(𝟏𝟖) · 𝐋𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐨𝐜𝐮𝐫𝐫𝐞 𝐚 𝐦𝐞𝐝𝐢𝐚 𝐧𝐨𝐜𝐡𝐞 ·
—Vamos, Nyx. Arriba.
No es solo la vocecilla suave de Luna la que le hace saber a Nyx que es su prima quien la despierta. Es que, encima, Luna siempre la levanta haciéndole cosquillas en las plantas de los pies, cosa que Nyx odia.
Sin embargo, cuando Nyx abre los ojos para quejarse de que es verano y se merece dormir un poco más, se da cuenta de que ni siquiera ha amanecido todavía. De hecho, parece bien entrada la noche, porque, como siempre que es de madrugada, se levanta muy despejada.
—¿Qué hora es, Luna? Ni siquiera ha amanecido.
—Son las doce y media —le susurra Luna, con una sonrisita traviesa—. La abuela me ha dicho que te despertara. Vístete y coge la varita.
—¿Para qué?
—No lo sé, la abuela no me ha dado más explicaciones.
—¿Despierto a Neville?
—No. Neville se queda.
¿Se queda? ¿A dónde vamos?
Nyx se viste porque Luna se marcha de la habitación antes de decir nada más. Se pone lo primero que encuentra y guarda su varita en el bolsillo de la chaqueta.
Thea las espera en el recibidor de la casa. Cuando Nyx le pregunta qué está pasando, ella solo coloca un dedo sobre sus labios para indicarle que guarde silencio antes de abrir la puerta. La tía Cressida y Amara ya están esperando frente a la entrada de la casa, lo cual solo hace que Nyx dude aún más de lo que está ocurriendo.
—¿Ya controláis la Aparición? —pregunta Cressida. Lleva un maletín viejo en la mano que oculta detrás de su espalda.
—No, aún no sabemos —responde Nyx, distraída, intentando mirar el maletín de color marrón oscuro—. ¿A dónde se supone que vamos?
Amara se acerca a Luna y a Nyx y les entrega unos pañuelos de tela. Les indica silenciosamente que se los coloquen sobre el pelo, igual que ella. Cuando Nyx mira a su abuela, ve que también lleva uno puesto, igual que su tía Cressida.
—Ahora lo explicamos —aclara Thea, pacientemente—. Tú sujétate del brazo de tu tía. Luna, conmigo.
Nyx no tiene tiempo de hacer más preguntas, porque en cuanto roza el brazo de Cressida, siente que alguien la agarra y la hace girar varias veces antes de volver a poner sus pies sobre tierra.
Tierra.
Están en mitad de un prado y Nyx casi tiene una sensación de déjà vu de cuando apareció en el Bosque Prohibido porque había caminado sonámbula hasta allí. Es esa misma extrañeza que siente ahora, al abandonar la calidez de la casa de sus abuelos para verse sobrecogida por la inmensidad del bosque.
Además, cuando mira hacia arriba, más allá de las copas de los árboles, se encuentra con una imponente luna llena que ilumina su rostro. Casi siente un escalofrío al recordar la otra vez. Es como si el hombre lobo fuera a aparecer en cualquier momento.
Baja la mirada al escuchar algunas voces. Su mano vuela hasta su varita inconscientemente, pero se da cuenta de que son voces femeninas y no se siente en peligro. Cuando sus ojos se acostumbran a la oscuridad en el prado, percibe que todas llevan un pañuelo en la cabeza, igual que ella.
—Son amigas —explica la abuela Thea, señalándolas—. Son Calista, Falana —señala a dos mujeres que deben de tener aproximadamente la misma edad que ellas—, Demi, Xandra, Halia e Iliana.
Las mujeres las saludan con un asentimiento de cabeza. Nyx sonríe con incomodidad, pero sabe que no le sale muy bien porque está demasiado consternada por la situación como para ser amable. No entiende qué demonios está ocurriendo.
—Os parecéis a vuestras madres —saluda la mujer que se llama Demi. Debe tener la misma edad que Alice—. Qué bonito es teneros por fin con nosotras.
