(𝟑𝟎) · 𝐔𝐧 𝐦𝐚𝐥 𝐩𝐫𝐞𝐬𝐞𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨 ·

Cedric está vistiéndose en su dormitorio, preparándose para la última prueba.

Está acojonado. Le tiemblan los dedos mientras se abrocha los botones de la túnica. Siente que tiene una bola en el estómago que no hace más que subirle por la garganta de los nervios.

Ha pasado el día recibiendo felicitaciones y ánimos de todo el mundo. Incluso sus padres han ido a pasar el día con él para darle suerte.

Ahora tiene que esperar a que Sprout vaya a por él y se dirigirá a la tercera prueba: un laberinto. En sí, parece menos aterrador que unos dragones y el lago negro, pero Cedric no termina de fiarse. Le parece que ha tenido una grandísima suerte en las otras dos pruebas, y ese día, todo parece irle mal.

Cuando ha bajado a desayunar, no quedaba leche fría y ha tenido que desayunar zumo. Parece una tontería, pero, siempre hay leche fría. Es casi como un mal augurio.

Después, su padre le ha dicho que su tío abuelo Arnold ha fallecido. De nuevo, Cedric ha visto a su tío abuelo quizás cinco veces en toda su vida, pero, de todos los días, ¿tenía que morirse hoy?

Por último, alguien llama a la puerta media hora antes de lo esperado, y no tiene ni idea de quién puede ser. Sabe que sus amigos estarán ya en el campo de Quidditch, asegurándose de tener el mejor lugar entre las gradas para verlo emerger del laberinto con la copa. Sabe que sus padres están con Dumbledore y otros profesores.

Se acerca a la puerta pensando que puede ser cualquier cosa. Que, a lo mejor, es uno de los organizadores y va a decirle que se ha acabado el Torneo. Que han decidido que es una locura eso de hacer pasar a tres adolescentes por pruebas que son física y mentalmente demenciales. A lo mejor es Fleur, o Viktor, o Harry, que van a contarle que saben de qué va la prueba y cómo sortearla. Cómo salir vivo del Laberinto.

Pero no. No es nadie que tenga que ver con el Torneo.

Es Nyx Longbottom, con una camisa arrugada y los ojos tan abiertos que parece que ha visto un fantasma.

Se han evitado durante dos meses. Desde esa noche.

Cedric ha estado sintiéndose mal desde entonces, con el corazón completamente roto porque él se había atrevido a decir la verdad y ella no le había vuelto a dirigir la palabra después de haberse acostado con él. Connor le había dicho que le diera tiempo, pero, ¿dos meses? Había estado subiéndose por las paredes de los nervios y el malestar.

Se le habían pasado mil cosas por la mente. Podía superar aquello de que ella no le correspondiera. Era algo para lo que se había estado preparando durante años, algo que tenía más que asumido, en realidad.

Podía, incluso, vivir con el hecho de que había sido terrible durante el sexo y Nyx se reía de él por las noches, acordándose de su patética cara mientras llegaba al orgasmo. Era de lo más avergonzante y doloroso para su orgullo, pero era algo que podía llegar a aceptar con el paso del tiempo. Había sido su primera vez. Tenía tiempo para mejorar.

Lo que no podía superar era no saber nada. Había sido más fácil encarar sus burlas y responder a sus muecas y pelearse con ella durante años. Incluso después del baile, aunque también se habían alejado, había sido más fácil convivir consigo mismo porque no sentía que hubiera hecho el ridículo. No se había abierto así.

Pero no. La noche del lago, le había confesado que le volvía loco y la había besado hasta casi ahogarse sin aire y la había mirado mientras lo hacían. Lo habían hecho mucho rato. Se habían tocado por todas partes. La había agarrado del cabello y ella le había arañado los pectorales. Nyx había gemido su nombre. Con súplica. Había depositado un largo beso sobre sus labios después de descender del clímax y se había quedado recostada sobre su pecho, descansando.

Y luego nada.

Hasta ahora.

Cedric siente que tiene ganas de ir al baño. De verdad, que le gusta mucho Nyx, aunque esté un poco desencantado e irritado con ella, pero no necesita verla ahora. Ya está suficientemente nervioso. Ya tiene una ocasión en la que pifiarla, no necesita otra razón para sentirse un fracaso. Si viene a decirle que deje de hacerse ilusiones, no es el momento.

Pero entonces, Nyx alarga la mano y toma la suya y de repente es como si fuera de noche. De hecho, cuando Cedric mira al cielo, le parece que casi lo sea, a pesar de que apenas es mediodía. Le parece que es de noche y que Nyx ha acudido en la madrugada a pedirle que no se muera antes de la primera prueba.

—Escúchame bien, Cedric Diggory.

Nombre y apellidos.

Qué miedo.

—No...

Se calla. Parece pensarse mejor lo que iba a decir. Cedric la mira con los ojos abiertos como platos.

—Yo he pensado que...

Otra vez, se frena. No parece ser capaz de ponerle orden a sus palabras. Cedric piensa que se le ha parado el corazón por lo nervioso que está.

Tampoco habló nada esa noche. Solo hablé yo.

—Mira, tienes que saber que...

