19.
La ciudad que los obligó a detenerse se extendía por kilómetros, entre edificios colapsados unos sobre otros, las ruinas de otros y las marcas de un lugar que fue destrozado no por el tiempo sino por las bombas y guerras del pasado.
Louis frenó en cuando alcanzó a divisar un automóvil frente a él, la susped se inclinó un poco hacia delante y luego volvió a estabilizarse en el aire. Soltó un gruñido, había estado por chocar contra una acumulación de vehículos y piezas destrozadas, por culpa de la nueva niebla rojiza que se apoderaba del mundo.
Avanzó despacio, moviéndose entre carros y motos antiguas, apenas y eran capaces de cruzar sin golpearse contra puertas abiertas y espejos; pero no podían dejar las suspeds al aire libre, lejos de la ciudad que tenían en frente, la posibilidad de quedarse sin medio de transporte lo aterraba.
—Debemos pasar la noche en algún lugar —dijo Isaäk. Era la primera vez que hablaba desde que dejaron a Vera.
El ruso tenía razón, pero todas las estructuras parecían a punto de derrumbarse. No se iban a meter en ningún lugar si existía la posibilidad de que les cayera encima.
—Cuando encuentres un lugar, me dices.
Las calles estaban abarrotadas de cosas, no era posible seguir en línea recta, se desviaba de todo lo que creía ser el camino correcto cada tanto. Iban a terminar perdiéndose, en medio de un viejo campo de batalla.
Isaäk señaló uno de los autos, era enorme y todavía mantenía puertas relativamente seguras.
—Usemos ese —dijo —, si desconfías de los edificios.
Se detuvo, era una opción y aunque la idea de quedarse quietos en la noche, sin un sitio para protegerlos no le terminó de agradar, era necesario descansar. Se colocaron las máscaras antes de apagar del todo la susped, ya encontraría en qué rincón colocarla.
Sofía llevaba en brazos una de las mochilas, ninguna expresión en su rostro. La ayudó a bajar, su sobrina se veía pálida y después de tocar el piso evitó cualquier tipo de contacto con ambos. Se sentó contra una pared jugando con las tiras del bolso, le recordaba a los niños que vivían en las zonas más marginadas de la cúpula, donde los eusol hacían limpiezas cada semana.
Soltó aire, ¿a qué clase de vida habían condenado a Sofía, solo por los caprichos de su madre y las estupideces que él hizo? Apretó con fuerza la mandíbula, no tenía que pensar en eso, solo lograría alterarse y terminar de rodillas pidiéndole perdón, sin mayor sentido.
Se acercó al vehículo, consciente de los músculos resentidos de sus piernas, en parte por la tortura a la que lo habían sometido, en parte al esfuerzo al escapar y por mantener en la misma posición durante horas mientras continuaban su camino. Le dio una mirada al motor, quería asegurarse de que estaba funcionando a la perfección y sobre todo que no morirían allí por algún fallo mecánico.
El camión estaba en perfecto estado, algo sucio y corroído. No encendería nunca.
—Las cubrí lo mejor que pude —dijo Isaäk.
Sofía iba detrás de él.
La ayudó a subir a la parte trasera, Sofía sacó un par de cortinas de la mochila y empezó a acomodarse en uno de los rincones del fondo. La siguió, iba a oscurecer en cuestión de minutos, le tendió una mano al ruso para ayudarle a subir.
Sacó más cortinas y acomodó un lugar en el medio, donde él e Isaäk pasarían la noche, era mejor estar lo más cerca posible; pero no era capaz de acercarse a Sofía, no desde que ella tampoco había hablado desde que dejaron a Vera.
Examinó el interior, había viejas cajas a medio camino de desintegrarse, una mini puerta que llevaba al asiento del conductor. La calle se podía ver a través de esta, desolada. ¿Qué clase de mundo había sido ese, tantos siglos antes?
Se acomodó, conciente de los ojos de Sofía en él, probablemente con el temor todavía presente en ellos. Isaäk se hizo cerca, pero lo suficientemente lejos como para que el frío de la noche lo envolviera.
Cerró los ojos, desde que había abandonado su entrenamiento eusol su cabeza jugaba con él. Durante sus años de servicio su capacidad de sentir había disminuido, las emociones no habían sido capaces de apoderarse de su cuerpo; pero en el nuevo silencio, en la aparente soledad que empezaba a gobernar su vida, tenía demasiado tiempo para pensar.
Pensar llevaba a sentir. Lo odiaba.
Se veía obligado a cuestionarse, lo que estaba haciendo y toda la culpa que cargaba de la miseria de su gente en la cúpula. Aunque lo que más le atormentaba en las últimas noches era saber que su fuerza física e ideales rebeldes no habían hecho más que destruir su familia.
Ahora eran Sofía y él. Aunque ahora era más solo él y el fantasma de su sobrina y un ruso. Entes tan separados que solo viajaban juntos para sobrevivir.
