·.· 𝐑𝐞𝐜𝐮𝐞𝐫𝐝𝐨𝐬 ·.·

Todd tiene muy buena memoria.

Para lo que quiere, por supuesto. La información que hay en los libros o escrita en la pizarra no son cosas que sienta que merezcan la pena memorizar. Que lo hagan otros, si eso.

No él.

Él se acuerda de todo lo que deja marca o crea una buena impresión en él. Si alguien le cuenta algo que le parece curioso, Todd se va a acordar siempre. Si alguien le dice algo malo, si verdaderamente ha calado en él, tampoco lo olvidará.

Cuando era pequeño y vagaba por el hotel de sus padres, miraba a todos los huéspedes con mucha atención. Escuchaba los comentarios de sus padres hacia ellos, de sus hermanos, hablando sobre algún huésped en particular. De los trabajadores, cuchicheando entre ellos. Lo que más impresión causaba siempre en el niño eran los huéspedes especialmente ricos.

Llegaban al hotel con abrigos de piel, joyas extravagantes y miradas de arrogancia. Le gustaba cómo los murmullos se apagaban cuando los huéspedes entraban por la puerta principal y resurgían de nuevo cuando abandonaban el vestíbulo, como si de repente alguien hubiera abierto un grifo. Le gustaban, también, las miradas impresionadas de todos. Lo fácil que les resultaba conseguir lo que querían con una buena bolsa de galeones y sin pedir perdón ni permiso.

Hay personas que nacen en una familia humilde y aprenden a conformarse con lo que tienen y a valorar cada posesión por lo preciada que es. Otras, sin embargo, tratan de aspirar a más. Ese era el caso de Todd. Siempre quería más.

Cuando visitaba la casa de sus primos, ellos tenían más juguetes, más espacio en su habitación y más postres después de la cena. Él, en su casa, compartía la habitación con su hermano Roger y heredaba su ropa si no estaba demasiado gastada. Cuando entró en Hogwarts, no quería ser Hufflepuff, la casa de los conformistas. Quería más. Más valentía, más inteligencia, más astucia.

Todd siempre ha tenido la manía de tratar de captar la atención de los demás, como quien se pone una señal luminosa encima de la cabeza para hacer que todas las miradas vayan hacia allá. La atención no siempre llega por buenos motivos. Puedes conseguir que los demás te miren de diferentes modos:

Puedes ser muy apuesto y fuerte. Vestir y oler bien. Puedes deslumbrar a todos con una sonrisa brillante y unas buenas palabras.

O ser muy inteligente y que todos te admiren por tu capacidad de albergar tantos conocimientos y saber cómo aplicarlos.

También puedes ser el payaso de la clase. Responder a los demás con elocuencia o bromas rápidas y sorprenderlos por tu talento con las palabras.

Todd conoció a Cedric, Connor y Philip y pronto se dio cuenta de que no podía ser el más apuesto ni el más inteligente. Cedric y Connor competían por esa categoría y, en comparación a Todd, brillaban mucho más. Las miradas siempre fueron a parar hacia ellos. Pasar tiempo junto a Philip siempre le pareció sencillo y casi tranquilizador, como quien se pasa el día con la espalda estirada y los hombros rectos y por fin puede soltar el aire y adquirir una postura relajada. Con Philip no tenía que esforzarse por destacar porque Philip quería huir de todas las miradas y pasaba desapercibido, así que Todd brillaba sin necesidad de intentarlo, y eso era tranquilizador.

Es difícil salir de ahí. Todd llegaba los veranos al hotel y volvía a no ser absolutamente nadie. El menor de cuatro hermanos no llama la atención de los padres tanto como parece, y un camarero de restaurante no es más que un sirviente invisible a ojos de los huéspedes. Cuando te esfuerzas tanto por ser el mejor y aquello nunca da resultado, al final uno tiende a tratar de sobrevivir como pueda.

Parece natural que al final terminara codeándose con los más problemáticos y oscuros alumnos de la casa Slytherin. No va a mentir: sonaron todas sus alarmas cuando se fumó el primer porro con ellos tras el castillo y, al decir una tontería de esas que hacían que sus amigos de siempre se enfadaran y le llamaran cerdo, estas nuevas personas se rieron al unísono y dijeron algo todavía peor.

