16.
Incluso con las manos desatadas y la posibilidad de andar por la habitación, Louis prefirió quedarse sentado en el viejo colchón. Acumulando tantas fuerzas como pudiera, dejando que su sistema modificado lidiara con las heridas al mayor ritmo posible.
Sus ojos se acostumbraron a la penumbra y el dolor de cabeza desapareció horas después de que Isaäk lo dejara allí con la estúpida promesa de libertad.
Sí, esa idea era la que lo mantenía con vida, pero pensar que ese ciborg sería capaz de sacarlos le daban ganas de reír. Nadie escapaba, se sabía, los rapiñadores existían con un propósito diferente al de capturar personas, ellos eran la guardia y por ninguna razón permitirían que un esclavo abandonara las plantaciones.
No cuando si lo hacían los Iridia lo sacarían. Y la vida en las plantaciones era mejor que fuera, huyendo de la toxicidad del aire y las patrullas de eusol.
Isaäk debía de estar engañándolo, era una trampa y él no era capaz de ver por dónde atacaría.
Pasó los brazos por detrás de su cabeza, el movimiento hizo que sus músculos se resintieran, había pasado demasiado tiempo de una cama a otra, siendo golpeado una y otra vez, ni siquiera la vida de recoger y sembrar logró mantener su cuerpo en movimiento. Estaba oxidado y no muy seguro de cómo ayudaría al ciborg a escapar, si es que siquiera podían intentarlo.
Fuera de la celda escuchó risas, quizás al rapiñador le había llegado compañía. Los susurros le recordaron una época de fiestas, carcajadas acompañadas de murmullos y miradas que terminaban llevándolo a corredores oscuros en compañía de quien amaba, alguien del que nadie podía saber.
Sacudió la cabeza, no quería recordar aquellos años, porque no solo traían a su memoria el recuerdo de una sonrisa, sino que lo llenaban de sangre y dolor. Había perdido a su hermana, al amor de su vida y finalmente a su hermano pequeño, a quién juró proteger.
No entendía por qué su pecho dolía tanto, o el ardor en sus ojos, durante toda su vida le dijeron que los de su clase no sentían nada más que ira y ansías de sangre; pero él había amado y perdido y ahora su corazón amenazaba con romperse.
Se enderezó, si recordaba su vida anterior terminaría más roto de lo que ya estaba. Pero a su mente llegaron las imágenes de Bastián y su ejecución, cuando lo descubrieron en uno de esos bares clandestinos. Louis le había dicho que no debía pasarse esa semana por ahí, estaban haciendo redadas en busca de rebeldes.
Pero el muy estúpido no le hizo caso.
Tanto tiempo entre gente normal lo había vuelto blando, fácil de atrapar. Flexionó las piernas, se puso de pie de un salto y estiró ambos brazos hacia arriba hasta casi tocar el techo. Todo su cuerpo cimbró con el esfuerzo, pero lo ignoró.
El dolor era constante, pero no limitaría su rango de movimiento.
La conversación que tenía lugar fuera terminó abruptamente, escuchó unos pasos que se alejaban y una especie de suspiro por parte de quién había quedado cuidado su celda.
¿Cuánto tiempo tardaría Isaäk?
Quizás los Iridia llegarían antes a ejecutarlo y él tendría que luchar, no iba a dejar que Sofía quedara sola, tampoco quería morir; pero la tentación de dejarse caer en el colchón de nuevo y esperar lo golpeó de la nada. ¿Tan pocas fuerzas le quedaban?
Pasó ambas manos por su cabello, estaba mucho más largo de lo que le gustaba. Su cuerpo había recuperado parte de su energía, aunque necesitaría dormir pronto para verdaderamente estar cerca de su cien por ciento. No bastaba con solo tener energía, si se dejaba ir cada movimiento iba a costarle el doble de trabajo.
Los primeros ejercicios volvieron a traer el dolor a su cuerpo, pero continuó. No contó las lagartijas, ni las sentadillas, ni cuantas veces alzó el colchón. Su mente estaba en otor lado, en el mar de posibilidades y sus sentidos se afinaban entre más activaba su cuerpo.
La idea de asesinar a los Iridia sin piedad alguna empezó a verse cada vez más como una realidad.
Se quedó quieto, a mitad de una lagartija, al escuchar pasos que se acercaban a su celda. Reconoció la voz con acento de Isaäk y una rasposa que se le hizo demasiado familiar, una que traía consigo la sangre helada de la cúpula.
