Capítulo 36
Vergil y yo pasamos el resto de la noche disfrutando del otro, en todos los sentidos. Tanto así que, para cuando el sol estaba ya alzándose por el horizonte, él y yo nos encontrábamos teniendo un nuevo y devastador orgasmo.
Mi cuerpo tenía marcas de dientes por todos lados, además de pequeños arañazos causados por las escamas de su cola. Pero no me importaba, habíamos disfrutado de la noche al máximo, y eso era lo que más importaba. Las marcas eran algo secundario, un efecto colateral de todo el placer que nos habíamos dado el uno al otro.
Preparé café con la cafetera del salón una vez que nos recompusimos de aquel último orgasmo, y cuando terminamos con nuestras respectivas tazas nos dimos una ducha rápida para eliminar cualquier tipo de fluido que hubiera podido quedar en nuestros cuerpos, nos vestimos y nos marchamos, desayunando en una de las cafeterías más céntricas de la ciudad.
—Perdóname por lo de los mordiscos, mis instintos... —le interrumpí al alzar la mano, instándole a callar.
—Ni lo menciones, no me molesta, es más, en el momento me encantó. Siéntete libre de hacerlo cuanto quieras —le dije, tomando un sorbo de mi café.
—¿Segura? —Yo asentí, recordando lo excitante que fue para mí besarle mientras sus labios estaban manchados con mi sangre.
Debió notarlo en mi olor, ya que no siguió presionándome con el tema y simplemente se dedicó a seguir comiendo su desayuno.
Como era de esperar Nero nos recibió efusivamente, eufórico por volvernos a ver ya que, según él, nos había echado muchísimo de menos. Por otro lado, y siguiendo su tónica de persona graciosa, Dante se acercó a mí y pasó su brazo por mis hombros, formulando la tan deseada pregunta:
—¿Lo pasasteis bien anoche? Seguro que fue una noche llena de acción.
Y no pude evitar ponerme roja ante sus palabras.
—No digas obscenidades delante de Nero, haz el favor —gruñó Vergil, apartando a Dante de mi lado.
—Eso es que lo pasasteis mejor que bien. Vaya, vaya con vosotros... —la mirada asesina de Vergil hizo callar a Dante.
Reí un poco ante la situación, pero Nero se llevó toda mi atención al pedirme que le cogiera en brazos, cosa que hice, dejando que el niño me diera un abrazo.
—Oye Car, ¿cuándo es tu cumpleaños? —Esa pregunta de Nero me pilló con la guardia baja, haciéndome pensar, ¿no les había dicho nunca cuándo era mi cumpleaños?
—Eso, ¿cuándo es? Nunca has hablado de ello —Insistió Dante.
—Pues... Es en unos días —respondí, los albinos me miraron con más interés si se podía.
—Define unos días —replicó Vergil, me sentía como en un interrogatorio.
—El 30 de abril —y para esa fecha quedaban solo cinco días, ya que estábamos a 25.
—No puedo creer que nos hayamos enterado con solo cinco días de antelación —comentó Dante, yo me encogí de hombros.
—No es algo que haya salido nunca a colación —repliqué.
—¡Pero es muy importante! —Exclamó Nero —. ¡Tenemos que prepararte una fiesta, una muy grande!
—Oh no, de eso nada —repliqué yo, Nero me miró haciéndose el enfadado.
—¡Vas a tener una fiesta de cumpleaños genial! ¿A qué sí papi? —Miró a Vergil y este asintió.
—Una de verdad, con piñata y todo, me encargaré personalmente —replicó el mayor de los albinos.
—No puedes estar hablando en serio —me quejé, Dante me miraba medio riendo.
—Tan en serio como que me llamo Vergil Sparda —contestó él.
Le miré mal, pero a él pareció no importarle en absoluto.
Dejé pasar el tema y Nero y yo nos fuimos a su habitación para jugar un rato con sus coches de juguete, dándome cuenta de que le había cogido especial cariño al que le regalé por Navidad, bueno, el que le trajo Santa.
Cuando el reloj dio las doce y media Vergil entró al cuarto y cambió a Nero de ropa, diciéndome que saldríamos a comer fuera. Yo asentí y le pedí que parásemos en mi casa para cambiarme, no iba a llevar la misma ropa del día anterior.
