·.· 𝐄𝐩í𝐥𝐨𝐠𝐨 ·.·
Tú no te irás, mi amor, y si te fueras,
aun yéndote, mi amor, jamás te irías.
El duelo vuelve valiente al más cobarde de los hombres.
Y es que cuando Cedric Diggory cruza el velo de la muerte, siente que su miedo a morir se desvanece como una lluvia que se vaporiza al tocar un suelo ardiente. Este miedo, en realidad, se transforma en angustia, en una pregunta que ya tenía antes de emprender tan temido viaje.
¿Y si no puedo regresar?
Cuando sus ojos se acostumbran a la penumbra, observa que el camino frente a él está sumido en una espesa niebla negruzca que lo hace sentir escalofríos. No sabe si lo que tiene es calor, o frío, o ambas cosas a la vez. Es como una fiebre repentina y despiadada que amenaza con ahogarlo y hacerlo desfallecer.
No conoce el camino a seguir, pero no se siente tan ajeno al suelo que pisan sus zapatos. Ya estuvo allí en una ocasión y, en realidad, siente que sus sueños plagados de oscuridad desde ese momento estaban protagonizados por ese lugar. Piensa que todo, extrañamente, le recuerda a Nyx. Casi puede percibir su olor y su presencia en un lugar que debe ser inmenso. No tarda en comprenderlo.
Nyx siempre supo controlar las tinieblas y los sueños. Nyx siempre formó parte de aquel lugar, en cierto modo. Igual que él, pisó el Más Allá muchos años atrás, y aunque regresó, una parte de ella siempre perteneció a este lugar inhóspito.
Qué solo se siente al darse cuenta de ello; de que Nyx siempre ha estado más a gusto entre las sombras y lo oscuro mientras que él prefería la luz del sol. ¿Y si Nyx decide no regresar? ¿Y si resulta que lo que hay en el Más Allá es mucho mejor que su vida terrenal?
—Ced.
Cedric mira a su alrededor. Reconoce esa voz, pero no entiende de dónde proviene. La palabra hace eco y rebota contra las paredes de lo que a Cedric le parece una altísima caverna. Cuando deja de buscar el límite del techo y mira a su alrededor, una figura emerge entre la espesura negra.
Philip Quill parece muy tranquilo. No va vestido con su uniforme del colegio, ni con la bata de hospital en la que Cedric lo vio por última vez. Lleva una camiseta de su grupo favorito y unas zapatillas viejas y desgastadas, llenas de marcas de rotulador.
En sus manos, carga con una rama de planta luminosa. Cedric observa que no lleva guantes, a pesar de que es una planta peligrosa que se adhiere a la piel y jamás se despega. Cedric no comprende por qué Philip, que es experto en herbología, no está tomando precauciones.
Cuando observa de nuevo el rostro de su amigo, le parece que sus facciones cambian ligeramente sin parar, como si estuviera viéndolo a través de una nube borrosa y tuviera que hacer un esfuerzo por ver a través. Como cuando solía ver a alguien en sueños.
Cedric regresa la mirada hacia sus manos. No tienen sangre allá donde rozan la planta. No parece sentir dolor.
Y entonces lo entiende.
—Nunca volverás, ¿verdad? No despertarás nunca del coma.
Philip sonríe. Niega muy despacio, con la mirada brillante por las lágrimas, y se acerca a su amigo con paso seguro.
—No lo creo, Ced.
Cedric aprieta los labios y se lanza hacia él, pero no abraza nada, como cuando trataba de tocar a Harry. Esa sensación es tan desoladora como antes, y siente cómo se le agolpan las lágrimas y se le crea un nudo en la garganta. No sabe cuándo fue la última vez que abrazó a Philip. Durante muchos años, ni siquiera lo hacían por un estúpido código entre hombres que les dictaba lo que estaba bien y lo que no entre amigos.
