CAPÍTULO 1: MALDITOS OJOS COLOR PLATA



DEYNA

Intenté calmarme y fallé, otra vez.

–Cuenta hasta diez– susurré para mí misma pero la verdad era que ya iba por el mil, aun así, mi furia no descendía ni un poco y necesitaba desquitarme por la mala jugada que el destino me hacía. —Esto debe ser una maldita broma— gruñí entre dientes logrando que los sirvientes frente a mí jadearan pues, ellos sabían que no era bueno que me enojara.

—Tu compañero ha llegado— habló mi madre con tranquilidad mientras veía su móvil y empuñe mis manos hasta el punto en el que mi sangre brotaba en finas gotas debido a mis largas y filosas uñas dejando un olor ferroso en el ambiente tenso. — Ahora debes enlazarte a él tan pronto como sea posible, lo sabes.

— ¿Pero por qué tenía que ser hijo de ella? — gruñí en mi mente sabiendo que mis padres ignoraban un hecho bastante delicado sobre la madre de mi compañero. — Mataré a esa maldita en cuanto tenga la más mínima oportunidad.

La furia y el descontrol hervía en mis venas amenazando con destrozar todo a mi paso deseando tener a la maldita madre del mocoso frente a mí para rebanarle el cuello, pero mi madre tenía razón, debía enlazarme lo más pronto posible con el niño, sin embargo, no estaba dispuesta hacerlo tan fácilmente sin importar que él fuera una luz de esperanza para mi familia.

— ¿Y si no quiero enlazarme con ninguna persona?

— ¿De verdad pretendes que acepte esa decisión? — dijo de forma dura y me tensé de manera inmediata pues su tono fue el de una madre que comenzaba a enojarse. — Volverás al inframundo si no te has enlazado con él para dentro de dos décadas y media.

Solo entonces me sentí contra la espada y la pared pues la mirada de mi madre me decía que no tenía opción si deseaba no volver al inframundo. Entendía un poco su situación, pero lastimosamente ella no podía entender la mía porque nunca le confesé la raíz de mi miedo a un enlace.

—¡No puedes hacerme esto! — grité sin querer y de forma inmediata me arrepentí pues sus ojos azules se tornaron tan negros como la oscuridad misma en tanto el peso de su aura recaía sobre mí hasta tenerme de rodillas en el suelo, con la respiración agitada y un sudor frío recorriendo mi espalda.

—No vuelvas a levantarme la voz— gruñó molesta y pasé un trago grueso rogando a los dioses para no enfrentar a la furia de mi madre.

—No puedes obligarme a unir mi vida con un mocoso, así como si nada...

—Hija— interfirió esta vez mi padre y lo miré a esos orbes, que normalmente eran de color azul muy claros pero que justo hoy eran de color ámbar y relucían como oro. Ahora me sentía un poco culpable por haber interrumpido su celo solo para atender mis caprichos— Sabes que tu madre tiene razón— revolví mi cabello sintiéndome impotente y con la respiración agitada, solté un gruñido bestial con el que los de servicio dieron dos pasos atrás temiendo que mi comportamiento se tornara tan salvaje como en épocas pasadas había sucedido. — Ya es hora de que te enlaces.

No, no y no... no aún— volví hablar en mi mente con miedo latente en mi cabeza y en mi pecho que no me dejaba dormir desde que supe que mi compañero al fin nacería.

Negué una y mil veces caminando en círculos por el salón del trono como si fuera un animal enjaulado y la realidad era que así me sentía por lo que era de esperarse que estuviese a la defensiva y con una actitud agresiva evidenciada por mi aura alterada y el color de mis ojos que seguramente estaban igual de negros que el azabache.

—Estoy bien como estoy ahora— hablé entre dientes sabiendo que me escucharían y mi madre negó llevándome al borde de un arranque en el que seguro destrozaría a varios de los presentes debido a la ansiedad provocada por la situación. — No he tenido ninguna recaída y no necesito a ningún hombre a mi lado para reinar.

