14.

Los latigazos se volvieron parte de su semana, cada uno por razones diferentes y que amenazaban con dejar su espalda destrozada. Isaäk le había dado una misión: mantener vivos al resto, así que se culpaba de todos los errores que podía, después de todo los golpes y las heridas solo lo dañarían por un tiempo, a ellos los mataría en cuestión de minutos.

Louis sabía que nadie entendía porque siempre decía que era su culpa, o porque la líder de los rapiñadores lo aceptaba sin cuestionar. Él tampoco lo comprendía del todo, no tenía ganas de explicarle razones a nadie y para él la única válida era la promesa de libertad.

Mataría por libertad. Incluso si era solo una ilusión.

Esa tarde había suplantado al joven que saboteó la última producción de enlatados.

Frete a él, Vera con su máscara de payaso sonreía, detrás de ella estaba el hombre encargado de azotarlo como si no hubiese mañana. Recordaba haber dicho una mentira sin sentido para justificar el daño causado y el cómo había logrado tal hazaña cuando otros lo vieron tranquilo recogiendo frutos en una canasta.

Le amarraron las manos a un poste de madera. Apoyó la frente contra este, esperando que el dolor comenzara.

No gritaba, prefería aguantar hasta el punto en que su cuerpo no era capaz de tomar un golpe más y se dejaba llevar por la oscuridad hacia recuerdos y sueños más apacibles.

―Sé que no has sido tu ―dijo alguien ―. ¿Por qué tomar la culpa? Siendo un mártir no comenzaras una rebelión.

Esbozó una sonrisa, aunque la mueca se desvaneció cuando el suelo alcanzó su pecho y el ardor en su espalda se volvió insoportable. Habían soltado sus ataduras. Estaba tan cerca de la muerte, podía sentirla en la punta de sus dedos, en su conciencia que desaparecía a ratos, aunque sabía que estaba lejos del verdadero descanso.

Era estúpido, se dijo, haber caído tan bajo como para ser sometido a castigos que llevarían a la muerte a cualquier otro, y que solo aceleraban la suya, solo por una idea.

La libertad sabía a sangre.

―Tengo razones ―dijo, cada palabra aplicó presión a su pecho.

El último latigazo llegó de improvisto, con más fuerza de la que solía aplicar y logró arrancarle un grito que dejó su boca con un sabor a sangre y electricidad.

―¡Hijo de puta! ―gritó Vera, con tanta furia que Louis temió el siguiente golpe, el último que sentiría en su vida.

Hubo un golpe, escuchó el sonido de un hueso rompiéndose y por un segundo creyó que era él, que la vida se iba de sus manos; pero faltaba el dolor.

Vera gritó órdenes a los rapiñadores que tenía cerca. Un par de hombres lo alzaron hasta que quedó en pie y lo obligaron a caminar, aunque cada paso lo hiciera ver puntitos de colores. Luchó contra las ganas de cerrar los ojos y miró a quienes se paraban a observar su tortura. Sofía nunca estaba entre la multitud.

No protestó cuando lo dejaron tirado contra un colchón, con la espalda expuesta, entre las mismas cuatro paredes que lo protegían después de los golpes.

Intentó concentrarse en la conversación que tenían los rapiñadores, pero solo era capaz de escuchar su propio dolor y la lucha de su mente por no dejarse ir. Debía mantenerse cuerdo, mínimamente lucido y capaz de destrozar a cualquiera que se le atravesara, aunque eso último podía esperar al menos veinticuatro horas.

Una mano fría lo tomó por la cintura, intentando alzarlo.

―Un poco de ayuda ―gimió ―. No soy tan fuerte.

Louis hizo su mayor esfuerzo para levantarse y se tambaleó hasta la vieja silla de madera, apoyado en el cuerpo pequeño de Vera. Una vez sentado solo debía concentrase en no dejar caer la cabeza, o volvería a despertar con el cuello tieso.

Vera empezó a tararear alguna canción mientras pasaba las toallitas desinfectantes por sus heridas, concentrada por completo en la tarea.

No quiso preguntar qué hacía allí, dónde estaba Isaäk o su sobrina. Se dejó llevar por sus pensamientos, lejos, a una vida que alguna vez gozó, al entramiento para poder convertirse en un eusol de élite, el mejor de su generación. Aunque ninguna simulación podía prepárarlo para la vida que se llevaba en los cultivos.

Si tan solo Alex estuviese ahí con él, quizás estarían mejor. Su hermano era el inteligente, encontraba la salida de cualquier lugar y jamás habría abandonado a Sofía con la facilidad que él lo había hecho. Su hermano era ―fue ― el mejor de los Red, con todas las aspiraciones y cualidades de uno.

Él no era más que un proyecto fallido, incapaz de cumplir la misión para la que nació.

―Mañana no trabajaras en los cultivos ―anunció Vera ―. Pasarás el día en cama.

