2.
Todos los músculos de su cuerpo se tensionaron. Conocía al eusol que alguna vez habitó ese cuerpo de metal y sangre; alzó la rander, se movió hasta estar delante del resto del equipo.
El ciborg se quedó inmovil, estaba seguro de que los había reconocido, y eso eran malas noticias para todos. En cualquier otra situación hubiese intentado irse hacia atrás, mostrando respeto a la criatura en frente de ellos, con la vaga esperanza de que se interesara en alguna otra cosa o reconociera al menos que él también representaba un peligro.
Pero no esta vez. El ciborg sabía quién era él.
Y su hermano.
Y la gente que lo acompañaba.
—¿Cuánto tarda la información en enviarse a comando? —preguntó, su voz fue un susurro.
—Cinco minutos después de trasmisión —dijo Alex.
—¿Y para enviar información...?
—...tiene que estar fuera de combate por un minuto o sus sistemas se recalentarían.
Louis asintió. Los ojos del ciborg se quedarían fijos en algún punto para poder enviar a comando la buena nueva: había encontrado a los Red. No podía permitir que hiciera tal cosa.
El ciborg empezó a moverse hacia ellos con lentitud, casi como si jugara con el terror de sus mentes.
Louis no disparó, aunque su instinto le pedía que acabara con la amenaza de inmediato, no podía, no debía correr ningún riesgo ni aumentar las probabilidades de ser asesinados en ese instante.
—¡B-012! —gritó —. ¡Detente!
Vio la duda en el hombre, pero la máquina continuó su camino.
—Ya no eres quien para dar órdenes —La voz del ciborg apenas se lograba distinguir de un ruido de máquinas. Le habían destrozado la garganta.
Esta vez fue Louis quien dio un paso al frente, las piedras sonaron bajo sus pies, alzó el arma y le apuntó al ciborg, listo para atacar en caso de ser necesario.
Debía ser más rápido que el monstruo.
—Voy a disfrutar de ver cómo te convierten en algo mucho peor que yo —Chilló la máquina—. Como a tu querida hermana.
Escuchó a Alex lanzar un insulto tras otro, mencionar a Cecil era enterrar una aguja en la herida que nunca sanaría. Algo similar a una risa salió del ciborg, había malicia en su mirada, y letalidad en sus movimientos.
Empezó a correr, las piernas de metal resonaron contra los capos de los carros mientras saltaba de uno a otro, había algo poco natural en cómo se movía, con el cuerpo echado hacia delante, el movimiento exagerado de los brazos y los ojos fijos en Alex.
Louis disparó dos veces, los proyectiles rozaron el metal de las piernas y dejaron una marca roja en el hombro de la máquina. No se inmutó, si a los eusol les educaban en la letalidad de un soldado y la incapacidad de incumplir sus órdenes, lo que sea que le hicieron a B-012 lo había convertido en un ser aún más desalmado.
Todos los ciborgs eran así, se recordó, incluso ahora su hermana era uno de esos seres.
B-012 saltó del capó de uno de los autos hacia Alex, con los brazos estirados y las cuchillas manchadas de sangre listas para atacar.
Louis empujó a su hermano con más fuerza de la necesaria, apenas y fue consciente del golpe sordo que generó su caída. Alzo la rander y detuvo una de las cuchillas, después de eso quedaría inutilizable, se deslizó ante la confusión momentánea del ciborg y le asestó un golpe en el pecho, donde todavía había carne y un corazón humano.
El ciborg lanzó un gruñido, Louis no soltó el arma que todavía tenía la cuchilla ensartada, esquivó el ataque que venía de la derecha en cuanto sintió que el peso del ciborg cambiaba y asestó un manotazo limpio de nuevo en el pecho.
De la boca y garganta destrozada salieron unas gotas de sangre. Aferró el brazo izquierdo del ciborg cuando este trastabillo, de un salto apoyó ambas piernas en el pecho del hombre y lo usó de palanca para arrancar la cuchilla.
El grito casi le hizo sentir que luchaba contra el mismo B-012 de siempre.
Despegó la rander inservible de la cuchilla y se lanzó contra el ciborg que buscaba retomar balance. Las cuchillas chillaron al encontrarse.
—¡Te voy a matar! —bramó el monstruo—. ¡Los voy a matar a todos!
El golpe lo tomó por sorpresa, se detuvo en seco y el aire escapó de sus pulmones. Louis puso más peso en sus talones para recuperarse, la máquina tendría fuerzas para luchar todo el día, pero a él le quedarían como mucho otros cinco minutos.
—Nunca pudiste vencerme en un combate —dijo, su voz sonó entrecortada—, ¿qué te hace pensar que ahora será diferente?