—Es cierto...— ese pequeño apoyo por parte de mi madre iluminó un atisbo de esperanza pero de manera inmediata fue asesinada por esa mirada felina llena de maldad y superioridad que la mujer ante mí poseía.— Pero necesitas de él para mantenerte estable y, a pesar de que no has recaído te estás debilitando cada vez más— agregó con una sonrisa sínica que resaltaba aún más su diabólica belleza a la vez que escondía la tristeza y la preocupación en sus ojos y gruñí sintiéndome impotente.— No estoy dispuesta a perder a una de mis hijas por un capricho estúpido.

—Bien— susurré entre dientes deseando estrangular a la maldita que el destino le había impuesto como madre a mi compañero, pero lastimosamente no podía hacerlo... aun.

—Otra cosa— habló mi padre al tomar a mi madre por la cintura para plantarle un beso en la coronilla debido a lo pequeña que ella era ante él. — No vas a tocarle ni un pelo con el fin de hacerle daño o yo mismo me encargaré de corregir tus actos.

—¡No puedo creer que estés de su parte! — chillé siendo consciente de las miles de veces que él mismo me había encontrado en la cama con compañía y en pleno acto sexual solo para sacar a rastras a mis acompañantes pero ahora él solo sonreía y mi madre gruñó ante el berrinche que le hacía a mi padre. — Pensé que me apoyarías. ¡Ella desea que me case!

—Debo admitir que no me gusta la idea, pero es necesario, además, ya tienes mil años y es hora de que nos des un nieto— bromeó y me di vuelta enojada mientras gruñía. — Te aconsejo que dejes tus berrinches y aceptes lo que tu madre te ha ordenado.

—Lo dice el que corría a mis amantes de mi propio palacio— le debatí enojada y él se cruzó de brazos con una sonrisa burlona. — ¿Ahora quieres que te dé un nieto?

—La gran diferencia es que ellos no eran tu compañero de vida— se defendió ante mi mirada acusadora y enojada.

La verdad no me parecía tan mala idea tener un heredero, pero tenía miedo de lo que pudiese pasar luego de enlazarme. Ya había pasado anteriormente por una traición que me dejó hecha trizas al comprender que para los demás valía más mi poder que yo como persona. Nadie me veía como una mujer con la cual se podría pasar un rato agradable o toda una vida no llena de rosas y corazones, pero si plena y en busca siempre de la felicidad.

No quise escucharlos más, en primera porque estaba segura de que terminaría destrozando algo que de seguro serían los cuerpos de los sirvientes y me castigarían por ello en las catacumbas del infierno, y, en segunda porque necesitaba calmar la tensión que me abrumaba gracias a un delicioso orgasmo interrumpido por el nacimiento del mocoso así que volví a la tierra y me dirigí a la manada madre con el fin de darle una visita al infante que era mi compañero de vida, esa había sido la condición de mi madre si deseaba volver de manera inmediata a mi hogar.

El bastardo tenía apenas unas horas de vida, pero debía reconocer que su poder atrajo al mío de forma inmediata en cuanto llegó a este mundo mientras cogía deliciosamente. Todo pasó demasiado rápido pues, mientras estaba a punto de tener un delicioso orgasmo, sentí mi aura ser llamada con fuerza y eso solo podía hacerlo una persona. Mi compañero de vida. El sentimiento de asco y la sensación de estar cometiendo un error que tomó posesión de mí en ese momento fueron tan fuertes como el aura posesiva y peligrosa que me envolvió por lo que me vi obligada a salir corriendo con rumbo al baño para devolver el contenido de mi estómago sin importar que mi amante gruñera por el orgasmo interrumpido sabiendo que mi propio clímax había sido cortado de manera inmediata.

Ahora estaba ansiosa pero no esperaría a que se cumplieran las dos décadas y medias para formar un lazo con él. No me arriesgaría a que cierto idiota se le diera la gana de eliminar a mi única oportunidad de seguir con vida.

