parte única
Había sido un día complicado en la cafetería Kimetsu. Shinobu Kochou, una de sus mejores meseras, había faltado y su ausencia no tardó en sentirse, principalmente para Tomioka, quien había sido elegido para cubrirla.
Para el azabache ese día solo podía ser considerado como infernal. Era alguien que no se caracterizaba por saber tratar con las demás personas, incluso llegando a meterse en seguidos conflictos con los clientes a causa de malentendidos. Era Kochou la que siempre se encargaba de interceder por él, logrando que comensales enardecidos por el mal servicio no tomaran represalias en contra del joven mesero.
Gracias a ella era por lo que Giyuu todavía podía trabajar en ese lugar. Sin embargo, él nunca se había percatado de que esos detalles que tenía la chica de mechones morados hacia él eran tan importantes, hasta ese momento.
Giyuu reflexionaba en la importancia de su compañera mientras se sobaba su mejilla recién abofeteada por un comensal minutos atrás, cuando de pronto su ensimismamiento se vio interrumpido. Un joven de desordenados cabellos burdeos había entrado a la habitación, apenas sus ojos se encontraron el chico le dirigió una sonrisa de triunfo.
—¡Giyuu-san, problema resuelto! Pude hacer que el cliente desistiera de demandarnos —informó con emoción, aunque lo normal era que no tuvieran que enfrentarse a demandas.
El mencionado contempló al muchacho por unos segundos. Al final asintió y bajó la mirada hacia el corbatín tinto que colgaba de su cuello. Durante la pelea le habían quitado la forma y él apenas lo estaba notando.
—Lamento haberles causado problemas... Como siempre —se disculpó Giyuu al cabo de unos segundos en silencio.
Tanjiro se dirigió a su cabizbajo amigo, quien reposaba en una de las sillas dispuestas para los empleados en la sala de descanso, y le dio un par de efusivas palmadas en su fornida espalda.
—¡No te preocupes! —exclamó en un intento por animarlo—. Es normal que se presenten problemas en un empleo nuevo. Aún recuerdo mis primeros días trabajando en la panadería, los panes que hacía quedaban duros como piedras porque no sabía cómo usar el horno. Incluso una vez...
—Seguro que para Kochou no soy más que un buen dolor de culo —interrumpió Giyuu en voz baja, cortando de tajo las divagaciones en las que Tanjiro se iba a sumergir.
De forma inconsciente daba a conocer la verdadera preocupación que atormentaba a su mente en aquella patética situación. Le preocupaba ser una molestia para alguien como Shinobu.
—Shinobu-san tiende a ser muy maternal. Yo creo que intenta ayudarte a sentirte más acoplado en el trabajo. Puedo percibir que le preocupas de forma genuina, no te ve como una carga.
La forma tan suave que tomaban las palabras de Tanjiro al ser pronunciadas y la manera en la que describía a su compañera de trabajo poco a poco sosegaron a Giyuu. Le parecía adorable el cariño que todos aparentaban tenerle. Shinobu se sabía ganar no solo el corazón de comensales, sino también el de sus compañeros.
—Y ¿sabes por qué no vino? —indagó Giyuu intentando no hacer tan obvio su interés.
Sin embargo, los ojos de Tanjiro se iluminaron con tal pregunta. Ya sospechaba que había cierto interés entre ellos y ver a Giyuu, un chico que hasta el momento había aparentado ser totalmente indeferente a sus compañeros, mostrando preocupación por ella le confirmaba que algo debía haber ahí.
—Esta mañana nos aviso que tiene una gripe algo fuerte. —Tanjiro se llevó un dedo al mentón, fingiendo pensar por unos instantes—. Giyuu-san, si estás tan agradecido por lo que ha hecho por ti... ¿Por qué no le preparas un postre? Sería un lindo gesto de agradecimiento. Además, a Shinobu-san le vuelven loca los dulces.
Giyuu sopesó por unos instantes la sugerencia que Tanjiro había dado. No era tan mala idea.
⊱⋅ ──────────── ⋅⊰
Enroscó las mangas de su camiseta mientras sus orbes azules analizaban la pequeña cocina de la cafetería, la cual estaba a su completa disposición.
Su sanción por haber iniciado aquel pleito con ese comensal había sido quedarse a limpiar. Lo cual lo dejaba con vía libre para llevar a cabo la idea que le había brindado Tanjiro.
Ahora, lo único que quedaba era preparar el Monaka, el que Tanjiro aseguraba era el postre favorito de Shinobu. Giyuu se apoyó contra la barra. Él no sabía cómo prepararlo, pero nada que una búsqueda rápida en Internet no resolviera. Parecía un platillo demasiado fácil de recrear. O al menos eso creía Giyuu, hasta que le tocó poner manos a la obra. Tenía que dar mérito a los encargados de cocinar. Hacían creer que esa labor era sencilla.
—Dicen que la séptima es la vencida —murmuró para sí el azabache mientras terminaba de poner el relleno de judias azuki entre los barquillos de mochi.
