. Mi vida "normal" y mi vida de escritora no son nada compatibles (no hay díada aquí, gente) y eso ha hecho que la segunda parte no esté lista ahora mismo.

Que sí, que tengo escritos casi veinte capítulos, pero no están perfectos, y le he puesto tanto cariño a la historia que quiero subirlos cuando esté orgullosa de todos y cada uno de ellos. Tengo un nivel de agotamiento mental que no quiero que termine contaminando mi escritura, porque es de lo poco que verdaderamente me gusta hacer, así que espero que comprendáis que necesito un poco de descanso, y eso que llevo todo el mes sin subir.

Lo que quiero decir es que no prometo un ritmo de subida tan frecuente como el de los últimos dos años, así que iré avisando cada semana que no haya capítulo, ¿de acuerdo? Lo avisaré por Instagram <3

Gracias por entenderlo y gracias por venir a leer otros treinta capítulos de Díada en los que a saber qué he hecho. Espero que os guste y os sorprenda, porque se vienen cositas ;)

De momento, nos vemos SEGURO el próximo jueves 💜

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