Los ojos del ciborg se entrecerraron. No solo había algo inhumano, parecía casi un animal enloquecido. No tenía ni idea de qué era lo que hacían con los hombres y mujeres que convertían; pero pretendía nunca darse cuenta.
Aprovechó el momento en que B-012 se arrojó hacia él con toda su fuerza, esquivó el primer ataque de la cuchilla y se agachó, yendo hacia delante con su propia cuchilla lista. La carne cedió sin más quejido que un vago gruñido del ciborg y Louis torció la hoja dentro de él, directo al corazón.
El ciborg cayó al piso.
Louis retiró la cuchilla y la volvió a alzar, esa vez la clavó en el cerebro de la máquina, el cráneo si presentó más dificultad; pero las armas de luminium cortaban casi cualquier metal conocido por el hombre.
Jadeó, dejó caer los hombros y buscó de qué aferrarse. Tenía la sensación de que le empezaba a faltar el aire y sus piernas iban a dejar de soportar su peso en algún momento, el horror de la situación apenas comenzaba a hacerse real en su realidad.
Un ciborg los había visto, tan cerca del refugio, y la probabilidad de que hubiese enviado información eran mínimas, pero nunca cero.
Se giró, estaba seguro que la siguiente mañana tendría los brazos pesados. Había ciertos límites físicos que su condición de eusol no podía sobrepasar.
Alex estaba tendido en el suelo, con las manos encima de la máscara y los ojos llenos de pánico. Encima de él Thomas y Erick le pedían que respirara lo más despacio posible, superficial, que no hiperventilara, tenían la cinta negra entre las manos e intentaban hacer que su hermano les diera espacio.
Tardó en verlo, porque sus ojos se rehusaban a contemplar la muerte de su familia, no otra vez. Pero ahí estaba: la fisura en la máscara.
El pánico se apoderó de él sin pena. Los dolores de sus músculos dejaron de existir, se acercó a ellos y empleando su mejor tono de hermano mayor le pidió a Alex que se dejara ayudar; si el eumin menor de la familia no podía mantener la calma en la situación, le correspondía a él, no había nada bueno en el pánico, en que respirara más del aire impuro.
Erick colocó la cinta encima de la fisura y luego sacó un pequeño frasco con un líquido rojo dentro, Thomas rebuscó en la mochila la jeringa que acompañaba al remedio.
Louis mantuvo a Alex inmovil mientras Thomas lo inyectaba, aquello no era más que una curita, con la esperanza de que él fuese uno de los suertudos a quienes aquel tarrito de rojo era capaz de ayudar. Con una taza de éxito del veinte por ciento, la cúpula había dejado todos los cargamentos de supuesta oxigenización en las afueras.
Solo quedaba esperar.
—Nos iremos ya —dijo —. Llevaré las dos cuchillas de este ciborg y espero eso sea suficiente.
Todos asintieron. Entre Thomas y Erick llevaron a Alex hacia el vehículo mientras él se encargaba de arrancar la otra cuchilla y sacar la primera del cráneo del ciborg.
Monstruo, pensó mientras lo miraba, todos los ciborgs son unos putos monstruos.
Pero el pensamiento quedó atrapado ahí, cuando el chillido de un infectado se escuchó a lo lejos. Su cuerpo se rehusó a moverse, Thomas y Erick también se quedaron congelados en su sitio, el más mínimo movimiento, respirar de la forma incorrecta, podía hacer que los notaran.
Todo el revuelo de su pelea con el ciborg debió despertarlos. Los cuerpos de quienes habían ido a buscar debían estar todavía frescos con el virus, listos para infectarlos.
De entre los escombros, a unos veinte metros de su posición apareció un hombre bien vestido, con la cara llena de venas negras y los ojos inyectados en sangre, de su boca surgía el pus negro indicativo del avance mortal del virus.
Y los había visto. Él y los otros seis infectados que aparecieron a sus espaldas.
Antigua S estalló de preocupación cuando los vieron volver. Louis estaba cubierto de sangre y cargaba las dos cuchillas a su espalda, mientras que Thomas ayudabana Alex a moverse.
—¿Sabías que había un ciborg cerca del centro comercial? —le preguntó a Anthony cuando lo recibió en su despacho.
El hombre suspiró. Sí.
—No esperaba que se lo encontraran —dijo.
Louis apretó la mandíbula. Había arriesgado la vida de su hermano y dos hombres por una estúpida expedición.
—¿Tanto quieres deshacerte de nosotros? —. Había una ira contenida en su voz —. ¡Perdimos un hombre! ¡Por dios, Anthony! Está misión debía ser sencilla.
El rostro lleno de arrugas se crispó, una mueca de desagrado apareció en los labrios delgados del hombre.
—No me entiendas mal, Louis —mintió —. Sabía que tenías oportunidad contra aquella máquina.
