3.
Para Sofía los siguientes días después de la expedición fueron un borrón.
Pasaba las mañanas sentada al lado de Alex, viendo como las fiebres empezaban a consumirlo y la tos se apoderaba de su pecho; en las tardes se veía obligada a asistir a las clases que se dictaban en la ciudad, donde explicaban principalmente habilidades manuales, esa semana estaban terminando de afinar sus habilidades con las máquinas de coser.
Las noches eran el peor momento del día, Louis no quería acercarse a Alex y por lo tanto cada que daba la hora de ir a dormir, Sofía debía era sometida a una revisión minuciosa que implicaba una sustancia azul que hacía quemar su piel y ojos durante largos minutos.
La primera vez había gritado hasta que sus cuerdas vocales quemaron igual que su piel, la segunda vez solo lloró, pero las lágrimas hacían arder todo mil veces más. Para la quinta noche solo apretaba con fuerza los dientes y rogaba porque acabara rápido.
—Sería más fácil que no lo visitaras —Le decía Ovan todas las noches.
Ella se dedicaba a mirarlo, sin decir una sola palabra. No podía dejar a su tío solo, no cuando estaba pasando sus últimos días postrado en cama, empezando a ser afectado por los delirios de la Gripe y su nariz empezaba a gotear aquel asqueroso líquido negro, pronto las venas en su cuerpo empezarían a mostrarse igual.
Louis la esperaba siempre sin cenar, con los platos de comida enfriándose encima de la mesita de metal.
Esa habitación era más bonita que la que habían tenido antes, donde todavía estaba Alex, las paredes, aunque con la pintura ya destrozada, se notaban de un verde jade adornado de diseños dorados cerca al techo. La cama era más grande, cabían los dos sin problema y nadie tenía que dormir en el suelo, aunque ese suelo era de cerámica y seguramente no dejaba marcas en la espalda.
—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó Louis cuando terminaron de comer.
Sofia miró el plato vacío, todavía le ardían un poco los ojos.
—Nadie me habla —dijo —, asisto a las clases, pero me quedo sola en la parte de atrás. Nos tienen miedo.
Louis suspiró.
—Son solo otros cinco días, So.
El rostro de su tío se tensó con una leve sonrisa. Los ojos verdes se oscurecieron y por unos segundos pareció tener más años.
—Alex ya no habla mucho —dijo —. ¿Por qué está aquí y no con el resto?
—No abandonamos a nuestra familia.
—Pero tú no vas a verlo.
—No soy capaz —Su voz fue un susurro —. Es mi culpa.
—¿Por qué? —preguntó, dejó el tenedor encima del plato.
—Debí ser capaz de protegerlo, y ahora solo estamos esperando que muera.
—No quiero que muera —susurró —. Todos mueren.
Louis se acercó, la rodeó con ambos brazos y le dio un beso en el cabello castaño rojizo.
—Yo no moriré, So —dijo, aunque podía notar la duda en su voz—. No pronto, porque nos espera el sur y una mejor vida, te lo prometo.
Quiso decirle que no hiciera promesas en vano, era malo; pero no tenía fuerzas para discutir, solo quería llorar y dormir y que los días pasaran.
Sofía extrañaba los pocos lujos que había logrado conocer en la cúpula, la comida con texturas y sabores maravillosos, las paredes llenas de colores, las risas de la gente que la cuidaba. El brillo que existía en la ciudad, con un cielo claro y aire tan puro que solo respirar la hacía sentirse feliz.
Aunque la cúpula también había sido peligrosa, con su madre moviéndola de un refugio a otro desde que tuvo edad para ser consciente de lo que ocurría. Siempre la dejaba con gente que, aunque buena, ella no conocía y habían sido ellos quienes le habían enseñado casi todo lo que sabía, desde matemáticas básicas hasta a hablar.
Los rebeldes habían sido su familia durante mucho tiempo, con su madre siempre como líder en las sombras que la visitaba todos los fines de semana, con dulces y regalos e historias de su otra familia, los Red, y como estaban haciendo todo lo posible para que ella pudiese ir a vivir con ellos.