Cedric se traga el nudo de la garganta y no sabe si era solo mental, pero de repente se siente mucho mejor, porque la mano helada de Nyx le aprieta y le araña sin querer la muñeca. Reconoce en sus ojos negros la misma incomprensión y la misma mezcla de furia y deseo que reconoció esa noche, a pesar de que esa vez, estaban teñidos de un color blanco inquietante. Ahora brillan y casi bailan, mirándole con arrepentimiento. A Cedric se le olvida el rencor, porque comprende lo complicado que es para ella acudir a su habitación a hablar con él.

Connor dijo que Nyx tiende a guardar para sí misma todo aquello que la hace feliz.

Nyx aprieta los labios, como si quisiera contener las palabras y luego lo mira. Sus cejas se inclinan hacia arriba con absoluta tristeza.

—No te mueras, Cedric, joder. He tardado dos meses en decirte esta mierda así que ni se te ocurra morir ahora porque... —traga saliva. Le van a empezar a sudar las palmas de las manos—. Porque no sé lo que haría si de repente ya no estás o si te mueres y nunca te enteras de que me gustas. —Nyx abre los ojos con absoluta sorpresa, mira al suelo por la vergüenza y luego se tapa la cara con las manos—. ¡Ya está, ya lo he soltado!

Cedric sonríe de lado. Con la misma burla de siempre. Nyx alza de nuevo la vista y le da un empujoncito para que no se ría, porque, joder, le ha costado mucho decir eso. Sabía que tenía que haber acudido antes, pero no reunía el valor para hacerlo. Cedric aprovecha para tomar la mano con la que lo empuja, tirar de ella y agarrarla de la cintura para que no huya.

Y entonces la besa. Utiliza la otra mano para recoger su mejilla, con su índice y su corazón por debajo de su oreja, y la acerca tanto como puede. No sabe si está alucinando por el pánico que siente y se ha refugiado en ese lugar de su imaginación al que va por las noches cuando no puede dormir, en el que Nyx es un poco menos tozuda y en el que él siempre tiene la valentía de decirle lo que siente.

Pero cuando abre los ojos, Nyx sigue ahí y le tiembla un poco el labio porque está nerviosa y lo agarra de la pechera de su túnica.

—No te lo creas tanto, ¿eh? —bromea ella. La voz le sale con un gallo y Cedric es quien se ríe ahora, usando su mano sobre su mejilla para acariciarla con cariño. Casi no la reconoce, con esa sonrisa.

Me sonríe a mí.

—No osaría creérmelo, Longbottom.

Cedric termina de recogerle las mejillas con la otra mano y la mira directamente a sus ojos negros como el carbón. Dos meses ha tardado en hacer eso. Han sido un infierno para Cedric, pero piensa que bajaría al infierno una y otra vez si al final puede terminar besándola así.

—Eso, eso. ¿No te pondrás a llorar ahora, no? —musita ella, apartando la mirada porque le da vergüenza.

—Te encantaría verme llorar.

Nyx aprieta los labios para evitar sonreír aún más, pero su gesto de felicidad pronto se ve opacado por la realidad al fijarse en la ropa que Cedric lleva puesta. Le vuelve a mirar a los ojos, esta vez muy seria.

—Prométeme que no te vas a morir.

—No me arruines el plan. Yo que pensaba morir hoy y ser un fantasma guapo y joven para siempre... —bromea él. Nyx tira todavía más de su camiseta.

—Lo digo en serio. Ten cuidado.

Cedric frunce ligeramente el ceño, pero asiente una vez. Es rarísimo que Nyx lo mire así, tan de cerca, pero intenta acostumbrarse rápidamente.

Si me estás esperando tú, te prometo que saldré del laberinto solo por volver a ti.

—Te lo prometo.

El campo de Quidditch está repleto de estudiantes, prensa y otros espectadores invitados. Nyx está junto a sus amigos, pero mentalmente está ahí abajo, con Cedric, que se abraza a sus padres mientras le desean suerte. No se puede creer lo que ha hecho, pero se siente mucho más relajada ahora. Ha tardado dos meses porque en el fondo es una miedosa y porque estaba intentando ver si se le pasaba con el tiempo, pero ante la inminente perspectiva de la última prueba, se había armado de valor.

—Te ves tensa —susurra Connor, dándole un apretón en la mano.

—Tú también.

Encontrarse a Connor y a Viktor dándose el lote en un aula vacía había sido un punto de inflexión para ella, pero tampoco podía decir que le sorprendía. Connor, de alguna u otra forma, siempre se sale con la suya. Él había asegurado que a Viktor le gustaban los chicos, y había terminado teniendo razón.

Por supuesto, no es algo que vayan a hacer público, ni mucho menos. Connor dice que Viktor proviene de una sociedad mucho menos abierta que la británica, y que el jugador estrella de la selección búlgara sea homosexual provocaría todo un escándalo. Nyx le pregunta a Connor si a él le parece bien que tenga que ser en secreto, y Connor asegura que, por él, está todo bien. Que entiende que no todos lo tienen tan fácil como él para salir del armario. 