Desde que el mocoso nació era una molestia para mí sentir que su aura me llamaba y trataba de unirse a mí constantemente y más me molestaba el saber quién era su madre.

No me importaba ni un poco que el mocoso fuese hijo de un alpha de sangre pura descendiente de reyes licantropos, eso me resbalaba primeramente porque mi padre también era un alpha de sangre pura hijo de uno de una antigua reina de licántropos, y segundo, porque el poder no era de mi interés a pesar de ser temida en los dos mundos. Sin embargo, su madre, ese era el gran problema para mí pues esa maldita con cara de mosca muerta que no parte ni un plato era una maldita cucaracha del infierno que hizo caer a un querubín poderoso para luego huir y ocultarse por siglos.

—Mi reina— me saludaron los guardias que yo misma había asignado a la manada madre en cuanto sentí la presencia de mi compañero de vida formarse en el vientre de su madre.

Mi martirio había comenzado exactamente diez meses atrás pues ese fue el momento en el que sentí al mocoso por primera vez y en ese momento me enfurecí tanto que mi madre tuvo que encerrarme por una semana en las catacumbas del infierno para no causar un daño mayor. Por otra parte, también tenía un poco de esperanza pues estaba resignada desde siglos atrás a que moriría, pero a pesar de estar furiosa por el hecho de que mi madre me obligara a enlazarme también estaba expectante por lo que me deparaba la vida

—Infórmale al alpha que estoy aquí— le ordené al guardia en tanto me adentraba en la gran mansión de la manada sin que nadie pudiese impedirlo.

No me importaba el hecho de que todos huyeran de mí por temor de enfrentarse a mi aura, es más, a veces lo adoraba ya que me permitía estar sola cuando más lo necesitaba así que disfruté mi camino desde la entrada de la mansión hasta el despacho del alpha y ya estando allí tomé asiento en el mueble detrás de su escritorio justo cuando el antes mencionado entraba con cautela.

Su semblante era sereno y controlado, tal como le había enseñado cuando era un cachorro, pero sus ojos evidenciaban el miedo por mi actuar ante la situación pues él ya estaba consciente del por qué o más bien por quien estaba allí.

—Reina— saludó al verme y sonreí de forma sínica. — Pensé que tardaría un poco más.

—Pensaste mal, Mintaka— hablé jugando con un lápiz entre mis dedos y seguí jugando sin importar que su corazón latía peligrosamente rápido para su especie.— Cálmate.

Debía admitir que él era una de las pocas personas en la tierra a las cuales les guardaba un pequeño atisbo de afecto, pero eso se debía al hecho de ser uno de mis mejores alumnos cuando era cachorro y a que nuestra sangre tenía una conexión debido a mi padre.

Mintaka era un hombre que podría intimidar a cualquiera con su altura de dos metro y unos cuantos centímetros más que le daba una apariencia de guerrero que imponía respeto a quien lo viese pasar pero para mí seguía siendo uno de mis alumnos y uno de mis antiguos compañeros de cama pues a quien no le resultaría atractivo un hombre que se preocupaba por su físico sin llegar a ser vanidoso, además, sus ojos llamaban bastante la atención al verlos pues eran de un color azul tan claro que los vasos sanguíneos los hacían ver rojos ante cualquier pequeño atisbo de luz y esa era una característica que no dejaba de suceder en mi familia paterna a pesar de los siglos y el paso de las generaciones.

—Ahora lo sé.

—Te ves bien, Mintaka— él solo se encogió de hombros y tomó asiento frente a su escritorio. — Hace mucho que no estábamos cara a cara y me intriga un poco tu gran temor.

Lamí mis labios al mirarlo de pies a cabeza recordando los viejos tiempos y queriendo sonreír con orgullo ser consciente de que ese hombre con un cuarto de mi edad y con el físico de un hombre maduro bien cuidado mediante ejercicios constantes era toda una obra maestra de la naturaleza pero ahora parecía un cachorro asustado y preocupado por lo que yo haría.

