9.
El terreno adquirió una tonalidad púrpura cuando Isaäk encendió la linterna, el cielo era del color del vino y se volvía difícil andar sin luz. El ruso surgirió que se quedaran en alguno de los carros oxidados que adornaban el paisaje.
Louis no quería quedarse quieto.
Era consciente del peligro que representaba el moverse en la noche, producir el más mínimo ruido, enseñar su presencia con una luz de color extravagante; pero no confiaba en el ruso, en un ciborg, en un ser sin alma.
Sofía se quejó, jaló la manga de Isaäk.
La miró, no podía ver su rostro, pero estaba seguro de que otra vez estaba cansada, no estaba construida de la misma forma que ellos, ella no resistía las mismas condiciones que él o Isaäk. Apretó la mandíbula mientras veía a Isaäk tomarla por la cintura, alzarla y dejar que se aferrara a él.
Al menos ella si podría dormir.
Louis examinó con cuidado al ciborg, iba a su lado, parecía tan joven, con ojos azules fríos y cicatrices pequeñas en la sien. Torturado, concluyó, no había forma alguna de que un ciborg existiera sin haber sido precedido por grandes dolores y acusaciones de traición.
La idea de que alguien pudiese hacer daño a un ser como él le hizo doler el estómago, Isaäk era la personificación del estándar de belleza impuesto en las cúpulas, era perfecto y probablemente inocente, los crimines de los Kozlov eran de sus padres, sus abuelos.
Se imaginó a un niño rubio, adorable y luego las incontables horas de tortura que debió sufrir. Se estremeció, incluso si Isaäk era ahora un ciborg, un ruso y alguien que jamás sería aceptable para un Red, podía dedicarle un momento de su escaza empatía.
El camino lo marcaba él, con un mapa que se proyectaba frente a sus ojos, aunque verdaderamente no había demasiado qué guiar, todo era una línea recta hasta que tuviesen que bordear las plantaciones.
Eran kilómetros de nada, solo la luz morada y las respiraciones extrañas producidas por los cascos y máscaras. Al menos durante el día podían ver los diferentes modelos de automóviles, cuerpos que no se descomponían del todo y el amarillo perpetuo del mundo.
La noche no presentaba maravillas, ni siquiera la roca espacial que debía orbitar alrededor del planeta, solo la luz púrpura.
Se detuvo cuando el zumbido apareció. Cascos, cuerpos azules y marcados en números, se dijo, eusoles. Los iban a capturar, a llevar, iba a morir sin poder cumplir ninguna de las promesas que hizo.
Isaäk apagó la linterna. Los dedos del hombre se aferraron a su brazo.
―No hagas ruido ―susurró ―. Sígueme.
Se abstuvo de replicar, no había forma de no hacer ruido cuando sus zapatos contra la grava producían una especie de tic, en medio del silencio interrumpido por el suave motor de las suspeds y su propia respiración.
Dejó que el ruso lo guiara. Sofía lo miró, había pánico en sus ojos azules.
El zumbido se volvió más fuerte, por cercanía o porque quien estaba cerca acababa de acelerar. Isaäk empezó a caminar más rápido, pasos largos intentando no pisarse.
Una luz apareció en medio del camino, extendiéndose desde una susped, mostrando la silueta de otras dos. No apuntaba hacia ellos, pero estaban buscándolos. El corazón se le atascó en el pecho, no estaba listo para huir, para golpear, no sabía si podía hacerlo en su actual estado de desesperación sin comprometer el bienestar de Sofía.
Isaäk se detuvo en seco, el agarre se volvió más fuerte y lo obligó a trotar detrás de él. Iban hacia la izquierda, intentando salir del rango de la luz.
Otro motor resonó con fuerza, otra luz se unió a la anterior, casi se podían escuchar risas maniáticas. Rapiñadores. Los acorralaban.
La susped apareció frente a ellos de la nada, enorme, un modelo viejo con partes que debían pertenecer a algunos vehículos abandonados. Los dos rapiñadores sonrientes se inclinaron hacia el ruso, hacia Sofía.
Louis tomó el brazo de Isaäk con fuerza, sin pensarlo y empezó a correr en la dirección contraria, una locura si pensaba escapar cuando ya los habían encontrado. El ruso gritó que se detuvieran, pero no podía, en su cabeza se repetía constantemente la imagen de Alex y no iba a dejar a nadie a merced de algo que los acabaría.
No podría vivir con la culpa.
