5.
― ¿Por qué huele así?
Estaban a oscuras, Sofá se bajó de su espalda. Encendió una de las luces que poseía el casco e iluminó el techo, corrió los escombros que cubrían la tapa de metal, el chirrido sobresaltó a su sobrina. El olor se hizo más intenso cando destapó la alcantarilla.
Las escaleras estaban oxidadas, Louis las sintió temblar con cada escalón, la luz proveniente del casco de Sofía apenas lograba iluminar el camino.
El agua lo rodeó sin aviso, no había esperado que todavía existiese alguna especie de sistema funcional. Se le complicó convencer a su cuerpo de sumergirse por completo en el agua helada, iban a ser dos o tres kilómetros de ropas mojadas, pesadas y su cuerpo queriendo darse por vencido.
Sus pies se quedaron atascados unos segundos en el sedimento, pero había tocado lo más cercano al fondo y esperaba no hundirse. Activó la luz de su casco, Sofía lo observaba arrodillada junto a la entrada, el cabello rojizo cayendo a ambos lados de su rostro cubierto, le hizo una seña y las escaleras empezaron a sonar de nuevo.
Ante Louis se abría un tenue camino entre la oscuridad, el agua estancada tenía extraños reflejos y las paredes parecían encogerse a su alrededor. Un temblor le recorrió la espada, quería estar de vuelta en la superficie.
Sofía se quejó cuando sus pies tocaron el agua.
―A mi espalda ―ordenó.
No tenía idea de si logaría mantener un ritmo que les permitiese llegar hasta el final sin quedar fuera de combate, pero debía intentarlo, y con el agua llegándole hasta la cintura era fácil deducir que Sofía se ahogaría antes de que lograran avanzar un tramo importante.
Descansar un poco fuera de aquellos túneles, abandonar la oscuridad por un respiro, le daba la oportunidad a una patrulla de exploradores de encontrarlos. Y en su estado actual no estaba seguro de poder dar la pelea.
Aferró bien a Sofía por las piernas, esperaba que el agua en los zapatos no le causase mayores problemas.
Todo va a estar bien se dijo varias veces antes de dar el primer paso y sentir como su peso lo hundía y el aire se volvía más viciado.
El hierro contra la piel hizo que su corazón empezara a latir con fuerza. Esperaba que allí si encontraran una salida, el nivel del agua los había obligado a cambiar de rumbo y ahora no sabía dónde iban a estar. La linterna de Sofía se había apagado igual que la suya, y los últimos cientos de metros los caminó a oscuras.
No sabía cuánto tiempo llevaba con la mano pegada a la pared, tanteando en busca de una señal, así que la barra contra su piel parecía esperanza.
Sofía temblaba en su espalda, el agua en donde estaban ahora apenas y lograba llegarle a las rodillas, pero estaban empapados y más tiempo en esas condiciones los llevaría a una hipotermia. Subió un poco más la mano, el siguiente barrote estaba ahí.
―Sujétate fuerte ―dijo, su voz hizo eco entre las paredes.
Ubicó el siguiente barrote y se alzó. Las piernas le gritaron, igual que los musculos de sus brazos. La escalera chirrió por culpa de su peso; no le importó que agarrarse era complicado con la mochila cargada en su pecho o que Sofía se deslizara ante el movimiento. Tenía que subir, sacarlos de ahí, tener luz y ver las ruinas, cualquier cosa iba a ser mejor que aquel lugar húmedo y oscuro.
Su cabeza fue lo primero que chocó contra la tapa, luchó contra las lágrimas que se hicieron lugar en sus ojos, con una sola mano aplicó toda la fuerza que le quedaba y empezó a moverla hacia un costado.
La tenue luz de un amanecer los recibió, se filtraba por ventanas rotas y desechas de una vieja sola.
Sofía trepó por encima de él y se dejó caer en el suelo.
―¡Un sofá! ―exclamó, incapaz de moverse un centímetro más.
―Primero un cambio de ropa, después descansar.
La niña se giró, puso ambas manos en el rostro y soltó un pequeño quejido.
―Está bien.
