20.
Louis abrió los ojos, no estaba en una susped, era imposible que estuviese recostado, contra cortinas que se movían con suavidad. Intentó incorporarse, el abdomen le dolió, su brazo lo hizo gritar y morderse la lengua.
Observó el lugar, entraba luz por una pequeña ventana y solo se escucha el motor de un... ¿camión?
—¿Sofía? —gritó, la idea de que lo hubiesen encontrado, llevado... — ¿Isaäk?
La niña asomó el rostro por la ventana, tenía el cabello castaño recogido en una coleta desarreglada. Notó que sonreía.
—Despertó.
Escuchó la voz de Isaäk, aunque no logró descifrar las palabras. Un chirrido le molestó en los oídos y lo siguiente que vio fue una compuerta abrirse para comunicar directamente a los asientos, donde Sofía hacía de copiloto.
—¿Duele? —preguntó Sofía sin dejar de mirarlo.
—No, pequeña —mintió —. ¿Las suspeds?
—En algún lugar de México —respondió Isaäk —. Vamos hacia el sur, como siempre.
Empezó a sentir cada herida.
—¿Me curaste?
—Lo que pude —dijo, sin desviar la mirada del camino —. Pero debemos llegar rápido al refugio antes de las murallas.
—Murallas —susurró, sin poder evitar el tono burlón.
—¡Es una sociedad diferente a la nuestra! —Sofía suena emocionada —. Isaäk dice que se alejaron de la guerra que nos destruyó y construyeron un mundo aparte, donde quizás encajemos.
Asintió, no eran más que cuentos para niños, viejas historias que habían circulado entre los eugines durante años después de la guerra y que se convirtieron en lo que eran: leyendas. Los satélites comprobaron que al sur solo había desierto, gases tóxicos y agua contaminada.
Ojalá y esa información fuese falsa.
El camión se limitaba a avanzar en línea recta, siguiendo la carretera que los llevaría al sur, tan lejos como fuese posible de la sociedad regida por las cúpulas. Era extraño manejar algo tan grande, con cambios y que se movía de forma tan primitiva, aunque había recibido entrenamiento en su uso, no dejaba de ser extraño.
Tenía la soltier de Louis a un lado del timón, con el radar encendido y una mejora para ampliar el rango, notarían cuando alguien se acercase a menos de cinco kilómetros. Era poco, aunque mucho más que antes.
Sofía tenía la cabeza contra el respaldo de la silla, en medio de él y Louis, que dormitaba contra la vieja ventana empolvada. No se atrevía a reducir la velocidad, aunque fuese para descansar un poco, no podía hacer que Louis se esforzara por miedo a que los puntos medio hechos se zafasen, ni siquiera era capaz de pedirle que manejara.
No podía arriesgarse a que lo encontraran de nuevo. Los últimos eusol que los atraparon parecían tener muy buena idea de quién era, y esos delitos eran algo que prefería tener escondidos en algún archivo con su nombre en Rusia, China y los Estados Emergentes de Europa.
La posibilidad de que supiesen todo sobre él era baja, pero no cero. Al menos podía estar seguro de que su pequeña treta de hacer andar las suspeds hacia el este con los exploradores que habían ido a buscarlos atados a esta, estaba diseñada para explotar en cuanto otra persona se acercara a moverlos.
Espera poder detener su búsqueda por al menos unas semanas.
Para el momento en que sospecharan algo ya habría conseguido que los transportaran a las murallas, donde estarían a salvo, y se permitiría descansar por primera vez desde que le asignaron la misión.
Miró a Louis de reojo, se encontraba haciendo con frecuencia, observándolo dormitar. Admirando sus facciones, la forma en que arrugaba el entrecejo cuando algo lo molestaba, la suavidad con la que sus ojos verdes miraban a Sofía; una suavidad que contrastaba con la dureza que le dirigía a él, aunque a veces podía imaginarse que había algo más.
Quizás algún día a él también lo miraría con cariño. Y algo más.
Sacudió la cabeza. No, aunque podía a veces encontrarlo en sus pensamientos no era correcto dejarse llevar por fantasías. Tenía una misión: llevarlos a salvo hasta las murallas. Después se retiraría por al menos unos dos años, quizás lo asignaran a reconocimiento o lo enviaran de vacaciones a las ciudades fantasmas.
No le molestaría seguir en contacto con los Red.
Ahí estaba de nuevo, se dijo, como el tonto hormonal que no llegó a ser en su adolescencia. Debía ser en parte por el cansancio, no estaba seguro de cuánto más podía aguantar, aunque su cuerpo estuviese modificado para aguantar condiciones extremas, era posible que hubiese pasado su límite hace unas horas.
No quería parar a dormir, tampoco quería causarles más daño si llegaba a quedarse dormido.
Un suave toque contra su mano lo sacó de sus pensamientos. La mano de Louis estaba sobre la suya
—Yo puedo manejar —dijo, su voz rasposa —. Necesitas dormir.
