·.· 𝐌𝐲𝐞𝐬𝐢𝐬 ·.·


El nacimiento de un nuevo bebé en la familia es siempre motivo de felicidad.

El nacimiento de una niña...

Es motivo de celebración. Durante días, si es necesario.

Thea tuvo cuatro hijos. Solo uno de ellos fue varón, así que se puede considerar muy afortunada. No es que el nacimiento de chicos no sea bienvenido, pero es que Thea, miembro de la Hermandad, tan devota como es, deseaba traer tantas hijas como fuera posible. Cressida, Alice y Pandora siempre la habían llenado de orgullo.

Y aunque, por desgracia, ya no pueda tener a Alice y a Pandora con ella, se alegra de que, al menos, Nyx y Luna sí que lo estén. El nacimiento de la nueva Galanis, hija de los recién casados Leander y Amara, supone esperanza para la Hermandad. Quieren celebrarlo con ella tan pronto como sea posible.

Ha traído a sus nietas a Makrinitsa para celebrarlo, pero Neville se ha tenido que quedar atrás por seguridad. Le ha prometido que volverá con dulces de su abuelo y el chico ha dicho que no pasa nada, pero se le notaba la tristeza a kilómetros. A Thea siempre le sorprende lo mucho que se parece Neville a su madre y lo dispuesto que está a fingir que todo va bien para no apenar o preocupar a los demás. Según Augusta, se parece a su abuelo Frank en eso, también.

Pasan el día con toda la familia. Comen y celebran el final del verano en el jardín de los Galanis, y ponen música y muchos vasos de ouzo. Se deleita observando a Nyx y Luna hablar con el resto de la familia, porque verlas es casi como ver a sus hijas de nuevo. Siempre ha querido que pasen más tiempo con los suyos, que aprendan el idioma y las costumbres. No quiere decirlo, pero le parece un poco injusto que Augusta y Phil tengan a sus nietos todo el tiempo y ella solo pueda verlos un par de veces al año. Ahora, con la guerra en ciernes, se los llevaría a Makrinitsa y se aseguraría de que ningún desconocido penetrara el perímetro del pueblo.

Decide no pensar en ello. Neville está rodeado cada minuto de cada hora, y Nyx... Nyx está empezando a comprender. Thea siente que, cuanto más sabe sobre Nyx, menos sabe sobre Alice. No entiende de dónde sacó esa sabiduría acerca de la luna cuando ella lleva más de sesenta años estudiándola sin parar y no ha aprendido tanto. Sin embargo, eso, lejos de enfadarla, la motiva. Si hay más por saber, significa que hay más por aprender.

Thea ama aprender sobre su magia más que nada, y por eso, aunque está siendo un día maravilloso en familia, no puede esperar a que llegue la noche.

Noche de luna negra. Renovación, creación. Nacimiento.

Observa a Nyx nada más llegar al prado. Ve cómo clava los pies descalzos sobre la tierra y la hierba del bosque, cierra los ojos e inspira, llenándose los pulmones de aire. El resplandor de sus cicatrices se percibe a través de la fina tela del vestido blanco que lleva. La marca de la luna, justo en mitad de su frente, se ilumina y dota a su rostro de un aspecto fantasmagórico, sobrenatural.

El grupo de mujeres la observa embelesado. Ver a Nyx bajo la luz de la luna es como mirar a la luna misma. Thea siente una especie de calidez en el pecho cada vez que ve a su nieta mayor. Una mezcla de privilegio, orgullo y fascinación.

Y un poco de miedo. Sabe que solo los necios carecen de él, y ella no es ninguna necia.

Le ha costado convencer a Nyx de que lo suyo es una bendición y no todo lo contrario, que si ayudó a salvarle la vida al chico, eso no es algo de lo que deba arrepentirse. Lo que debe hacer es ver todas las posibilidades que eso conlleva, que son amplias, pero sobre todo, la mejor perspectiva de todas:

Si salvó a Cedric, puede salvar también a Neville. Y a quien se proponga.