No tenía que censurarse, a pesar de que, cada vez que hablaba con ellos, se le ocurrían motivos por los cuales lo que decían los demás estaba mal. Pensaba en Philip cuando se metían con los nacidos de muggle. En las chicas del grupo, Nyx, Hina y Astrid, cada vez que alguno hablaba mal de una mujer.

Y sobre todo, pensaba en Connor cuando hacían comentarios homófobos.

Pero contaban con él para todo, no se pasaban cada segundo quejándose por su forma de ser y le ofrecían un asiento en su mesa. Con el mejor alcohol, las mejores drogas, los mejores obsequios.

Promesas. De algo mejor. De poder salir de una familia pobre y ganarse la vida de manera mucho más honrada y provechosa. A pesar de.

Solo que esas promesas iban con trampa. Cuando dicen que no le mires el diente a un caballo regalado, eso es una mentira. Todo tiene un precio y, por desgracia, sus mejores amigos eran un precio demasiado alto que nunca debió pagar.

Abril, 1996

Por eso anda desesperado por los pasillos del colegio, con una ansiedad que le aprieta el pecho. Ha perdido un montón de pelo estos últimos meses y le da tanta vergüenza que ahora siempre lleva un gorro de lana. Evita salir de su habitación porque teme encontrarse con los demás, tanto con sus amigos de antes como con los que le mintieron y le dijeron que eran sus amigos ahora. A veces, ni siquiera se levanta de la cama porque no encuentra ni una mínima fuerza para hacerlo.

Pero esta vez es diferente, y siente que puede hacer algo. Ahora que todo verdaderamente es una locura, que Cedric se atreve a atacar a una profesora, que Hina Murakami tiene un chillido ensordecedor que provoca un tsunami y que Philip...

No sabe nada de Philip. Cuando piensa en él, no respira durante unos segundo, y la angustia parece una piedra dentro de su estómago que tira de él hacia abajo. Se siente muy, muy culpable por lo que le ha ocurrido a Philip. Aunque no fue él quien desató el infierno en el Gran Comedor, sabe que fue uno de los causantes de todos esos problemas. Y no sabe cómo podrá algún día quitarse la culpa de encima.

Pero sí que puede intentar apagar nuevos fuegos antes de que ocurran. Ya ni siquiera lo hace por ganarse el favor de sus amigos de nuevo. Lo hace porque necesita empezar a hacer lo correcto. Por eso tiene un frasco de poción multijugos en la mano.

Sabe que van a intentar raptar a Asher Podmore para amenazar a su padre. No sabe más acerca del plan, pero sabe que son implacables. Que están muy enfadados por lo que le ocurrió a Draco y están sedientos de venganza y, aunque Asher nunca fue su amigo, sabe que no lo merece. Haría lo mismo por cualquier alumno.

Pero Asher jamás le creerá si se acerca a él y le cuenta lo que ocurre. Tan grande y terco como es, le dará un buen puñetazo y le dirá que se largue por donde ha venido, y para entonces será demasiado tarde. Así que, como está desesperado, toma una medida desesperada.

Un poco de poción multijugos con un par de cabellos de Cedric. Colarse en su habitación no ha sido tan sencillo como esperaba, pues se pasa todo el tiempo ahí desde lo que ocurrió en el Gran Comedor, pero por fin lo ha conseguido.

Ve la transformación en el espejo y se siente aún peor consigo mismo cuando adopta la forma de su cuerpo y sus bellas facciones. Se lleva una mano a la cara y ahoga un quejido. Cedric fue siempre su mejor amigo y hace meses que ni siquiera mira en su dirección.

No tiene tiempo que perder. Echa a correr en busca de Asher, preguntando allá por donde va. Hay alumnos que lo rehuyen, pero otros intentan ayudarle y se muestran amabilísimos con él. No es hasta que sale a los jardines y se cuela tras el invernadero que se choca con Connor, quien se encuentra fumando un cigarrillo.

Todd casi se da de bruces con él, pues está sentado en el suelo y sus largas piernas cruzan el sendero de un lado a otro.

—¡Connor! —saluda con sorpresa.

El joven alza la mirada. Tiene los ojos más rojos de lo usual, como si no hubiera dormido lo suficiente o hubiera pasado horas estudiando en la biblioteca. Por inercia, Todd casi va a bajar la cabeza e irse corriendo, como hace desde que Connor le pidió que no se volviera a acercar a él, pero Connor atrapa su tobillo para que no se vaya.