La vio tomar el vendaje rojizo, se preparó para la leve quemazón que producía al contacto con la piel. No le gustaba nada que ella estuviese ahí, dándole órdenes y ocupando el lugar de Isaäk.

―¿Qué hiciste con él? ―preguntó cuando el analgésico empezó a hacer efecto.

―Está con Sofía, ayudándole a pasar sus cosas a su nueva habitación ―dijo, los ojos amarillos examinando su rostro con detenimiento ―. Estará en las cocinas a partir de mañana.

No entendía.

―Está a salvo, alégrate un poco.

Quiso protestar, nadie estaba a salvo en los cultivos, lo había visto con las chicas que andaban asustadas en los campos, los hombres que llevaban cicatrices en todo el cuerpo y la falta de niños fuera de la casa de muñecas.

Pero el cansancio llegó y se lo llevó a rastras.

Soñó que estaba atado a una silla, en un cuarto oscuro y alguien gritaba cada una de las cosas dudosas que había hecho en su vida en la cúpula. Desde defraudar a sus padres, apoyar la traición de su hermana y ser culpable de la muerte de la única persona que había amado.

No podía responder, estaba ahí para ser acusado.

Una luz se encendió de la nada, Cecil caminó hacia él con una jeringa en la mano. Su hermana tenía el rostro ensangrentado, la pesada capa verde cubría las heridas de su cuerpo y los ojos verdes estaban enloquecidos. Louis cerró los ojos.

―Me la arrebataste ―susurró.

Le siguió la quemazón al ser inyectado.

Lo despertó la falta de aire, su pecho ardía y su espalda estaba en llamas. Tenía la garganta seca de haber gritado. Una mano apareció en su pecho y una voz suave empezó a guiarlo para que volviese a respirar con naturalidad. Se concentró en los sonidos de respiraciones profundas y la voz de la joven.

―Faltan unas horas para el amanecer ―dijo ―, vuelve a dormir.

Asintió. Dormir sería más fácil si no tuviese constantes pesadillas que solo le recordaban quién había sido, lo único bueno de estar en un lugar donde nadie lo conocía era que podía pretender ser diferente, cambiar y volverse alguien nuevo.

Su mente divagó entre recuerdos de la cúpula y sus padres, a veces se preguntaba cómo hubiese sido su vida si ellos no hubiesen muerto cuando él tenía solo quince años. No haber adquirido poder y responsabilidad tan joven seguro habría logrado que creciese diferente, tal vez como Cecil, de ideales claros y esperanza viva.

Pero había terminado así.

Lo alertaron unos pasos suaves en la madera del recinto, abrió los ojos, pero la poca luz no lo dejó ver con claridad quién se acercaba. El dolor tampoco hacía fácil la tarea de concentrarse, se las apañó para no cerrarlos cuando la pequeña figura se hizo a su lado.

―Isaäk es un buen ciborg ―dijo, voz suave en medio del silencio ―. Ya no seré una muñeca.

Encontró fuerzas para sonreír, la tenue luz de alguna lampara le permitió ver los ojos brillantes de su sobrina, había un atisbo de esperanza en ellos.

―Princesa ―alzó una mano para acariciarle el cabello. Todo su cuerpo se resintió ―. Estás más grande.

―Han sido seis semanas.

La voz que habló era diferente, áspera, el ciborg.

Louis quiso rechistar, hacerle saber que a pesar de todo seguía sin agradarle demasiado. Había pasado su vida cazando ciborgs y la protección a su sobrina apenas y lograba agraciarlo un poco a sus ojos; pero no tenía fuerzas para más que fruncir el ceño.

No dijo nada cuando se sentó a su lado y apenas hizo algún gesto cuando Isaäk empezó a limpiar de nuevo sus heridas y vendarlo de nuevo.

Sofía era la fuente de luz, sostenía la lampara que le permitió verla en primer lugar.

―Encontré un par de libros entre tus pertenencias.

Isaäk lo movió con delicadeza, como si no pesase nada, para acomodarlo boca abajo en un colchón que no sabía existía. Moverse aun con casi todo su peso siendo llevado por el ciborg hizo que todos sus músculos gritaran.

¿Cuánto más podría soportar?

―¿Quieres leerlos, So?

―¿Los trajiste?

Isaäk sacó tres pequeños libros de una mochila, se acomodó en el colchón al lado de Louis y dio suaves golpecitos a su lado. Sofía se acercó, dejando la lampara en el suelo.

―¿Sabes leer?

―Le enseñamos ―susurró Louis, haciendo un esfuerzo ―. Aunque no fue la educación normal de un eugin.

Sofía tomó el primero de los tomos, de un color azul desteñido. Lo ojeó primero, para estar segura de las palabras en la página y comenzó a leer en voz alta.

Isaäk alzó la lampara para darle luz suficiente.



Nota:

Recuerden no leer los comentarios de hace años porque contienen spoilers de la historia en general.

Algún día terminaré de subir Devoción en su forma final, pero cada vez estamos más cerca.   

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