Louis dejó el morral en el suelo, la tela estaba diseñada para resistir bajo el agua sin que nada del interior sufriese. Se deshizo de la chaqueta, las telas que habían hecho de camiseta y por último del pantalón que alguna vez representó su rango de eusol elite; Sofía hizo lo mismo, se deshizo de su ropa hasta quedar en ropa interior.
Se agachó, sacó una de las camisas de Alex y se la dio a Sofía quien nada más tenerla en manos se la puso y se lanzó al sofá.
La sensación de ropa seca le encantó, aunque iba a extrañar las telas suaves de la cúpula, la textura más rugosa de su nueva camisa gris y pantalón negro no estaban mal. Secó su cabello con una toalla que había logrado empacar e hizo lo mismo con el de Sofía.
Analizó dónde se encontraban y le dio tiempo al mapa de actualizarse, diez kilómetros sur de la vieja S, a las afuera de una de las viejas ciudades. Era una casa vieja que habían existido al borde de carretera, probablemente alguna puerta daba a una tienda y gasolinera.
El lugar estaba destrozado, con la excepción del sofá y un par de cortinas raídas, podían pasar la mañana ahí, descansar un rato antes de continuar.
Colocó los morrales cerca de las ventanas para que se secaran y tiró la ropa ya mojada al túnel, no iban a servir para mucho y conservaban el olor del sitio. Tendrían que hacer uso de las pequeñas duchas que había empacado antes de lo esperado.
El sofá estaba polvoriento y apenas se sostenía, pero según Sofía era muy cómodo. Louis se sentó en el suelo después de acomodar las cortinas y una sabana que había empacado, le acarició la mano a Sofía durante unos minutos hasta que la vio cerrar los ojos.
Miró el techo mientras se acomodaba mejor en su cama improvisada, no tenía idea de qué harían a partir de ese punto.
Sofía se quedó mirando el cielo por la ventana, rojo y amarillo, como si las nubes estuviesen cubiertas por una fina capa de lava. El viento soplaba con fuerza, movía sus ropas limpias y despeinaba su recién limpio cabello, ambos se habían dado una pequeña ducha para quitarse lo que sea que había en los túneles.
La sala estaba en silencio, su tío metía cosas dentro de las mochilas, y ella se dedicaba existir. Aunque extrañaba las comodidades existentes en la cúpula, amaba las corrientes contra su piel, el sol purpureo y la sensación de que ahí si encajaba.
El exterior era de nadie, no había reglas que seguir, rasgos que ocultar o gritos que callar. Su padre no podría decirle de nuevo cuánto deseaba su muerte, que su existencia estaba tan mal como la de aquellas criaturas mitad máquina mitad eugin.
Ahí era libre, de una forma que nadie más entendería.
El mundo ahora podía ser un lugar desierto, lleno de gases tóxicos, pero le encantaba. Adoraba el suelo que pisaba, el esfuerzo físico para ir de un lado a otro; pero odiaba que todavía tuviesen que esconderse, alejarse de las maravillas que ofrecía el planeta solo por su estatus de hibrida.
―Tengo hambre ―dijo mientras se acomodaba de nuevo en el sofá.
Louis la miró. Le pasó una barra de proteína, no le gustaban y mucho menos le gustaba la idea de racionar la comida, pero odiaba la idea de pasar hambre.
Buscó a tientas el botón más prominente de todos en el casco, su tío le había dicho que cuando lo apretase un par de tubos se acomodarían en su nariz, de forma que podría comer sin morir por culpa del aire contaminado.
Dio un paso hacia atrás, la sensación de los tubos en sus fosas nasales la tomó por sorpresa y quiso quitárselos de un manotazo.
―Ahora levantas el visor ―dijo ―. Así.
Louis colocó ambos dedos debajo de su barbilla, presionó dos botones y elevó el visor hasta que su rostro quedó a la vista. También tenía los incomodos tubos en su nariz. Lo imitó, ambos dedos debajo del mentón, tanteó el busca de los botones y luego vio todo con una nueva luz.
Destapó la barra, odiaba el sabor arenoso de la comida procesada para el exterior que daba la cúpula. Dio el primer mordisco, evitó hacer muecas y mastico de forma mecánica, intentando olvidar qué estaba comiendo.