Y ese pequeño sueño de poder ser parte de Los Red se había cumplido, pero a un costo mucho mayor del que esperaba. Ya no tenía a su madre. Ni su padre. Ni ninguno de los rebeldes.
Solo estaban sus tíos. Y pronto solo quedaría Louis.
Algunas veces Louis llegaba a asustarla, era un hombre alto, lleno de musculos, de ojos verdes completamente vacíos y cabello castaño despeinado. Su madre solía decir que era muy temido entre los eusol, respetado por rango y letalidad; ahora luchaba por recordar al hombre que le cantó canciones de cuna.
—Los rumores dicen que es La Gripe, soldado.
Una sonrisa adornó el rostro lleno de arrugas, esa que siempre le daba mala espina, demasiado jovial para alguien tan viejo; demasiado amable para un hombre que reinaba con puño de hierro sobre su gente.
Anthony estiró una mano, Sofía resistió el impulso por empezar a correr y aceptó el agarre, no era uno necesariamente incómodo, a pesar de la mano callosa y los nervios que el hombre le producía.
Los dedos de su tío se tensionaron, por un segundo se volvieron puños antes de retornar a una calma innatural. Las fiebres habían empezado a consumir a Alex y varias burbujas se formaban en su piel con el pasar de las horas; solo Ovan lo visitaba ahora, era inmune, y la única persona en la que podían confiar. Especialmente con la cantidad de rumores sobre su condición, aunque ciertos, dañinos.
—Rumores son solo eso, Anthony —dijo —. En dos días mi hermano estará mucho mejor, podremos irnos antes de esta "requisa sorpresa".
El viejo soltó la mano de Sofía, abandonó la desgastada silla de metal con un quejido, se habría visto imponente de tener a cualquier otro humano en su presencia.
Se acercó a Louis, las ropas del líder intentaban asemejarse a las capas de diseños y colores impresionantes de los concejales en las cúpulas, pero palidecían en comparación.
—Te di tres meses, porque te debía mi vida —Suspiró —. Incluso acepté esa estúpida amenaza y no hice nada, pero ya es hora.
—Son solo dos días, señor Anthony —Habló sin escuchar del todo su voz.
Anthony giró la cabeza para mirarla, la niña de cabellos miel y ojos azules como un cielo que ya no se veía, nadie podría ver algo de Red en ella: era la viva imagen de un Landon.
—Oh pequeña —susurró, volvió la mirada hacia Louis —. Dos días.
Sofía sonrió, en dos días quizás podrían arrastrar a Alex lejos de la ciudad y darle una buena muerte, luego comenzar el viaje que tenían por delante. O quizás, Alex se recuperaría y podrían los tres ir al sur, encontrar la ciudad mágica de la que se hablaba en susurros y vivir felices para siempre.
Louis la hizo caminar más rápido de lo usual. Avanzaron esquivando con dificultad los puestos de tela y cambio, a las personas vestidas de rojo, marrón y crema. Ellos resaltaban entre el gentío, su tío todavía llevaba el pantalón negro de los eusol y la chaqueta plateada que alguna vez le dio rango como miembro del concejo, mientras que ella vestía de azul y verde, los colores de la casa Landon, en un pantalón que empezaba a quedarle pequeño y una camisa que podía ser un vestido.
Adornando el pantalón, Louis llevaba la rander cada vez más deteriorada y la nueva "espada". La gente les hacía espacio al verlos, podía ver el terror en sus ojos, cientos de personas que buscaban dinero para pagar la renta que pedía el viejo fundador.
Al principio le había causado demasiada repulsión, los olores que llenaban la vieja avenida eran diversos, algunas zonas eran comida pasable, otros sitios amenazaban con dañar su olfato, eran olores metálicos, tóxicos, a heces y quizás sangre.