Nyx asiente con nerviosismo, mirando a su alrededor. Intenta controlar de alguna manera la situación, pero allá por donde mira encuentra más razones por las que alarmarse. Observa que en mitad del prado hay una enorme piedra y, alrededor, otras diez piedras un poco más pequeñas formando un círculo. Cressida está colocando algo sobre la piedra más grande de todas, y Luna le señala a Nyx el maletín que llevaba antes, abierto a sus pies.
—¿Qué está pasando, abuela?
Thea deja la conversación que está teniendo con Calista para responder a la pregunta de Nyx. Se disculpa con todas y se aleja con sus nietas. Las envuelve con sus brazos mientras pasea alrededor del prado, ordenando las palabras pacientemente en su cabeza antes de verbalizarlas.
—Bueno, niñas, supongo que Alice no tuvo tiempo de contar nada, pero Pandora sin duda os habló de su infancia aquí, ¿verdad?
Las dos asienten. Nyx no sabe hacia dónde quiere llegar su abuela, porque cuando Pandora hablaba de Grecia, hablaba siempre de las manzanas, la miel y las flores, o decía cuándo echaba de menos la playa cerca de Makrinitsa. No había mencionado nada acerca de escapadas en mitad de la noche y mujeres con un pañuelo alrededor de la cabeza.
—¿Es una especie de tradición por la boda de Amara y el primo Leander? —pregunta Nyx, esperando que esa sea la respuesta a toda esta locura.
Thea se echa a reír, mostrando todos sus dientes. Mira a Nyx negando sin parar.
—Ay, no, tesoro. Es mucho mejor que eso. Es una tradición que lleva siglos en las mujeres como nosotras. Es algo intrínseco en nuestra manera de vivir —explica, sonriendo por algo que solo ella sabe—. ¿Recuerdas cuando te dije que queríamos conservar el encanto del pueblo? Me refería, precisamente, a esto. Este es nuestro modo de vida.
Nyx se inclina ligeramente hacia delante en busca de la mirada cómplice de su prima, para ver si ella también piensa que a la abuela se le ha ido la olla, pero Luna, como siempre, asiente como si aquello tuviera mucho sentido.
—Aquí en nuestra comunidad, entendemos la magia de forma distinta. Los hombres tienden más a tratar de dominar la magia más moderna, especialmente aquella que pueden aplicar con sus manos... —explica Thea, mirando hacia el cielo—. ¿Habéis visto el sótano de la casa? Vuestro abuelo nunca tiene la mente tranquila, siempre está trabajando.
—El abuelo es un artista —interviene Luna, con una sonrisa. Nyx no entiende cómo puede estar tranquila con todo lo que está ocurriendo a su alrededor.
—Las mujeres, sin embargo... Las mujeres tenemos una conexión mucho más sensible con todo lo que ocurre a nuestro alrededor. La magia moderna está bien, pero la magia que nos ofrece... todo esto —explica, señalando a su alrededor—. Eso es algo maravilloso. Es una fuente de energía casi inagotable para nosotras.
—¿Qué magia, abuela? —pregunta Nyx. Está empezando a pensar que su abuela está empezando a perder la cabeza.
—La naturaleza, cariño —explica Thea con una sonrisa—. La tierra, el agua, las estrellas. El sol, la luna... —añade, guiñando un ojo a su nieta más pequeña—. Todas ellas nos aportan mucho más de lo que podríais imaginar.
Nyx traga saliva sonoramente. Está empezando a ver por dónde van los tiros y cree que debe estar llegando a una conclusión equivocada, pero eso que ha dicho Thea suena exactamente a cómo hablaba su tía Pandora. Y no puede ser simplemente coincidencia.
—Pero eso... esa magia...
—Es magia ancestral —asiente Thea—. Pasada de generación en generación desde hace miles de años, de mujer a mujer, de madre a hija. Y ahora pasará de abuela a nietas.