Hina, junto a Nyx, niega de un lado a otro sin parar mientras mordisquea el extremo de un regaliz. Nyx no le quiere preguntar qué le pasa, porque sabe que Hina tiene una opinión negativa del Torneo. Nyx ahora también.

¿Por qué demonios te presentaste, Cedric?

La música que toca la banda del colegio es de lo más abrumadora, y aunque algunos alumnos bailan, emocionados por ver quién ganará la copa aquella noche, Nyx solo quiere que todo termine ya. No es que no crea en la capacidad de Cedric para sortear cualquier obstáculo que se le presente por delante. Simplemente, piensa que en el colegio están chalados, y si un dragón y cientos de criaturas marinas les habían parecido aptas para las dos primeras pruebas, ¿qué demonios les espera ahí dentro?

Cedric piensa lo mismo cuando observa las puertas del laberinto abrirse ante sus ojos. Mira una vez a Harry para enviarle ánimos, luego dirige la mirada hacia sus padres, que le saludan con una gran sonrisa de orgullo, y por último mira a las gradas y saluda a sus amigos. No se ve capaz de sonreír, por primera vez en mucho tiempo. Da igual lo mucho que lo haya ensayado.

Tengo miedo.

Pero tiene incentivos más que suficientes para pasar esa prueba, muchos más que cuando hizo las otras dos. De haber sabido que terminaría el curso de la mano de Nyx, no se habría presentado a esa estupidez por tal de proclamarse campeón. Pensaba que necesitaba la atención y el reconocimiento de los demás para sentirse bien consigo mismo, cuando lo único que necesitaba era el apoyo de la única persona que de verdad le importaba. Lo demás le parece ahora muy secundario.

Las puertas de seto se cierran a sus espaldas y de repente ya no se escucha ni la música ni los gritos de la gente. Solo escucha su propia respiración, que va tan rápido que lo incita a ponerse todavía más nervioso. Ante su mirada, se extiende un larguísimo pasillo formado por las paredes del laberinto y, por alguna razón, el cielo está mucho más oscuro que antes, como si de repente fuera una noche cerrada.

Siente el corazón acelerado al verse tan solo. Sabe que Harry está solo unos metros a su derecha, al otro lado del seto, pero juraría que no hay nadie más que él mismo en ese lugar.

Nadie humano, al menos.

Echa a correr. El miedo se apodera de él como nunca antes y agradece que nadie le esté viendo, porque corre patéticamente intentando buscar un camino entre el seto que le lleve cuanto antes al final del mismo. Sin embargo, le parece que cada vez que cambia de calle, el seto se mueve a placer, un poco como las escaleras del colegio.

No hay un camino correcto. La copa aparecerá cuando al laberinto le apetezca.

Así que intenta engañar al laberinto, pero el que termina engañado es él, porque pronto encuentra un camino que parece seguro y que, para su sorpresa, huele sorprendentemente bien.

Huele a hierba mojada, como el campo de Quidditch después de la lluvia.

Huele al champú de su perro Snitch.

Huele a algodón y a romero. A ropa interior mojada tras un baño en el lago negro.

Se siente atraído en la dirección del perfume embriagador que lleva el nombre de la persona que más le gusta, hasta que siente un golpe en la espalda. Se gira completamente contrariado, ya que estaba seguro de que no tenía a nadie detrás porque no deja de mirarse las espaldas, y entonces vuelve a sentir un golpe contra el pecho.

Una especie de pelota morada le ataca una y otra vez sin cesar. Observa que tiene unas hojas verdes que salen de la parte superior de la pelota, casi como si fuera una piña, y la siguiente vez que va a golpearle, Cedric lo atrapa con una mano del extremo.

Es un bulbo rebotador, una planta que ha visto alguna que otra vez en la sala común de Hufflepuff, aunque es un bulbo bastante grande. Sabe que si lo suelta intentará golpearle otra vez, así que, primero, trata de cortarlo con un hechizo diffindo, pero el corte no hace que el bulbo deje de intentar escapar de la mano de Cedric.

Así que trata de lanzarlo hacia otro lado del seto, con tanta fuerza como si lanzara una quaffle, y cuando el bulbo no vuelve, se pone a correr de nuevo.

Y ahora algo atrapa su pie.

Cedric maldice en voz baja y alumbra hacia lo que sea que le ha atrapado esta vez, y vuelve a maldecir, esta vez más alto, cuando ve que se trata de un snargaluff. La horrible planta tiene unos enormes tentáculos espinosos que se enredan alrededor de la pierna derecha de Cedric y tiran de él sin parar.

—¡Mierda!

Trata de herir a la planta, porque está demasiado nervioso como para pensar en cómo demonios se conseguía que soltara algo cuando lo agarraba con tanta fuerza. Sin embargo, el diffindo tampoco sirve de nada, porque cuando corta uno de los tallos, este vuelve a crecer en cuestión de dos segundos.

Las ramas le aprietan tanto la pierna que empieza a sentir que le corta la circulación y eso solo hace que se ponga más nervioso, y entonces ve que algo vuela violentamente en su dirección y le da tiempo a agachar la cabeza de milagro.

—¡Protego!

A través del escudo que se crea frente a él, es capaz de ver qué es aquello que lanza algo indiscriminadamente contra él. Teme por unos segundos que se trate de un gorro rojo, pero por fin se da cuenta de lo que es. Y tampoco le hace demasiada ilusión.