Su tío sacó del morral una especie de cubo, lo ubicó en el pecho y lo presionó con tal fuerza que vio una mueca de dolor en su rostro. Frente a ambos se extendió un mapa, eran todos los países de Centro América, con algunas zonas marcadas en un fuerte rojo y otras en un naranja pálido.
―¿Qué es? ―preguntó.
Louis dejó el cubo en el suelo, con el mapa aun proyectándose.
―Es un detector ―dijo ―. Estas son todas las partes del continente que están contaminadas por el virus ―Señaló los lugares rojos ―. Son los únicos que debemos evitar siempre.
―¿Así evitamos la gripe?
―No ―susurró ―. Pero el riesgo será mínimo, no creo que nos encontremos con infectados de aquí a las plantaciones, y después de ese punto las probabilidades son más bajas.
Sofía tragó lo último de la barra de proteína, bajó el visor y disfrutó de la libertad de su nariz. Se puso de pie, sacudió su ropa para quitar el polvo y volvió a mirar hacia fuera.
―Estamos a un kilómetro de Viejo México ―dijo Louis pasándole su morral ―. ¿Lista?
Se colgó el morral. Miró sus pequeñas manos, todo iba a estar bien, en algún momento su madre se uniría a ellos y seguirían caminando hacia un lugar mucho mejor que las cúpulas. Se lo habían prometido.
―Lista.
Pasarían todo el día caminando, ella intentaría resistir todo lo posible, pero se iba a cansar muchos kilómetros antes que su tío.
Dejaron lo que alguna vez fue una casa. Fuera la temperatura nunca bajaba de los veintiséis grados durante el día, los rayos solares podían quemar la piel si estaba demasiado tiempo expuesta y el viento había dejado de soplar.
Era un día normal en la tierra, lleno de nada a su alrededor, edificios abandonados y huesos que se confundían con los escombros de las estructuras caídas. A Sofía no le gustaba ver lo que la rodeaba, tenía la sensación de haber conocido aquel mundo y verlo destruido dolía, saber que allí existió gente.
Su madre solía contarle la historia de la humanidad, empezaba muy lejos en lo que alguna vez fue África y terminaba con las bombas químicas que destruyeron gran parte del mundo. No entendía por qué había ocurrido la guerra, ni la necesidad de terminar con tantas vidas y países, pero aquello que no comprendía había creado el mundo de ahora.
Louis caminaba siempre un paso detrás de ella, con la rander colgada a un costado, la cuchilla en la espalda y la mano derecha siempre cerca del arma de fuego. Mantenía el porte de soldado, parecía alerta ante cada movimiento, verlo así la asustaba un poco, con el casco puesto casi volvía a parecer el eusol que la había arrastrado lejos del apartamento de George.
Le recordaba la sangre por todas partes, gritos y amenazas sin sentido. Con el recuerdo venían las ganas de esconderse en una esquina inexistente, cubrirse los ojos y oídos mientras cantaba alguna canción de cuna.
Pero su tío la protegía, no era de él de quien debía estar asustada.
La ciudad por la que caminaban llegó a poseer edificios muy altos, a muchos les faltaban pedazos de estructura; pero la obra más impresionante era un enorme puente que permitía el acceso al vecino país, evitando una enorme muralla.
Su meta era llegar al viaducto antes de que anocheciera, acomodarse en lo alto y descansar.
Un suave zumbido hizo que Louis se detuviera, apoyó una mano en el hombro de Sofía con firmeza. La niña prestó atención al sonido, era demasiado familiar, tanto que identificarlo se le hizo imposible, era algo que no solía pensar.
―Suspeds ―masculló Louis.
La alzó con un brazo, corrió hacia uno de los carros volteados, detrás de este quedaba una vieja tienda. La dejó en el suelo con suavidad, después se sentó.
Sofía abrazó con fuerza la mochila y miró a su tío, el corazón le martilleaba en los oídos, que también pitaban, la última vez que había escuchado las suspeds llegar nada había terminado bien.