—¿Y qué hace esa magia, abuela? —pregunta Luna, jugando con las puntas de su cabello—. ¿Es diferente de la magia de nuestra varita? Mi madre sabía hacer crecer las plantas del jardín con una canción. ¿Es eso?
Thea asiente con una sonrisa.
—Por ejemplo, sí. Aunque no es tan sencillo como eso, y al igual que la magia moderna, una debe aprender a utilizarla —explica ella—. Además, no debe hacerse con tanta frecuencia como una usaría su varita, ya que debemos comprender que la naturaleza nos está prestando su energía para convertirla en algo más. Si abusamos de ello, entonces la naturaleza no nos prestará su ayuda. Odia la avaricia.
Nyx no se ha dado cuenta, pero hace un rato que ha dejado de andar porque está tratando de procesar lo que está escuchando. Si no fuera porque hay otras nueve mujeres en ese lugar preparando algo alrededor del círculo, Nyx pensaría que su abuela necesita ingresar en un hospital psiquiátrico.
—Nyx es un poco más escéptica, ¿verdad que sí, cielo? —se ríe su abuela, dándole unas caricias en la espalda—. Augusta te ha enseñado a desconfiar de todo lo que no ves, y no me parece del todo mal, así que tendrás que verlo para creerlo. Hoy será un día especial para ti, cariño.
—¿Un día especial para mí?
—Ahora verás.
Me van a sacrificar al diablo, o algo peor.
Thea lleva a sus nietas hasta el círculo. Luna debe quedarse junto a la piedra más grande en calidad de observadora, aunque Thea no explica por qué. Solo le pide que esté de pie junto a la piedra y disfrute de lo que va a ocurrir, sin intervenir.
A Nyx la colocan entre su abuela y Amara, en una de las rocas más pequeñas que completa el círculo. Todas se quitan los zapatos, y Nyx deja sus zapatillas justo detrás de su roca, imitando a las demás, aunque cuesta un rato convencerla para que lo haga.
—Repite con nosotras. Hoy haremos la llamada en inglés, para que puedas seguirla bien, ¿vale, cariño?
—¿Qué llamada? ¿A quién vamos a llamar?
—Confía en mí —le pide Thea, dándole un apretón en la mano—. Déjate llevar y repite con nosotras. Si después de lo que ves hoy decides que no quieres tener nada que ver, lo aceptaré sin rechistar. Pero cumple el deseo de tu vieja abuela por hoy, ¿de acuerdo?
Thea no espera a que Nyx responda, porque no hay demasiado tiempo para eso. La luna está justo encima de ellas y no pueden desperdiciar el momento. Nyx mira a su prima en busca de ayuda, pero ella está danzando sobre sus talones, mirando a todas las mujeres con una sonrisa vibrante.
—Te llamamos, Madre. Escúchanos.
La voz de Thea se alza por encima del ruido de las cigarras. Nyx da un respingo al escucharla: suena mucho más fuerte y clara de lo que nunca suena.
—Escúchanos —responden todas. Nyx lo repite un segundo más tarde, cuando Amara le hace un gesto con las cejas.
Observa que todas tienen los brazos hacia arriba, con las palmas abiertas, así que ella las imita. Busca de nuevo la mirada de Luna, pero ella está dando vueltas alrededor de la piedra, mirando a todas las participantes.
—Estamos aquí, en noche de luna llena. La hermana Thea. —La abuela se retira la capucha para mostrar mejor su pelo y su rostro.
—Hermana Calista.
—Hermana Falana...
—No te presentes todavía, cielo —le susurra Thea a Nyx antes de que llegue su turno de hablar.
Espera a que todas se hayan presentado y se hayan retirado la capucha y da varios pasos hacia delante, en dirección al libro que reposa en la piedra del centro.
Nyx se siente ridícula en ese momento. Piensa que, si alguien las encontrara, sin duda creería estar viendo algo relacionado con una secta apocalíptica, como poco, pero las demás están tan serias y comprometidas con el espectáculo que no quiere arruinarles el momento con un comentario sarcástico. Está preparada para el momento en el que le digan que era todo una broma y querían ver qué cara ponía. Se muere de ganas de contárselo a Hina y a los demás, que seguro que les parecerá de lo más gracioso.
