18.

Los ciborgs no soñaban, pero esa mañana Isaäk despertó sobresaltado, la respiración agitada y la imagen quemada de una mujer más máquina que carne. Había sido como estar encerrado en los cuartos de Rusia, viendo a su familia y amigos ser torturados y tirados como si no fuesen nada.

Afuera seguía oscuro.

Se irguió, masajeó su cuello adolorido con una mano. Louis dormitaba en el sofá, levemente girado hacia él, lo miró unos segundos, los suficientes para detallar sus rasgos e imaginar por un momento un mundo en el que pudiese acercarse a él sin temor a que lo atacara.

Vera dormía arrebujada entre varias cortinas, con la piel cada vez más pálida y tintes rojos en las mejillas. No sabía cuánto tiempo llevaba infectada, la estimación que le había dado a Louis antes fue más su propia esperanza que la realidad, podía intentar aplicarle algo del suero experimental que tenían en las costas del mediterráneo.

Pero la sometería a un ardor infinito, mientras el cuerpo intentaba acabar con el virus.

Se acercó a ella, sacudiéndola con suavidad hasta que los ojos amarillos lo miraron con pánico antes de reconocerlo.

―Puedo ofrecerte un suero ―Habló en voz baja ―. Pero dolerá y no puedo asegurarte de que funcione.

―¿Un suero?

―Es algo en lo que trabajan en.... otros lados ―dijo ―. Cuando obtuve las muestras lo único que habían logrado era mantener la cordura de los infectados.

Suspiró.

―No es una cura, Vera. Eso es algo que no puedo prometerte.

―¿Ocurre algo si ya he empezado a perder mi cabeza?

Isaäk le sonrió, aunque ella no lo pudiese ver. Rebuscó en la mochila una de las jeringas, tenía tan solo dos y esperaba no tener que volver a usarlas, el contenido era verdoso, y aseguraba arder de tal manera que la haría querer quitarse la piel.

―¿Estás segura? ―preguntó ―. Tu cuerpo arderá por días, si funciona.

―¿Y si no?

―Solo será momentáneo.

Vera asintió, se deshizo de la chaqueta dejando al descubierto sus brazos desnudos. Isaäk se acuclilló a su lado.

―Será solo un pinchazo ―dijo.

Observó el líquido verde. Le habían sacado demasiada sangre para producir su propio bache, y para ayudarles a esos nómadas a continuar con su investigación. Con toda la precisión que años de entrenamiento le dieron inyectó la solución en Vera.

Apenas y soltó un quejido. La vio cerrar los ojos, con cuidado volvió a recostarla. Si todo salía bien la mantendría viva y cuerda hasta que lograran encontrar las murallas.

―Intenta descansar un poco ―dijo ―. ¿Cómo están tus venas?

―Creo que me inyectaste fuego.

―Muy bien.

Se puso de pie, estiró primero ambos brazos y después giró el torso hasta oír su espalda traquear. Sacudió su cuerpo, necesitaba deshacerse de una nube que se había apoderado de su cabeza.

Dejó la jeringa usada entre un montón de vidrios.

Cada paso que daba sonaba contra baldosas, de la manera en que lo había hecho en sus sueños, cuando tuvo piernas de metal que parecían hojas afiladas. Por un segundo la recepción dejó de ser un viejo hotel y se volvió un pasillo brillante, lleno de puertas metálicas y susurros sin sentido.

Parpadeó varias veces hasta que volvió a ver el sitio polvoriento y destrozado. Hotel, camino al sur, con Louis y Vera y Sofía. Pasó una mano por su cabello. No podía estar alucinando.

Lo mejor sería explorar un poco el edificio, quizás hubiese algo útil en los pocos a los que podía acceder. Caminó hacia los escalones, al fondo de toda la recepción, los contempló analizando si eran capaces de soportar su peso, no parecía que el material se hubiese deteriorado demasiado, si no apoyaba todo su peso en cada pisada podría subir y bajar sin mayor problema.

Le rezó a algún dios muerto mientras subía.

El pasillo que lo recibió se distorsionó hasta convertirse de nuevo en aquel brillante y agonizante espejismo. Avanzó observando las habitaciones, repasando cada detalle e ignorando la forma en que las demás imágenes querían interponerse.

Ojalá y el eusol que dormía en el piso inferior fuese un mecánico, ingeniero, experto en ciborgs y pudiese revisarlo. Pero dudaba que ese tipo de soldados existieran, no en el mundo de las cúpulas.