Cuando besó a Hina por primera vez. Ese día fue el último que lo abracé, para celebrarlo.
Se aleja un solo paso y mira a su amigo, con el corazón roto en mil pedazos. Philip, sin embargo, no siente la misma tristeza. Es la mirada de alguien que ya ha aceptado su destino, y por un segundo a Cedric le recuerda a cómo le miró Todd antes de golpearlo para ocupar su puesto en la batalla.
—No tenemos tiempo que perder, Cedric, sígueme.
Cedric frunce el ceño. Philip parece más seguro de sí mismo de lo que jamás lo ha estado.
—¿Cómo sabes a dónde voy?
—Ella me ha avisado.
Ante ellos, la penumbra se disipa lo suficiente para permitirle ver un camino maltrecho que desciende. La luz de Philip alumbra la caverna y Cedric advierte que ese camino en forma de caracol baja y baja, sin que pueda llegar a ver su fin.
Cedric va a descender al inframundo y no lleva más que tres monedas en un bolsillo y su brújula en el otro. Thea le ha advertido que debe ir tan ligero como pueda en su descenso, para que luego el peso no sea un impedimento cuando quiera regresar.
Mantiene la vista clavada en la espalda de Philip, lo cual no sirve de aliento en absoluto. Le parece ver formas en las paredes; manos con garras que se abren y extienden. De nuevo, todo lo que ocurre a su alrededor le parece una realidad que se transforma sin parar, como si estuviera dentro de un sueño y los elementos se crearan y tomaran forma en el momento en el que posa su vista sobre ellos y se deformaran una vez los deja de mirar. El aire está cargado y es nocivo, y le cuesta ligeramente avanzar, como si alguien se lo impidiera y tirara de él de vuelta hacia el arco. Como si quisieran echarlo de un lugar al que no pertenece.
Avanzan por la estrecha senda durante lo que a Cedric le parecen horas interminables. Tiene las rodillas cansadas por el descenso cuando por fin parece que el camino se allana y atraviesa un túnel. Hace mucho calor, ahora, a pesar de que siente fríos los huesos. Cuando mira para advertir que no está sudando, el resplandor de su pecho lo sorprende como un viejo amigo. Está seguro de que no estaba tan iluminado cuando ha cruzado el arco.
¿Significa que estoy cerca de ella?
—¿Sabes dónde está Nyx, Philip?
Philip se gira y niega, visiblemente arrepentido..
—No con seguridad, pero aquí no hay nada más. Para seguir, tienes que cruzar al otro lado, seguro.
Cedric no sabe a qué se refiere, hasta que Philip señala y, ante sus ojos, aparece una negra laguna subterránea. Se acuerda inevitablemente de aquella sobre la que navegó junto a Nyx y Dumbledore hace no tanto, cuando recuperaron el horrocrux falso.
—¿A nado?
—Por una moneda.
La voz sale de la nada. Cedric no había visto al barquero en el muelle, frente a sus ojos, pero ahora observa la figura de un ser que claramente no es ya humano. Reconoce al barquero vagamente de las clases de Thea. La verdad se vuelve demasiado certera en ese momento, y el aire que tiene en los pulmones arde, como si fuera mucho más consciente de dónde se encuentra en ese momento.
—¿Qué hay al otro lado?
Philip sonríe. La luz de la planta ilumina sus ojos.
—Te lo puedes imaginar.
Cedric asiente, tragando saliva. Si el camino hacia abajo y el barquero son ciertos, ¿cómo no van a ser ciertos todos los otros conocimientos que tiene sobre ese lugar? Si Thea tenía razón cuando lo explicaba en clase, entonces, al otro lado del río debe estar el lugar donde descansan aquellas personas malvadas y el lugar donde descansan las almas buenas. No tiene dudas de a dónde han ido a parar Snape y Lily, respectivamente.
Y Nyx era buena, muy, muy buena.
Saca una moneda de su bolsillo y se la tiende al barquero, que lo insta a subir. Después, se queda mirando a Philip.
