4.
Sofía solo conocía la vida de nómada, lo único que podía llamar hogar era su familia, a las dos personas que quedaban y se dejaban llamar de esa manera. No estaba lista para dejar ir a uno más, para partir otra vez sin alguien que la quería, sin alguien que hacía los días de Louis mejores con su sola presencia.
Vagó por pasillos oscuros y abandonados, se escabulló entre los puestos mercantes y escaló algunas vigas viejas para llegar a la cima de todo, saliendo por una de las ventanas, cerca del lugar que filtraba el aire.
Louis estaba sentado cerca del borde, con la mirada perdida en el paisaje frente a ellos. Así se veía pequeño, desolado.
—No quiero dejarlo —dijo —. Ya he perdido suficiente.
Se dejó caer al lado de su tío, él pasó un brazo a su alrededor.
—No debí dejarlo ir, habría estado mejor aquí contigo, sin correr ningún riesgo.
Sofía había escuchado esas mismas palabras añosa antes, pero ya no recordaba al hombre del que hablaban, pero el tono y la culpa eran casi iguales.
—No es tu culpa —dijo —. El destino hace las cosas que quiere.
—Deja de citar a tu madre.
—Pero es cierto, no es tu culpa.
—Pero la decisión fue mía, So, y no quiero verlo morir.
Ella tampoco quería.
—No quiero ser quien lo mate —susurró.
El silencio se hizo lugar entre ellos, en las pequeñas grietas que tenían. El paisaje ante ellos era desolado, solo carreteras destrozadas, un aire rojizo imposible de respirar a menos que se tuviese una máscara. Ese era su mundo, la vieja tierra, destrozada, abandonada; no lograba comprarse con la vida luminosa de las cúpulas, los colores vibrantes y las risas, una vida sencilla pero corrupta.
Los libros hablaban de cielos azules, enormes lugares llenos de verde, aire puro, cosas hermosas y terroríficas que ya no existían ahora, no de la forma en que lo hacían en épocas pasadas.
Solían dormir ahí arriba, los tres, planeando qué harían después de dejar S, mirando las carreteras y temerosos del futuro. Ahora serían solo dos, hacia delante, olvidando de nuevo sus vidas, lejos, sin un rumbo fijo más que continuar hacia el sur.
La alarma sonó a medianoche.
Sofía empujó la sábana que la cubría, seguían arriba, muy arriba y Alex estaba abajo, a merced de los eusol que realizaban las requisas mensuales. Louis ya estaba de pie, examinaba con detenimiento la rander, se había recogido el cabello castaño en una cola.
—Como una sombra —dijo.
Se puso los zapatos, la linterna se activó e iluminó las ruinas.
—No vamos a escalar, por los pasillos —ordenó —. Detrás de mí.
Sofía evitó quejarse. Avanzó detrás de Louis sin que el piso hiciese ruido bajo sus pies, se volvieron imposibles de rastrear para el oído humano a pesar de su tamaño. Los pasillos estaban llenos de vida, de miedo porque algo estuviese fuera de regla, la más mínima cosa podía hacer que su lugar pacífico terminara.
Evitaron cruzar por ellos de manera directa, usaron las pequeñas grietas que conectaban todo el lugar. Entre más bajaban era más sencillo distinguir las voces de los eusol que requisaban todo, destendían camas, desnudaban personas y asesinaban aquellos sin papeles en regla.
Sofía solo quería esconderse en una esquina, los sonidos le recordaban a Raphael dejándola en aquella habitación para que la encontrara el equipo de búsqueda. Todo va a estar bien se dijo, eso era lo que debía entender, su tío estaba ahí y él no permitiría que le pasara nada malo.
—La 214 no reporta ningún habitante en la lista.
Louis la detuvo, estaban al final del pasillo. Podía ver a los eusol, o sus piernas y torso, revisar la lista entregada por Anthony, checaron de nuevo la habitación sin necesidad de abrir la puerta. Ellos nunca estaban cuando ocurrían las revisiones, y esa iba en contra de la programación entregada ese mes.
—Pero parece que hay alguien aquí.
La garganta se le secó, cerró los ojos por instinto.
No fue difícil escuchar los forcejeos de Alex, los gritos que soltaba y las maldiciones que lanzó. Ahí estaba, enfermo, casi muerto, luchando por defender su vida. Y Sofía no sería capaz de verlo.
—¡Un infectado! —exclamó alguien.
—Mucho mejor que eso —dijo un eusol —. Un fugitivo.
El brazo de Louis se tensó. Podía sentir el odio que llenaba a Louis y el miedo que quería escapar de ella.
—Alex Red —anunció —. Buscado por traición, ¿qué estás haciendo aquí?
—Lo encontramos hace dos días, señor —dijo alguien —. Creímos que tenía una simple fiebre, no La Gripe.
—¿Dónde exactamente?
—A dos kilómetros, hacia el oeste.
—¿Solo?
—Dijo que lo habían abandonado.
