Capítulo 5
No estuve mucho más tiempo allí por la tarde, ya que a eso de las siete más o menos, Vergil me dio permiso para irme a casa dado que él ya estaba allí y Dante estaba al caer. Fue un poco duro decirle adiós a Nero, pero le tranquilicé diciéndole que mañana volvería.
Al salir al recibidor principal del edificio pude ver a una mujer tras un mostrador, ¿de verdad tenían a alguien así? Esto sí era alta sociedad. Algo cohibida, me acerqué a ella y le pregunté qué líneas de metro pasaban por allí, y ella muy amablemente resolvió mi duda.
Me alegró mucho que fuera una línea que combinaba con la de mi casa, tendría que cambiar de línea, pero al menos no necesitaba de mucho tiempo para llegar.
Zack salió a recibirme tan pronto como abrí la puerta de casa, como diciendo “¡bienvenida!” Le sonreí y lo cogí en brazos, dándole un beso entre sus pelonas orejas.
—Hola a ti también, pequeñín —le dije, yendo a la cocina para llenarle el cuenco de la comida y el agua.
Después de aquello me di una merecida ducha de agua caliente y mientras me preparaba la cena llamé a mi madre:
—¡Hola Carolina! —Saludó alegremente.
—¿Qué tal todo mamá? —Pregunté.
—Eso debería decirlo yo, ¡que ya apenas me llamas! —Reprochó, haciéndome reír.
—Perdona, perdona. He estado un poco liada estos días, lo siento —le dije, ella tenía razón.
—¿Y eso? ¿Algo que contar? —Asentí para mí misma, como si pudiera verme.
—Sí, ¡he conseguido un nuevo empleo! —Exclamé, emocionada.
—¡¿De verdad?! ¡Me alegró un montón hija! —Gritó ella, contagiada de mi emoción. —¿Y de qué trabajas ahora? ¿De lo tuyo?
—No… —me sentía un poco apenada por eso, pero el trabajo de niñera no estaba tan mal. —Es de niñera otra vez, no te vas a creer a quién le estoy cuidando el niño.
—A ver, ¡sorpréndeme! —A mi madre le encantaba todo ese tipo de chismorreo.
—¿Recuerdas a esos gemelos que iban a mi clase en la secundaria? Los albinos.
—Creo recordarles de la graduación, sí. No me digas que… —No la dejé terminar.
—Sí, es el hijo de uno de ellos, pero no del que te imaginas, sino de Vergil, ese que era más serio y callado.
—Madre mía, ¿qué me estás contando? —A veces mi madre era como una amiga para mí, quizá todo lo que pasamos hizo que fuéramos tan unidas.
—Lo que oyes, yo también me quedé a cuadros cuando supe que tenía un hijo.
Y así pasé la noche, hablando con mi madre acerca de los acontecimientos de las últimas semanas, tanto de ella como míos, aunque no había mucho que destacar de mis últimas semanas a decir verdad, solo el tema de que había conseguido el empleo, nada más.
Mi vida a veces se me hacía demasiado vacía y monótona, solo esperaba que pronto cambiara, pero no tenía mucha pinta de que fuera a pasar.
Suspiré algo cansada tras colgarle a mi madre, ya metida en la cama. Se me había pasado volando el tiempo que estuve hablando con ella, ni siquiera me había dado cuenta de que había cenado e incluso fregado todo.
Zack ya estaba en la cama metido conmigo, acurrucado a mi lado en busca de calor.
—Eres un pequeño bastardo mimado —le dije, él solo bostezó ante mis palabras, recibiendo gustoso las caricias que yo le brindaba en la cabeza.
Reí para mí misma y me acosté completamente, cayendo dormida tras unos pocos minutos.
A la mañana siguiente me desperté por el sonido del despertador, me levanté, me vestí y desayuné algo rápido, llené los cuencos de Zack y me marché apresurada, recordando que debía estar en la casa de los Sparda a las ocho y media.
Tuve suerte ya que el metro pasó rápido y no tardé mucho en llegar al lujoso edificio, suspiré aliviada cuando estuve frente a la entrada principal.
Un hombre me preguntó que a qué piso iba, así que yo simplemente respondí que al ático, donde los Sparda. El hombre asintió y me dejó pasar mientras que la chica del mostrador, distinta a la de ayer, llamaba a Vergil para avisarle de que yo había llegado.
No sabía si iba a lograr acostumbrarme a eso si era sincera.
