13.
Aviso de contenido: menciones de abuso sexual (victima no es Sofía).
Sofía tenía una habitación para ella sola, blanca como el resto de la mansión, pero al menos la cama era cómoda y aunque el pulso se le aceleraba ante el más mínimo movimiento, había podido dormir bien por primera vez en meses.
La primera semana la dejaban salir y explorar algunos pasillos sin mayor vigilancia.
El blanco reinaba en todo el lugar, incluidas las puertas, desde las cuales se podían escuchar sonidos extraños. Las habitaciones de las otras "muñecas", o eso le había explicado una de las jóvenes que la acompañó la primera vez.
―¿Qué es eso? ―Había preguntado ante el primer sonido.
La muñeca, de cabello negro y ojos dispares la había mirado con algo similar al pánico.
―El resto de muñecas ―dijo.
No volvió a hablar después de eso, pero por su expresión Sofía supo que ser "muñeca", haber sido marcada y vendida, no era solo la cama cómoda y la habitación para ella sola. No, había mucho más detrás de eso y no iba a ser bueno.
En ningún momento escuchó sobre Louis, aunque algunas veces veía al ruso caminar con un carrito lleno de bandejas por sus pasillos; pero no le hablaba.
Empezó a odiarlo la tercera vez que lo vio, caminando con una sonrisa por el pasillo. Ni siquiera le dirigió una mirada, era como si ella no existiera. Su padre le había dicho eso: todos la olvidarían y abandonarían en algún momento, porque su existencia era una maldición.
La segunda semana apareció el mismo niño que la había condenado a estar alejada de su tío, vestía de blanco y los ojos púrpuras brillaban, le dio nuevas ropas más acordes al papel que desempeñaban las muñecas: un vestido color crema que le llegaba hasta los tobillos, con un cinto rojo atado a la cintura.
―A partir de hoy compartirás cuarto con una de mis muñecas ―dijo, sin dejar de sonreír.
Uno de los mayordomos la llevó a una de las habitaciones de los innumerables pasillos. Lo primero que vio fue una mujer muy joven sentada al borde de la cama, tenía la cabeza gacha y las mejillas llenas de maquillaje corrido, seguramente sus ojos estarían tan rojos como el cabello que tenía atado en una cola.
Era una muñeca. Estaba rota. Todas lo estaban.
El hombre la tuvo que empujar para hacerla entrar, sus pies se habían rehusado a moverse más. Al entrar sabía que su destino estaba sellado, algún día seria ella quien estuviese ahí con la mirada perdida en el vacío.
Su madre siempre decía que estaba destinada a grandes cosas, a ser la clave de los planes de su familia, su destino era luchar por causas que ya no le pertenecían y llevar el cambio a su hogar. O eso era antes, antes de todo, de huir, de ver morir a todos.
Ahora lo único que podía intentar era no ser una muñeca inservible, no dejar que el vacío se apoderara de su mirada.
Escuchó las órdenes del mayordomo sin encontrarles mayor sentido, eran sonidos que rebotaban entre las paredes blancas.
Cuando las dejaron solas, Sofía se acercó a la cama libre, donde descansaba un peluche con forma de conejo rosa. Se acurrucó en una esquina, con la mirada fija en el muñeco, incapaz de controlar su respiración o la forma en que las lágrimas empezaban a acumularse en sus ojos.
―¿Cómo te llamas? ―preguntó la mujer.
Se había acercado a su cama, arrodillada sin dejar de mirarla.
―Sofía ―dijo.
―Yo soy Laura ―le sonrió ―. ¿Cuántos años tienes?
―Ocho ―susurró.
―Bueno, Sofía, pasaran unos años antes de que debas preocuparte por cosas de grandes, ¿vale?
Sofía se quedó en silencio.
―Pero, voy a necesitar que cuando anuncien una visita, te escondas en el baño y te cubras los oídos hasta que vaya a buscarte.
―¿Por qué? ―preguntó, ya había llegado a escuchar lo que pasaba en las habitaciones.
―No quiero que sufras ―dijo ―, tampoco quiero que veas lo que ocurre, ¿entendido?
Había cierta fuerza detrás de las lágrimas y ojos vacíos, no lograba ser contagiosa, pero si llegó a calmar su respiración lo suficiente para dejar de llorar.
La primera semana la pasó aterrada, sentada en la esquina con el peluche y el mismo vestido. No le gustaba mirar a Laura, vestida de muñeca y tratada como tal, era ver su futuro reflejado en su tristeza: ella sentada en el borde de la cama, con el cabello castaño atado en una coleta y el maquillaje decorando sus mejillas.
Cuando se encerraba en el baño pensaba en las palabras de su padre. En su desprecio. Concentrarse en eso le permitía escuchar menos del maltrato a la muñeca hasta que ella abría la puerta y le pedía salir, luego se encerraba por horas hasta quedar completamente limpia.