Alex no se quedó callado mientras la chica seguía hablando, sus ojos verdes estaban fijos en la sombra de Louis con un lo siento en los labios.
—Solo, abandonado, enfermo —El eusol soltó una carcajada —. Típico de los Red, no servir para nada.
Louis se agachó, tomó a Sofía entre sus brazos, le cubrió los oídos, los ojos, la envolvió en él.
—Alex Red, la sentencia por traición es clara: la muerte.
—¡Nunca la encontraran! —gritó —. Asegúrate de que lo sepan, eugin.
—Eso crees tu.
El disparo resonó entre las paredes.
—Tráiganme al viejo —ordenó un eusol.
El cuerpo sin vida de Alex seguía en el suelo, Louis cubría a Sofía con sus brazos. Un silencio extraño se apoderó del pasillo tras la orden, nadie se movió, todos tenían la mirada puesta en el cuerpo del joven que alguna vez les ayudó con una o dos tareas.
—Humanos —masculló uno de los eusol —. ¡F-002 ve y busca a ese anciano!
Louis reaccionó en cuanto escuchó los pasos, no podía darse el lujo de seguir en aquel lugar por mucho más tiempo. Se levantó con lentitud, apartándose poco de su sobrina, sin alejar el cabello rojizo que caía sobre su rostro para evitar cualquier tipo de reconocimiento.
Agradeció haberse dejado crecer la barba, el cabello, la mugre en su rostro. En la cúpula siempre estaba pulcro, arreglado, tardarían un poco en reconocerlo.
Tomó a Sofía de la cintura, la alzó y ella se prendió de él. Sintió la humedad de las lágrimas contra su cuello y deseo sacar al viejo asesino para terminar con quienes osaron acabar con la vida de su hermano. Alex no tenía la culpa de nada, había sido la curiosidad la que lo arrastró al lío en el que estaban ahora.
Dedicó unos segundos a observar los números de cada eusol, grabarlos en su memoria. Si algún día tenía la oportunidad de terminarlos, no la desaprovecharía.
Empezó a caminar, un paso a la vez, el siguiente más difícil que el anterior. No podía dejar a su hermano ahí, al alcance de esos soldados, no podía no darle un entierro digno. Apretó la mandíbula, sus oídos se llenaron de vacío, no podía exponer más a Sofía, aunque eso costase el cuerpo sin vida de su hermano menor.
—Alto ahí —Su brazo tembló, quiso girarse y golpear a quien acababa de tocar su hombre —. ¿Para dónde se dirige?
—Mi hija acaba de presenciar un asesinato, no la dejaré cerca del cuerpo.
Nunca lo miró, Sofía dejó el rostro oculto contra él. Podía oler el metal, sentir la corriente eléctrica que surgía de los trajes, seguramente el eusol deseaba estampar un puño en su rostro. La mano se alejó de su hombro.
—Asegúrese de regresar para el chequeo.
—Por supuesto.
Desde el día anterior a la mordida de Alex tenía todo preparado en las ruinas de los últimos pisos, resguardado, esperando el momento perfecto para simplemente salir corriendo. Le tomaría más tiempo llegar si debía mantener el disfraz de padre preocupado por mucho tiempo.
Se detuvo en una esquina, cuando estuvo seguro de que nadie iba a pasar, de lejos podía escuchar gritos y amenazas.
Louis dejó que Sofía se pusiera de pie, lo que debían hacer era bastante sencillo: escalar. Ambos conocían el camino de memoria, y su sobrina era capaz de hacer el trayecto en menos tiempo, se movía rápido y jamás se equivocaba de viga o tabla para agarrarse.
La observó empezar a subir, su cuerpo temblaba y las manitas parecían temerosas al agarrarse, esperó que su visión no se estuviese nublando por las lágrimas. La siguió en el momento en que no pudo verla más, para él era más complicado el ascenso, pesaba mucho más por lo que menos lugares podían soportarlo por más que unos segundos y no podía hacer uso de toda su agilidad.
Habían planeado constantemente cómo se irían, tenía guardados planos y dispositivos para hacer su viaje más sencillo, todo recuperado y escondido de Anthony, varias mudas de ropa y tres cascos de contrabando que les suministrarían aire filtrado mientras estuviesen en el exterior.
El problema de salir radicaba en encontrar dónde podrían quedarse, había llegado a pensar en los cultivos, cerca del único bosque natural que todavía existía en el mundo; pero aquel lugar era lo más lejano que existia de bueno.
De más al sur no se sabía mucho, se creía que todo el continente había sido eliminado por algún tipo de arma potente, acercarse era casi como esperar una sentencia de muerte. Los satélites de la cúpula siempre dejaban de funcionar cerca de Panamá y enviaban imágenes de ciudades destrozadas cuando lograban reconectarse.
Sur América era un lugar peligroso, que Louis no quería explorar, pero parecía ser el único sitio al que podían ir.