—De una vez te digo que no vas a llevarte a mi hijo— habló sin temor alguno y con una mirada decidida que me divirtió en demasía pues él era una de las pocas personas que no temían decir las cosas sin filtro ante mí. — Hace poco que nació...

—No me interesa— le interrumpí sin importarme sus pretextos. — Él es mi compañero de vida y me lo llevaré lo quieras o no. Solo vine a informarte— eso bastó para que sus ojos brillaran llenos de ira antes de que mandara a volar el escritorio con el fin de tomarme por el cuello para acorralarme. Rodé los ojos pues la única persona que lograba intimidarme era mi madre y el hecho de que el Adonis frente a mí me acorralara sólo hacía que me divirtiera.

—Sobre mi cadáver, maldita— gruñó con la voz distorsionada debido a su parte animal y sonreí aún más. — Solo de esa forma podrás llevártelo.

—No me importará hacerlo con tal de llevarme lo que es mío por derecho— hablé de forma calmada muy cerca de sus labios y pude ver la forma en que él miraba los míos de reojo. — ¿Sigues pensando en esa última noche antes de tu boda, Mintaka? — él pasó un trago grueso y no pasó mucho para que estrellara sus labios con los míos. Sabía muy bien que él jamás dejó de amarme a pesar de que había encontrado a su compañera de vida y que su compromiso se dio más por obligación que por "amor".

Delicioso...

Ese hombre besaba espectacular y no me importó el hecho de que su esposa sintiera el dolor de la infidelidad que cometía su compañero o el asco que comencé a sentir debido al aura de mi compañero. Por mí esa imbécil podría volver al mismísimo infierno así que seguí el beso con las mismas ansias que él hasta que se retiró como si mi tacto quemara y mis ansias fueron mayores que el asco al ver sus labios ligeramente rosados mientras su respiración agitada secaba lentamente la saliva que los cubría.

Ese beso había sido exquisito, salvaje, lleno de ansias por satisfacer un deseo carnal que quemaba como una hoguera encendida en medio de un bosque con hojarasca seca de otoño. Había sentido su lengua en cada rincón de mi boca y yo había recorrido la suya para deleitarme sin remordimiento alguno.

Ahora estaba con la evidencia de mi excitación escurriendo entre los labios de mi sexo, con la respiración agitada y con los labios hinchados por las pequeñas marcas de sus colmillos recordándome por qué me había involucrado con él en el pasado. La química sexual entre nosotros era buena, pero para mí el deber era mayor que muchas otras cosas y eso se lo dejé claro desde el principio, sin embargo, eso no evitó que sus sentimientos afloraran.

—Reclamas a mi hijo como tú compañero, y me besas como si quisieras que te coja aquí mismo— susurró muy a penas antes de limpiar sus labios y sin dejar de ver hacia mi entrepierna cubierta por la tela del ligero vestido que llevaba puesto.— Incluso estoy olfateando lo que de seguro está empapando tus bragas justo ahora— sonreí de manera sínica porque sabía que él no dudaría en caer ante la tentación y yo solo deseaba causarle daño de alguna forma a su esposa que de seguro estaba retorciéndose de dolor —No te importa mi hijo— afirmó y me recosté en el mueble mientras bajaba los tirantes de mi vestido para dejar mis senos expuestos ante su deseosa mirada digna de un depredador.

—No hables de lo que no sabes, Mintaka— jadeé al verlo acercarse cual lobo hambriento y chillé cuando su boca fue directo hasta uno de mis pezones para chupar y morder hasta hacer que doliera deliciosamente. — Tú no me conoces— hablé sin tacto alguno y él gruñó con mi otro pezón en su boca. — Lo necesito y pienso llevármelo ahora.