—¿No vienes?
—No puedo cruzar.
Cedric no entiende por qué. Saca las dos monedas restantes de su bolsillo y mira a su amigo.
—Son para ti y para Nyx, para el viaje de vuelta —advierte Philip, con una sonrisa—. No te preocupes, Ced.
—Pero...
—Pronto no me hará falta una moneda, Cedric. Pronto, cruzaré y no regresaré, así que no importa esperar aquí un poco más. Así te puedo despedir en esta orilla, al menos.
Cedric entiende el peso de sus palabras. Mira al barquero con súplica y luego a su amigo.
—Pero Philip...
—No voy a regresar, ya lo he asumido —le calma Philip con una sonrisa pacífica. Cedric lo ve, con la planta en la mano y su camiseta de Oasis vieja, y siente una desoladora sensación de despedida. Esa será la última vez que hable con él—. Despídete de Hina y de Connor, ¿vale? Les mandas recuerdos. Y a mis padres... explícaselo como puedas. Diles cuánto les quiero.
—¿Por qué no tratas de volver conmigo?
—No podemos engañar a la muerte, Ced. Solo tienes una oportunidad y esa la tienes que usar con Nyx. Vete, antes de que sea tarde.
Cedric asiente, con el corazón en un puño. Se acerca para tratar de abrazarlo una vez más, por inútil que sea. Philip le devuelve el abrazo fingido.
—Te voy a echar de menos siempre, amigo.
El joven asiente, con una mano alzada para despedirlo.
—Y yo a ti, Ced. Gracias por todo lo que has hecho por mí.
Cedric trata de no mirar demasiado al barquero. Piensa que, cuanto menos recuerde su mente el infierno, mejor podrá dormir en el futuro. Una parte de él, no sabe si aquella que controla la luna, le dice que es mejor que no se deje llevar por lo que ocurre a su alrededor. Que le será más fácil dejar todo ello atrás, si es que consigue salir. Por eso no se gira a mirar a Philip y por eso no responde cuando el barquero le pregunta por qué le brilla el pecho.
—Tú no eres un alma. Eres un vivo —determina el barquero. Cedric lo mira de pasada y solo advierte la figura de un hombre viejísimo y sucio, lleno de arrugas y canas.
Cedric asiente, sin mirarle a los ojos. El barquero, sin embargo, frena su avance sobre la superficie del agua y se queda mirándolo.
—No pueden cruzar aquellos cuyos huesos no descansan, vivo. Por eso tu amigo no cruza y por eso tú tampoco puedes cruzar.
—Pero...
—No. Regresaremos a la orilla.
El barquero no le da tiempo a defenderse. Cedric no sabe cómo el recorrido de varios metros que ha hecho antes en dirección al otro lado dura ahora apenas tres segundos. Ni siquiera se ve a sí mismo salir de la barca. Para cuando se da cuenta, el barquero está clavando la pértiga en el agua y se aleja, dejándolo en la orilla. Philip ha desaparecido en la penumbra, y Cedric se encuentra solo frente a la oscura laguna.
¿Y ahora qué?
Saca su brújula, decorada con el cielo nocturno, y acaricia la esfera con el pulgar suplicando por ella. Le late muy fuerte el corazón y le parece que se escucha, y que por eso las formas sin vida y las almas de los desdichados que nadan por la laguna se detienen a mirarlo. Un vivo en un mar de muertos. Irónico, pues durante mucho tiempo, él se sintió un muerto entre todos los vivos.
La brújula se mueve frente a sus ojos. Da vueltas y vueltas como si se hubiera roto, hasta que comienza a indicar hacia una dirección en concreto.
Hacia algún lugar, en el interior de la laguna, o tal vez más allá. No puede verlo por culpa de la oscuridad, y siente la ausencia de Nyx más que nunca. La luz que emana su torso no es suficiente. Alumbra un poco, pero no tanto como para ver más allá. No como cuando Nyx iluminó aquel lago plagado de inferis con su luz. O cuando introdujo la mano en el agua para sacarlo.