Acomodo de nuevo cada grillete tan rápido como pudo.
La puerta se abrió dando paso a un hombre alto, musculoso y con un traje metálico que lo cubría del cuello a los pies: un explorador. Ver el rostro de aquel sujeto hizo que la adrenalina fluyera por su cuerpo de nuevo, luchó por controlarse y no lanzarse con todo contra el hombre que alguna vez estuvo bajo sus órdenes y que ahora le daba caza.
―Puede irse ―dijo observando a Isaäk, quien a pesar del volumen del explorador seguía viendose imponente ―. Ahora.
La duda fue visible en el rostro de Isaäk. Normalmente los exploradores tenían pase libre de hacer lo que quisieran, por lo que ver el puño dirigirse al ruso al no cumplir una orden no lo sorprendió.
El explorador gruñó cuando el brazo robótico de Isaäk detuvo el golpe sin esfuerzo. Las facciones del hombre se transformaron en repulsión pura, no había nada que detestaran más que un ciborg.
Se lanzó contra Isaäk, ambos cayeron al suelo mientras el rapiñador que hacía guardia entraba con la Rander alzada, sin poder hacer nada para evitar que el explorador acabase con el ciborg.
―¡Atrás B-025! ―ordenó poniéndose de pie.
El explorador dudó unos segundos, tantos años siendo el líder de aquellos animales implicaba que reaccionaban a sus comandos sin pensarlo, resistirse era complicado. Aprovechó esos segundos de duda para hacerse con el arma del rapiñador.
Isaäk recibió un puñetazo que dejó su cuerpo inmóvil. Louis se quedó congelado con la Rander apuntando a la cabeza del explorador. Podía irse, buscar a Sofía... soltó una maldición al ver como B-025 ponía ambas manos alrededor del cuello del ruso.
El disparo salió antes de que pudiera procesarlo.
Vio como caía mientras Isaäk recobraba la conciencia y se alejaba con rapidez para no quedar bajo el peso del hombre. A pesar del golpe certero, el explorador seguía movimiento en el suelo. Louis se acercó, llevaba una insignia de capitán, aunque no lograba comprender cómo era que estaban en las plantaciones, no era época de visita.
Quitó cada pieza del traje al explorador, quizás le quedase un tris grande después de todo el músculo perdido, pero no era nada que se pudiese notar o él no soportar por unas cuantas horas. Se deshizo del pantalón y camisa sucia que tenía para hacerse con el traje elástico que usaba el muerto, después adaptó el traje de forma que fuese casi imposible notar que no le pertenecía.
Isaäk no le quitó la mirada en ningún momento.
―¿Qué ganamos con que te vistas así? ―preguntó entre toses.
―Ahora soy el capitán. ¿Sabes qué están haciendo aquí?
Isaäk se puso de pie. Ni un gracias le iba a dar.
―Hay un pequeño problema. Aparte de que los Iridia solicitaron apoyo militar.
Alzó una ceja, aquello era inesperado. Apretó el botón que había a un costado del cuello, el casco se expandió desde su nuca hasta cubrir su cabeza por completo. Casi se sintió en casa.
―¿Con tu pequeña revolución?
―No exactamente.
Para algunos de los exploradores que se habían adelantado por la llamada de auxilio de las plantaciones no fue extraño ver a su nuevo líder caminar al lado de un simple mayordomo, con la Rander lista para disparar y un paso más firme del normal. Era Johannes, un hombre tan grande que su traje no podía quedarle a nadie más y la sangre manchaba el metal, el trabajo con el último Red debía haber sido terminado de manera exitosa.
Se hicieron en fila, llevando una mano a la frente y juntando ambas piernas. La bienvenida después de una misión. Su capitán se detuvo a unos metros, el mayordomo as u lado dio media vuelta mientras alzaba una mano.
Los disparos llegaron desde atrás, dando en el único punto débil de la armadura: el cuello.
Louis observó los cuerpos caer sin remordimiento alguno, en una época fueron su ejército de exploradores, pero ahora no eran nada más que un enemigo. Dejó que los rapiñadores comprobaran y acabaran con quienes seguían vivos, antes de darles la siguiente orden: llevarían a los Iridia ante la multitud.