—Ya te lo dije— habló jadeante al dejar mis senos con un sonido obsceno y gruñí molesta por ello. — No voy a dejar que te lo lleves, no aun— suspiró y me levanté para arreglar mi vestimenta y salir de aquel despacho con rumbo a la habitación principal sin importarme ni un poco lo que saliera de su boca. — ¡Deyna! — me gruñó sin lograr detenerme a pesar de todos sus intentos. — Solo es un bebé— me gruñó al interponerse frente a mí lanzando su puño contra mí sin la intención de golpearme sino de entretenerme al menos unos segundos. — Necesita de su madre y lo sabes.

—Quítate— le ordené de manera frívola sosteniendo su puño como si fuese una estúpida bola de papel y él de forma inmediata bajó su mirada al suelo, pero se opuso a mi orden y su nariz comenzó a sangrar al intentar soportar el peso de mi aura. — Mintaka— no quería dañarlo pues, a pesar de todo, le tenía un poco de afecto aunque no el suficiente como para considerarlo un amigo.

Una cosa muy diferente era enfrentarme a mí y otra enfrentar a mi aura la cual siempre me protegía y que solo en casos muy extremos se retiraba para dejarme pelear completamente sola. Eso había provocado la muerte de miles en tiempos pasados y eran prácticamente nulas las personas o seres que soportaban tal presión por lo que no me fue difícil dejar al alpha atrás y luchando por no perder la vida por una nimiedad.

Solo una maldita puerta me separaba del mocoso infernal por lo que sentía su aura a mi alrededor como una segunda piel envolviendo hasta sofocarme con un olor que me volvió loca instantáneamente. Mes estaba reclamando y la fuerza con la que ese llamado llegaba a mí me dejaba estupefacta.

Cacao.

El muy maldito poseía olor a cacao y me estaba embriagado con ese aroma. Me había quedado estática sintiendo que mi piel ardía y que mi bestia luchaba por salir sin éxito alguno para hacer de las suyas, pero daba gracias al supremo porque no pudiese salir en este momento o de seguro mataría al mocoso al intentar marcarlo.

El alpha llegó hasta mí en su forma animal mostrando sus colmillos y demostrando su furia a través de esos ojos rojos casi negros que me retaban sin medir las consecuencias.

—No lo hagas, por favor, solo es un bebé— me pidió la bestia de Mintaka y negué renuente.

—No me iré, tú sabías que él era mi compañero y no lo protegiste de la maldita que tienes como esposa— le recriminé y él bajó su mirada al suelo. — No confío en ella, lo sabes, así que no lo dejaré en sus manos.

Entonces déjalo en las mías— pidió desesperado y suspiré de manera pesada. — Te pagaré con mi vida la suya si es necesario... por favor.

Por cada momento que pasaba pensando en la propuesta del alpha me ponía más ansiosa por tener al mocoso entre mis brazos para deleitarme con su olor pero entonces un llanto me hizo reaccionar de golpe y mi poder reaccionó de forma inmediata mandando al alpha al suelo y abriendo la puerta para dejarme ver a una mujer que ahora reconocía muy bien.

Tuve un destello de ira y asco en ese momento, pero fue reemplazado por la preocupación al escuchar el llanto de mi compañero en brazos de esa mujer que ahora era de cabello castaño, ojos ligeramente achocolatados y piel nívea.

—Maldita— gruñí furiosa y rápidamente tomé al bebé que pronto calmó su llanto mientras se acomodaba entre mis brazos para buscar mi contacto aun cuando una mueca se plantó en su rostro al sentir el olor de su padre sobre mí.

Mi corazón se detuvo por un momento cuando una pequeña mano se posó en mi pecho, justo en la zona donde mi corazón volvió a latir frenético por aquel contacto que estremeció mi cuerpo de forma enigmática sintiéndose casi como un calmante muy efectivo.

—Reina— mi burbuja se rompió al escuchar aquella voz femenina que volvió a enfurecerme a niveles muy peligrosos.