Los últimos dos días Louis no la había dejado vagar por S con tranquilidad, siempre debía ir acompañada o no abandonar la habitación. Ya no sabían quién trabajaba para la cúpula, cuántos podrían venderos por la falsa promesa de la fabulosa vida de un eugin.
La linterna que colgaba de sus cinturones se encendió en cuando la luz rojiza del sol dejó de iluminar la zona, los pasillos se volvieron estrechos y las vigas de metal aparecieron.
—Las alucinaciones empeoraron —Ovan salió de la nada, llevaba el cabello negro recogido en un moño alto y las manos delgadas enfundadas en guantes.
La mano que la sostenía se volvió débil, Sofía alzó la vista para observar como el hombre inquebrantable empezaba a caerse a pedazos.
—Debes estar mintiendo —dijo —, todos los ciborgs son mentirosos.
Ovan frunció el ceño, su ojo rojo se iluminó y la pierna de extraño color azul se hundió unos milímetros en el suelo.
—Por dios, Louis —gruñó —. Fuiste muy bueno ocultando la marca y te he ayudado porque te debo, pero ya no hay más que hacer.
—Tiene que haber algo, Ovan, no puedo perderlo.
—Lo único que queda es desfigurarlo, entregarlo al grupo de chequeo que viene esta semana...
Louis apretó los puños.
—¡¿Y qué experimenten en él?! —gritó —. ¿Qué lo vuelvan una nada para reconstruirlo? ¿Matarlo y revivirlo solo para hallar la cura a algo que era tan normal?
Sofía vio rojo en los ojos verdes.
No podía estar ahí.
Empezó a correr, esquivando las personas que avanzaban en dirección contraria e ingresó a la habitación 214. A los lejos se podía escuchar a Louis gritando y las respuestas llenas de odio del ciborg que tanto les había ayudado.
La luz apenas y lograba entrar por la ventana, la única cama del cuarto estaba recostada contra la misma pared y en ella Alex se sostenía la cabeza con fuerza. Gracias a su linterna podía ver la desesperación en su tío.
—Voy a morir, princesa —dijo, la voz de su tío estaba débil por la fiebre y un tinte de locura parecía convertirla en un grito ahogado —. Si no lo hace la fiebre, lo harán las alucinaciones.
Sofía acercó una silla con lentitud, intentando que no sonara muy fuerte contra el piso de cemento, tomó entre sus manos el recipiente con agua que yacía en una vieja cómoda y la pequeña toalla que Ovan usaba para limpiarlo.
—¿Qué cosas ves?
Sumergió la toalla, se inclinó un poco hacia delante, escuchó el agua gotear de nuevo hacia el recipiente. Hizo todo lo posible porque su pulso se estabilizase. Apoyó la tela contra el rostro cubierto de sangre, arañado, con la piel de un leve tono marrón vuelta nada.
—Veo monstruos —dijo —. Pero no tienen muchos tentáculos, no son horripilantes, no te asustan cuando los ves.
—¿Entonces? —Su voz era apenas un susurro.
—Son las capas de colores, los cuchillos escondidos bajo las mangas. Soy yo y los gritos agonizantes de mis experimentos... ¿Ese que grita es Louis?
Asintió.
—Le pedí que me matara —dijo —. Cuando el infectado me mordió, le rogué que me dejara ahí, que me metiera un tiro.
Las lágrimas se acumularon en sus ojos. Sofía continuó limpiando sus heridas, pero ahora sus manitas temblaban al tiempo que pequeñas gotitas recorrían sus mejillas.
—Eres lo único que nos queda —dijo —. Para un Red no hay nada peor que perder a su familia.
Alex la miró, sus pupilas se dilataron y su conciencia se perdió en algún otro lugar, después volvieron a su tamaño normal. La mano delgada del eumin se aferró a su brazo, las uñas se enterraron en su piel.
—¿Escuchas eso? —preguntó —. Es como en el G45, con los gritos, los llantos, las suplicas... ¿cómo pude hacerles eso? ¿Cómo pude?