Lo que no saben es cómo hacerlo. Sobra decir que obligarla a bañarse con su hermano en un lago durante un eclipse está descartado. Thea ni siquiera sabe exactamente cómo funcionó, solo puede suponerlo, como mucho, pero sí sabe que Nyx lo consiguió una vez, y que Alice lo consiguió otra más, así que puede hacerse una tercera, si es necesario.

Solo tenemos que averiguar cómo.

Thea se encamina hacia el río para llegar al lugar de la reunión. Acaricia la mejilla de la bebé en los brazos de Amara, todavía sin nombre. Está a punto de recibir uno.

—Abuela, ¿no sería mejor ir por la orilla? El agua corre fuerte y...

Mira a Nyx, tan escéptica como siempre, y le sonríe. Tiene tantas ganas de enseñarle todo lo que sabe, a ella, la elegida por la luna, que solo de pensarlo se le encoge el estómago de la emoción.

Thea alarga la mano y pronto la toma la siguiente mujer más longeva, y todas, excepto Amara que sujeta a la bebé y Luna, van cogiéndose las manos hasta que es el turno de Nyx.

Guíanos, Madre.

Comienza la melodía. Avanza con confianza por el río, sabiendo que las piedras no arañarán las plantas de sus pies ni la harán tropezarse. La piel luminosa de Nyx las guía en el camino. Canta muy suave, tanto que su voz y la de sus hermanas se funde con el rugir del viento y el movimiento de las ramas de los árboles.

Guíanos, madre,
muéstranos tu luz.
Cuando el cielo se tiñe de negro
y el mar pierde su azul.

Avanzan en hilera, todas ataviadas con vestidos blancos. La bienvenida de una nueva niña a la Hermandad se celebra siempre así, como antaño. Llevan coronas de ramas de olivo, laurel, adormidera y beleño. Thea, además, como la más anciana del grupo, lleva el cetro, de sauce y roble.

Cuando el río llega hacia la colina y cae por la ladera, el grupo sale por fin del agua y rodea el montículo hasta llegar a la piscina natural. Las demás ya han llegado, y observan el desfile de brujas en solemne silencio.

El grupo de centáurides aguarda pacientemente. Siempre llegan las primeras, pero a Thea ya se lo perdonan porque son conscientes de que ir a dos pies es mucho más lento que a cuatro patas.

—Euphemia —saluda Thea, acercándose a la jefa de la manada—. Gracias, amiga.

Cressida, la abuela de la recién nacida, agradece también a las centáurides su presencia. Luna está junto a ella, mirando con fascinación a las criaturas.

¿Ella es la hija de Pandora?

—responde Luna, ajustándose la corona de flores sobre la frente.
No sabe demasiado griego, pero entiende las formas más básicas, suficiente como para presentarse a sí misma y hacer preguntas educadas.

Thea se gira en busca de Nyx, que está mirando con estupefacción a todos los seres que hay reunidos. Hay centáurides, alguna que otra veela, hadas y ninfas de madera, y otras brujas que no conoce.

Un grupo de tres mujeres se ha acercado a Nyx con verdadera curiosidad. Una le toca un mechón de pelo con mirada deslumbrada, y las otras dos la observan boquiabiertas.

Thea aguanta una risita porque la primera trata de hablarle, pero Nyx no entiende ni una sola palabra.

Es mi nieta, Nyx. No habla griego, desafortunadamente. Solo inglés...

—Saludos —menciona la primera, haciendo una exagerada referencia—. Eres...

—La hija de la luna —enuncia Euphemia, la jefa de la manada de centáurides, con un marcado acento. Nyx mira hacia arriba—. Qué ojos tan oscuros, hija de luna. Asemejan el cielo sobre nosotras.

Nunca ha visto a una centáuride tan de cerca, y por cómo traga saliva, Thea sabe que debe haber leído cosas sobre ellas, sobre cómo no se llevan bien con todos los humanos, pero sabe que no tiene nada de qué preocuparse.

—Nyx, todas somos hijas de la naturaleza. Todas la veneramos por igual —explica, alzando sus brazos para hacer un gesto en dirección al grupo—. Brujas, centáurides, mujeres lobo... Todas le debemos mucho.