Nyx podría estar sumergida. Él vio aquella laguna cuando murió, y fue Nyx quien tiró de él para devolverlo a la vida. Si Alice no estaba ahí para sacarla, ¿habrá caído al agua?
El duelo vuelve valiente al más cobarde de los hombres.
Por eso Cedric se abre la camisa y se lanza al agua negra sin mirar atrás. Le aterroriza abrir los ojos, pero sabe que no tiene más remedio, así que lo hace y trata de no echarse a gritar por el escozor de la sal. Se convence a sí mismo de que no es real. De que lo que ocurre solo es real si él piensa que lo es.
Siente un familiar cosquilleo en el rostro. Poco después, los ojos le dejan de escocer, pero ahora ve todo con mucha más claridad. Tiene que ahogar un grito cuando entiende que las formas que nadan a su alrededor son esqueletos, vagando sin rumbo.
No cree que tenga demasiado tiempo, Philip se lo ha advertido. Observa la brújula y sigue su dirección, nadando con amplias brazadas para tratar de alejar a los muertos que no pueden cruzar al otro lado de la laguna. La luz de su pecho les molesta y los aparta de su camino, pero algunos se aferran a sus piernas y nota sus garras arañando su piel. Tiene que patalear y forcejear para que lo suelten, y cuando no lo hacen se gira para mirarlos. Sus ojos iluminan el mar de muertos y estos se alejan, heridos por la luz.
No tengo miedo. No es real. No lo es.
El tiempo no pasa con normalidad. Por mucho que intenta contar los segundos que pasa bajo el agua, va por el sesenta y, sin que se dé cuenta, de repente está contando el trescientos veintitrés. Siente que debe salir a respirar y nada de vuelta a la superficie.
Cuando sale, el agua a su alrededor se agita. El oleaje es tan fuerte que tiene que nadar a contracorriente para que la marea no se lo lleve. Los brazos de las almas sumergidas se observan en la superficie, pues también para ellas es complicado nadar.
No tengo demasiado tiempo.
Una de las manos se coloca sobre su cabeza y lo hunde. Por mucho que intenta forcejear, el muerto no se cansa, así que Cedric decide que no tiene más remedio que bucear. Si antes ha aguantado trescientos segundos y no ha pasado nada, entonces, puede aguantar otros trescientos más.
La brújula lo guía bajo el agua. Se acuerda de sí mismo en el Lago Negro durante la segunda prueba del Torneo. De cómo nadaba con desesperación, pensando que se encontraría a Nyx entre las algas y ella se enfadaría con él por considerarla su persona más preciada. En aquel momento, había deseado con todas sus fuerzas que no se tratara de ella, pero ahora solo puede pensar en que necesita encontrarla.
A pesar de que la vaya a ver muerta, una vez más. La imagen de su rostro pálido sin vida se reproduce en su retina cada vez que pestañea. Abrazó su cadáver con tanta fuerza que temió que se desmoronara cuando le obligaron a soltarse. No sabe cuánto suplicó por su vida a la luna. Todos le escucharon, tendido sobre el césped en el campo de batalla, mientras reclamaba el regreso de su alma en dirección al cielo.
Loco. Pensaron que se había vuelto loco una vez más. Cedric se dio cuenta de que nunca, nadie, comprendería su martirio. Que siempre sería el héroe más admirado o el pobre y trágico desdichado joven que ve morir en sus brazos a todas las personas que le importan.
Pero ya fue esa persona una vez, con Harry, y ahora Nyx no aparece de la nada cuando conjura un hechizo. Así que la necesita. Puede que su madre no sea capaz de traerla de nuevo de entre los muertos, pero Cedric ha bajado al infierno por ella. Y no piensa regresar si no es con Nyx a su lado.