Todd siente esperanza. Por fin.

—Cedric, justo te iba a buscar...

Cedric.

Casi se le había olvidado.

Connor se levanta, pisa su cigarro y luego se retira los restos de tierra de los pantalones.

—Me han dado el alta —explica Connor, rascándose la coronilla—. No iba a venir, pero...

Todd lo mira con ojos como platos. Podría decirle la verdad, que no es Cedric sino Todd, y que tiene mil ganas de hablar con él pero la vida de Asher corre peligro.

Solo que hay un aliciente de lo más tentador, y es que los ojos castaños de Connor lo observan con una mezcla de ternura y confianza que Todd añora como el respirar.

Un minuto, se dice. Puede dejarse sentir que es amigo de Connor otra vez aunque solo sea un minuto. Luego le dirá la verdad.

—No tienes ni idea de la locura que hay en San Mungo, no...

Se puede hacer una idea, puesto que ya sabe lo que ha ocurrido. Sin embargo, frunce el ceño como si estuviera confuso.

—He cortado con Viktor —anuncia Connor, que no parece extrañado por lo callado que está Cedric—. Sé que es un momento rarísimo para hacerlo, pero el otro día cuando vino a jugar apenas me saludó y... Respeto que quiera seguir en el armario, pero yo no tengo tiempo para eso. Me gustaría poder estar con mi novio en un momento como este, y con Viktor nunca voy a poder hacerlo. Mejor ahora que más tarde, supongo.

Todd asiente, todavía sin atreverse a hablar. Lo mira unos segundos pensando en cómo actuar, pero como está demasiado nervioso para eso, decide estudiar su rostro para ver cuál es la mejor opción. Nunca se le ha dado bien leer los sentimientos de los demás, pero no hace falta ser un experto para ver que Connor necesita un abrazo.

Así que extiende sus brazos y se acerca un solo paso y Connor ya sabe lo que tiene que hacer. Todd lo aprieta contra su pecho y lo siguiente que tiene que apretar son los labios y la barbilla porque siente ganas de llorar. No tiene ni idea de la última vez que alguien lo abrazó, y mucho menos de la última vez que Connor lo hizo.

El chico se separa unos segundos después, pero no aparta las manos de los antebrazos de Cedric. Todd siempre ha notado que Connor es mucho más cariñoso con Cedric que con él o con Philip, pero no es difícil saber por qué. Philip no es muy dado a ese tipo de muestras de cariño, y él...

Probablemente pensaba que me lo tomaría a mal.

Realmente lo que siempre ha sentido cuando veía a Connor tomar la mano de Cedric o darse abrazos son celos. Nunca ha sabido por qué; si eran porque tenía celos de su amistad o porque a él nunca lo elegían para ese tipo de muestras de cariño.

Mira las manos de Connor sobre sus antebrazos y luego lo mira a él a los ojos. Antes de que quiera darse cuenta, es demasiado tarde.

Se inclina un poco y se acerca a Connor para besar sus labios. No sabe de dónde viene ese impulso, pero se deja llevar porque Connor no lo aparta inmediatamente. Connor recoge sus mejillas entre sus manos y Todd se siente pequeño, recogido. Protegido.

Y entonces Connor se aparta bruscamente antes de que el beso llegue a ocurrir.

—¡Cedric! ¡Pero qué...! —balbucea Connor, con los ojos bien abiertos—. ¡¿Se puede saber a qué ha venido eso?!

—Lo siento, Connor, es que...

Cuando dice su nombre, Connor pestañea un par de veces antes de arrugar la frente. La siguiente vez que lo mira, ultrajado, parece empezar a comprender.

—¿Dodd?

Todd alza las manos, intentando no pensar en lo mucho que echaba de menos su apodo cariñoso. Intenta pedirle con la mirada que no se marche y que no se enfade. Que le escuche.

—Lo puedo explicar.

—¿Se puede saber qué coño haces?

—Es que...

—¿Es una puta broma, Todd? ¿Es esta una de esas bromas que dejan a gente herida, eh? ¡¿Sabes acaso dónde está Philip?! ¡Está en coma!

—Connor, lo siento, no es lo que crees, esto no...