Nyx parece comprender por fin por qué esas tres mujeres la miran con tanto interés, por cómo les dedica una sonrisa algo incómoda. Luna se coloca junto a su prima para mirar a todas con la misma mirada de felicidad de la que hace gala siempre. Da pequeños brincos sobre sus talones, muy emocionada por lo que hay alrededor.

—¡Está lleno de criaturas! ¿Has visto las hadas, Nyx? —le dice, tirando de la manga de su vestido—. ¿Sabes que pueden poner más de 50 huevos por hada? ¡Nunca había visto una tan de cerca! Las del Bosque Prohibido siempre huyen de... ¡¿ES ESO UN HELIÓPATA?!

Thea se inclina al ver a la heliópata llegar. No veía a una desde hacía muchos años, ni siquiera recuerda cuántos. La oréade que la monta desciende con gracia, dando un saltito y posando sus pies descalzos sobre la hierba. Hace una reverencia frente a Thea, mira con curiosidad a Nyx y luego se va en busca de la recién nacida.

Nyx pestañea rápidamente y observa a su abuela.

—Era una oréade, una ninfa —explica Thea—. Mira, ahí están las náyades.

El grupo de ninfas acuáticas nada con gracia en la piscina natural. Son tan hermosas que compiten en belleza y elegancia con las veelas, que no se quedan muy lejos de la linde con el bosque. La reunión ha traído a criaturas y seres de muchas partes de la región, ansiosas de darle la bienvenida a una más.

—¿Pero todas son parte de...? —pregunta Nyx a su abuela, que le da un apretón en la mano para hacerle saber que está contenta con su pregunta.

—No somos del mismo grupo, pero sí practicamos la misma magia. Por eso, cada vez que nace una de nosotras, es una celebración —explica, antes de buscar entre la multitud. Encuentra a otro grupo de brujas y saluda con el brazo—. Ellas han venido desde Delfos, luego te las presento.

Thea se siente vibrante en un momento como ese. Quiere saludar a todas y ponerse al día y agradecer su presencia, pero primero necesitan llevar a cabo el ritual. La niña necesita un nombre y necesita que la presenten y la preparen.

Las mujeres lobo han terminado de colocar bien las hogueras. La heliópata, bien amaestrada por su oréade, les prende fuego, provocando que los rostros de todas queden iluminados por las llamas. La Hermandad de Delfos —las Musas, como prefieren ser llamadas—, reparte el ciceón, completamente casero.

Todas brindan en su nombre y beben en su honor. Las ninfas de madera y las náyades comienzan a cantar, y las musas tocan sus instrumentos. Thea lleva a sus nietas de la mano, instándolas a bailar. A Luna no hace falta explicarle nada, le sale natural, pero Nyx siempre ha sido más rígida que un palo para este tipo de cosas, así que necesita apoyo. Por suerte, pronto se ve deleitada por la música mágica, el ciceón y, por qué no, el humo que sale de las hogueras, cargadas de la madera, la adormidera y el beleño de las coronas de flores.

Nyx pronto se deja llevar y Thea la ve moviendo por fin sus caderas y sus piernas, alzando los brazos e imitando al resto de las presentes, que danzan sin parar alrededor de las hogueras. Se toma de la mano de las mujeres lobo y bailan juntas, todas recibiendo con apreciación la luz de la luna que emana Nyx en ese momento. Por suerte, es de luna nueva y no de luna llena.

La Hermandad se coloca alrededor de la piscina natural. Las invitadas están inmediatamente después. Ha cesado el baile y llega el tan esperado momento.

Amara sujeta a la bebé en brazos en el centro, y Nyx está justo a su lado. Ya le han explicado que ella será quien la presente, y al principio no había estado muy de acuerdo, pero Amara y Cressida casi se lo habían suplicado.

Thea insta a Nyx a tomar a la pequeña en brazos. Sabe que Nyx está sintiendo algo parecido a ella —y a todas las demás—, una sensación de estar levitando por encima de la hierba. Todo gira a su alrededor, el agua parece que tiene distintos colores, y los sonidos de la noche parecen magnificados. Cuando Nyx pide un poco de silencio, le parece que el bosque se calla de inmediato. Thea alza el cetro hacia el cielo y cierra los ojos.

