1.

Alex contuvo la respiración. Ya le dolían las manos y piernas de estar aferrado a la viga, incluso podía jurar que empezaba a ceder con cada segundo que pasaba.

El soldado pasó debajo de ellos sin mirar para arriba; hubiese sido imposible verlos, pero el temor siempre se acumulaba en su pecho con cada paso que daba. Un mal movimiento, una respiración demasiado fuerte y los tres estarían muertos, entregados de nuevo a la cúpula y convertidos en quién sabe qué clase de experimento.

La puerta se cerró detrás del eusol con un chirrido.

Louis empezó a descender con cuidado, un paso a la vez y llevando a Sofía con delicadeza, por más que la pequeña fuese capaz de trepar mejor que sus dos tíos. Luego fue su turno, con pasos temblorosos y el sudor corriendo por su frente los siguió.

Algún día sería capaz de enfrentar su temor a esos soldados, pero hasta que no estuviesen a salvo no se atrevía a hacerse el valiente.

—Ese era el último —dijo Louis con voz rasposa —. En una hora podemos volver a nuestra habitación.

—¿Cuánto tiempo más pasaremos aquí? —preguntó, pasó una mano por el cabello castaño. Lo llevaba más largo de lo que le gustaba.

—Tres días.

Llevaban casi tres meses escondidos en la cercanía de la cúpula, con gente que los miraba llenos de desprecio y algo parecido a la admiración, quizás pensaban que eran unos estúpidos. ¿Quién arriesgaba la buena vida en las ciudades prometidas por una niña? Nadie con el más mínimo de sentido común.

—¿Ya sabes a dónde iremos? —. La voz de sofía había dejado de ser alegre hace muchas semanas.

—Hay rumores —dijo —, de ciudades al sur.

Alex evitó reírse. Ciudades al sur, por supuesto que era el hermano eusol el que se creía esas estupideces. Pero verdaderamente no tenían donde más ir, más al sur también estaban las plantaciones, y esa no era una opción de vida ara absolutamente nadie.

—A donde tú vas, yo voy —dijo.

Sabía que a Louis la sonrisa falsa en su rostro no lo convencería nunca.

Cuando el reloj marco medio día se adentraron de nuevo en "la ciudad", esquivando como siempre a toda persona que se atravesaba en su camino, sin mirar a nadie a los ojos y con paso firme hacia la habitación.

El 214 los recibió con oscuridad, la luz roja del sol apenas y lograba filtrarse por una rendija de la puerta. Compartían una única cama y un colchón viejo en el que dormir era como seguir con la espalda en el piso, Sofía siempre dormía con uno de los dos, cambiaban cada noche para no sufrir tanto.

No poseían mayor cantidad de cosas, tres mudas de ropa para la pequeña y entre él y Louis se compartían camisas, pero los pantalones y zapatos seguían siendo los que tenían puestos el día que huyeron del Regente.

Así que no solo sus rostros los delataban como fugitivos, sus ropas también. Se dejó caer en la cama, puso ambas manos en el rostro, quería olvidarse de todo.

—Mañana salgo —dijo —. Es el último viaje que debo hacer para Anthony.

Louis clavó la mirada en él, los ojos verdes inexpresivos habían dejado escapar un segundo de preocupación.

—¿Por qué? —preguntó Sofía —. Creí que ya solo tocaba esperar.

—Encontraron un campamento y necesitan que lo examine.

Sofía empezó a quejarse. De los peligros, de lo fácil que era solo esperar a que pasaran los días para irse, de lo mucho que odiaba estar ahí.

—Es el trato —dijo.

—Voy contigo —Louis no dio espacio a discusión —. Anthony me va a escuchar mañana.

—No podemos dejar a Sofía sola.

—No va a estarlo, Ovan siempre la cuida.

—¿De verdad podemos confiar en esa cosa?

—Alex.

El tono serio fue suficiente para callarlo.

Una última expedición, con un eusol para protegerlo de cualquier cosa que estuviese afuera, principalmente iban a ser otros eugines enfermos por la gripe, quizás uno que otro experimento de la cúpula.

Podía llamar al trato con Anthony un abuso, se aprovechaba de su genética y adoctrinamiento para su propio beneficio, aunque por eso era que les había dejado estar tanto tiempo en su ciudad, por más peligro que eso representara para el trato de comida que tenía con la cúpula.

La Antigua S sería el último lugar en el que tendrían una cama, dos platos de comida al día y la seguridad de aires capaces de filtrar el virus. Fuera, cuando abandonaran la falsa seguridad que poseían, serían víctimas de un mundo destrozado.