Se negó.
—Tu necesitas descansar más que yo —Sentía los parpados pesados —. No sabes manejar uno de estos.
Louis frunció el ceño.
—Eusol —dijo, señalándose —. Entrenado para el manejo de cualquier arma y vehículo conocido, incluyendo estos dinosaurios.
Intercambiaron miradas por un segundo, verde musgo contra azul marino.
Terminó mascullando maldiciones en ruso. Detuvo el camión. El sueño empezaba a comérselo, no podía decirle que no a Louis.
Sofía ocupó el lugar que antes tenía Louis, recostada contra la ventana, Isaäk se acomodó en el medio mientras el eusol se ubicaba frente al timón. Podía ser mala idea dejar que el más enfermo de ellos manejara, pero no tan mala como tenerlo a él apunto de dormirse.
Se permitió cerrar los ojos por unos segundos, no se había dado cuenta de lo cansado que estaba hasta que su cuerpo agradeció el momento de tranquilidad.
Volvió a soñar.
Los eumines lo observaban con mascarillas puestas, bajo una luz demasiado brillante, podía sentir los instrumentos cortar y punzar su piel, el calor ahogante de la medicina que le habían dado y la sensación ser invadido constantemente, mientras reprogramaban su chip.
Había pastillas, gritos de desesperación tanto de su propia garganta como de otros. Desconocidos, encerrados igual que él, sufriendo el mismo destino.
Estaba de vuelta en su celda, con las paredes grisáceas marcadas por los dedos de su nueva mano. La había golpeado tantas veces, intentado sentir algo más que el frío mental conectado a su torso. Cada vez que lo ingresaban al quirófano salía menos humano que antes.
Despertó sudando, con un grito atorado en su garganta. El corazón mecánico evitó que su pulso se acelerara demasiado, lo obligó a tranquilizarse. Parpadeó varias veces, las luces del camión estaban encendidas, iluminaban un camino oscuro; le habían colocado varias cortinas para protegerlo del frío durante la noche.
Louis tenía la mejilla apoyada contra el puño, la vista enfocada en el camino. A su lado, Sofía se había acurrucado, un libro entre las manos.
Había dormido demasiado, quizás todo el día y no estaba listo para seguir con otro sueño, mucho menos si lo único que le presentaban era pesadillas. Volvió a mirar a Louis, se veía tranquilo, una mano relajada contra el volante, pero se mordía una mejilla y sus ojos abandonaban la carretera para mirar un costado.
Siguió su mirada, la herida del brazo había empeado a sangrar de nuevo.
—¿Duele? —preguntó, se inclinó para recoger su equipo médico del suelo.
—No —dijo, volvió a mirar la carretera.
—Tomaré eso como un: me duele lo suficiente.
Louis hizo una mueca, pero no dijo nada cuando empezó a limpiarle la herida lo mejor que pudo. Había gastado casi toda su reserva de implementos médicos para salvarlo de sus últimas heridas, solo podría darse el lujo de limpiarlo y vendarlo otras dos veces.
No dejaba de culparse por el estado en que se encontraba el eusol, magullado, con el rostro amoratado y heridas que necesitaban un verdadero médico. Si hubiese estado más alerta, si hubiese sido capaz de luchar un poco cuando lo capturaron, tal vez estarían en una mejor condición.
—¿Qué soñaste? —preguntó Louis —. No se veía agradable.
—Los ciborg no soñamos.
Terminó de acomodar la nueva venda.
—¿Entonces qué fue eso?
Isaäk desvió la mirada, no podía simplemente decir que sus circuitos estaban freídos y ahora sufría fallos, lo convertiría en una amenaza más grande ante Louis.
—Recuerdos —dijo —, de cuando me volví esto.
Señaló su brazo derecho, de suave brillo purpura, luego llevo una mano a su pecho. Prefería sepultar esos recuerdos, pero su cerebro al no soñar lo único que hacía era reproducirlos una y otra vez, lo atormentarían de por vida.
—¿Dolió? —La voz de Louis fue un susurro —. ¿Qué intentaban...?
—¿Hacer? No sé —dijo —. Mis padres decían que los ciborgs éramos el resultado de la evolución fallida, experimentos para la inmortalidad. Yo opino que solo somos una muestra de crueldad.
—Eso le hicieron a mi heraman —susurró —. No hice nada para detenerlo.
Isaäk lo miró, tenía la mirada cristalina.
—No había nada que pudieras hacer —dijo.
La conversación murió cuando una sola lágrima resbaló por la mejilla de Louis. Quiso limpiarla, pero su cuerpo no le respondió.
Se quedó en blanco por unos segundos, los suficientes para sentir un pinchazo en su nuca y encontrarse en medio de una calle desconocida, su cuerpo tenía demasiadas piernas y el torso cubierto en vendas. Tenía que correr, pero no lograba ubicarse.