Madre —enuncia Nyx con solemnidad. Le tiembla un poco la voz al decir eso, pues es lo único que sabe en griego. Lo demás, se lo sabe casi de memoria, porque Luna se ha pasado todo el día recitándoselo para que no se le olvide—. Nos reunimos aquí, bajo tu presencia, para presentarte a nuestra recién llegada. Por favor, acógela entre tus brazos, pues será una de nosotras y te... Te honrará, como así lo hacemos las demás.

Nyx baja la mirada y deposita un beso sobre la cabecita de la pequeña. Unta su índice en el brebaje de siempre y traza una línea en su frente.

—Madre, soy Nyx, tu... tu hija.

Thea se aguanta las ganas de chasquear la lengua al oírla hablar con tanta duda y vergüenza. No sabe por qué Nyx no se siente orgullosísima de poder llamarse como tal. Le queda bastante trabajo antes de que Nyx empiece a confiar un poco más en sí misma.

—Te presento a Éter Néfele. Llénala de tu luz y tu sabiduría, y ella se entregará a ti en cuerpo y espíritu.

Terminado el monólogo, le cede la bebé a Thea, que termina el ritual. Se coloca de rodillas sobre la hierba y baña con sumo cuidado a la pequeña en el agua del río, con su vestidito blanco flotando sobre la superficie. La Hermandad, a su alrededor, llora de alegría. Amara se agarra a Cressida, que asiente con felicidad al ver a su nieta recibiendo su primer baño.

La fiesta prosigue tras la presentación. Thea se sienta junto a Nyx para ejercer de intérprete, pues las invitadas parecen muy interesadas en hablar con la hija de luna. Beben agua, para intentar bajar los efectos del ciceón, y miran a su alrededor para ver cómo las demás se divierten.

—¿A mí también me hicisteis... esto? —pregunta Nyx, señalando al río.

—Ah, claro que sí —asiente Thea, con una sonrisa de oreja a oreja—. Lo recuerdo como si fuera ayer. ¡Estaba tan contenta! Cibeles, quien guiaba al grupo entonces, fue quien te bañó. Pandora te presentó, me acuerdo perfectamente, porque te presentó con una canción que ella misma compuso.

—¿En serio? ¿Podía cantar y me habéis hecho recitar un discurso soso?

Thea le da un codazo amistoso. Sabe que Nyx no se habría puesto a cantar delante de todo el grupo ni por todo el oro o el ouzo del mundo.

—Este rito es importante, Esleen. Presentar a Éter y bañarla la preparan para ser una de nosotras. Ahora es una mystes —explica pacientemente, tomando su mano para tener su atención. Busca a Luna, que está intentando hablar con las hadas, pero decide no llamarla—. Ella solo acepta a una nueva iniciada si ha sido presentada en su nacimiento.

—Entonces, ¿nadie puede escoger formar parte? ¿No hay...?

—No que yo haya visto, cielo. Cedric es una excepción y, aún así, creo que no le gustaría tenerlo presente en algo tan íntimo y antiguo como esto. Tiende a enfadarse cuando nos saltamos este tipo de reglas, es por eso que... Somos tan recelosas y precavidas. Por eso no nos gusta tener a forasteros en el pueblo, implican un peligro—prosigue, con una sonrisa.

Nyx asiente muy despacio, mirando a su abuela con una sonrisa.

—Y... ¿todo esto es necesario? —prosigue Nyx, señalándose el vestido blanco—. ¿O simplemente os gusta llevar coronas?

—No son muy cómodas, la verdad —concede Thea, rascándose en la parte trasera de la cabeza, como si aún la llevara puesta—. Pero son parte del myesis, del ritual. Igual que bañar a Éter. Agua del río, tierra del bosque, fuego y aire —explica, señalando las hogueras—. Lo que hueles en el ambiente, las hierbas que hemos quemado, no son hierbas cualquiera. Todo forma parte del rito de iniciación por una razón. Cuando Éter cumpla los quince años de edad, la presentaremos una vez más y podrá formar parte de la Hermandad.