—Agradecemos las lluvias del mes pasado, Madre. Sin duda, nos proveerán con una magnífica cosecha —murmura la abuela, rebuscando en el libro—. Agradecemos, también, la recolecta de este mes.
—Agradecemos —dicen todas al unísono.
—Mis Hermanas y yo te saludamos una vez más.
La abuela toma un tarro de madera que hay sobre la piedra e introduce el dedo pulgar, con el que se pinta una raya que cruza su frente de un lado a otro. A continuación, se acerca a la mujer más mayor del grupo, Calista, y ella se pinta la misma línea. Todas repiten el mismo proceso, y Nyx se da cuenta de que están colocadas desde la más mayor, que es la abuela, hasta la más joven, que es ella.
Thea vuelve a su lugar sobre el libro y comienza a leer en griego. Nyx percibe la diferencia entre el griego que habla normalmente con los demás y el que utiliza ahora, y sabe que ese es griego antiguo. Pero no entiende ni una sola palabra.
Solo sabe que su abuela le parece imponente, con el pañuelo alrededor del cuello, aunque se le ha desprendido ligeramente por detrás y se agita en la ligera brisa estival. Todas las mujeres la miran atentamente, y parece una persona muy poderosa. Nyx nunca ha visto a su abuela así.
Pronto, su discurso se convierte en una especie de canto, y las demás se suman tarareando lo mismo que ella. Cada una canta con su tono de voz y su propia melodía. Nyx tiene ganas de cerrar los ojos y dejarse llevar por la música que la rodea, por las voces de las mujeres de todas las generaciones que entonan la misma canción en griego a la vez.
Le eriza la piel porque suena como algo muy antiguo, ancestral. Le hace creerse todas y cada una de las palabras de su abuela. Le hace creer que hay algo más, que todas esas mujeres forman un solo conjunto y que la naturaleza que las rodea es lo que las une.
Hasta que la melodía se corta de raíz. Cuando abre los ojos, su abuela tiene una mano en alto, en dirección al cielo. Nyx se da cuenta de que no solo han parado las voces. También ha parado de correr el viento, y las cigarras y demás pájaros nocturnos que se escuchaban cuando habían llegado al prado, se han quedado en completo silencio.
Solo escucha su propia respiración hasta que su abuela vuelve a alzar la voz.
—Hoy, Madre, te presentamos a otra Hermana más. Hija de tu hija. Hija de mi hija.
Se gira en dirección a Nyx y la señala con el dedo, antes de rotar la muñeca e indicarle con la mano que se acerque.
—Ven, cielo.
Nyx niega rápidamente. No le importaba observar desde su piedra, pero acudir al centro de ese círculo cada vez le parece más sectario y menos una broma. Por muy bonita que le haya parecido la canción, se niega a ser parte de eso. Thea susurra un "por favor" que llega a sus oídos sin problemas por la escasez de algún otro sonido.
Luna hace una mueca que termina de convencer a Nyx. Es una mezcla de "hazlo por la abuela" y "parece divertido". Nyx chasquea la lengua sonoramente. Le da la sensación de que el sonido rebota entre los árboles y casi le empuja por la espalda, haciendo que dé el primer paso.
Avanza con evidente reticencia en dirección al centro del prado, escondiendo sus manos detrás de su espalda.
—Retírate la chaqueta, cielo, que se te vea bien.
—Pero...
—Por favor.
Nyx se quita la chaqueta y se la entrega a Luna. No hace mucho frío, en realidad. Solo había llevado una porque estaba acostumbrada a hacerlo siempre que salía de casa.
Su abuela hace un asentimiento con su cabeza en dirección a las demás y todas colocan las palmas hacia arriba. Mencionan una palabra que enciende una llama de fuego en sus manos. Ahora está todo mucho más iluminado todavía y Nyx puede reconocer todos los rostros de las demás sin problemas. Algunas de ellas, ahora que lo recuerda, habían estado en la boda.