Un crujido en los pisos superiores lo alertó. Sus músculos se tensaron, en aquellas tierras no podía haber nadie con vida, era imposible. No fue capaz de moverse hasta que un chirrido metálico se extendió por el pasillo y los susurros que habían inundado su mente empezaron a volverse gritos.

Retrocedió en dirección a las escaleras, acelerando el paso. No quería saber qué rondaba por ahí, imágenes de los supuestos humanos mutados inundaron su cabeza, a pesar de que su parte racional le indicaba cada una de las razones por las que ese escenario era imposible; pero su cuerpo había entrado en pánico.

La mano se enroscó en su cuello con tanta rapidez que no tuvo tiempo de reaccionar. El olor a putrefacción llegó a su nariz al mismo tiempo que el sonido, pero no logró comprender el idioma. Abrió los ojos que había cerrado por la sorpresa, lo recibieron un par de ojos verdes, muy similares a los que ya conocía y un rostro lleno de vendas.

Levantó el puño para zafarse, pero aquello frente a él fue más veloz y atrapó su brazo contra la pared. El golpe resonó en todo el pasillo, escalera abajo y seguramente vibró en los vidrios que quedaban. La criatura volvió a hablar, era la voz de una mujer, débil y gruesa. Hablaba inglés.

―Mi hija ―susurró.

La cabeza de la mujer se ladeó, como si estuviese escuchando algo.

―¿Louis? ―preguntó ―. ¿Estás ahí?

La presión contra su cuello disminuyó hasta que lo dejó ir, después la mujer empezó a caminar hacia ningún lado, con las tres piernas metálicas chillando contra el suelo. Luego se esfumó.

Pasó una mano por su cuello, todavía podía sentir el toque fantasmal. ¿Estaba alucinando? ¿Era eso siquiera posible? Aunque confiaba en la casi invulnerabilidad de su sistema, no dejaba de ser humano, o al menos lo había sido alguna vez.

Miró el suelo, sobre el polvo solo estaban las marcas de sus zapatos, nadie más había pisado ese lugar en décadas. La única opción que se le ocurría era demasiado complicada para ser cierta, nadie tenía acceso a sus códigos de ingreso.

Nadie.

Tendría que encontrar una manera de hacer el diagnóstico correcto antes de que se saliera de su control.

Volvió a la recepción, Vera tenía la mirada ida, pero gran parte de los temblores se habían ido y su piel parecía recobrar algo de color. Se acercó a ella de nuevo, tenía los ojos encharcados.

―¿Pasó algo?

―Una pesadilla ―dijo. La voz se le quebró cuando intentó explicar más.

―No era real ―susurró.

Vera aceptó que le acariciara el cabello por unos segundos, después volvió a acomodarse y cerrar los ojos. Se alejó de él, de su torpe forma de consolar, para volver a pretender que no pasaba nada.

Isaäk hizo lo posible por no tomar la reacción como algo personal, estaba haciendo todo en su poder para llevar a su nueva, pequeña y extraña familia a un buen lugar, pero a veces parecía que solo lo veían como un ciborg.

Era lo normal, se dijo, toda su vida había sido igual. Su trabajo era uno solo: llevarlos más allá de Panamá, a las montañas y ríos y cielos azules; podían no creerle, considerar sus sueños como eso, pero la realidad era que él ya conocía ese lugar, varios similares incluso.

Había un mundo más allá de la destrucción del norte, y después de todo su misión de rescate estaba siendo un éxito. Los Red estaban con él, aunque eran dos menos que los pagados por su servicio, estaba seguro de que ellos no tenían ni idea de que alguien había solicitado su protección y escolta hasta Colombia.

En algún momento le diría a Louis que su hermana había pagado su libertad con la información genética contenida en Sofía.

Y después dejaría que el eusol le diera un par de golpes.

Se detuvieron después del tercer ataque de tos, a mitad de la nada, con la oscuridad de la noche expandiéndose en el cielo y las ruinas de otra gran ciudad a sus espaldas. Frente a él Vera temblaba, mientras su pecho subía y bajaba en busca de aire.

Le quitó la máscara de payaso con agilidad, ella dio una gran bocanada antes de volver a toser con fuerza. La sangre cayó en la tierra y resbaló por su barbilla. No era roja, tenía un tono amoratado, casi negro. Un signo de que empezaba a pudrirse desde dentro.