Thea observa cómo Nyx se gira a buscar a su prima, quien cumplirá los quince dentro de poco. Es por eso que ella no llevaba corona ni vestido, ni puede participar en los rituales ni beber ciceón. Thea sabe que, cuando por fin la presenten, Luna será una de las hermanas más dedicadas del grupo, igual que lo era su madre.

La mirada de Nyx se desvía hacia una de las hogueras. Una centáuride habla con Amara y alguna de las otras brujas de Delfos. Alza las manos, como si quisiera mover el humo.

—Te puedo ver el futuro a ti también, hija de la luna.

Euphemia, la centáuride, se acerca a Thea y a su nieta.

—No sé si...

—No hay nada que temer, Nyx, el futuro ya está escrito en las estrellas —dictamina, mirándola con sus enormes ojos verdes—. ¿Por qué temer lo inevitable? Saberlo solo te puede preparar para afrontarlo.

Thea pasa un brazo alrededor de los hombros de Nyx. Indica a Castalia, una de las hermanas de Delfos, que se acerque también.

—Ellas le están leyendo el futuro a Éter —explica Thea, antes de señalar a Euphemia y Castalia—. Las brujas de Delfos se especializan en la lectura del futuro y...

—Tenemos la suerte de contar con muchas videntes —termina Castalia, con una sonrisa—. Es un placer conocerte, cielo. Tú madre y yo nos escribíamos a menudo.

Nyx sonríe a la desconocida. Thea sabe que no tiene mucha ilusión por ver su futuro, pero Thea sí la tiene. Con todo lo que está por venir y, sabiendo que sus nietos están metidos dentro del embrollo, quiere poder interceder, si es que es posible.

—Vamos, Esleen, es solo un momento. Dales las manos.

Con mucha reticencia, Nyx toma la mano de la bruja y la centáuride. La segunda aviva el fuego de la hoguera y luego sopla justo encima. Saca algo de su morral y lo lanza a las llamas.

La vidente cierra los ojos. Cuando los abre, están completamente en blanco. Entreabre los labios, dejando entrar el aire de manera intermitente. La centáuride, por su parte, hace bailar sus manos por encima del humo. Nyx ni siquiera siente ganas de reírse o asustarse por lo que está viendo alrededor, ya no sabe si es porque piensa que la han drogado o porque tiene miedo de lo que pueda ocurrir cuando se pongan a hablar.

Nyx intenta ver las formas en el humo, pero solo ve nubarrones. O le espera un cielo encapotado, o no tiene ningún talento para la adivinación, como siempre le ha dicho Trelawney. Piensa en Hina, que estaría felicísima de presenciar algo así.

Está a punto de decírselo a su abuela, cuando Castalia retorna de dónde sea que se hubiera ido. Sus ojos azules regresan a sus cuencas, y ese mismo impulso la lleva hacia Nyx. La toma con fuerza de la mano y la mira. La centáuride toma un puñado de humo en su mano y lo lanza hacia el rostro de Nyx...

Veo luz y oscuridad. ¿Acaso quieres apagar la luz, hija de la luna?

Veo una puerta cerrada —continúa Castalia, con la misma voz teatral que emplea siempre su abuela—. ¿De qué huyes, hija de la luna?

Veo tierra y piedra. Sepulturas. ¿Acaso has perdido a un ser querido, hija de la luna?

Veo...

Agua —determinan ambas mujeres.
La centáuride, de ojos tan verdes que parecen falsos, toma a Nyx del mentón y la mira a los ojos. Sus pupilas se dilatan al ver la oscuridad de las de Nyx.

Veo agua. ¿Acaso no sabes nadar, hija de la luna?


Bueno, si os mola un poco el rollo mitológico, me arriesgo a decir que os ha gustado este especial 🤪

Esta historia la planteé con mil referencias más y mucha más presencia de lo griego, pero al final rebajé bastante por comodidad, tanto mía como vuestra. Lo que sale aquí son cosas relevantes y... ¡Os invito a investigar!

Gracias por vuestra paciencia. Últimamente me cuesta un poco más subir, escribir y leer, pero os prometo que siempre vuelvo 💜

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