—Madre, bajo la luz de la luna y con el calor del fuego, te presentamos a Nyx Esleen, hija de Alice Phaenna.
La abuela se acerca lentamente a Nyx y retira su pañuelo con sumo cuidado, dejando ver su rostro y su cabello negro. No sabe a dónde mirar, porque no sabe a quién se supone que le están hablando, así que solo mira a su abuela y al libro, escrito en alfabeto griego y lleno de dibujos de plantas y otros símbolos que no reconoce. No puede evitar respirar rápido, tanto que tiene que obligarse silenciosamente a calmarse para no atragantarse.
—Nyx es fuerte y valiente. Nacida en la primavera, bajo la luna llena. Es la primera hija de Alice... —a Thea se le llena la voz de tristeza al volver a mencionar a su hija. Acompaña el apelativo con una caricia en la mejilla de Nyx y una mirada que le pide no tener miedo—. Nyx tiene algo especial, Madre. Queremos que la conozcas.
—Queremos que la conozcas —repiten las demás.
La abuela introduce de nuevo el dedo en el tarro y se acerca hacia Nyx, que desvía el rostro hacia un lado. Thea le suplica con la mirada que se deje hacer, y por fin se queda quieta mientras deja que trace una línea sobre su frente. Ella nota la textura del ungüento muy fría contra el calor que siente ella por los nervios. No sabe lo que es, pero huele a barro.
—Queremos que veas a Nyx. Que la protejas, Madre. Que le cedas tu sabiduría. Y ella prometerá salvaguardar nuestro secreto —continúa la abuela. Posa la mano sobre la espalda de Nyx y la acerca al libro—. Repite conmigo en voz alta, cielo.
Nyx trata de repetir las palabras en griego que lee su abuela. No tiene ni idea de lo que está diciendo, y eso no le hace ninguna gracia, así que al día siguiente piensa pedirle una explicación. Piensa hacerle prometer que le dirá qué demonios está diciendo, porque si es una broma y todas las mujeres van a reírse de ella en cuanto acabe, no le hace ninguna gracia. No hay nada que Nyx odie más que la humillación.
Sigue repitiendo palabra tras palabra, y el tono de su abuela es cada vez más ansioso y desesperado. Empiezan a caerle lágrima tras lágrima por las mejillas, y Nyx se da cuenta entonces de que las demás están volviendo a tararear la canción de antes.
Vuelve a correr el viento, otra vez. Vuelve a escuchar los sonidos de la noche contra sus oídos, cada vez más fuerte. Es como si fuera consciente de todos los animales del bosque. De los riachuelos más allá. De las olas del mar, no muy lejos de donde están.
Lo escucha todo, y es sobrecogedor. Casi quiere taparse los oídos para protegerse del ruido ensordecedor.
Y se empieza a marear, porque siente que le pica todo el cuerpo. Siente que se le eriza el cabello, como si tuviera mucho frío, pero la línea que hay sobre su frente arde. Le arde tanto que lleva la mano hacia ella para retirársela de una pasada, pero su abuela le frena la mano y la mira con advertencia, sin dejar de cantar.
Nyx repite palabra tras palabra, y el canto de las mujeres se alza de nuevo, cada vez a un volumen más alto. Empiezan a volar las hojas de los árboles a su alrededor porque, lo que antes era una cálida brisa de verano, ahora es un vendaval que las envuelve.
¿O solo me rodea a mí?
Solo la rodea a ella. La abuela Thea deja de hablar, mientras las demás entonan la melodía, y le indica que coloque las manos cruzadas sobre su pecho. Nyx niega frenéticamente y da un traspié, demasiado mareada para mantenerse en pie, pero Thea le toma las manos y se las cruza sobre su pecho.
Ella lo repite porque solo quiere que todo termine. Empieza a pensar que el ungüento es una droga y que su abuela no es su abuela y que Luna, por alguna razón, brilla mucho frente a ella, como si la estuvieran iluminando con una linterna.