Escuchó a Isaäk mascullar algo en voz baja, sacándolo del estupor en el que se encontraba. Después lo siguió un gruñido, un golpe. Louis abrió los ojos tan rápido como pudo, intentado mover su cuerpo para agarrar el brazo del ruso, sus dedos se cerraron en el aire.
Algo o alguien lo estaba arrastrando fuera del camión.
Miró a Sofía, seguía dormida. Activó la linterna que llevaba en el cinturón y observó las marcas que había dejado el brazo del ruso.
Bajó. Sus pies no hicieron ruido al tocar el pavimento. No había nadie.
Cerró las puertas del camión y llevó una mano a la soltier que descansaba contra su pierna. La activó, iba a seguir las marcas hasta descubrir qué había ocurrido con Isaäk. En el silencio solo podía escuchar su respiración.
Siguió las marcas alrededor del camión, unos carros más allá de donde estaba. No parecía tener ningún sentido lo que había ocurrido.
Las puertas del camión sonaron al abrirse. Se giró y empezó a correr en dirección al camión, había sido un idiota, aunque hubiesen sido solo unos carros de distancia, no debió confiarse. ¿Cómo pudo dejarla sola cuando Isaäk acababa de desaparecer?
Cuando llegó al camión solo encontró el vacío, el eco de un grito que se alejaba de él. No había rastro del ciborg o de su sobrina.
Soltó una maldición.
Los oídos empezaron a pitarle. Tenía el pulso acelerado.
Activó la búsqueda de calor de la soltier, empezó a caminar por la calle, siguiendo ningún camino en particular. Necesitaba encontrarlos, a su familia, no podía dejar que lo dejaran verdaderamente solo.
Iba a destrozar cada hueso en el cuerpo de quién había sido tan estúpido como para intentar engañarlo. Le iban a rogar piedad.
El arma soltó una leve vibración al detectar tanto movimiento como calor. Sonrió, bajo la máscara casi podía oler la futura sangre de sus enemigos.
Desactivó la opción de rastreo, el arma volvía a quedar en su modo letal. Avanzó hacia el lugar que la soltier había indicado. Era un edificio donde el polvo reinaba y el eco lo acompañaba, columnas que apenas y lograban sostener un techo lleno de huecos.
—¿Ya encontraron al eusol? —preguntó un hombre —. Sin él no podemos irnos.
—Trece lo busca, cree que salió buscando al ciborg.
Louis respiró profundo. La espalda pegada a una de las columnas. No podía dejarse llevar por el impulso asesino, debía pensar la mejor manera de atacarlos, especialmente si ahora eran solo dos hombres, debía disparar rápido antes de que lo notaran, no podía perder tiempo para liberarlos.
Contó hasta tres, las manos le temblaban, quizás era una mezcla de la falta de práctica, las emociones, la adrenalina y el notable dolor que acompañaba todos sus movimientos.
—¿Cuándo nos reunimos con los otros? —La voz era diferente, de mujer. Louis apretó la mandíbula.
Tres. Apretó con fuerza la soltier.
—Estarán aquí para el traslado, otras dos horas.
Así que habían enviado un equipo completo. Una misión de busca y captura realizada al pie de la letra. Las manos volvieron a temblarle. Haber enviado a Vera no funcionó y descansar los volvió un blanco demasiado fácil.
Respirar. Se dijo. Respirar.
Hubo pasos por el mismo camino que él siguió para entrar. Un hombre avanzó a paso descansado, con parte del casco echado hacia atrás de manera que podía ver casi todo su rostro. Lo reconoció, era el capitán del equipo elite, los mejores exploradores que tenían en la cúpula.
Trece.
¿Por qué habían enviado al grupo elite en su busca? Ninguno de ellos había cometido los crimenes que involucraban a un equipo como ese, él podía ser un asesino a sangre fría y aunque eso podía calificarlo para ese trato, no era algo que un grupo de exploradores no pudiera manejar.
Tenía que ser por el añadido del ciborg.
—Despierta al ciborg, Kay —ordenó Trece —. Ese debe saber algo sobre qué hará el eusol.
Louis escuchó con atención, debía ubiar a cada uno sin dejarse ver. También debía conocer dónde estaban Isaäk y su sobrina.
Quien respondía al nombre de Kay dio varios pasos después de mover una silla, le siguió el sonido de un golpe y un quejido. Isaäk maldijo.
—No se ve tan peligroso como dicen —dijo Kay —. Otro estúpido ciborg. Parece que Louis tiene un tipo para sus juguetes.
—Esa es la cosa, no se ven peligrosos.
Del lugar en el que estaba sentado Kay había cuatro pasos hasta Isaäk, supuso que existía una distancia similar hasta su sobrina. Pero no podía armarse un supuesto mapa mental, no debía arriesgarse. El primer blanco iba a ser Trece, matar al capitán, después al resto. Desequilibrar el equipo.
—¿Crees que Louis los está buscando? —preguntó Trece.
Casi pudo imaginarlo tocando el rostro del ruso.
—No —dijo Isaäk con un acento mucho más marcado —. Probablemente ya se fue.
Trece se río.