La última y segunda comida del día se servía todos los días a las 4 de la tarde, tenían asignado uno de los comedores comunales y tres sillas una al lado de la otra. Una de las cocineras dejaba los platos en el lugar asignado y Sofía siempre fruncia el ceño al ver que había.

Ese día era una pasta que parecía contener algo similar a verduras y una porción marrón de proteína. No se parecía para nada a lo que estaban acostumbrados a comer en su antigua vida; pero comida era comida y una vez dejaran S tendrían que contentarse con agua y una que otra barra seca.

Solían comer en silencio, con la mirada del resto de habitantes fijas en ellos. Intentaban acabar rápido para volver a sus habitaciones, al menos él y Sofía, Louis siempre tenía otras cosas que hacer, más favores y recolección de provisiones.

No sabía mucho acerca de qué eran favores, tampoco tenía ganas de cuestionarlo.

Terminó su comida, con el mal regusto que solía dejar en la garganta y las ganas de más que solo cien mililitros de agua. Esperó que Sofía terminara, a ella se le daba mejor comer y "disfrutar" de lo que les daban, quizás sus papilas eran diferentes o quizás solo era que había tenido menos tiempo para acostumbrarse a los lujos de ser un Red.

Louis se disculpó cuando el sol empezó a esconderse.

—¿Habitación?

Caminaron por los pasillos, siempre llevaba a su sobrina de la mano, no podían correr el riesgo de que alguien quisiera tomarla, que ella quisiera salir corriendo o algo similar. Era importante mantenerla cerca; su hermana los mataría si algo llegaba a ocurrirle.

Y el día siguiente la dejarían sola con ese ciborg; el solo pensamiento hacía que su estómago se revolviera.

Él era un eumin, había participado en la creación de esos monstruos. Había entrado en sus cuerpos, programado sus cerebros, controlado las acciones de sus músculos y luego los vio realizar las misiones en el exterior que los eusol no podían.

Los ciborgs eran brutales. No tenían corazón. Ni alma. No compasión.

Por supuesto que eso era por diseño, era la mejor forma de tener un arma letal: un ser que no podía traicionarte porque no tenía nada por lo qué hacerlo. Y, aun así, se les colaban defectos, ciborgs capaces de desafiar a sus cúpulas, de huir y esconderse, que parecían volver a ser casi humanos.

Como Ovan.

La mañana llegó antes de lo esperado, con el minúsculo rayo de sol apuntando a sus ojos. Alex se sentó de inmediato, era solo cuestión de ponerse sus botas, tomar el bolso con cuadernos y lapiceros y esperar a que el grupo de expedición lo contactara.

Louis ya se había ido.

—Pase —dijo cuando alguien golpeó la puerta.

—Espero no haberlos despertado —Era Ovan —. Louis lo está esperando en el comedor.

Asintió. Cuando estaba frente al ciborg era más fácil olvidar las cosas en las que creía, era imposible que ese muchacho de ojos claros fuese una amenaza.

—Asegúrate de que tome su baño hoy y que coma bien la primera comida —dijo, se echó el bolso en el hombro —. No sé cuánto tiempo estaremos fuera.

—Más les vale que no sean más de dos días.

¿Era eso una amenaza?

Alex no dijo nada más, abandonó la habitación y se dirigió al comedor donde Louis lo esperaba con los otros dos soldados que se encargaban de escoltarlo. Todos eran hombres, no se podían dar el lujo de que alguna de las mujeres terminara muerta y con ello menos probabilidades de hijos, y aunque solo uno era un eusol, Thomas y Erick habían probado ser buenos en las expediciones anteriores.

Los tres estaban revisando el mapa encima de la mesa, con las armas reposando a su lado y los ceños fruncidos. Quizás esa expedición no iba a ser tan sencilla.

Louis le entregó su máscara, tapaba todo el rostro y filtraba el aire con las enormes válvulas a cada lado. No era lo mejor que se podía conseguir, pero era algo y debía aprender a no quejarse tanto si su idea era sobrevivir el resto del camino.

—Anthony dice que fugitivos asentaron campamento a cinco kilómetros, aquí —Thomas señaló un punto en el mapa —. Los últimos avistamientos dieron a entender que el virus llegó a ellos, no creemos que existan supervivientes.

Por supuesto que no, nunca había. La Gripe era letal, empezaba con una simple tos que luego se convertía fiebres altas y demencia, hasta que al final descomponía el cuerpo desde adentro. La mayoría de los cadáveres eran, a duras penas, algo más que unos cuantos huesos con masa negra alrededor.