Es una tentácula venenosa. Cedric debe haberse metido de lleno en un jardín con las plantas más peligrosas que conoce, y la tentácula es, sin duda, la más letal. Esas vainas que lanza sin parar son venenosas, pero no tanto como su mordedura.

Es una planta con una horrible boca con colmillos, capaz de utilizar las ramas para estrangular a su presa antes de morderla. Sabe que ese curso la ha estudiado en clase, sabe que puede defenderse de ella. También sabe que siempre lo ha hecho con Philip a su lado, que es excelente en la asignatura.

Deshace el protego y apunta hacia la planta lanzando el encantamiento seccionador diez veces seguidas. Lo hace mientras se ríe, porque verdaderamente no tiene tiempo de morir atacado por un montón de plantas. La profesora Sprout estaría muy decepcionada con él si así lo hiciera.

Menudo Hufflepuff de pacotilla sería si muriera así.

Un par de vainas le golpean en el brazo, pero pronto la planta deja de intentar atacarle y se queda inmóvil. Cedric la incendia también, por si acaso.

Y luego le lanza unas cuantas llamaradas al Snargaluff , buscando la apertura entre las ramas. Se ha acordado por fin de cómo se inmoviliza también esa planta, y cuando ve el agujero, se lanza en su dirección e introduce la mano que tiene libre en busca de una de sus vainas. El tallo de la planta se enrosca con mucha más fuerza mientras el resto de ramas tratan de apartarlo, pero él lanza llamarada tras llamarada ahora que por fin ha encontrado lo que debe ser una vaina. Tiene que hacer una fuerza descomunal para sacar el brazo, pero finalmente se hace con la enorme semilla verdosa en la mano y la lanza todo lo lejos que puede.

La planta le deja libre, por fin. Cedric no quiere perder más el tiempo, así que saca un frasquito del bolsillo de su túnica y le da un trago a una poción herbovitalizante. Lleva un poco de todo en ese bolsillo, desde un bezoar hasta la navaja de su padre. Se suponía que no podían entrar armados con nada más que su varita, pero tampoco es que nadie le haya cacheado antes de entrar.

Echa a correr mientras siente que la poción le hace efecto. Le cuesta un poco apoyar la pierna derecha, así que cojea como puede mientras la sangre baja de nuevo hasta los dedos del pie. Casi se tropieza con un escreguto enorme que hay en mitad del camino, pero está boca arriba, como si alguien lo hubiera matado o dormido.

Alguien ha pasado por aquí.

Ve las chispas rojas de alguno de los campeones en el cielo oscuro. Alguien se ha rendido. No sabe si siente alivio porque es un rival menos o más temor aún porque alguien está en peligro. No tiene tiempo para decidirse.

Cuando Cedric mira el reloj, advierte que han pasado ya cuarenta minutos. No entiende cómo el tiempo pasa tan rápido, así que sigue corriendo sin parar, sintiéndose cada vez más desesperado.

Hasta que tiene que parar porque le falla la respiración. Siente que las paredes se están haciendo cada vez más estrechas y pretenden atraparle, y la angustia le invade el pecho de tal manera que parece que vaya a vomitar.

Respira, Ced, respira.

Escucha la voz de su padre.

No es real, cielo. Está en tu cabeza.

Es su madre, consolándole.

Va, no seas cagado, Ced. ¡Ya lo tienes hecho!

Las palabras de Todd caen sobre él como una de sus fuertes palmadas en la espalda.

No puede ser mucho peor de lo que ya has pasado, tío.

Philip le está sonriendo.

Vas a estar genial en la portada de El Profeta, Cedric. ¡Recuerda decir que eras mi amigo!

Astrid se ríe de él, pero lo anima.

No te olvides de nosotros cuando seas rico y famoso.

Le pide Connor. Cedric sabe que solo queda una voz más por escuchar.

¿Te vas a poner a llorar, Diggory?

Empieza a correr porque las paredes no solo se están cerrando en su cabeza: se estrechan de verdad. Empiezan a cerrar el pasillo a sus espaldas y tiene que hacer el sprint más rápido de su vida para que no le dejen atrapado entre ellas. Puede notar el aire cortándose detrás de él, casi como si quisiera succionarlo, y tiene que combinar su carrera con enormes zancadas para evitar las ramas que salen de debajo del seto y pretenden atraparlo una vez más. Solo quiere llorar. Solo quiere gritar el nombre de sus padres para que lo saquen de ahí.

Corre calle tras calle, mientras el laberinto lo lleva directo, sin que él lo sepa, hacia la copa.

La ve por fin, resplandeciendo sobre un pedestal, con un color azulado y brillante, casi como una aparición fantasmal. Corre directamente hacia ella sin pensar en lo demás, y entonces escucha la voz de Harry:

—¡Cedric! ¡A tu izquierda!

A Cedric le da el tiempo justo para girarse y esquivar una enorme figura negra que se ha abalanzado sobre él, pero iba tan rápido que no derrapa bien y tropieza y se cae al suelo. Su varita vuela de sus manos, dejándole desprotegido ante aquello que buscaba atacarle.