Se veía que ella la había pasado muy mal mientras su marido me chupaba las tetas pues al entrar estaba ligeramente recostada en la cama con las manos y mentón lleno de sangre en tanto sus ojos rojos por el llanto me veían aterrados no solo por el hecho de que venía por su primer hijo si no porque sabía que yo podía delatarla con los celestiales ahora que sabía su verdadera identidad pero ahora la tenía de rodillas queriendo ver como su cuerpo se consumía entre las llamas de las catacumbas de inferno.

—No pienso dejarlo en tus manos, maldito demonio— susurré en leguaje espiritual solo para que ella entendiera y casi reí al ver en sus ojos una súplica silenciosa ante la presencia de su esposo. — Él es mío y no vas a lograr lo que deseas. Primero les cuento a todos quién eres en verdad.

— ¡No!— sollozó muy a penas con la voz tan rasposa que era casi inaudible y cuando di un paso al frente se retorció de dolor gracias a la tortura de mi aura. — Por favor...

Deyna...— gruñí por lo bajo cuando el alpha me llamó aún en su forma animal y lo miré a los ojos con una clara advertencia pues en un momento tan delicado como lo era entonces no mediría las consecuencias de mis actos.

Mío— escuché en mi mente aquella voz que hacía siglos no escuchaba y que ahora sonaba casi fantasmal. Era mi bestia, esa voz me distrajo de la situación y me hizo enfocarme en los suaves balbuceos del bebé en mis brazos.

Pronto me sorprendí, pues, en lugar de que mi aura lo dañara más bien parecía protegerlo y lo envolvía con mucho cuidado mientras se fusionaba a la suya logrando que mi piel hormigueara y que mis colmillos picaran por dejar mi marca en su piel. Ahora sentía que necesitaba a mi compañero más que a nada y al darme cuenta de ese sentimiento de necesidad fui consciente de que algo había cambiado en mí con solo tenerlo entre mis brazos y sentir su tacto en mi piel.

Ahora tenía algo de esperanza y más al escuchar como su pequeño corazón se sincronizaba con el mío en un ritmo calmante y enigmático. Necesitaba ver sus ojos, lo necesitaba tanto como la sangre que corría por mis venas.

Mía— resonó en mi mente una voz aterciopelada que me dejó jadeando no solo por la satisfacción de saber que él me percibía sino también por la sorpresa pues era demasiado joven como para que su bestia pudiese hablarme y aun así lo había hecho.

Mi aura le había afectado después de todo.

Siempre supe que sería más inteligente que cualquier infante de su edad debido a que mi aura aceleraba el proceso de aprendizaje en él pero no sabía si también afectaría su crecimiento y desarrollo pues sabía que algo había sucedido estando aún en el vientre de su madre y por ello tuve que intervenir en cuatro ocasiones que tuvieron que afectarlo de alguna forma.

Confírmalo— volvió a susurrar mi bestia en mi mente y solo entonces me atreví a abrir ligeramente las mantas solo para quedar deslumbrada de forma inmediata con unos hermosos orbes color plata que destellaban al ver los míos y jadeé de manera silenciosa sintiendo mi cuerpo estremecerse en demasía debido a un sentimiento creciente que quise odiar con todas las fuerzas que en ese momento me dejaron hecha un manojo de nervios. — Hermoso.

Y cuánta razón tenía mi bestia pues él no tenía ningún parecido con sus padres o alguien de su familia cercana y supe enseguida que era debido a la transformación que había sufrido por mi aura durante su desarrollo en el vientre de su madre. Era un cambio necesario para que pudiera soportar mi inestabilidad.

Su piel era casi tan blanca como la nieve, cabello tan negro como el azabache y ojos de un potente color plata tan deslumbrante como enigmático. Todo en él era perfecto y me sentí caer en un remolino de sentimientos al ver su mirada clavada en mis ojos junto a una pequeña sonrisa adormilada.

Y entonces me enamoré.