—Buenos días, Carolina —saludó Vergil nada más salí del ascensor. Él estaba esperándome en la puerta del apartamento.
—Buenos días también, Vergil —le sonreí y él me indicó que pasara con un gesto de su mano.
—¡Car! —El pequeño Nero había salido corriendo del salón con los brazos en alto, recibiéndome alegremente.
—Buenos días para ti también, Nero —me agaché un momento a su altura y le abracé dulcemente.
Después de aquello, Vergil le indicó a su hijo que esperara en el salón con Dante unos minutos. La verdad es que no había visto ni de refilón al otro gemelo, así que me sorprendí cuando Vergil le nombró.
Nos metimos en el despacho del albino y él me explicó mi puesto en detalle: horarios, días de trabajo, funciones a desarrollar e incluso el sueldo… que era demasiado bueno como para ser verdad.
Después de aquello firmé el contrato y me dijo que ese mismo día tramitaría toda la documentación necesaria.
No pude evitar quedarme mirándolo un par de veces mientras estuvimos ahí metidos, era realmente atractivo pese a sus facciones duras y expresión indiferente, una verdadera belleza de hielo, inquebrantable e impasible. Además llevaba un traje negro con una corbata del mismo color, que hacía resaltar su claro tono de piel.
Finalmente, Vergil y Dante se marcharon a la empresa y Nero y yo nos quedamos a solas.
—¿Has desayunado, Nero? —Le pregunté, había olvidado preguntarle a Vergil.
—¡Sí! Y durante el desayuno le dije a papá que te llevara en su coche —abrí los ojos como platos al escucharle decir eso.
—¿De verdad? —El pequeño asintió efusivamente.
—¡Papá conduce genial! ¡Te va a encantar! —No pude evitar sonreír ante sus palabras, pero si era sincera no me veía en el coche con Vergil, es decir, él era mi jefe y yo solamente la canguro de su hijo, no tenía por qué llevarme, ni siquiera porque su hijo se lo hubiese dicho.
—Vaya, espero que pase pronto —no quería quitarle la ilusión al pequeño, así que simplemente le seguí la corriente.
Después de aquella tierna escena con el albino más pequeño de la familia fuimos a su habitación y estuvimos jugando de nuevo con sus coches, vaya que le gustaban al chiquillo…
El resto de la jornada fue tranquila, Nero no me ponía trabas y era muy obediente, no entendía por qué Gema se quejaba tanto de él siendo que el niño era un trozo de pan.
Tal y como el día anterior Nero y yo comimos solos, le hice pollo empanado con unas pocas verduras y me quedé alucinada cuando se comió todo, hasta a mí me costaba comer mis verduras…
—Tu papá te ha enseñado a comer muy bien, ¿no es así? —Comenté mientras tomábamos el postre, un poco de fruta.
—Papá dice que si no me termino mi comida Batman se pondrá muy triste y nunca más podrá salvar a más gente —quise reírme a carcajadas, vaya con Vergil y sus métodos de enseñanza. Una cosa era clara, podía cuestionar sus métodos, pero no sus resultados, ya que el chiquillo terminaba su comida sin ningún problema.
Una vez que terminamos conversamos un poco y Nero me pidió que le leyera un cuento antes de dormir la siesta, así que con mucho gusto lo hice.
Cuando vi que se había quedado dormido me levanté de su cama, dispuesta a salir del cuarto.
—Aquí estábais —Vergil me sorprendió al aparecer frente a mí, incluso di un pequeño salto en el sitio.
—No te escuché entrar —comenté con una mano en el pecho, se me iba a salir el corazón.
—Perdona por eso —medio rio. —¿Ya se durmió? —Asentí con la cabeza.
—Le dije que si no se dormía Batman se pondría muy triste y nunca más salvaría a la humilde gente de Gotham —la cara del albino fue todo un poema.
—Ya veo que te ha contado lo de la comida —parecía un poco molesto, pero también divertido. —¿Qué más te ha contado? —Preguntó curioso mientras bajábamos las escaleras y nos metíamos en la cocina, preparándole yo un par de filetes de pollo y verdura.
—Que me vas a dar una vuelta en tu Lamborghini —reí, esos dos eran unos casos.
Pese a que Vergil era alguien poco expresivo y que siempre se mantenía impasible, su cara mostró un poco de sorpresa cuando le dije aquello.
—Vaya tela con Nero —suspiró, negando con la cabeza.
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