Cuatrocientos cincuenta.
Cree que está perdiendo la consciencia. Que se está volviendo loco y no distingue lo real de lo imaginario.
Está de repente en clase, con once años, y una niña que ha dicho que se apellidaba Longbottom se ha caído de la silla. Todd, el niño rubio que comparte habitación con él, ha dicho una tontería, un juego de palabras sin gracia. Cedric pasó la noche anterior jugando con Connor, hijo de muggles, al Scrabble, y tiene la mente entrenada.
"Más bien, ya que se ha caído al suelo de culo, se podría decir que ahora es Flatbottom".
Quinientos veintitrés.
Tienen doce años y alguien en la sala común ha dicho que Cedric es tan ágil que podría llegar a la lámpara del techo usando solo su ingenio. Nyx Longbottom ha escuchado eso y ha tardado tres minutos y cinco amenazas en conseguir que un grupo de alumnos haga una torre y subirse en ella para tocar la lámpara. Mira a Cedric con desafío y le saca la lengua. Cedric se pasa toda la noche pensando en cómo devolvérsela.
Seiscientos dos.
Tienen trece años y Nyx vuela de miedo. El padre de Cedric le ha escrito una carta asegurándole que entrará en el equipo porque la otra opción es simplemente inimaginable. "Serás el mejor buscador de todos los tiempos y un buenísimo capitán, Cedric, estás destinado a grandes cosas". Nyx es su único impedimento para lograr ese objetivo y, sin embargo, cuando la ve atrapar la snitch en la prueba de acceso no tiene ganas de enfadarse con ella por ser la mejor. Se queda absorto viendo su vuelo de la victoria mientras celebra con Podmore. Se da cuenta de que no quiere ganarle; quiere impresionarla y que ella se quede igual de boquiabierta que él.
Setecientos sesenta y cuatro.
Tiene catorce años y están en Hogsmeade y Connor quiere hacer una foto con su cámara en la nieve pero les advierte que solo hay una oportunidad, pues no le quedan muchas fotos en el carrete. Junta a todos sus amigos cerca de un torpe muñeco de nieve y un alumno de quinto les saca una foto. Cuando la imagen se imprime ante los ojos de todos, Cedric ve que Nyx le ha colocado la mano detrás y hace que parezca que tiene unos cuernos. Cuando la mira enfadado, ella tiene las mejillas rosas por el frío y le brillan los labios de tanto relamérselos. Algo en el interior del estómago de Cedric da un giro. Copia esa foto con un hechizo y la guarda dentro de su agenda.
Ochocientos.
Tienen quince y se ha topado con Fred Weasley besando a Nyx en el pasillo. Nyx llevaba una camiseta corta y ha visto la mano de Fred acariciando su baja espalda. Cedric llega a su habitación y aprieta la cabeza contra la almohada y grita. Se da cuenta de que, a lo mejor, le gusta Nyx. No entiende por qué le gusta Nyx, de entre todas las personas.
Ochocientos noventa y cinco.
Tienen dieciséis y Nyx duerme en la bañera grande del baño de los prefectos, apoyada sobre una columna de estilo griego. Cedric advierte la forma de su cuerpo en ropa interior, pero lo que más le fascina es lo guapa que está cuando duerme. Baila con ella y siente que tiene el cuerpo cargado de electricidad. Se permite tener esperanza.
Novecientos ochenta y cuatro.
Tienen diecisiete años y Nyx también está enamorada de él. Duermen juntos y se despiertan juntos y, cuando la besa, Nyx pone los ojos en blanco cuando se separan y se burla de él y le dice que no se lo crea, que no es para tanto.
Novecientos noventa y nueve.
Tienen dieciocho años y Nyx le dice que lo quiere.
Mil.
Tienen dieciocho años y piensan que tienen todo el tiempo del mundo y, sin embargo, Nyx muere.