Se gira a tiempo para observar una enorme bestia negra y peluda encima de él: una araña de al menos tres metros y medio de altura, con unas patas tan largas como armarios roperos. Cedric escucha los intentos inútiles de Harry de aturdir a la bestia, pero lo único que consigue es llamar su atención, porque la araña gira en su dirección, dispuesta ahora a atacarle a él.

Cedric comienza a buscar la varita en el suelo, y solo la encuentra gracias al brillo azulado de la copa, a solo un par de metros de él.

Puede hacerlo. Puede recorrer esa corta distancia de una enorme zancada, poner la mano sobre la copa y ganar aquello. Para cuando llegue de nuevo al estadio, Harry ya habrá sido devorado por el bicho.

Lo cavila un solo segundo. Se ve a sí mismo con la copa y con toda la gloria que le habían prometido. Se ve a sí mismo viviendo con la certeza de que ha dejado a Harry morir solo por conseguir todo aquello.

Así que se gira y lanza un hechizo en un intento inútil de aturdir a la bestia, pero solo funciona la tercera vez que lo lanza, cuando Harry lo hace al mismo tiempo que él.

La araña se queda inmóvil un momento antes de desplomarse sobre el seto, de lado, obstruyendo el camino.

—¡Eh, Harry! ¿Estás bien? ¿Te ha caído encima?

—No —responde el joven entre jadeos.

Lleva la túnica manchada de sangre, y Cedric advierte que trata de no apoyarse sobre una de sus piernas. Ha debido dañársela luchando con la criatura.

—Coge la copa —le dice Harry, falto de aliento—. Has llegado tú primero, cógela.

Cedric frunce el ceño y se gira para mirar de nuevo el objeto. Es tan brillante y tan grande que es una tentación enorme. La gloria está al alcance de su mano.

Pero no se siente digno de ella.

—No, cógela tú. Te mereces ganar más que yo: me has salvado la vida dos veces.

—Eso da igual, el Torneo no va de eso. Tú estás más cerca.

Harry parece ligeramente irritado por la discusión, como si no estuviera entendiendo lo que pasa.

—No —insiste Cedric. Él no lo necesita.

—¡Deja de hacerte el caballero, Cedric! ¡Cógela de una vez y así podremos largarnos de aquí!

—Te la mereces tú, Harry. Me advertiste de los dragones y solo por eso supe cómo enfrentarme a él...

—A mí me lo dijeron antes, y tú me dijiste lo del huevo. Estamos en paz. —Harry hace una mueca al intentar apoyarse con la pierna mala.

—Pero tú has superado las pruebas mejor que yo. Tardaste menos con el dragón y llegaste primero a la estatua de la sirena. Si tuviste menos puntos fue porque decidiste salvarlos a todos, mientras que yo me llevé a mi amiga y no me preocupé por nadie más.

Harry chasquea la lengua y se lleva las manos al pelo, con exasperación. Cedric jamás lo ha visto tan consternado como ahora.

—Fui idiota y me tomé al pie de la letra la canción. Pensaba que, si no me los llevaba, las sirenas se los quedarían allí para siempre. Va, coge la copa, por favor.

Aquel argumento le da más pena todavía a Cedric. Él ni siquiera se había planteado que las sirenas pudieran quedarse con los alumnos para siempre, pero Harry sí porque solo tiene catorce años y es más inocente. El pobre ha participado en ese Torneo por un feo capricho del destino y ahora está dejándole ganar.

Cedric se cruza de brazos, reprimiendo todos sus instintos básicos y su ambición. Quiere hacer lo correcto.

—Vamos los dos —propone Harry, colocándose bien las gafas.

—¿Qué?

—La cogeremos los dos al mismo tiempo y así ganará Hogwarts por empate.

Eso no suena horrible.

—¿En serio?

—Bueno, nos hemos estado ayudando el uno al otro desde el principio, ¿no? Suena justo que los dos nos llevemos el mismo premio.

El premio.

Qué bien suena eso de llevarse el premio con nobleza y compartirlo con Harry. Quizás otros no opinen igual, pero a él le ayudaría a vivir con la conciencia limpia, por haber tenido un segundo de flaqueza y haber pensado en abandonarlo en las fauces de la araña.

—De acuerdo.

Cedric se acerca a Harry y pasa un brazo por debajo de su hombro para ayudarle a llegar al pedestal. Al aproximarse, ambos acercan las manos a la copa.

—A la de tres —dice Harry—. Uno... Dos... ¡Tres!

Ambos agarran las asas de la Copa a la vez.

Y lo siguiente que notan es como si algo los agarrara por el estómago y se lo sacudiera sin piedad. La copa actúa como un volante que los impulsa hacia delante en un torbellino de velocidad y colores. Cedric, aterrorizado, busca a Harry para asegurarse de que aquello está ocurriendo de verdad y no son imaginaciones suyas.

La Copa es un traslador.

¿Acaso la prueba continúa? ¿Tienen que seguir sorteando más obstáculos? ¿Cómo hacerlo, con lo agotado que está Cedric y la pierna herida de Harry?