Si seguían corriendo, huyendo, quizás podrían perderlos por arte de magia... Sofía gritó, una carga de energía le rozó la mejilla, Isaäk no fue capaz de sostenerla mientras se retorcía en sus brazos buscando escapar, con los ojos llenos de terror.
Louis intentó detenerse cuando vio que el cuerpo de su sobrina caía al suelo, Isaäk lo agarró de la chaqueta mientras trastabillaba después de evitar los pies de su sobrina. El golpe en la espalda lo dejó sin aire, había caído encima de Isaäk, con el brazo metálico contra su zona lumbar.
Tomó la soltier que colgaba en su cadera y apuntó hacia las sombras que se congregaron a su alrededor, riendo.
―¿Qué tenemos aquí? ―exclamó una voz femenina ―. Una niña, dos eugines adultos. Ow, y uno armado.
Disparó al rapiñador que intentó acercarse a su sobrina. Todavía no era capaz de levantarse. Lo rodearon los gritos y risas mientras el hombre herido agonizaba en el suelo. El siguiente destello fue producto del ruso, Louis disparó otras dos veces a las siluetas.
Quizás podrían acabar con todos, quizás podían salir de esa y robar las suspeds.
Ignoró las punzadas en su espalda y se levantó. Lanzó el primer puñetazo a una de las siluetas, las risas se hicieron más fuertes, sus nudillos golpearon tela mientras el ruso enviaba destellos. No veía mucho, no olía demasiado y su oído no captaba más que carcajadas.
No era capaz de comprender más que sus puños encajando en costillas, rostros y estómagos.
Una luz se encendió de la nada, quedó cegado por unos segundos, el puñetazo en el estómago hizo que se tambaleara y un par de brazos lo apresaron por detrás. Intentó zafarse. Lo tumbaron al suelo, con el rostro contra el pavimento, vio las piedritas querer clavarse en el vidrio del casco.
―No tengo problema en matarla ―dijo la misma voz que antes.
Sus músculos se tensaron y dejó de respirar. Sofía estaba en brazos de la rapiñadora, se movía de manera frenética y sus gritos apenas se escuchaban por encima de las risas. No la había oído antes, no la había visto, no había estado pendiente.
Buscó a Isaäk con la mirada. Otro par de hombres lo tenían contra el suelo, igual que a él. Observó las mascarillas pintadas con muecas extrañas, los ojos verdes y azules que brillaban en la noche.
―Eso está mucho mejor, aunque dejar muertos a varios de mis hombres no es un buen regalo de bienvenida, extraño ―Louis no sabía si sonreía o no, pero si podía notar la ira contenida en su tono ―. Nombres.
―Isaäk y Alexander Kozlov ―dijo el ruso ―, la pequeña es mi hermana.
―¿Y tu hermana tiene un nombre, desertor ruso? ―preguntó.
―Dakota.
La mujer miró a Louis.
―¿Y cómo sé que no estoy viendo a los otros desertores, los Red?
―Porque un ruso jamás se juntaría con escoria americana ―dijo, el acento más marcado de lo normal.
La mujer se río.
―Es su noche de suerte, rusos ―dijo ―. Siete, Nueve, ¡Arriba! ¡Hoy tenemos carne fresca!
Los llevaron en medio de la oscuridad a los campos de cultivo al sur de Viejo México, con los brazos atados a la espalda y los tobillos imantados a la susped. Escapar no era una opción cuando se estaba en poder de los rapiñadores.
Louis iba al final de toda la caravana. En su tiempo como líder de exploradores había escuchado demasiadas historias sobre los rapiñadores, los había visto una o dos veces durante sus visitas a los cultivos. Eran conocidos por ser los esclavistas de la zona, recorrían la tierra buscando desertores y entonces los volvían seres sin identidad.
A ellos les harían lo mismo. No serían más que fuerza de trabajo.
Cuando el sol rojo se alzó en el cielo empezó a buscar a su sobrina, necesitaba saber que estaba bien, pero el polvo y los cascos coloridos le impedían distinguir cualquier cosa. Cada cierto tiempo la desesperación se apoderaba de su cuerpo, cuando las ganas de romper las cuerdas que lo ataban y golpear al rapiñador que lo transportaba aparecían.
Pero no podía arriesgarse, no sin saber dónde estaban ellos.
La cúpula de cultivos se alzó frente a ellos, imponente, la había visto decenas de veces, pero en ningún momento se le hizo tan extraña, tan peligrosa.
Se detuvieron frente a la enorme puerta negra que separaba los campos del desierto, un grupo de guardias de trajes coloridos avanzó hacia ellos y conversaron en susurros con la mujer que se identificaba como líder.