Todos debían creer que estaban derrocando a los Iridia, porque los rapiñadores los estaban ayudado, esa farsa debía seguir hasta que ellos lograran irse.
Isaäk lo esperaba recostado contra una pared, con un brillo extraño en los ojos que no lo había abandonado desde que se cambió al traje de explorador.
―¿Nunca habías visto un hombre desnudo?
Los ojos azules retomaron el frío al que estaba acostumbrado.
―Odio ver a gente morir ―dijo ―. Engañar gente.
―Solo cumplimos un trato, ¿o esperabas que esto fuese más cordial?
―No. Sígueme.
No preguntó a dónde, el cuerpo le dolía y estaba seguro de que Isaäk sabía lo que hacía. Confiar en él a pesar de todo hacía que le ardiera la sangre, estaba seguro de que su sobrina quedaría marcada por cada horror que estaba viviendo a causa de su propio descuido.
Llegaron a la enfermería sin problema, quedaba más cerca de las plantaciones que de la mansión y se alcanza a escuchar el caos que reinaba en ese pedazo de mundo. Era un cuadrado blanco equipado con lo necesario, en cada una de las camillas estaban los Iridia más jóvenes, aquellos a quienes los rapiñadores no habían reunido ya.
Parecían dormidos. La enfermera tenía el rostro entre las manos.
Isaäk se acercó a la mujer, intercambiaron palabras entre susurros y ella sacó una pequeña caja, estaba asustada.
―Dispárales ―le ordenó.
Louis tardó en comprender que era a él a quien hablaba. No estaba acostumbrado a que le dijeran que hacer. Se acercó al primer cuerpo, un adolescente, quizás poco más de quince, Alex tenía dos años más. Dudó. Un asesino a sangre fría no podía permitirse eso. Cerró los ojos después de apretar el gatillo.
Se movió al siguiente. Cada asesinato un borrón en su memoria. Sin darse cuenta se detuvo frente a Isaäk, con la respiración acelerada y un sudor frío recorriéndole el cuerpo. La cabeza le daba vueltas, tenía la imagen de su hermano grabada con fuego en su mente, alguien le había arrebatado la vida de un solo disparo por su apellido.
Él acababa de hacer lo mismo.
Apoyó una mano en el hombro de ciborg, si no lo hacía estaba seguro de que iba a caerse, el cuerpo le pesaba demasiado y no era capaz de concentrarse.
―Nuestra parte del trato está terminada ―le dijo a la enfermera ―. Ahora nos vamos.
Isaäk pasó un brazo por su cintura, sosteniendo parte de su peso y lo obligó a caminar. Había aniquilado a una familia entera por las ordenes de él, pero a partir de ese momento todo estaría bien ¿verdad?
Pasaron de largo de la gente que luchaba contra los pocos rapiñadores que eran leales a los Iridia, ninguno de los dos se dignó a observarlos, a ver las caras llenas de esperanza por la idea de libertad. La realidad era que en unas horas llegaría el resto de los exploradores y probablemente terminarían masacrados y los sobrevivientes de nuevo atrapados en grilletes.
Louis estaba seguro de haberlos enviado a morir. Esperaba que aun así lograran perecer en sus propios términos.
Cerca de la puerta, con dos suspeds listas, estaba Vera. En el suelo tenía tres maletas grandes y Sofía le sostenía la mano con fuerza. Todo estaba listo para que se fueran.
Louis se alejó de Isaäk, replegó el casco de nuevo a su nuca y avanzó a grandes pasos hasta Sofía, extendió ambos brazos, ella dudó antes de lanzarse hacia él y abrazarlo con fuerza.
―¿Hiciste lo del agua? ―preguntó Isaäk.
Vera asintió.
―Las suspeds están listas, los exploradores están a unas horas ―dijo, tomó una de las mochilas del suelo ―. Debemos irnos ya.
Louis miró confundido a Isaäk y después a Vera. ¿Iban a llevarse a la rapiñadora? No le gustaba para nada, pero quizás y toda la historia de su amorío tenía más verdad de la que se había esperado. Frunció el ceño.
Tomó una de las mochilas, pesaba, se acomodó en una de las suspeds y Sofía se subió frente a él. Vera hizo lo mismo.
Isaäk tomó la última mochila, se acomodó detrás de la rapiñadora.
Era hora de irse.
Nota:
Recordatorio de no leer comentarios en caso de que contengan spoilers (los de hace unos años)
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