Cedric grita. Observa las burbujas que se crean frente a sus ojos. Su último aliento sale en forma de litros y litros de rabia y dolor contenidos en el interior de su pecho. Quiere llorar y quiere maldecir a todas las almas de ese inmenso y oscuro lugar.
Aguantaría miles de millones de segundos más bajo el agua, pero solo si está ella.
Y no está. Por mucho que avanza, no la ve.
Cedric pega de nuevo sus labios y se lamenta. Cuando mira hacia arriba, no ve absolutamente nada. No hay una luz que lo guíe, ni unos brazos que lo salven. Tiene que pestañear varias veces para poder enfocar la brújula frente a él, pero le cuesta horrores.
Es más fácil soltarla. Dejar escapar las últimas burbujas de aire por la nariz y cerrar los ojos. No ha encontrado a Nyx, pero al menos sabe que sus almas descansarán siempre en el mismo lugar.
Cedric.
Es la voz de Harry, pero eso no tiene sentido, porque Harry murió.
Avanza, Cedric.
Tiene diecisiete años y Harry le propone tocar la copa al mismo tiempo que él. Le dice que pueden ganar, juntos.
—¡CEDRIC!
Siente una corriente de energía que lo atraviesa y llena su cuerpo. Igual que Harry lo hizo salir a la superficie aquella vez, Cedric sigue nadando. No está Harry. Se lo debe de estar imaginando.
Puedes seguir, Cedric, vamos. Un poco más.
Tiene dieciocho años y lee en la oscuridad de la biblioteca el mito de Orfeo y Eurídice para Nyx, que se ha quedado dormida sobre su hombro hace un rato. Cedric acaricia la piel de su nuca con un dedo y con la otra mano sujeta las páginas para que se mantengan en su sitio. Se imagina lo que sería perderla, igual que Orfeo pierde a Eurídice.
—¿Tu mirarías atrás? —le pregunta Nyx en sus primeras navidades juntos, mientras va vestida de Eurídice y lleva el cabello lleno de flores.
Cedric sabe que la miraría siempre. Que nunca podría apartar los ojos de ella por más que quisiera, igual que no los ha podido apartar desde la primera vez que la vio.
Percibe una forma en la negrura del agua. La luz de su pecho se expande aún más, y sus extremidades, que avanzaban casi de manera automática, ahora nadan con más ímpetu. Ya no sabe cuántos segundos han pasado.
Nyx.
Su cuerpo parece que flota en la nada. Su pelo baila alrededor de su pálido rostro. Su piel está iluminada con la luz de la luna. Por mucho que pertenezca a ese inhóspito y oscuro lugar, Nyx brilla más que nadie.
No miraría atrás. Si Cedric sabe que el precio a pagar por tenerla de vuelta es tomarla de la mano y salir de ahí sin mirar, entonces, no lo hará.
Con su último aliento, Cedric profiere un grito de esfuerzo y se estira tanto como puede. La distancia se alarga y acorta constantemente. Los largos y suaves dedos del alma de Nyx no quedan tan lejos, pero a Cedric le parece que están a mil kilómetros.
Por favor.
Suplica. Estira más su mano. Ya casi se rozan. La distancia se acorta y la oscuridad poco a poco se desvanece. Cedric pestañea una última vez y le parece que toca de nuevo la copa del torneo. O la mano de Nyx que lo sacó de la muerte. O la mano de Nyx, en el compartimento del tren a Hogwarts, cuando sintió miedo ante los dementores y buscó su mano en la oscuridad.
No sabe lo que es real o ficticio. Lo que es vida o muerte. Ni luz, ni oscuridad.
No sabe quién es ella, y quién es él.
Ni la luna, ni el sol.
Sus ojos se ciegan por la luz repentina.
Cedric.
Siente un cosquilleo en las yemas de sus dedos cuando escucha su voz.
Nyx.
Te quiero, Nyx, ¿me oyes?
Te quiero.
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