Piensa todo eso mientras viaja agarrado al asa de la Copa, hasta que por fin sus pies tocan el suelo con brusquedad. Normalmente, Cedric aterriza bastante bien cuando viaja en traslador, pero no estaba preparado para caer en ese momento porque sigue aturdido con todo lo que está ocurriendo.

Sueltan por fin la copa y comienzan a mirar a su alrededor. Aquel lugar no puede seguir perteneciendo al colegio: no se ve ni rastro de las familiares montañas que rodean el castillo. Lo que sí ven es una multitud de lápidas a su alrededor, junto a una pequeña iglesia medio abandonada. Cuando Cedric gira la cabeza, advierte una casa antigua y enorme por delante de la ladera de una colina.

—¿Sabías que la copa era un traslador? —le pregunta a Harry, intentando planear mientras cuál será su próxima estrategia.

—No. ¿Crees que esto es parte de la prueba?

—Ni idea, aunque deberíamos sacar las varitas, por si acaso.

Cedric sujeta la varita con fuerza entre sus dedos. El mal presentimiento de aquella mañana es todavía más palpable ahora. Sabe que, hasta el momento, todo ha ido demasiado bien para ser cierto. Si bien casi muere asfixiado por dos plantas letales y aplastado por una araña enorme, ha sido demasiado sencillo. Todo había terminado mucho más rápido de lo que pensaba que lo haría, y ahora sus instintos están alerta porque, lo que ocurra a continuación, debe ser el verdadero final. La verdadera tragedia que parece que lleva tiempo evitando. Lo siente en el interior de sus entrañas, como si el mal estuviera acechándole desde algún lugar detrás de las lápidas y todavía fuera incapaz de verlo.

—Viene alguien.

Tiene un deseo irremediable de desaparecerse del lugar o de esconderse hecho un ovillo o de cubrirse con lo que sea para que nadie le vea. Si él no ve el peligro, el peligro no lo ve a él.

En su lugar, se acerca todavía más a Harry, tanto que casi están espalda contra espalda, traga saliva y suplica por que no sea nada demasiado difícil a lo que enfrentarse. No sabe qué puede quedar después de haberse enfrentado a criaturas mortales. ¿Qué hay más peligroso que eso?

Vislumbra por fin una figura en la oscuridad que camina en su dirección. Cedric entrecierra los ojos para intentar ver algo entre las sombras. Es la figura de un hombre que carga con un bulto pesado entre sus brazos, envuelto en una manta negra. Cedric y Harry se miran de soslayo, preguntándose con la mirada si aquello está ocurriendo frente a sus ojos o es un simple producto de su imaginación.

Harry parece igual de desconcertado que él, pero, de repente, se lleva la mano a la frente y profiere un sonido de dolor, provocando que se le caiga la varita al suelo antes de derrumbarse de rodillas. Cedric quiere agacharse para tratar de ayudarle como sea, pero comprende que lo mejor es seguir blandiendo la varita en dirección al desconocido que camina en dirección a ellos, para protegerlos a los dos.

Con la bilis amenazando con salir precipitada por su boca, Cedric frunce el ceño y apunta aún más hacia la figura, cada vez menos convencido de que aquello sea parte de la prueba. Antes, a pesar de lo real que parecía el laberinto, era capaz de percibir la magia emanando de los setos y las criaturas. Aquella figura frente a ellos no tiene nada de mágico.

—Mata al otro.

No le da demasiado tiempo a tratar de deducir si conoce esa horrible voz gangosa que surge de entre la sábana negra que carga el misterioso desconocido. Solo ve cómo saca la varita sin más miramientos antes de gritar, cortando el aire con el hechizo:

¡Avada Kedavra!

Ni siquiera le ha dado tiempo a reaccionar. Escuchar esas palabras en voz alta ha hecho que se le baje la sangre a los pies por el pánico. Más aún cuando observa el halo verdoso y resplandeciente que tiñe su visión antes de impactar con una fuerza bestial sobre su pecho. El verde es sustituido por el negro más oscuro que ha visto en su vida, y lo único que observa antes de que la nube oscura le cubra por completo la visión, es el cielo nocturno sobre él y la luna observando su asesinato con impasibilidad. Aprecia el satélite dándole su despedida y recordándole de manera inevitable a Nyx, cuyos ojos a veces adoptan su mismo color.

Su nombre es lo único que resuena en su mente antes de dejar escapar su último suspiro.



Nyx.





Nyx.



También es lo primero en lo que piensa cuando vuelve a abrir los ojos.

Le duele tanto el pecho, que la primera vez que trata de tomar una bocanada de aire para hinchar sus pulmones siente que no se llenan por completo, que algo los está agarrando con fuerza para impedir que entre el aire y que los aprieta para que salga todo de golpe de nuevo. Cierra los ojos y suplica por poder respirar, porque se está ahogando. Casi visualiza el hilo que lo mantiene pegado al suelo y a la vida. Siente que se le escapa de los dedos, y trata de atraparlo como puede.

No es un hilo.

Son las manos de Nyx. Lo sabe aunque no la vea a ella. Estira sus dedos para entrelazarlos con los suyos, como si fuera a caer al vacío de no hacerlo. Cuando mira hacia abajo, observa un enorme océano de agua negra esperando para engullirlo. Cuando mira hacia arriba, ve el sol. Se agarra bien a la mano de Nyx, pero cuando intenta mirarla, queda cegado por la brillante luz del cuerpo celeste.