—¿De dónde has sacado la poción? ¿Y para qué te haces pasar por Cedric? —grita, dándole un empujón—. ¿Y por qué me ibas a...?

Connor deja de hablar, pero ambos saben lo que iba a decir. Todd quería besarlo. Contra todo pronóstico, Todd Dodderidge quería besarlo a él. El chico farfulla un poco más antes de quedarse sin palabras, esperando una explicación.

—Lo siento, ha sido sin pensar, Connor...

—¡Tú nunca piensas, ese es el problema!

—No, esto es diferente. ¡Asher está en peligro! ¡Asher...!

—No digas estupideces, Todd. ¿Acaso querías reírte de mí? ¿De tu amigo sangre sucia y gay? Seguro que a tus otros amigos les hace mucha gracia.

—No son mis amigos, y no es verdad. Nunca me reiría de...

—Deja de mentir, Todd. ¿Alguna vez me has dicho la verdad, eh? ¿Alguna vez te he conocido? —increpa Connor, con la mirada cargada de despecho—. Te odio, Todd. ¡Odio esto en lo que te has convertido y odio el momento en el que decidí ser tu amigo!

Todd da un paso hacia atrás. Las amenazas ya casi le resbalaban de tantas que ha recibido en los últimos meses, cuando quienes juraron ser sus nuevos amigos empezaron a darse cuenta de que no participaba de buen gusto y que había hablado con Dumbledore para confesar. Le abrieron la puerta para entrar a formar parte del grupo, pero luego no le dejaron salir y se dedicaron a torturarlo.

Solo que las amenazas de ellos, que son mil veces más peligrosas, no le importan tanto como esa amenaza vacía de Connor. De su Connor. Sí que sabe por qué quería besarle. Y también sabe por qué alza la varita y...

Pero antes de lanzar el hechizo, lo piensa dos veces.

—Asher está en peligro, y no es ninguna mentira. Si no me crees, ven. Y si no, quédate aquí.

Echa a correr en dirección a la colina en la que alguien le ha contado que suele ver a Asher. Connor le sigue refunfuñando, hablando más para sí que para Todd. Cuando llega a la ubicación, es consciente por la forma en la que le quedan grandes los zapatos de nuevo de que el efecto de la poción multijugos ha desaparecido.

Y también Asher. Cuando llegan, Astrid está tendida inconsciente sobre el césped, y quien está encima de ella es Graham Montague.

—¡Eh! —grita Todd, apuntándole con la varita y alejándolo de un solo hechizo.

El mago sale despedido y cae a unos cuantos metros, quejándose del dolor en su costado. Hace menos de un mes que salió del hospital tras el impacto del rayo durante aquel partido de Quidditch. Connor corre hacia Astrid para tratar de despertarla, pero Todd se acerca a Graham y, sin pensarlo, le asesta un puñetazo.

—¡¿Se puede saber qué estabas haciendo con Astrid, eh?!

—¡Nada, tío, nada! —jura Graham, que intenta zafarse.

—¡Te he visto, la estabas tocando!

—¡No es verdad, no...!

Otro puñetazo. Y otro más. Lo agarra de la pechera de la chaqueta y golpea su cabeza contra el césped varias veces.

—¿A dónde se han llevado a Asher?

Graham abre los ojos como platos, aunque no tarda en cerrarlos por el dolor agonizante que siente por los golpes. Todd atrapa sus mejillas entre su mano y las aprieta, obligando a mirarle.

—¡Contesta!

Graham le escupe sangre en cuanto Todd suelta sus mejillas. Recibe un rodillazo en los testículos por eso. Se queja por el dolor, y Todd aprovecha para mirar de reojo a Connor y Astrid. Connor intenta despertarla dándole palmaditas en el rostro.

—Sabía que lo contarías. Eres un puto chivato, un topo —increpa Graham, con los dientes rojos por la sangre—. Cuando se enteren eres hombre muerto, Dodderidge.

—No te he preguntado si soy hombre muerto. ¡Te he preguntado dónde coño se han llevado a Asher!

—No tengo ni puta idea, y tampoco me imp...

Todd oye sus huesos crujir cuando golpea su nariz y su pómulo, encendido por una rabia que lleva consumiéndolo meses. Lo levanta y lo deja caer, asesta dos o tres patadas. Connor trata de forcejear con él, y esta vez, cuando suelta a Montague, cae sobre una de las piedras.