Cerró los ojos. No quería ver el momento en que entraban, cuando su libertad podía considerarse verdaderamente perdida.
Las puertas se abrieron a un campo verdoso, lleno de enormes plantas que daban frutos azules, todo el sistema de cultivos era posible gracias a las investigaciones de los eumin en el campo, con especies capaces de sobrevivir en medio del ácido y la radiación del suelo.
Todavía no lograban hacer lo mismo con los animales.
Los trabajadores vivían en enormes construcciones, detrás de los cultivos, hacinados y sin paga alguna. Nadie en su sano juicio querría llegar a los cultivos. Hasta ese momento Louis no había contemplado los riesgos de su deseo de algo familiar, de llegar a ese mismo lugar, ahora que no poseía privilegio alguno era obvio que lo convertirían en un esclavo más.
Allí no tendrían un solo día de descanso. Solo el día en que muriera.
Las personas que recolectaban y sembraban mantenían en los huesos, dispuestos a recibir la muerte con los brazos abiertos. Sintió los ojos pesarosos de todos encima de ellos, nueva carne, nueva gente para continuar el sufrimiento.
Louis no se inmutó, se había acostumbrado a contemplarlas, ahora solo debía reconciliarse con el hecho de que él sería uno más.
Pero Isaäk, que iba atado e imantado, detrás de la líder los rapiñadores, tuvo nauseas ante la imagen. Jamás había contemplado un campo de cultivo, en las cúpulas se encargaban de que los ciudadanos no supiesen nada sobre cómo eran abastecidos, aunque estaba seguro de que si llegaban a saberlo no tendrían problema alguno, después de todo aquellos esclavos a duras penas eran eugines, en su mayoría eran simples y vulnerables humanos.
Después de los campos había enormes cuadrados que aparentaban ser fábricas, la mujer frente a él le informó que era el sitio donde procesaban todo y que la enorme casa que se veía al fondo era el hogar de los carroñeros.
La mujer era la única que hablaba, pero tan solo para informarle de lo que veía. No existía ni una gota de compasión en su voz para quienes sufrían largas jornadas sin ninguna seguridad de vivir para ver el sol del día siguiente. El silencio inundaba aquel lugar.
―¡Alto! ―ordenó un hombre de piel muy blanca ―. Territorio privado, identificaciones.
―Cara de payaso ―dijo ―. Y todo su grupo.
―El ingreso de vehículos no está permitido, Vera ―dijo ―. Todos abajo.
Vera se bajó de la susped, apagando todo sistema que mantenía a Isaäk con el equilibrio suficiente para no caer. Se tambaleó cuando desmontó por su propia cuenta, nadie estaba dispuesto a darle una mano.
―Carne fresca ―anunció ―. Tres rusos, cuatro acostados libres de virus.
Isaäk se giró para ver a Louis y Sofía, la niña estaba aterrada.
―Lleva a los rusos adentro, yo con alguno de los payasos me encargo de los acostados.
Vera lo tomó del hombro con fuerza, lo obligó a andar a un paso apurado. No se había quitado la máscara y tampoco parecía planear quitarle la suya, la sonrisa de payaso ayudaba a resaltar el par de ojos ámbar, extraños y perversos.
Frente a ellos había una casa azul, el camino hasta ella no era largo. Isaäk intentó memorizar cada detalle, a quiénes veía, cómo era el ambiente en la zona, incluso las miradas que le dirigían en ese momento.
Fingió tropezar antes de llegar a las escaleras, las manos de Vera fueron rápidas en ponerlo de pie y evitar un golpe, era veloz y fuerte.
―Se mantendrán callados ―dijo ―. Los rusos siempre son bienvenidos en casa.
Las palabras de Vera hicieron que las ganas de vomitar se incrementaran, ya había huído de una vida de esclavitus para la cúpula, prefería vagar sin comida o agua por el desierto de Centro América.
Subieron los escalones, las puertas blancas se abrieron antes de que alguien pudiese tocar. El hombre que se asomó tenía sonrisa fácil y baja estatura, ojos redondos y nariz respingada. Isaäk lo asoció de inmediato con la cúpula china.
―Bienvenidos ―dijo.
Avanzaron mientras el hombre los guiaba entre pasillos blancos, sin decoración alguna, nadie hablaba. Ni Vera, ni Louis, ni Sofía y mucho menos el hombre frente a ellos. Odiaba el silencio.
Se detuvieron frente a una puerta blanca más grande que todas las anteriores.