Y entonces respira otra vez. Y cuando pestañea cinco veces, en su mente ya no ve ningún océano ni ningún hilo ni ninguna mano. Solo oscuridad, que pronto se ve reemplazada una vez más por el cielo nocturno. La luna se mantiene en el mismo lugar, completamente estática, iluminando su rostro.

Estoy vivo.

Se lleva una mano al pecho y casi puede notar todavía el impacto del hechizo.

Ha sobrevivido a la maldición letal. Debe de ser un sueño. Tal vez, aquello sí que sea una prueba del Torneo. Tal vez, querían ver cómo se enfrentaban a la verdadera posibilidad de morir y él no había hecho nada por defenderse y el hechizo había sido mentira. Como Harry, creyéndose que dejarían a sus amigos atados al fondo del lago. Cedric había pensado que se moría de verdad.

Gira la cabeza con desazón. Ha perdido, seguro. Un fracaso de lo más patético.

Ha ganado Harry, ¿no? Y a mí me han dejado aquí, en el suelo.

Ve un resplandor a lo lejos. Todavía está aturdido por la caída y lo ve todo borroso, pero es capaz de distinguir los hechizos saliendo de las varitas. Empieza a arrastrarse por la hierba, siendo muy consciente de que clava las uñas en el barro, pero es precisamente aquello lo que le permite avanzar muy despacio. Cada vez que hace fuerza para impulsarse, necesita parar dos segundos para respirar. Nota como si el cerebro diera tumbos dentro de su cabeza, oye cómo late su corazón contra sus oídos, como si lo tuviera ahí mismo, entre oreja y oreja.

Sigue avanzando. Si hay hechizos, tal vez aquello no haya terminado. Tal vez, pueda intervenir todavía y hacerse con la Copa.

Hay un corro de personas alrededor de la luz. Pestañea varias veces desde su posición para intentar determinar de quién se trata. Piensa que serán los jueces del concurso y, tal vez, algún profesor, pero nunca los ha visto llevando túnicas tan sobrias y oscuras, y mucho menos unas con capuchas que les cubren la cabeza.

Pero sí ha visto con anterioridad las máscaras que llevan puestas. Recuerda los gritos y el olor a quemado en cuanto los ve: son las máscaras de las personas que atacaron en el Mundial. Son las personas que torturaban a los muggles por encima de sus cabezas y conjuraron la Marca Tenebrosa en el cielo.

Son Mortífagos.

Le parece de lo más macabro que utilicen un vestuario así para una prueba de un torneo escolar. Se muerde la lengua mientras avanza todavía más, reptando con sigilo para llegar hasta donde está Harry. Lo ve blandiendo su varita con fuerza. No sabe qué hechizo ha usado, pero su color le indica que no es un hechizo lo suficientemente fuerte como para resistirse al hechizo verde contra el que lucha.

¿Con quién lucha?

Voltea su cuerpo hacia la derecha para observar a su contrincante entre dos personas vestidas de mortífago.

La visión es de lo más aterradora.

Frente a Harry, la figura de un hombre alto, vestido con la sábana negra que antes llevaba el desconocido entre sus brazos, le apunta con la varita. Tiene la piel blanquecina, casi verdosa, y no hay ni un solo cabello cubriendo su rostro desfigurado. Jamás ha visto a un ser tan grotesco. Jamás se ha sentido así antes.

Tiene ganas de llorar solo de verlo. Es el mal augurio personificado, y es el dueño de la voz que ha indicado que lo mataran.

Mata al otro.

No puede ser. Quiere pensar que todos sus sentidos lo están engañando. Siempre se ha jactado de ser inteligente, observador y rápido para entenderlo todo. Ahora está intentando negarse a aquello que le muestran sus sentidos. No puede estar pasando.

Ese de ahí no puede ser Lord Voldemort. No es posible.

Busca su varita en su bolsillo derecho, pero no la encuentra. Con un gruñido que trata de ser silencioso para aprovechar que nadie se ha dado cuenta de que está vivo, se impulsa lo suficiente para sacar el brazo izquierdo de debajo de su cuerpo y busca en el otro bolsillo. Nada.

Su varita debe de haber caído al suelo cuando han tratado de acabar con su vida, y se ha quedado ahí, más de quince metros atrás. Tardaría casi diez minutos en ir a por ella y volver, y a Harry no le queda tanto tiempo. Cedric se apresura por acercarse aún más. Repta entre las lápidas para colocarse detrás de la que está justo a las espaldas de Harry, y entonces ve algo que jamás pensaba que vería.

A sus costados, se encuentran las siluetas de varias personas iluminadas, como si se tratara de fantasmas. Rodean a Harry y lo acompañan en su hechizo. Cedric es incapaz de escuchar qué le están diciendo, así que se fija en sus figuras para tratar de reconocerlas. Le parece que las personas que están al lado de Harry le resultan sumamente familiares, y no sabe por qué.

Solo sabe que Harry parece estar a punto de desfallecer, incapaz de aguantar mucho más tiempo. No puede apoyar el peso sobre una de las piernas, la que ha quedado herida por culpa de la araña.