—Nyx... —susurra Luna, mirándola con fascinación.
—Nyx Esleen —repite la abuela, con la misma sorpresa.
Nyx no sabe qué es lo que miran ni por qué los rasgos de sus rostros tienen zonas iluminadas y zonas oscuras como en los cuadros barrocos que decoran el colegio, si la luz proviene de las llamas de fuego que han invocado las otras y no de donde se encuentra ella. Se mira el cuerpo para ver si ella también está iluminada, y entonces se da cuenta.
La cicatriz que había dejado el rayo al impactar sobre ella, aquella que había desaparecido unas semanas después, ahora está iluminada sobre su piel, de un tono blanquecino, casi azulado. También brilla un enorme arañazo sobre el dorso de su mano derecha, cruzándola desde el nudillo bajo el anular hasta el pulgar. Recuerda perfectamente esa línea gruesa y recta porque había visto su propio hueso a través de la herida.
Es la herida que me hizo Remus.
Y ahora brilla. Mira su pie y descubre, ya sin menos sorpresa, que la otra herida que le había desaparecido aquella noche, ahora también brilla con luz propia.
Las llamas de fuego se apagan, al igual que la melodía va perdiendo volumen conforme todas la observan, maravilladas por el espectáculo de su piel. Ella es lo único que ilumina aquel prado en ese momento.
Mira hacia el cielo, donde antes la luna llena las observaba y las proveía de luz natural. Ahora ya no hay luna. Solo hay sombras sobre ellas, cubriendo el claro del bosque.
—Abuela... —susurra Nyx, extendiendo su brazo para ver la cicatriz del rayo relucir contra su piel—. ¿Qué...?
—No es posible —musita su abuela, pasando el dedo por la cicatriz y acercándose lentamente para examinarla.
Pronto, se ve arropada por el resto de mujeres, que quieren tocar también sus cicatrices para comprobar si son ciertas. Todas las manos cubren su cuerpo y solo su cabeza sobresale entre la multitud, ya que es mucho más alta que la mayoría. Se apaga la luz bajo los brazos de todas, aunque queda una última fuente que proviene de ella misma.
Luna la sigue mirando con estupefacción, y se lleva una mano a su frente sin dejar de mirar a Nyx.
—Tu cicatriz, Nyx. También brilla. Y también...
Nyx se desmaya, incapaz de aguantar más el mareo, o la situación.
¿Qué demonios está pas...?
Se despierta al día siguiente en su cama con el mismo pijama con el que se había acostado. Se retira las sábanas de manera instantánea y se examina la piel con frenesí, buscando esa luz azulada que había iluminado sus cicatrices desaparecidas, pero no encuentra nada fuera de lo usual. Se mira también la del pie, y no tiene nada, igual que le había jurado Madame Pomfrey veinte veces.
Corre hacia el espejo del baño, mirándose la piel, y no queda rastro del ungüento frío ni de la cicatriz que, según Luna, también se había iluminado. La cicatriz en forma de C sigue igual de sosa que siempre, marcando el centro de su rostro sin ninguna gracia. No tiene nada de especial esa mañana cuando se despierta, a las once y media, pensando que iba a encontrar algo sobrenatural en sí misma.
¿Era todo un sueño?
Lo piensa seriamente, hasta que busca sus zapatillas y las levanta. El barro todavía no se ha secado del todo.
Se cambia el pijama por algo más arreglado y baja corriendo las escaleras para buscar a su abuela y a Luna. Se las encuentra en la terraza, pintando las piedras del jardín con suma tranquilidad. El abuelo también está con ellas, aunque él está barnizando una de las hamacas de madera.
—¿Qué fue eso? —espeta Nyx, colocando los brazos en jarras.
—¿El qué? —La abuela Thea ni siquiera levanta la vista de su trabajo.
—¡Sabes perfectam...!
—Mira qué dibujo he hecho, Nyx. ¿No crees que se parece un poco a Hagrid?