El único momento diferente era cuando aparecía el niño, aunque se hacía llamar su dueño y podía enviar a cualquiera de ellas a ser torturadas le gustaba quedarse a jugar, cada vez traía un nuevo peluches e historias que parecían fantasía.
Después el terror dejó de invadirla para ser reemplazado por la nada. A ella nadie la tocaba, nadie le dirigía la palabra y tan solo escuchaba uno que otro sonido de dolor por parte de Laura, no era capaz de escapar la sensación de perdición que se apoderaba cada día más de su pecho, ni siquiera imaginar que su tío llegaba arrasando con todos era suficiente para sacarla de esa nueva sensación.
Y tampoco estaba Alex, antes no había pasado mucho tiempo pensando en su muerte, pero ahora era lo único que rondaba en su mente, su tío, el que hizo los días más llevaderos cuando todo empezó, la acompañó desde el principio, a esconderse en los apartamentos.
En esa época armaban fuertes de almohadas y sabanas, e imaginaban que salvaban el mundo o vivían aventuras en océanos inexistentes, mundos donde existían los dragones y ellos no poseían responsabilidades.
La primera vez que escuchó sobre su tío llevaba en la nueva habitación poco más de un mes.
―Dudo que venga alguien hoy ―dijo Laura.
Sofía la miró, alzó una ceja. Llevaba días sin encontrar la fuerza para hablar.
―Dicen que van a discutir el tema del hombre en las plantaciones. Al parecer se están cansando de darle castigos semanales.
Y no había duda de que el hombre en las plantaciones era su tío, no con la forma en que Laura hablaba de los rumores que alcanzaban a llegar a las habitaciones.
―Creo que el nuevo mayordomo lo conoce ―dijo ―. Te tengo que poner un nuevo vestido, él viene a verte.
Sofía deseó estar todavía en la ciudad del anciano.
Se repitió que podía con todo. Tenía más de Red en ella que Landon, aunque su apariencia fuese más similar a su otra familia.
Odió el color verde del vestido, las mangas inexistentes, lo incómoda que resultó ser la tela. Laura le peinó el cabello con cuidado, sin jalar, lo acomodó en un moño intrincado que la hacía parecer mayor.
El reflejo en el espejo tenía algo similar a la muñeca rota, solo que sus ojos aún tenían algo de vida. En su estómago se hizo lugar un vacío, si las cosas no salían bien, si su tío no encontraba una forma de sacarlos de ahí iba a terminar igual, sin propósito y a merced de gente sin corazón.
No estaba segura de poder soportarlo.
―No sé por qué quiere verte ―susurró Laura ―. Peor aún qué razón tendrá para quererte ahora.
―Tengo miedo ―La voz le salió temblorosa.
La puerta se abrió. Laura retrocedió de inmediato, con la cabeza gacha. Ante ellas apareció la figura alta de cabellos rubios, los ojos azules escanearon el cuarto y se posaron en Sofía.
―¿Nos dejas a solas?
Laura masculló algo similar a "mayordomos" antes de salir esquivando a Isaäk.
Sofía se quedó mirándolo. Isaäk cerró la puerta detrás de él, sin darle mayor importancia a las palabras de la muñeca.
Ninguno se movió. A Sofía las manos le picaban para acercarse al ruso y abrazarlo y llorar y dejarse caer; pero no podía, no todavía.
―Hola, princesa ―susurró, extendió una mano hacia ella.
―Hola, ruso ―dijo.
Sus pies se movieron contra su voluntad, los brazos de Isaäk la envolvieron en un abrazo en cuanto estuvo lo suficientemente cerca. Se deslizaron hasta el suelo, Isaäk con la espalda pegada a la puerta, el vestido se arrugó en sus rodillas.
―¿Louis? ―preguntó.
―Ha tenido mejores días ―Le acomodó un par de mechones que se habían zafado luego del abrazo.
Sofía se apartó, la camisa blanca apenas y lograba ocultar la quemadura en el brazo del ruso, la que se había ganado por su culpa.
―Hoy soy oficialmente una muñeca ―Su voz se cortó ―. Tengo miedo.
Isaäk la miró, había algo indescifrable en sus ojos. Quizás era lastima, cariño o temor. Quizás una mezcla de decenas de emociones.
―Princesa, necesito que seas valiente ―dijo, le acarició una mejilla ―. En unos minutos vendrán un par de hombre y beberán algo.
Su corazón se detuvo por un segundo.
―Quiero que les eches esto en su bebida ―Isaäk le enseñó un frasquito con polvo azul ―. Cuando veas que empiezan a hacer cosas extrañas vas a gritar como si te estuviesen haciendo daño, ¿vale?
―¿Vendrás cuando eso pase? ―preguntó sin quitar la mirada del frasquito.
―Por supuesto.