—¡Aguanta, Harry! —le grita, sin saber si puede escucharle desde su posición.

Pero no sirve demasiado, ya que el hechizo de Harry empieza a decaer. Cedric quiere salir y ayudarle, pero, sin su varita, no durará más de cinco segundos. No cree que pueda sobrevivir al hechizo mortal una segunda vez.

También sería la segunda para Harry.

No se controla. Aprovecha la adrenalina del momento para hacer caso omiso al dolor que siente en cada centímetro de su cuerpo y corre hacia Harry, colocándose a su costado y pasando un brazo por su cintura. Alza la mano para ayudarle a sujetar la varita.

—¡No estás solo! —le grita a Harry.

La voz se le queda atorada cuando mira frente a él. Lord Voldemort es todavía peor de frente, con el rostro arrugado por la furia. La varita de Harry tiembla, arde. Parece que vaya a estallar en cualquier momento, pero Cedric no la suelta. Siente que le quema la palma de la mano.

Frente a ellos, los mortífagos discuten algo entre sí. Cedric no puede escucharlos, porque ahora es consciente de las figuras que envolvían a Harry. Ya sabe de qué le suenan: salen todos los años en el periódico, cuando se cumple el aniversario de sus muertes.

James y Lily Potter están animando a Harry. James le dice que suelte el hechizo cuando se sienta preparado y se vaya corriendo a por la copa.

Cedric dirige la mirada hacia James durante medio segundo. Siente un escalofrío al saber que está mirando a un muerto, a pesar de que no lo parezca. Es un hombre joven, no mucho más mayor que él. Se parece muchísimo a su hijo. James asiente en dirección a Cedric, encargándole la misma tarea que a Harry. Cedric le promete con la mirada que lo harán. Que sacará a su hijo de ahí con vida.

Sin embargo, cuando dirige de nuevo su atención hacia sus rivales, le parece que todo ocurre extremadamente rápido.

Que las varitas que los apuntan ahora, las de los mortífagos que antes discutían, lanzan sus hechizos con demasiada rapidez. Un hechizo suele ir mucho más despacio; suele ser capaz de ver la punta iluminarse antes de que salga la ráfaga de luz disparada hacia el objetivo.

Pero no. No ve la punta iluminarse de verde, como antes. Solo ve el reflejo del hechizo volando de nuevo en su dirección y sabe que es el momento.

—¡Ahora, Harry!

Juntos, alzan la varita en el mismo instante. Cedric todavía la sostiene, así que no duda en invocar al traslador para que acuda directamente a su agarre.

Nota el peso de Harry sobre su costado, apoyado, mientras intenta mantenerse de pie. Pesa mucho, pero Cedric lo sostiene bien para que no se suelte.

Siente el frío metal de la copa entre sus dedos y, cuando el torbellino de aire lo envuelve esta vez, la atmósfera a su alrededor es de color verde. Es completamente aterrador.

Sabe que ha sorteado la muerte cuando aterriza de un golpe sordo sobre el césped del campo de Quidditch, arañándose las mejillas por el impacto. Escucha una música ensordecedora a su alrededor, aquella que les había despedido antes de adentrarse entre los setos. Ahora, les da la bienvenida. El público aclama sus nombres con júbilo.

Cedric gira la cabeza con un esfuerzo enorme, buscando la mirada de Harry para preguntarle si se encuentra bien. Si todo ha sido real.

Los ojos de Harry están completamente abiertos. Son del mismo color que el césped sobre el que está tumbado, el mismo césped que le ha visto gritar entusiasmado al ganar la Copa de Quidditch y otras tantas victorias.

Solo que Harry está muy quieto. Sus ojos se mantienen inmóviles. Le devuelven la mirada a Cedric, pero miran más allá. Hacia una parte interna de su alma. No volverán a mirar nada. Nunca más.

—¿Harry?

Harry está completamente rígido cuando le aprieta la cintura. Harry no se mueve en absoluto.

Está ahí, tendido sobre el césped.

A Cedric le da la sensación de que la hierba está teñida de sangre, a pesar de que el cuerpo de Harry no tiene ni un solo rasguño.

La certeza de lo que ha ocurrido parece asediarlo cuando zarandea su cuerpo y le grita para pedirle que abra los ojos, igual que ha hecho él. Que se aferre al hilo y mire al sol. Mira hacia el cielo en busca del sol, o de la luna que había visto él antes de derrumbarse, pero está todo plagado de unas nubes negras que no dejan ver nada.

Le grita tan fuerte que siente que le arañan la garganta. Sabe que le golpea las mejillas con las gotas de su saliva, pero no importa. Necesita que reaccione.

Pero no lo hace. Su mirada se quedará para siempre pausada, del color del mismo halo de luz verde que lo había bañado en el cementerio.

Cedric no puede respirar. Le castañean los dientes. Todo desaparece.

Harry Potter está muerto.

¿Qué tal si hablamos mañana, eh? 


Capítulo dedicado a moonysblack porque es la dueña de mi fanfic favorito de Cedric y porque mañana la veo en persona por primera vez. Tkm niña💜


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top