—No sirve mentir —dijo —. Está detrás de ti y esa niña, después de todo ella es familia y ustedes dos... si, típico de Once.
Lo debían de haber estudiado bastante, no podría depender de su forma común de lucha.
Isaäk no respondió. Un incómodo silencio se hizo lugar en la habitación.
Era hora. Se movió con delicadeza impropia de su tamaño, captando por completo la habitación. Tres sillas alrededor de una fogata, aunque no escuchó el fuego, el ruso y su sobrina recostados contra una columna, los exploradores bastante separados.
El primer disparo fue a dar contra quien supuso era Kay. El hombre cayó cuando la bala atravesó por completo la parte desprotegida de su frente. No se dio tiempo de pensar. Escuchó como desenfundaban un arma, siguió el sonido y disparó, alguien soltó un gruñido. Volvió a disparar en la misma dirección. No había despegado la vista de su verdadero objetivo.
Trece se giró, apuntando una rander contra él, detrás del hombre había una chica más pequeña que apuntaba una soltier. Iban dos. Faltaban dos.
—Ves, aquí está —Trece sonrió.
—Nunca fui dado a las sorpresas —dijo sin perder de vista las dos armas que lo apuntaban. Un movimiento en falso y estaba muerto.
Trece dio un paso. La rander quedó contra su frente. Todo su cuerpo tembló, le había faltado precisión, letalidad, estaba en mala forma y sentía el cansancio en todos sus músculos.
—Ahora, lo mejor que puedes hacer es entregarte o quedar con el cerebro frito. A ti no te quieren con vida.
—No me gusta ninguna de esas, Trece —sonrió —. Prefiero la tercera.
Se movió hacia delante cuando sintió el arma calentarse contra su frente, era la gran debilidad de la rander: avisar cuando iban a disparar. Sintió el quemón en la espalda al agacharse, disparó al abdomen de Trece sabiendo que el traje lo protegería de morir más no del dolor y corrió a una de las columnas.
La chica no le disparó.
Salió de nuevo, disparó contra el hombre varias veces, apuntando de la cabeza a los pies. A la espera de que alguna le hubiese dado, volvió a esconderse. Escuchó un cuerpo desplomarse, espero que no fuese un truco.
El golpe en la espalda lo tomó por sorpresa en cuando se movió, se dobló y cayó. La chica le arrebató la soltier y saltó sobre él, ambos puños alzados, empezó a golpearlo antes de que tuviese oportunidad de reaccionar.
Había ira en sus golpes, casi podía escucharla llorar.
Louis gruñó cuando el dolor en un pómulo lo sacudió, alzó ambas manos para protegerse del siguiente ataque y después intentó sujetarla por el cuello. Ella lo esquivó, logró golpearlo en el abdomen. La chica se puso de pie, le dio una patada contra el costado.
Jadeó, el aire se escapaba de sus pulmones cada vez más rápido y debía tener al menos una costilla rota. Atrapó uno de sus pies, antes de que impactara contra su cabeza, jaló con fuerza hasta hacerla caer de espaldas.
Se hizo encima de ella, tomó su cabeza con ambas manos. No quería golpearla con tanta fuerza.
La bala rozó su brazo derecho antes de que pudiera llevar el cráneo de la joven al suelo. Miró a todos lados buscando un explorador que estuviese de pie, uno que no hubiese visto... era la mano de la chica la que sostenía una vieja arma en sus manos, munición simple.
Se llevó una mano al lugar donde ardía, la sangre de un color rojizo lo sorprendió. Masculló en voz baja, sorprendido por el nuevo dolor. La mujer seguía mirándolo, jadeaba e intentaba zafarse de su peso. La tomó por el cuello, ignoró la queja de su brazo, y se lo dobló.
Quedó sin vida debajo de él.
Se puso de pie, se sentía liviano y a veces el piso se veía más cerca de lo que debía. Caminó hacia Isaäk, lo desató apenas pensando en los movimientos, intentó tener más cuidado con Sofía, que lo miraba aterrorizada.
Tanto había evitado mostrar su lado sanguinario frente a ella, para nada, ahora probablemente lo odiaba incluso más.
—Espera aquí —Isaäk lo obligó a sentarse —. No podemos avanzar con esas heridas.
—Estoy bien —dijo, ignorando cada parte de su cuerpo que gritaba —. No es nada.
—Esperas aquí.
Isaäk se inclinó para estar a la misma altura que Sofía, le susurró algo y se fue. Louis quiso seguirlo, pero las heridas no lo dejaron. Se tocó varias partes que le dolían, había sangre por todos lados.
Cerró los ojos. Dolía. En su mundo el dolor era una debilidad.
Sofía le pedía que no se durmiera, su voz era un sollozo y sus manos le daban golpes suaves para mantenerlo consciente, incluso le empezó a contar historias de la cúpula, las que Cecil le contaba. Sofía los odiaba.
Escuchó a alguien corriendo. Lo obligaron a abrir los ojos. Isaäk estaba frente a él.
—No mueras, por favor.
—No prometo nada —jadeó.
Cerró los ojos.
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