Louis pasó ambos brazos a su alrededor. Sofía se aferró a él con fuerza, a medida que el sonido se acercaba sus oídos pitaban con más fuerza.
Se detuvo a unos metros de ellos, el ritmo cardiaco de Sofía se incrementó aún más, las ganas de llorar la inundaron. Ahí acababa todo, era el fin, los apresarían y llevarían devuelta a la cúpula, matarían a Louis y con ella... con ella harían toda clase de experimentos.
―¡Pisadas! ―dijo uno ―. Activando radar.
El arma estuvo en las manos de Louis de inmediato, los brazos dejaron de ser protectores a su alrededor, el movimiento fue silencioso y veloz. Lo observó aterrada, no quería perderlo, no cuando Alex acababa de morir.
Colocó su mano sobre la que él tenía en el arma. Louis la miró, no era fácil saber si en sus ojos existía un atisbo de duda o la seguridad de que sería la última vez que la vería; pero chocó el casco contra el suyo y le dedicó una sonrisa suave.
El cuerpo de Louis se alejó antes de que pudiese soltar algún grito o evitar que hiciese una locura.
Abrazó el maletín con más fuerza. No quería escuchar nada, pero no sabía cómo hacerlo con el casco. Lo escuchaba todo con más claridad de la que le gustaría, los golpes, quejidos y maldiciones.
El primer disparó hizo que sus ojos soltaran las lágrimas. Se puso de pie de inmediato, necesitaba saber que su tío estaba bien, que había terminado con la vida de alguno de esos eusol que los rastreaban.
Louis estaba usando al eusol que acababa de asesinar como escudo contra los disparos precisos del otro, no usaban el mismo tipo de arma eléctrica, era una de pólvora.
―Louis Red, le sugiero entregarse ―El eusol se acercó lentamente ―. Hay orden de captura o muerte por violación a las leyes de la Cúpula Americana.
―¿Y de qué soy culpable? ―gritó.
El eusol no respondió, siguió avanzando hacia Louis cada vez más rápido, su tío tiró el cuerpo que usaba de escudo hacia un lado, tomó la cuchilla de su espalda, con un golpe desvió el cañón del arma hacia el cielo y lo apuñaló en la zona suave del traje blanco.
―Son patéticos ―dijo mientras su mano repetía el movimiento final una y otra vez ―. Mal entrenados, corruptos, fieles a una sociedad sin principios.
Sofía se quedó mirándolo, incapaz de moverse y con la vista fija en la violencia que brotaba del hombre que la cuidaba. Empezó a temblar.
En algún momento la sed de sangre se apagó en Louis y se dio cuenta de que ella lo miraba, dejó caer el cuerpo y pareció volverse una máquina que solo arrastraba y ocultaba, las palabras de ira se fueron, de igual manera que la amenza física.
Louis volvió a ser el hombre que la cuidaba del mundo, que intentaba ser gentil, aunque no estuviese en su naturaleza.
La tomó entre sus brazos con delicadeza, Sofía no reaccionó a ninguna de las palabras que dijo, se volvió un peso muerto contra su pecho. Louis comprendió que la había embarrado, era tan fácil dejarse llevar por las ganas de sangre, por la adrenalina.
Sentó a Sofía en la susped. Se ubicó frente al móvil y organizó los cables, jugó con el sistema que la conectaba a la red de la cúpula y enlazó a su perfil falso. Tomó el manubrio, activó la contraseña y la susped encendió con el suave zumbido.
La pantalla de opciones se extendió frente a él, seleccionó la burbuja de aire y el mapa. El sol se encargaría de mantenerlos con batería.
―Puedes quitarte el casco ―dijo.
Saboreó la tecnología que la cúpula le ofrecía: libertad, de una forma que verdaderamente no lo había sido hasta ese momento. Apretó la mandíbula, todo iba a estar bien, ubicó las piernas a los costados hasta que sus zapatos se pegaron al metal y arrancó.
Notita
Avanzamos, ya están Louis y Sofía enfrentandose a los obstaculos del exterior y les esperan muchisimos más.
El siguiente capítulo es uno de mis favs porque conocemos a mi personaje favorito.
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