Isaäk dejó el frasco entre sus manos, se puso de pie, le indicó que se acomodara en la cama y abandonó la habitación.
Verlo irse sin ella, de nuevo, hizo que su corazón se arrugara. Había una promesa en sus palabras, algo iba a ocurrir y no quería darse cuenta de qué sería; pero podía conformarse con cualquier cosa, al menos no la habían olvidado, no del todo.
Aguantó las lágrimas alzando la mirada al techo. Blanco. Parpadeó varias veces, necesitaba recobrar cualquier compostura que fuese posible para una niña, no tenía que estar bien, solo no verse rota antes de que algo ocurriese.
Cuando la puerta se volvió a abrir el primero en entrar fue Isaäk empujando un carrito que llevaba varios vasos y una jarra, lo seguía Laura y detrás de ella un par de hombre que había visto antes. Eran algunos de los responsables de las lágrimas de su compañera.
Se estremeció por completo al verlos, era la primera vez que no estaba protegida por su estatus de "no muñeca, no tocar", ahora no se podía esconder detrás de un peluche y luego en el baño.
Buscó desesperada el conejo tirado en una esquina y le pidió en susurros que la protegiera.
Laura se sentó la cama, tenía la mirada perdida. Los hombres tomaron asiento cada uno al lado de ella, ignorando por completo a Sofía; pero no se podía alejar, ni moverse sin que se lo ordenaran.
Isaäk abandonó la habitación de nuevo. Escuchar la puerta cerrarse por tercera vez hizo que se le saltara una lagrima.
Jugó con el frasquito entre sus dedos durante unos minutos, en los que los hombres hablaban sobre problemas con los esclavos y Laura se quejaba cada cierto tiempo.
Estaba segura de que hablaban de Louis.
―Tráenos algo de beber ―ordenó uno de ellos.
Sofía bajó de la cama, las piernas le temblaban. Se acercó a la jarra que contenía el líquido ligeramente azul y dejó caer todo el polvo del frasquito en la bebida, revolvió con cuidado el contenido y sirvió cada vaso hasta el tope.
Los entregó de a uno, no quería que se pudiese nada o ganarse algún golpe por parte de aquellos seres repugnantes. Todo iba bien, se beberían aquello sin ningún problema y luego Isaäk iría por ella, al menos hasta que uno de ellos decidió ofrecerle un trago a Laura.
El pánico en su rostro fue inmediato, y aunque los hombres tardaron más en darse cuenta, Laura la miró y sonrió.
―¿Qué pasó, muñequita? ―preguntó uno de ellos.
―No le presten atención ―dijo Laura, recibiendo el trago ―. Todavía está muy joven.
Por más que lo intentó el grito de 'no' se le escapó cuando vio como la muñeca tragaba el mismo líquido azul que prometía encontrarles libertad.
―¿Acaso hay algo mal con...? ―Empezó el hombre más bajito, pero fue interrumpido por un ataque de tos.
Sofía lo ignoró y corrió a abrazar a la muñeca.
―No tenías que beber eso ―susurró.
―¿Qué mierda tenía? ―gritó el hombre alto.
Lo siguiente fue similar a un borrón, ambos hombres se estaban sosteniendo el pecho, incapaces de dejar de toser e intentando dar órdenes cuando el aire les dejaba formar palabras; pero ninguna se movió. Después les empezó a sangrar la nariz.
Aunque la escena la hizo querer reír de forma maniática, el momento en que Laura empezó a toser, Sofía empezó a gritar. Corrió a la puerta y la golpeó con toda su fuerza sin dejar de pedir ayuda, era demasiado tarde para los hombres, pero quizás no para Laura, después de todo ella solo había tomado un trago.
Retrocedió cuando la puerta se abrió para dar paso a dos hombres armados. Volvió a ocupar su lugar al lado de Laura, intentando recordarle como se respiraba, aunque en los ojos de la muñeca faltaba el pánico que existió en los hombres.
Detrás de los soldados venía Isaäk con el rostro transformado por una mueca entre el desagrado y la felicidad, tenía la cara pálida y órdenes listas para dar.
La habitación se convirtió en un lugar del que entraban y salían rapiñadores, guardias y personas que no conocía. Nadie la interrogó, se llevaron a Laura mientras seguía atacada de tos, pero al menos la nariz no le sangraba.
―Voy a llevarla a la cocina ―dijo, señalándola ―. Vamos, de pie.
Obedeció. Tomó la mano que Isaäk le ofreció simulando tener algo de nervios.
―¿Qué es la cocina? ―preguntó.
―Un sitio mejor que este ―dijo.
Caminaron por el pasillo blanco hasta una puerta que los hizo encontrarse cara a cara con una rapiñadora.
―Ya sabes a donde llevarla.
La mujer asintió.
Sofía lo miró con desconfianza. Isaäk le guiñó un ojo.
―Le prometí a alguien que te mantendría a salvo.
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