La forma en que la inocencia reflejada en sus ojos deseaba penetrar en mi alma era abrumadora y le sentía con cada latido de su corazón, con cada aliento exhalado, con cada pequeño movimiento... incluso sentía como su mente se conectaba a la mía para hacerme testigo del sentimiento de protección y tranquilidad que tenía al estar entre mis brazos haciéndome temblar al ser consciente de lo fuerte que sería nuestro enlace en un futuro.

Por primera vez en mi vida sentí lo que muchos describían como mariposas en el estómago y no quise dañarlo con los cambios que le provocaría mi aura al estar tan cerca de mí pues me sentí débil ante su encanto y quise caer en la red de su mirada tan única que no sabía cómo describirla para hacer entender a mi mente la hermosura de esos orbes inocentes pero entonces decidí acabar con el encanto para recuperar el control de mis emociones y de mis pensamientos con solo dejar de ver sus ojos, sin embargo, su aura seguía a mi alrededor volviéndose cada vez más densa y posesiva reclamando mi atención.

¿Cómo demonios pretendía mantener el control de mí misma si su poder y todo él tenía tanto efecto sobre mí siendo un bebé aún? Podía sentir claramente su aura dominante envolviéndome con fuerza haciéndome temblar y su olor penetraba en mis fosas nasales hasta hacerme jadear mientras su poder se fusionaba con el mío hasta el punto de sentir mi sangre convertida en lava ardiente. Podía sentirlo unido a mi alma y quise llorar al sentirme completa por primera vez en toda mi vida.

No, no lo permitiría. Yo no caería por un mocoso con malditos ojos color plata sin siquiera saber si podría confiar ciegamente en él. Lo necesitaba y lo quería más que nada en mi vida pero no tenía la suficiente confianza en mí como para dejar mi vida en manos de otro.

—Alpha— lo llamé luego de lo que a mí me parecieron horas y él tomó su forma humana sin importarle su desnudez. — Me lo llevaré una semana antes de que cumpla los veinte— susurré entregándole el mocoso para ver a su madre que estaba roja por el llanto y con la nariz llena de mocos.— Dejo su vida en tus manos y si algo le ocurre lo pagarás caro.

—Estoy consciente, reina— respondió aliviado e intentando calmar al bebé que ahora hacía un berrinche entre sus brazos exigiéndome que lo volviera a cargar pero si volvía hacerlo no lo volvería a entregar a su padre, sabía que no tendría la fuerza de voluntad para hacerlo y me lo llevaría para que nunca más lo volviera a ver su familia. Así de egoísta era con lo que me importaba.

— ¡Dios!— chilló la tonta y la detallé aún más. Su nuevo físico no era feo, al contrario, ella era preciosa si le quitábamos el montón de sangre que le cubría la cara, pero poco me importaba su presencia. Me importaba más el bebé que se hallaba entre los brazos de su padre estirando sus bracitos de forma descoordinada. — ¡Gracias!

—Escúchame bien, maldita— gruñí entre dientes al acercarme para hablarle al oído en la lengua espiritual nativa del infierno. — Tócale un pelo y te haré sufrir la peor de las torturas en cuanto tenga la más mínima oportunidad— eso fue lo último que dije antes de retirarme de allí para ir a mi palacio en el centro del gran continente helado más allá de Norte América pues, aunque el mundo entero era mi dominio, yo prefería los lugares helados.

Allí el frío era más intenso y mi oscuridad siempre mantenía el continente como si fuese de noche al no dejar que los rayos del sol la penetraran para tener la certeza de que, quienes quisieran dañarme a mi o a quienes me servían, no llegaran jamás a mi palacio.

Siempre me había sentido segura de mí, siempre mantuve el control de mis emociones, pero ahora mi corazón no dejaba de retumbar con fuerza ante la imagen de aquel infante de nívea piel, cabello oscuro y orbes color plata que llegaban hasta mi alma para escudriñarla como si fuese un libro abierto para él.

—Eres mío, niño— susurré en el balcón de mi habitación sin poder dejar de evocar su imagen en mis pensamientos. — Pero no te será tan fácil dejar tu dentada en mi piel.

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