La dosis que le aplicó no logró hacer efecto, la enfermedad había avanzado mucho más de lo pensado en un principio. Dejó que se recostara contra él, con el pecho subiendo y bajando de forma irregular; debió sospechar que Vera tendría los pulmones destrozados por la vida de rapiñadora, pero había estado tan enfocado en la idea de llevarla lejos.

—Veo una construcción a unos kilómetros —dijo Louis —. Será mejor que descansemos.

Isaäk hizo uso de toda su fuerza para mantener el equilibrio mientras arrancaba y seguía a Louis en medio de la oscuridad, la única luz siendo la susped delante suyo.

El lugar era una granja caída, puertas destruidas, pero todavía con camas que milagrosamente se mantenían casi enteras. Ubicó las susped dentro, con la burbuja de aire todavía encendida. Louis le ayudó a mover a Vera, recostándola contra el vehículo, le quitó de nuevo la máscara.

—No pasa de esta noche —dijo Louis.

Isaäk lo miró, ojos fríos, con el ceño fruncido.

—¿Por qué tan seguro?

—Lo he visto demasiadas veces —susurró.

Él también, quiso decir, pero se quedó con la mirada fija en el rostro de eusol, incapaz de formular alguna oración con sentido.

Vera abrió los ojos de pronto, Sofía se sobresaltó cuando empezó a levantarse. Isaäk se apartó con rapidez, los ojos amarillos inyectados de sangre, lejos de estar en el mismo plano existencial que ellos.

Louis tanteó el arma que descansaba contra su cadera, cubierta entre telas, lista para ser disparada si la situación lo requería. Con la otra mano colocó a Sofía detrás de él, el ciborg se acercó a él con lentitud, intentando no alterar más a su compañera. No se sabía muy bien qué podía alterar a alguien en ese estado avanzado.

Con cuidado sacó la rander, escondiéndola tras el cuerpo del ruso.

La mujer murmuró algo, los ojos amarillos recobraron la lucidez, se miró a sí misma consternada y empezó a toser. Después se derrumbó en el suelo y lloró.

Isaäk no fue capaz de acercarse, por más que su cuerpo le pedía consolarla. Su enfermedad estaba demasiado avanzada, incluso si llevaba siempre puesta la mascarilla corría el riesgo de que en cualquier momento lo atacara. Y entonces se convertiría en un portador.

No se perdonaría nunca si eso pasaba.

La mano de Louis se cerró alrededor de su brazo. Isaäk se estremeció, sin entender a qué se debía el contacto.

—Vamonos —dijo en voz baja.

No podía dejarla. No después de todo. Los ojos verdes de Louis lo miraron impaciente, la niña tras él tenía los ojos fijos en Vera, pánico y lástima acompañando su rostro.

De un momento a otro el eusol frente a él se transformó en la figura que lo atacó en el hotel, vendas cubriendo sus brazos, seis piernas metálicas inclinadas y un rostro que solo conservaba los ojos de Louis. Dio un paso atrás, zafándose del agarre, las manos le empezaron a temblar.

La máquina le sonrió.

—Eumin —dijo —. Exploradores.

—¿Exploradores? —La voz le tembló.

—Cerca.

Desapareció. El espejismo dio paso de nuevo a Louis, que ahora lo miraba con el entrecejo fruncido y algo similar a preocupación. ¿Y si ya estaba infectado?

Sacudió la cabeza. Era inmune.

—Radar —dijo —. Revísalo.

Sin importar qué tan extraño fuesen sus alucinaciones, valia la pena investigar un poco.

Louis se acercó a su susped, accionando el radar. Un grupo de siete exploradores titilaba a unos kilómetros de su posición.

—¿Cómo...?

—No importa, debemos irnos. Pero debemos ir solo con la función básica, el resto enviará la notificación de nuestra posición.

Louis alzó una ceja, curioso; pero empezó a acomodar la máscara de Sofía y luego la suya.

—Yo me quedo —dijo Vera, levantándose —. Una susped para mí y me seguirán, no es como que tenga mucho tiempo.

Isaäk no supo que decir. De haber tenido la capacidad de sudar, habría empezado a hacerlo.

—Muy bien —Louis tomó a Isaäk del brazo —. Recuerda que no hay ninguna cura, sin importar lo que te digan.

Louis obligó al ruso a caminar, le ayudó a subirse a la susped, le colocó una mochila en la espalda, amarró la otra a un costado e hizo que Sofía se corriera un poco hacia la pantalla. Iban a estar incómodos.

Miró por última vez a Vera y arrancó. 


Nota:

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