Aquello había resultado ser más extenuante de lo que esperaba. Al igual que algunas personas tenían el don de la cocina, el azabache parecía poseer una especie de maldición donde ni el plato más asequible le llegaba a quedar bien. Lo único que debía hacer para elaborar el monaka era batir la pasta que ya estaba preparada y acomodarla en los barquillos, ¿cómo eso se le podía llegar a complicar tanto? Sus orbes azules echaron un vistazo a su alrededor.
Sus fallidos intentos habían dado como resultado una cocina sucia y desordenada. Se suponía debía limpiarla, no dejarla peor.
Pero ante sus ojos el desastre en el que se había metido daba sus frutos. Por fin, luego de varias horas, podía lucir un postre que, a pesar de no verse como los que preparaban los cocineros de la cafetería, se veía comestible y para Giyuu eso era más que suficiente. Guardó el monaka en el frigorífico antes de dar paso a su verdadera labor de limpiar aquel lugar hasta dejarlo reluciente.
El tiempo se pasó volando y apenas acabó de encerar los pisos el azabache echó un vistazo a su reloj de muñeca. Se sobresaltó cuando descubrió que la noche ya había llegado desde hacía rato, aunque todavía no lo suficiente como para considerar “inapropiada” una visita a la casa de los Kochou.
Para su buena suerte, él tenía conocimiento de que su residencia quedaba a solo unas cuadras de la cafetería. Más de una vez, cuando se quedaban hasta tarde, le había tocado ser el acompañante de Shinobu, pues ella no confiaba en algunos de los solitarios callejones que le tocaba pasar para volver a casa.
⊱⋅ ──────────── ⋅⊰
El nerviosismo no se hizo esperar en el jóven, manifestándose en forma de sudor saliendo a raudales de sus palmas y humedeciendo el manubrio de la bicicleta que intentaba mantener derecho. Tragó saliva, tenía que intentar relajarse. Aquello era una muestra de agradecimiento y él estaba muy agradecido ante el trato que Shinobu le había brindado.
Giyuu se detuvo frente a la pequeña residencia y aún titubeando por su decisión de estar ahí, tocó el timbre. La suave melodía que soltó el aparato no se hizo esperar, aumentando de forma casi exagerada las palpitaciones ansiosas que daba su corazón. Unos ligeros pasos del otro lado de la puerta le indicaron que era muy tarde para dar marcha atrás con ese plan, del que había empezado a dudar. Estaba en un debate interno cuando de pronto la chica de mechones violetas apareció frente a él. Sus ojos violáceos se abrieron con sorpresa al ver a Giyuu delante de ella.
—¿Tomioka-san? –preguntó dudativa saliendo poco a poco del asombro inicial que le había provocado su visita.
—Escuché que estabas enferma y vine a ver cómo te encontrabas.
«Un mensaje de texto podría haber sido suficiente», pensó Shinobu plasmando una sonrisa entre sus labios. Sin embargo, no iba a dar a luz sus palabras, aquel le parecía un gesto encantador y más viniendo de alguien que generalmente se mostraba tan tosco ante los demás como él.
—¿Quieres pasar? Estoy por prepárarme un té para este catarro —dijo la joven mientras le hacía un ademán.
Giyuu aceptó la invitación y fue guiado hasta una pequeña, pero acogedora sala de estar. Antes de que se le olvidara le extendió el postre. Shinobu lo observó y le dirigió una dulce sonrisa, el gesto le había enternecido.
Los dos se estaban dedicando a tomar el té y comer el monaka que Giyuu con tanto esfuerzo había preparado. Al ver el desastre que estaba hecho; con el uniforme desarreglado, la mirada cansada que le dirigía y la notoria marca rojiza en su mejilla izquierda, Shinobu no se aguantó a preguntar cómo había sido el día del azabache. Ante lo cual él solo atinó a responder tajante: “Un día amargo”.
Por supuesto, no conforme con esa contestación, la chica insistió hasta que pudo sacarle todos los detalles:
—¿Así que todos te odian y no puedes sobrevivir sin mí? –después de saber la historia, Shinobu soltó una de sus rutinarias burlas al momento que se dedicaba a untar con ungüento casero el golpe que le habían dado a Giyuu. Con un poco de suerte no tardaría mucho en desinflamarse.
–Pero tú no me odias —susurró Giyuu como suave contestación, a lo que Shinobu tomó su rostro con una de sus delicadas manos.
–Sería el colmo, ¿no te parece?
Giyuu la contempló fijamente por unos segundos. Un recuerdo de una conversación sucitada con ella hace meses resurgió en su memoria.
Había sido en su primer día de trabajo, y por mucho, el peor que había pasado en la cafetería.
"—A veces, si tienes un día amargo tienes que revolverlo. Quizá haya un poco de azúcar en el fondo."
Fueron las amables palabras que la chica le dedicó a modo de consuelo.
En aquel entonces el dicho careció de sentido para él, pero ahora sentía que lo entendía un poco mejor.
Ella era la azúcar que había tenido durante esos días tan pesados. Su compañía siempre era confortante para él.
Al día siguiente, Shinobu se presentó puntual al trabajo. Aquel té había resultado casi milagroso, sin embargo, la cafetería Kimetsu seguía con la falta de un empleado. Tomioka Giyuu avisaba que no podría asistir por haber amanecido con una fuerte gripe.
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