Dentro, una enorme mesa los separaba de siete personas vestidas de un blanco impoluto, con peinados extraños y meucas que aseguraban cierta diversión. Cuatro mujeres, un niño y dos hombres.
―Mis señores ―saludó.
―¿Qué nos trajiste hoy, Vera? ―preguntó la mujer de ojos amarillos.
Sintió a Sofía acercarse, estaba temblando. No quiso mirar a Louis. Los habían alineado como si fuesen a ser vendidos.
―Tres rusos ―dijo, orgullosa ―. Kozlov, mi señora.
―¿Kozlov? ―El niño sonó sorprendido ―. Creí que todos estaban muertos.
Isaäk no pudo evitar sonreír, Rusia no había notificado de su fuga.
―Quita cascos y máscaras ―ordenó alguien.
Vera se acercó, zafó las máscaras y estuvo seguro de que todos le dedicaban una sonrisa. La observó mientras le quitaba el casco a Louis y Sofía, hasta ahí podía llegar la mentira de que todos eran rusos, sus facciones eran diferentes, su piel era de un tono ocre, los ojos de Louis de un verde esmeralda y estaba seguro de que las personas frente a él conocían muy bien a los Red.
―Payasa fácil de engañar ―La reprendió uno de los hombres, de ojos castaños ―. Ese de ahí es Louis Red, un viejo amigo.
Louis frunció el ceño, no era amigo de ese hombre. Pero si fingir amistad con seres desagradables les conseguí a todos un puesto como rapiñadores, lo haría, cualquier cosa con tal de terminar lejos de los campos, incluso morir.
Morir era menos sufrimiento.
―Buen trabajo, Vera ―dijo ―. Todos estamos de acuerdo en quedárnoslos, son muy buena mercancía, ¿el rubio si es ruso?
Isaäk se limitó a mirarlo fijamente.
―Si me permite, mi señor, puedo enseñarle sus estados físicos para que determine el precio.
―Adelante.
Louis tragó saliva, la vio acercarse al ruso y desatarle los brazos. La sonrisa de payaso parecía más perturbante en ese momento.
La mujer tomó una navaja algo oxidada y procedió a cortar cada pedazo de tela que encontró hasta que Isaäk quedó casi desnudo frente a ellos. Su cuerpo estaba lleno de cicatrices, demasiado delgado pero con muestras de alguna vez haber sido puro músculo.
Contra la piel pálida resaltaba el brazo robótico.
―¿Nombre?
Isaäk la miró. Vera colocó la navaja contra su cuello. Una amenaza implicita en su mirada.
―Isaäk Alexandrovich Kozlov.
―El menor de los hijos de Alexander ―dijo una de las mujeres, fascinada ―. El impuro.
Vera se acercó a Sofía.
―No, no la toques ―dijo el niño ―. Es perfecta para mis muñecas, te doy quince raciones por ella.
Vera asintió.
―Alguien llévela a las habitaciones.
Sofía se tensó.
Louis empezó a forcejear contra las ataduras, no podía dejar que se la llevaran, su sobrina debía estar con él para poder protegerla. Pateó al joven que se acercaba para cumplir con la orden, no iban a quitársela, no tan fácil y no tan rápido. La escuchó gritar, vio como la alzaban para apartarla de él para siempre.
El puñetazo contra el estómago hizo que se detuviera, se había cubierto de sudor y podía sentir el regusto en la garganta de las mil palabras que soltó.
―¿Seguro que quieres seguir, idiota? ―La voz de Vera apenas era audible junto a su oído ―. Antes de esto tenías la oportunidad de vivir bien, felicitaciones.
La navaja cortó sus ropas, el aire frio pegó contra su piel acostumbrada al calor y tuvo el deseo de encogerse. No le importó que se acercaran, que los miraran y tocaran a gusto para determinar que harían con ellos, sus ojos estaban fijos en la puerta por la que se habían llevado a una Sofía en medio de gritos.
―Cincuenta raciones por el ruso ―dijo alguien ―. Será la nueva adición a la mansión, estoy segura de que lo vamos a disfrutar.
―Cincuenta raciones para que el salvaje vaya a las plantaciones.
Las últimas palabras lo congelaron.
Notita
Hola, casi me desaparezco otra vez por mucho tiempo.
Ya empieza mi parte menos favorita de Devoción, vamos a ver cómo les va. Los siguientes capítulos van a ser duros, es el trauma principal que sufren. ¿Qué creen va a pasar con Isaäk en la mansión? ¿Con Sofía como una de las 'muñecas' del niño? ¿Cómo será la vida de Louis en las plantaciones?
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