La vocecilla de Luna la interrumpe y cuando Nyx va a mirarla para reñirle por ello, su prima niega de manera muy sutil para indicarle que deje de hablar. Nyx deja escapar todo el aire con resignación y se sienta en una de las sillas, cruzándose de brazos.
—¿Y Neville?
—Con Kyros. Han ido a pescar.
—Eso me recuerda que prometí llevarles algo de almuerzo —dice el abuelo, quitándose las gafas de vista y estirando su espalda—. ¿Alguien quiere limonada?
—¡Yo! —exclama Luna, saltando de su asiento—. ¡Te ayudo, pappouli!
Nyx se queda por fin a solas con su abuela y, en cuanto escucha los cajones de la cocina abriéndose y cerrándose en la lejanía, se acerca a su abuela y le retira el pincel de la mano para llamar su atención.
—Al menos, mételo en agua o se secará la pintura —suspira su abuela, alejándose de la mesa y recostando la espalda sobre el asiento.
—¿Qué fue eso, abuela?
—No se puede hablar sobre eso durante el día, Nyx —le advierte la abuela—. Es peligroso.
—Me da igual —masculla ella—. ¿Qué demonios fue eso?
La abuela se acerca lentamente, con resignación, y aproxima sus labios a su oído.
—Te presentamos.
—Vale, ¿y qué fue eso que leí?
—Nada, un cántico antiguo. Habla sobre naturaleza y magia y el poder de la mujer, Nyx Esleen. ¿Qué va a ser si no? ¿Quieres que te deje un diccionario de griego antiguo y traduces palabra por palabra?
Nyx abre la boca para rechistar, pero la cierra de inmediato porque tiene demasiadas preguntas.
—¿Por qué solo participé yo? ¿Por qué Luna se quedó mirando?
—Porque solo puede presentarse una mujer una vez cumple los quince años. Tendríamos que haberte presentado el año pasado, pero como no viniste...
—¿Y por qué se me iluminaron las cicatrices, abuela? Son cicatrices que habían desaparecido, no...
—No lo sé, cielo. —No pestañea cuando dice aquello. Tensa los labios en una fina línea y niega de un lado a otro—. Estoy intentando comprenderlo.
Nyx frunce el ceño.
—¿No le pasa a todo el mundo?
La abuela niega otra vez. Coloca una mano sobre el hombro de su nieta y sonríe.
—Lo descubriremos, no hay nada que se le escape a la abuela, ya lo sabes —asegura con una sonrisa—. Pero me gustaría que te quedaras, cielo. Me gustaría que aprendieras con nosotras y que...
—¿Que me quede?
—Claro. Puedes terminar de estudiar aquí y...
—¿Y qué hay de Neville?
Thea suspira y sonríe.
—Bueno, Neville podría venir también y...
—¿Y qué hay de mi abuela? No tiene a nadie. Somos lo único que tiene.
Thea se muerde el labio inferior y se quita las gafas de vista, igual que había hecho el abuelo.
—Eres igual que tu madre, ¿eh? Ella también decía que tu tío Algie no tenía a nadie, y que Pandora estaba muy bien en Inglaterra —susurró, acariciando el mentón de Nyx—. Supongo que tienes razón, cariño. Tendré que convencerte más adelante, ¿eh? Cuando piense un poco en qué fueron todas esas señales. No te dolía, ¿no?
—No. Solo me picaba un poco la piel y tenía mucho calor —susurra.
—Y apagaste la luz de la luna —añade ella, con una risita—. Con todas esas sombras. Qué cosa tan rara, cielo. Supongo que tu madre te puso un nombre de lo más acertado, Nyx Esleen.
Esto que acabáis de leer es EL CAPÍTULO y AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH.
Que no se qué decir la verdad así que me podéis preguntar lo que queráis e intentar comprender cómo vamos a encajar todo esto en lo que queda de historia porque kenfenfñeendfrgi. Espero que se entienda todo un poco mejor ahora :)
Nos leemos el jueves <3 <3 <3
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