Claro que eso ocurría solo si se era mordido por alguien infectado. Contraer la enfermedad era una sentencia de muerte para cualquiera, pero Louis y él corrían el doble riesgo al no ser capaces de respirar el aire impuro del exterior.

—¿Avistamientos de algún ciborg? —preguntó.

—Hasta el momento no —Erick empezó a doblar el mapa —. De todas formas, procederemos con cuidado, no queremos encontrarnos con uno de esos, cada año los hacen más letales, más animales.

Sí. Más grandes, más fuertes, más malos.

Alex había hecho unos cuantos, ingeniado formas para utilizar el virus a su favor y que en lugar de acotar la vida de eugines la alargara; aunque por supuesto traía el problema de eliminar toda la humanidad que podía existir en los sacos de carne...

Sacudió la cabeza, no podía seguir pensando de esa manera. Ya no era un encargado de esos, ya no creaba monstruos y lo correcto era avergonzarse de tal cosa.

—Esperamos llegar en 30 —dijo Louis —. Iremos en la camioneta hasta el inicio de la Zona Roja y a partir de ahí cuidamos nuestros pasos, pero debe ser rápido, no me quiero arriesgar a un encuentro.

—No sabemos qué va a tener el campamento —Alex se cruzó de brazos —. No me puedes pedir que me apure.

—Confío en que serás lo suficientemente rápido.

Pero en los ojos de su hermano había duda. ¿Sabía Louis algo que el resto no?

Se ajustó la máscara antes de salir. Louis hizo lo mismo, luego le entregó un revolver de los viejos; de rutina, se dijo, aquella iba a ser una misión de recuperación como cualquier otra, le entregaría alguna información basura al señor de S y luego se irían.


El exterior también estaba tintado de rojo, el cielo en las mañanas era más parecido al naranja, pero las nubes que empezaban a adornarlo eran carmesí, a lo lejos podía observarse una tormenta de arena. Los edificios que rodeaban S no eran más que viejos cimientos, concreto en las carreteras y los fantasmas de quienes alguna vez habitaron un mundo verde.

Avanzaron en silencio, por el camino que ya habían organizado para expediciones, sin concreto, sin cuerpos, solo asfalto y el sonido del motor. Alex detestaba la máscara en el rostro, la forma en que se pegaba a su piel y el vacío que sentía cada que respiraba; no lograba acostumbrase.

Se detuvieron en el centro comercial, o lo que quedaba de él. Algunas veces sus viajes de exploración eran hasta ahí, a muchos de los exiliados les parecía un buen sitio para esconderse; el único problema era que muy pocos conocían los verdaderos peligros de aventurarse fuera de las cúpulas, y era su trabajo poner un fin a su sufrimiento y tomar las cosas que tuvieran con ellos.

Dejaron la camioneta en un viejo estacionamiento, cada uno tomó un viejo fusil y avanzaron entre los escombros sin decir nada.

Afuera existían más peligros que solo La Gripa o animales salvajes que habían encontrado una forma de sobrevivir al fin del mundo. Cada vez que un recuerdo de alguno de los ciborgs lo atacaba, Alex quería hundir la cabeza en el suelo y olvidar su participación alegre en aquella demencia.

Louis indicó que se detuvieran. Señaló unos metros más adelante con dos dedos y se quedó quieto.

Entre los escombros y lo que parecía ser un campamento medio montado había algo, o alguien, con la mirada fija en una cabeza que sostenía entre lo que alguna vez fueron sus manos. El hombre no podía tener más de treinta años, Alex supo que alguna vez fue un eusol, llevaba el cabello negro corto y una barba incipiente, los ojos que seguían sin mirarlos eran rojos y en lugar una boca poseía algo similar a mil dientes que iban de un lado de la mejilla a otro.

La criatura se movió con lentitud, dejando la cabeza en el piso, era más alto que cualquier otro eugin, con piernas hechas de metal y resorte y brazos vueltos cuchillas.

No era la primera vez que lo veían deambulando por ahí, pero jamás había estado tan cerca o en modo cacería.

Alex quiso salir corriendo, pero su entrenamiento lo dejó pegado al piso. Al igual que Louis no movió un solo músculo y su respiración se volvió imperceptible; pero no podían decir lo mismo de sus dos compañeros.

Erick dio un paso hacia atrás. Las piedras sonaron bajo sus pies y el ciborg giró la cabeza hacia ellos. La mueca que hizo después de verlos pareció una sonrisa.  

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top