Los ojos le empezaron a arder, Alex seguía murmurando ¿cómo pude?, su respiración se había acelerado y no era capaz de alejarse de esas palabras sin sentido que salían de los labios pálidos de su tío. Había algo en él que parecía querer mantenerse cuerdo, mencionaba su nombre cada diez segundos, antes de volver a apretar su brazo con fuerza y soltar un pequeño sollozo.
Así, cubierto de sangre y delirante, no parecía quedar rastro del joven lleno de vida que reía cada que la veía en los escondites, que lloraba en las noches ahora por la pérdida de toda su familia, que le contaba sobre la chica con la que pensó se iba a casar con lágrimas en los ojos y emoción en la vez.
Ahora era otro Red más, reducido a un cascaron.
—Moriré —susurró, los ojos verdes volvieron a enfocarla —. No llores por mí, princesa.
Dedos suaves le limpiaron las lágrimas, pretendieron llevarse lejos el dolor causado. Las manos usualmente gentiles tomaron la toalla, la sumergió en el agua y le limpió el brazo con suavidad, susurrando cosas sin sentido.
Se dejó, Sofía no hizo ningún amague de alejarse. Alex le recordaba a su madre, debían ser los ojos, las narices rectas, los pómulos altos, las mandíbulas suaves y la delicadeza en otras facciones que hacían falta en el rostro de Louis.
Cuando ella se miraba al espejo solo podía ver a Carl, pero Alex era como Cecil.
Y cuando muriese, se iría la última parte que lograba recordarle el rostro de su madre.
—Ovan no hará nada —anunció Louis después de cerrar la puerta a sus espaldas —. Mañana encontraremos la forma de sacarte de aquí.
Alex apartó la mirada, era la primera vez desde la expedición que estaban los tres juntos. Se cubrió la cabeza con las sábanas, se abrazó las piernas y empezó a llorar.
—Está muriendo.
—Estará bien, yo me aseguraré de eso.
—¡No lo estará! ¡La Gripe no tiene cura! —gritó.
Una enfermedad sin cura en un mundo donde todo era reversible, con la excepción del tiempo. Una enfermedad mortal, desquiciada, llena de dolor. Antes la conocía solo de libros de su madre, en el miedo de los ojos de Louis y el miedo que ahora consumía a Alex.
—Un Red no se da por vencido con su familia.
—Primero muerto que traidor —dijo repitiendo las palabras de Alana Red.
—Cecil te educó bien, pero jamás digas eso en voz alta.
Ocultarse, a ellos y a su apellido y a sus verdaderos origines. Especialmente entre gentes leales a la cúpula, que creían en sus maravillas y milagros, en sus falases promesas, que olvidaban las masacres que cometieron por la idea de que podían ser superiores con sus modificaciones.
—Deberías dispararme —La voz de Alex rompió el súbito silencio.
Se había puesto de pie, las sábanas estaban ahora arremolinadas a sus pies y la roma deshilachada mostraba la mordida en su pierna. Ante la luz de dos linternas se podía ver perfectamente su aspecto, tenía ojeras, estaba demasiado delgado, herido.
—No puedo hacer eso.
—¡Eres un maldito eusol! ¡No tienes sentimientos! ¡Funcionas gracias a estúpidas órdenes! —Le temblaron las manos —. ¡Eres un puto monstruo, igual que yo!
Louis llevó la mano al lugar donde colgaba el arma. Sofía se cubrió los ojos con ambos brazos, se agachó hasta que su pecho chocó con las rodillas, sería capaz de escuchar cualquier cosa, pero no verlo. No quería ver como su familia se terminaba.
—No soy capaz, Alex, lo siento.
Notitas
Ya tercer cap listo, nos vamos metiendo en lo que ya existía antes. Estoy trabajando ya en el cuarto capítulo, espero no demorarme otro mes en subir, aunque si notaron hice un edit a los dos capítulos anteriores porque me había equivocado feísimo en unos detalles sobre La Gripe.
Anyway, ¿ya habían leído Devoción antes o es la primera vez que se encuentran aquí?
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