CAPÍTULO 3: ELLA

DYLAN, 19 AÑOS

Corrí lo más rápido que pude entre los matorrales y arbustos espinosos que me rodeaban como si buscara desesperadamente algo, o alguien.

No sabía a quién o qué buscaba solo sabía que debía seguir corriendo aun cuando sentía que mis pasos eran demasiado lentos y el aire casi no llegaba a mis pulmones.

—Ella será mía— se escuchó una voz tenebrosa como un susurro traído por el viento.

Mi sangre se heló por completo, mi piel se erizó y cada poro de mi piel exudaba pánico y terror ante el gran peligro que sentía pero entonces, me detuve.

Un ligero olor a cacao inundó mis fosas nasales e inhale profundo deseando embriagarme con tan magnífico aroma. Estaba encantado y por alguna extraña razón me sentía aliviado pero entonces mi cuerpo se tensó de forma dolorosa y mi sangre se enfrió de manera súbita al escuchar una risa maniaca detrás de mí.

Dylan volvió a susurrar aquella voz femenina que hacía latir mi corazón de forma casi desbocada.

—La mataré si no puedo tenerla.

— ¡No!— me desperté sobresaltado y con el corazón desbocado al igual que lo estaba mi respiración, el sudor había empapado las colchas de la cama y recorría mi torso como si hubiese estado ejercitándome por horas.

Aún sentía aquella escalofriante sensación de peligro sobre mí, pero ahora la marca de garras que adornaban mi cadera ardía como los mil demonios, tanto era así que mis gritos desgarraron mi garganta y alertó a todos en la mansión.

La maldita cicatriz ardía como si un fierro caliente estuviese quemando mi piel y el hierro caliente se extendiera por mis venas. Mi respiración comenzó a ser casi nula debido al dolor que paralizaba mis músculos y me hacía jadear, gruñir y gritar como un animal siendo torturado de la peor forma.

—¡Haga algo, ya!— escuché el grito de mi padre que puso nervioso al médico que trataba de ayudarme sin saber que empeoraba aún más mi dolor al aplicar un relajante muscular que tensionada aún más mi cuerpo.— Hijo...

—N-no— pedí al ver una nueva inyección en manos del médico, pero entonces mi dolor aumentó y con un último gritó me desmayé.

Este tipo de dolor me agobiaba muy seguido y a veces el dolor se tornaba tan fuerte que terminaba inconsciente durante días y cuando al fin despertaba no podía moverme debido al dolor de la tensión en mi cuerpo.

Muchas veces, en la oscuridad de mi inconsciencia, escuchaba a mi madre gritar que todo era culpa de "ella". No sabía a quién se refería con esa palabra llena de tanto rencor y pánico que hacía parecer que esa persona no era buena. Presentía que la marca de garras en mi cadera tenía mucho que ver con aquella mujer que mi madre despreciaba, así como también con el dolor que invadía mi cuerpo cada cierto tiempo y que cada vez se volvía más y más fuerte hasta el punto de provocarme un paro cardiorrespiratorio que me dejó en coma por tres semanas debido a que, además, mi cerebro se había inflamado por la tensión de un ataque epiléptico.

Todo era un caos.

No tenía amigos más allá de Carlos y los gemelos Wilkerson, que eran el delta y omega siguientes al mando de la manada después de mi padre, esto, debido a lo sucedido con Amalia cuando yo apenas tenía seis años de edad y sabía que había sido mi culpa así que no me relacionaba con chicas, pero curiosamente todos los que se acercaban a mí en plan romántico desaparecían o se iba de la manada al otro lado del mundo.

—Hijo— habló mi madre en cuanto abrí los ojos y pude ver en los suyos la gran preocupación que la abrumaba. — ¿Estás bien? — habló de una forma que no supe cómo interpretar pues por alguna razón parecía decepcionada.

—Lo estaré— susurré con voz ronca y con una gran molestia en mi garganta. — Son cada vez más fuertes.

—Lo sé— susurró con la mirada en el suelo y pude ver como una lágrima caía en el suelo. — No sabes lo que he hecho por acabar con esto— por alguna razón sentía que esas palabras significan mucho más de lo que mi mente imaginaba y suspiré cansado. —Ya faltan pocas semanas para que cumplas los veinte años y quiero que tengas cuidado— habló de tal forma que un sentimiento de miedo y nostalgia se hizo evidente en la hermosa mirada color chocolate de mi madre. — Hablo enserio, hijo— dijo esta vez con tono de advertencia y pasé un trago grueso sintiendo un escalofrío recorrer cada célula de mi cuerpo con gran fuerza.