Corrió y trepó, lanzandose de techo en techo, paren en pared, apenas podía escuchar los gritos de terror de la gente en el suelo. Cuando llegó al lugar más alto de la zona su corazón dio un vuelco, las piernas le fallaron y cayó.
Estaba encerrado en una cúpula, pero no la Rusia de toda la vida. No. Era la de Louis.
El aire le faltó unos segundos mientras su cuerpo caía al vacío y sabía que su muerte inevitable. El pinchazo volvió, se encontró de nuevo en el camión. Las manos de Louis estaban en su rostro, lo miraba lleno de confusión, había desesperación en sus ojos.
—¿Qué fue eso?
El camión se había detenido.
Los ojos se le llenaron de lágrimas, había estado a punto de morir, había visto el caos en las calles, los letreros de búsqueda y...
—Isaäk —La voz de Louis fue suave —. ¿Qué pasó?
Empezó a llorar.
Se estaba volviendo loco, alguien tenía acceso a su cerebro, podía desactivarlo y enviarlo a otros lugares, podían ver dónde estaban, qué hacían. No sabía cuánto tiempo tardarían en descifrar por qué camino iban, si ese era siquiera el plan que tenían, quizás solo pretendían tomar el control por completo de su cuerpo.
Obligarlo a hacerle cosas horribles a los Red.
Louis lo envolvió en un abrazo. Se quedó quieto, con ambas manos aferradas a la ropa del eusol, escondió el rostro contra él y dejó que las lágrimas salieran. No importaba que estuviese siendo más vulnerable de lo que se solía permitir, no importaba que fuese el eusol quien lo abrazaba, en su mente solo existía un temor opacando el resto de las preocupaciones.
Con suavidad Louis dejó de abrazarlo, cuando su respiración se controló. Devolvió las manos al volante y el camión volvió a moverse.
Evitó mirarlo, ya le hacía falta el calor y seguridad que ese abrazo le había dado. No necesitaba más razones para fantasear con una vida que no sería suya.
Pasó los dedos por su cuello, donde había sentido el pinchazo. Le aterrorizaba ser tan vulnerable, su primera prioridad sería encontrar quién tenía acceso a su sistema, cómo otro ciborg había logrado hacerlo, qué tan inminente era el peligro y después desactivar su conexión. Para eso último necesitaban llegar a la siguiente parada.
Sofía apoyó una mano en su brazo de metal, acurrucándose junto a él. Tenía la mirada enfocada en el camino, era tan fácil para los Red alejarse del mundo, olvidar que había gente con ellos, quizás a ese ritmo se olvidarían de él, se olvidarían de cada uno.
Los dedos de Sofía trazaron figuras en su palma, que a pesar del suave brillo tenía una apariencia bastante humana. Todavía podía sentir la sierra cuando cortaron su brazo, querían medir su dolor, su resistencia, así que cualquier tipo de anestesia no había sido aplicado. No había sido más que un niño aterrado y adolorido.
Le prometieron que su brazo volvería a crecer, en lugar de eso le colocaron uno de metal.
—Déjame conducir —dijo, cuando las náuseas del recuerdo amenazaron su estómago.
El camión se detuvo por tercera vez, se movió hacia el lugar del conductor mientras Louis pasaba frente a él para ubicarse en el centro. En el asiento del conductor se sintió libre de nuevo, arrancó, aumentando la velocidad.
Conducir vehículos de la tercera guerra fue algo que se obligó a aprender, no hubiese podido sobrevivir fuera de la cúpula rusa de otra manera. Y con su viejo automóvil había recorrido Europa, descubierto un mundo vivo fuera de las restricciones de su viejo hogar, vio que no todo estaba contaminado, que existían bolsillos de aire donde la gente se asentaba y vivía.
Fue la primera vez que conoció la libertad. Y también cuando lo reclutaron como guardaespaldas.
En la vieja España, cuando un barco del Sur llegó con historias de una tierra maravillosa. Lo habían reclutado por su condición de ciborg, entrenado para controlar su nuevo cuerpo, y también le devolvieron la esperanza. Desde entonces se dedicaba a llevar a otros, presentarles el resto del mundo, si las murallas no resultaban ser su hogar ideal podían viajar por el mar comerciando o asentarse en las ciudades flotantes de África, también llamadas las ciudades fantasmas.
—¿Alguna vez extrañas la cúpula? —preguntó Louis —. ¿Tu vida allá?
Isaäk evitó que su tono de voz fuese despectivo.
—No, no podría —dijo —. Extraño mi familia, pero el lugar... no soy capaz.
Miró al eusol, tenía a Sofía rodeada con un brazo y le acariciaba el cabello de manera distraída. Al menos él todavía tenía familia.
—¿Están muertos? —preguntó Sofía.
—Creo —murmuró —. No he sabido de ellos en años, supongo que soy el Kozlov con vida.
Louis se tensó al escuchar el apellido. Los enormes ojos de Sofía lo miraron, esperando más, pero se había prohibido hablar de Rusia.
—Yo también perdí a mi mamá.
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