Crac.

Ese crujido es distinto a los demás. Todd encoge el estómago al escucharlo.

El césped se tiñe de sangre casi demasiado rápido. ¿Cuánto tarda alguien en desangrarse? ¿Cómo se hace para que deje de salir sangre?

—No, no, no... —masculla, acercándose a Graham.

Le ha abierto la cabeza. Intenta frenar el sangrado con la bufanda, pero pronto se empapa de sangre color carmesí. Mira a Connor desesperado, pero el joven se ha alejado unos cuantos metros y vomita todo el contenido del estómago, incapaz de soportar la visión.

Con dedos temblorosos, toma el pulso de Graham, mordiéndose la lengua mientras tanto para no empezar a gritar. Observa la muñeca del joven, con una marca alrededor, como si hubiera llevado una pulsera durante muchos años y le hubiera dejado una marca del sol. Encuentra un pulso débil durante los primeros diez segundos. Se apaga poco después.

—Joder, no... no puede estar pasando, no, no...

—¿Se ha muerto? —musita Connor, acercándose con los ojos cerrados y una mano sobre los labios—. Dime que no...

Todd no puede hablar. Las manos están llenas de su sangre cuando se las lleva al cabello y lo peina hacia atrás, asumiendo la gravedad de sus actos.

Todd Dodderidge acaba de matar a alguien.

No era un inocente, pero no merecía un castigo como ese.

Tiene pocos segundos para pensar en lo que va a hacer. Todd tiene buena memoria, y recuerda perfectamente aquella película muggle en la que se ocultaba un crimen. Solo que él no es un muggle que intenta tapar sus huellas torpemente. Él es mago.

Y lo primero que hace es aturdir a Connor y hacerle olvidar. Todo. No le ha visto aquel día, y mucho menos ha visto a Cedric. Se lleva a su amigo a unos cuantos metros y lo deja ahí, dormido contra la pared del castillo.

Cuando regresa a la escena del crimen, mira a su alrededor. Los setos deben haber tapado la visión de aquel lugar desde el castillo. Si alguien lo ha visto desde otro lugar, entonces está perdido.

Luego se limpia la sangre de las manos y de la ropa y tiene que hacer un esfuerzo descomunal para no romper en histeria y comenzar a llorar y gritar. Hace desaparecer la sangre de la hierba y quema los parches en los que no desaparece. Y luego le toca arrastrar el cadáver hasta las afueras del colegio, donde se desaparece para llevarlo al mar, muy lejos de ahí, y arrojarlo.

Ahora puede hacer dos cosas:

Desaparecer por completo. Ha matado a alguien y, aunque ha borrado sus huellas, se puede haber equivocado. Hay miles de formas por las cuales lo pueden pillar, y los Montague tienen mucho dinero y mucha influencia, y Graham era su único hijo. No pararán hasta que lo encuentren y le hagan pagar por lo que ha hecho.

Cuando llega a esa conclusión, se decide automáticamente por su segunda opción.

Lo van a pillar, y probablemente lo maten. Así que prefiere meterse en la boca del lobo directamente y tratar de sacar primero a Asher a tener que vivir más días huyendo del peligro. No puede más. Está tan cansado que, cuando pierde de vista el cuerpo, se derrumba sobre la arena y cae rendido.

Solo quiere que todo termine. Quería limpiar su nombre y ahora está manchado de sangre. Por más que lo intente, nunca conseguirá volver a ser el de antes y sus amigos nunca lo perdonarán.

¿Quién perdonaría a un asesino?

¿Es Todd el personaje menos querido de Díada? Sí. Pero es uno de los personajes secundarios, así que por supuesto iba a tener un especial 😊 Estoy segura de que habéis empezado leyendo este especial con 0 ganas porque era el de Todd pero, honestamente, a mí me gusta mucho cómo me quedó este capítulo.

Con esto, todos tienen su capítulo especial (Hina tiene más de uno, pero es que Hina es Hina). Con este capítulo creo que se rellenan algunos huecos que quedaban por ahí vacíos en la trama 😊

Nos leemos este domingo con uno de mis capítulos favoritos de toda esta historia y... la semana que viene con el final 😥 Gracias por leer <3

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