— ¿Por qué siento que no deseas que llegue esa fecha? — lancé la interrogante que por años me había rondado en la cabeza y es que cada vez que salía a la luz el tema de mis veinte años terminábamos con un ambiente tenso entre nosotros.

Recordaba claramente los gritos y sollozos por parte de mis padres que se escuchaban en las madrugadas luego de tocar aquel tema y no entendía el por qué esa fecha provocaba tantas disputas no solo entre mis padres sino también en los siguientes tres al mando. El beta, el delta y Omega líderes de la manada después de mi padre siempre discutían sobre ese día que ahora resultaba polémico para mi familia y yo no sabía el motivo más allá de que mi bestia despertaría provocando mi primera transformación y con ello dejaría de ser, en parte, humano para ser un sobrenatural.

—Tu padre y yo hemos hablado mucho sobre lo que va a suceder en cuanto a eso— susurró con la mirada baja y no entendí el porqué de su gigantesca tristeza y rabia contenida. — Temo que ese día...

—Mamá...— la llamé para que siguiera hablando, pero entonces ella negó una y otra vez con su cabeza provocando que gruesas lágrimas se esparcieran por su rostro de rasgos finos y hermosos. — Mamá.

—Perdón, hijo— sollozó muy a penas antes de salir corriendo como alma que lleva el diablo y bufé queriendo conocer el motivo de esas actitudes tan extrañas cuando se mencionaba mi cumpleaños.

Se suponía que fuese una fecha de la cual todos en la manada deberían estar ansiosos pues el siguiente alpha al fin tomaría forma animal por primera vez. Ese día al fin mi bestia despertaría y me daría el poder y las habilidades necesarias para el puesto que por derecho era mío.

No estaba ansioso por ocupar el puesto como alpha de la manada sino por aprender del líder de licántropos en todo el mundo. Mi padre. Él era un hombre de admirar y deseaba aprender lo más posible a su lado pues para tomar el puesto como alpha líder de nuestra especie debían pasar al menos unos doscientos años y eso a su vez me brindaba el tiempo suficiente para entrenarme y para que mi bestia tomara fuerza.

Tal vez fuera un joven de diecinueve años pero el hecho de que tomara forma animal por primera vez no significaba que inmediatamente fuese más fuerte que un humano, al contrario, se necesitaban al menos diez años para que la bestia llegara a su etapa adulta y con ello debía entrenar para fortalecer las habilidades que la transformación traía consigo. En pocas palabras, yo aún era un cachorro y tendrían que pasar unos seis años para que mi bestia alcanzara su madurez sexual.

—¡Hijo!— me sobresalté ante aquel gritó lleno de desesperación que mi padre había soltado al abrir la puerta de mi habitación de forma brusca y un segundo después suspiró.— Me imaginé lo peor al ver a tu madre llorando desconsolada.

—Hablamos sobre mí cumpleaños— suspiré cansado y él chasqueó la lengua en señal de que no le agradaba tocar ese tema. — Por tu reacción deduzco que algo malo sucederá ese día, ¿me equivoco?

—Ese no es un tema para hablar ahora...

—¿Entonces cuando? — lo interrumpí molesto y su gruñido me incomodó más no me dejé intimidar por aquellos dos metros de altura que poseía y que yo mismo había heredado de él.— Estamos a cuatro semanas exactas de mi cumpleaños y si algo sucederá ese día más allá de mi transformación deseo saberlo.

—Y lo sabrás— eso me hizo sonreír. — Aunque no ahora— y eso me bajó los ánimos. — Este tema de tu cumpleaños es delicado y debemos hablarlo en familia así que en cuanto tus hermanos estén aquí nos reuniremos.

—Bien— fue lo único que pude decir pues el hecho de que mi padre pidiese hablar algún tema en familia significaba que algo grave sucedía y eso me hizo palidecer.

No era habitual que mi padre convocara a la familia para hablar sobre un tema en específico pues casi siempre nos reuníamos en fechas especiales o situaciones muy delicadas para la familia ahora que mi hermano vivía en Tokio y mi hermana menor en Londres gracias a sus estudios universitarios, mismo que a mí se me impartían en casa.

—Descansa, hijo, vas a necesitarlo— y sin más que decir se retiró como el viento silencioso de una tarde calurosa.

Las ansias de saber qué sucedía me tenían con los nervios alterados, pero gracias a lo sucedido durante la tarde me sentía tan cansado que solo bastó con cerrar los ojos para admirar la oscuridad a la que Morfeo me arrastraba gustoso.

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