Louis golpeó la mesa de madera. Anthony dio un pequeño salto en su silla, era obvio que le tenía miedo a él y a su familia, al peligro que representaban para el asentamiento, tan cerca de la cúpula americana.
—Estas de suerte de que si la tuviera —dijo —, los ciborgs son máquinas de matar, Anthony, pude no haberlo contado ¿y sabes qué habría hecho esa cosa? ¡Traer de nuevo al puto equipo de élite y masacrado a toda S!
Al final su voz fue un grito, estaba seguro de que la gente lograba escucharlo.
—No te puedes quedar más tiempo —anunció Anthony.
—Sí puedo —dijo —. Erick fue mordido y tuve que meterle una bala en la cabeza, todo porque te pareció importante mencionar la existencia de un ciborg.
—S es mía —gruñó —. Y te prohíbo quedarte más tiempo.
—No —susurró y luego alzó la voz para que quienes estuviesen fuera pudieran escucharlo —. Dos semanas más, sino quieres que sea yo quien vuelva tu preciada ciudad un cementerio.
Observó las cuchillas que ahora serían parte de la colección privada del señor frente a él, tomó la que alguna vez fue un brazo derecho. No dijo nada mientras le daba la espalda y empujaba la puerta de la oficina.
Al verlo, el murmullo del pasillo desapareció. Estaba acostumbrado, sabía que a partir de ese momento y la amenaza que acababa de gritarle al líder de la comunidad, el silencio y las ganas de no meterse con ellos serían producto de un miedo aún mayor.
Y así está bien, así es como deberían ser las cosas.
Él como eusol, prófugo de la justicia de la cúpula, era superior que el resto de humanos que habitaban aquella estúpida ciudad. Eran su refugio en ese momento solo por el miedo que él generaba, su sola existencia era más amenazante que el escuadrón élite que enviarían eventualmente para matarlo.
Miedo, sí, esa era la única razón. Porque no podía ofrecerles la falsa esperanza de ser aceptados en la cúpula, eran demasiado imperfectos para tal cosa, incluso si todavía conservaba su rango como líder de la familia Red.
Los humanos eran estúpidos, impulsivos y traicioneros, se recordó. No podía confiar en ellos, pero debía quedarse más tiempo del planeado por su propia culpa.
¿Por qué había lanzado tan fuerte a Alex? ¿Es qué no se le ocurrió que algo así podía pasar? No, era obvio que no.
Quiso gritar, pero su rostro se mantuvo sereno. Respiró profundo varias veces hasta que la violencia dejó de tener lugar en su mente y en lugar fue reemplazada por preocupación y culpa, más de la que sería capaz de admitir.
Antigua S no era más que el espacio entre dos edificios colapsados entre ellos encima de una vieja avenida, entre los carros y otros edificios más pequeños que habían quedado bajo el desastre se habían instalado los humanos, los pasillos y zonas comunales siempre tenían ese resplandor rojo y sin vida, lleno de asfalto y suciedad.
Extrañaba la cúpula y sus noches de neón, verde en las plazas más importantes y lo pulcro de, absolutamente todo.
Empujó la puerta de su habitación, quedaba en uno de los últimos pasillos, al borde de lo habitable y daba al edificio colapsado por el techo. Aunque se realizaban constantes esfuerzos por mantener la estructura, era demasiado precaria y algún día de esos caería encima de toda la ciudad y los sepultaría.
Sofía lo esperaba sentada al borde de la cama, tenía los ojos llenos de lágrimas y sostenía la mano de Alex con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.
—No quiere irse —dijo Ovan.
Apenas y se giró para mirarlo. Ovan era otro ciborg, pero uno bueno, se dijo, si, incluso un monstruo podía ser decente.
—¿Puedes buscarme otra habitación? —preguntó, no quería tener que pasar las noches esperando el momento en que Alex enloqueciera.
Ovan se miró las manos.
—Veré a quién puedo transferir.
Asintió.
—Serán otras dos semanas —dijo —. Gracias por cuidarla.
Ovan le dedicó una sonrisa, en sus ojos había miedo. No por su presencia, un ciborg nunca le tendría miedo, sino otra cosa... Alex y la mordida en el brazo que había logrado esconder.
Cuando el ciborg abandonó la habitación, Sofía habló.
—¿Va a estar bien?
Louis se dejó caer al piso, le dolían las piernas y estaba seguro de tener al menos uno o dos cortes superficiales en algún brazo, no lograba definir cuál era. Pasó una mano por su cabello, estaba más largo de lo que le gustaba.
—No lo sé —admitió —. Lo siento mucho, So.
—No quiero que muera nadie más —sollozó.
Quiso cargarla y decirle que todo iba a estar bien. En lugar de eso estiró una mano y Sofía se la tomó con fuerza. Iban a ser otras dos semanas en el infierno.
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