Cuando Louis llegó al escondite Sofía ya se estaba acomodando el casco, había tres morrales allí junto a una cuerda de acero y uno nunca sería usado. Empezó por sacar las latas de comida que iban en ese y las guardó en su mochila, la ropa que había empacado para Alex podría usarla cuando Sofía creciera un poco más, el resto no era más que recuerdos de su hermano: pequeños chips llenos de información guardados en una bolsa.
Los tomó, con un nudo formándose en su garganta, quería recordarlo en cuanto pudiera verlos de nuevo. Honrarlo.
―¿Vamos a dejarlo?
Louis se quedó mirando el casco entre sus manos. Acomodó el que iba a ser de Alex encima de su mochila, no estaba de más llevar uno de sobra.
―No podemos arriesgarnos ―susurró.
Se acomodó el casco, lo ajustó en la base y ante él se desplegó un sinfín de aplicaciones y posibilidades. Con un movimiento de los dedos añadió el mapa modificado que había estado preparando, sería fácil de acceder.
Tomó el morral. Ahora venía la primera parte.
Zafó la cuerda de acero, enganchó un extremo al bolso de Sofía, aferró el otro extremo a una de las vigas más resistentes que había encontrado.
Se acercó al borde, a unos metros se encontraba el filtrador de aire, el edificio en el que estaban había caído de forma diagonal, por lo que podían bajar sin que fuese una pendiente de noventa grados; pero debían tener demasiado cuidado, alejarse de ventanas y columnas.
Sofía se había amarrado el bolso en el pecho, Louis se colocó un par de guantes. Mientras que su sobrina bajaría con la seguridad de estar aferrada a la cuerda de acero, él tendría que confiar en su fuerza.
Pero le sudaban las manos.
Louis había planeado su ruta de bajada más segura: una tubería. A esa altura, el viento era fuerte, de un color amarillento y podía llegar a dificultar la visión. Le temblaron las manos. Con cuidado apoyó uno de sus pies en una saliente debajo del borde, después el otro en la tubería y sus brazos hicieron toda la fuerza para sostenerlo.
Se aferró a la tubería con una mano y de pequeñas salientes, algunas arenosas. Primero revisaba donde iba a pisar, sostenerse, y luego alzaba la mirada para ver cómo iba Sofía.
La pequeña bajaba con lentitud, siguiendo cada uno de sus movimientos, concentrada y con el visor empañado por lo que debieron ser aún más lágrimas. Sintió el corazón en los oídos, todo podía salir tan mal, pero no podía permitirse eso, había hecho una promesa.
El viento era aturdidor, de no ser por el mismo peso de los morrales que llevaban y la fuerza de sus brazos estaba seguro de que podría haberlos tirado. Varias veces tuvo que aferrarse únicamente con su brazo derecho a la tubería, porque sus manos se deslizaban de las salientes o éstas se desmoronaban apenas las tomaba.
Los últimos veinte metros pudo zafarse, se agazapó mientras encontraba una forma de acomodar su peso y corrió cuesta abajo con la única meta de llegar a tierra.
Se limpió la suciedad en cuando el suelo firme apareció bajo sus pies. Tomó la manga de su camisa para despejar el visor, Sofía estaba a solo tres o cuatro metros y corría. La primera parte había terminado.
Presionó el botón más pequeño del casco, frente a él apareció todo un mapa subterráneo de la ciudad: túneles y alcantarillas que se interconectaban creando un pasaje seguro para quienes huían.
―Estoy cansada ―dijo.
Louis la observó. Se acomodó el morral contra su pecho y se agachó un poco, Sofía se acercó y trepó a su espalda con facilidad.
Sus músculos gritaron pidiendo un descanso que él nunca les daría. Había crecido como un eusol, y aprendido que no existía tal cosa como forzar demasiado sus límites. El primer paso fue el más fácil de todos, porque el segundo le recordó todo lo que dejaba atrás y el peso de su sobrina la promesa hecha a su hermana.
La entrada a uno de los túneles quedaba a dos cuadras de donde se encontraban, dentro de una vieja tienda de ropa. En medio de las ruinas era imposible escoger un camino que no fuese el ya despejado por algún viejo eugin durante la construcción de las cúpulas.
Louis observó el cielo, las nubes eran rojas, el sol parecía casi púrpura mientras que el viento continuaba con la tonalidad amarilla. Gases tóxicos, diseñados para acabar con cualquier forma de vida, edificios sin rastros de verdor eran la prueba de su eficacia. Nunca verían un cielo claro, un animal que corriera entre las calles o una ciudad creciendo sin necesidad de ser separada del resto del mundo.
El mundo desolado estaba ante ellos y amenazaba con matarlos ante el menor descuido.
Notita
Hola, ya estamos en el Devoción de antes, con otras cositas por supuesto.
¿Qué les espera a Sofía y Louis en el mundo postapocaliptico? ¿Será que logran encontrar un lugar en el que quedarse?
Si nunca han leído Devoción me encantaría saber qué piensan va a pasar, si ya la leyeron, pues igual porque tal vez las cosas no pasan igual que antes.
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