Y dicho y hecho, salimos de casa y los albinos me esperaron en el coche mientras que yo me cambiaba en mi apartamento. Opté por unos vaqueros negros y un crop top del mismo color con un poco de escote, me puse un collar de plata que Vergil me había regalado por nuestro segundo mes juntos, un choker negro con una anilla y la pulsera que me regaló por Navidad. De calzado opté por unas Converse negras y, con un suspiro, me decidí a usar el bolso que me había regalado la noche anterior.
—¡Qué guapa Car! —Exclamó Nero cuando subí al coche, junto a él.
Vergil me miró con picardía desde su asiento, e incluso Dante tuvo que darle un codazo para que se centrara, hasta yo podía oler aquel potente olor que ayer había achacado a las velas de la habitación.
—Está tu hijo delante, degenerado —escuché que Dante le susurraba a eso Vergil, y el mayor de los albinos apretó con fuerza el volante mientras bajaba las ventanillas, arrancando el coche tras eso y saliendo de allí haciendo rugir fuertemente el motor, dejándome saber qué tan excitado estaba.
Tendría que hablar con Vergil de todo esto para que él me explicase bien las cosas, o, en su defecto, hablaría con Dante. Aunque sabía que Vergil me explicaría todo.
Fuimos a comer a un restaurante japonés bastante bonito, a tal punto de que tenía un árbol de cerezo incluido y todo. Vergil se sentó frente a mí mientras que Nero estaba a mi lado y Dante frente al niño. Me encantaba que los gemelos siempre estaban uno al lado del otro, no importaba la situación.
Comimos muy bien, todo estuvo exquisito, especialmente el sushi. Nero se portó de maravilla y comió todo como una persona mayor, sin poner pega alguna a nada.
Una vez que terminamos llevamos a Nero al cine ya que ayer se había estrenado una película de dibujos que estaba deseando ver. Vergil sonreía en todo momento al ver a su hijo tan contento, y yo tampoco podía esconder mi sonrisa, me sentía demasiado feliz.
Vergil pasó su brazo por mi cintura y me pegó a él mientras caminábamos hasta la taquilla, y Nero, algo celoso por lo que había hecho su padre, me tomó de la mano y tiró de ella, llamando mi atención.
—¿No la podemos compartir, Nero? —Dijo Vergil, el niño negó.
—¡Hoy toca que solo me haga caso a mí! —Replicó, Vergil dejó escapar una pequeña risa y soltó mi cintura, aunque mantuvo nuestras manos unidas en su lugar.
Le miré divertida, Nero era un niño realmente perspicaz e inteligente.
Por su parte, Dante miraba la escena divertido, no creyendo que su sobrino tuviera celos de su propio padre.
Cuando al fin entramos a la sala, Nero se sentó a uno de mis lados y Vergil al otro, mientras que Dante tomaba asiento junto a su hermano.
—Me gustaría que me explicaras lo del coche cuando nos quedemos a solas, ¿estás bien? —Le susurré a Vergil una vez que las luces se apagaron.
—Son efectos secundarios por lo de anoche, se me pasará —respondió él de la misma manera, no sabía en qué momento lo había hecho, pero su mano estaba sobre mi pierna derecha, sus dedos justo encima del fuerte mordisco de ayer.
—Bueno —concluí.
Nero se mantuvo callado, pendiente en todo momento de la película, comentando alguna que otra cosa conmigo en momentos puntuales, siempre entre susurros. Ese niño era demasiado adorable.
Por su parte, Vergil estuvo acariciándome la pierna con su mano discretamente durante toda la película, logrando erizar mi piel y sacarme algún que otro suspiro, especialmente cuando presionaba aquella zona que había sido marcada fuertemente con sus dientes demoníacos.
Estaba jugando conmigo, ya que cada vez que un suspiro se escapaba de mi boca, él me chistaba, disfrutando la tortura a la que me estaba sometiendo.
Cuando terminó la película salimos tranquilamente del cine y fuimos a los recreativos que había cerca, donde Nero y yo jugamos a algunas máquinas para conseguir puntos, ya que el niño quería conseguir un peluche de la película que acabábamos de ver.
Hicimos nuestro mejor esfuerzo, y al final, entre Dante, Vergil y yo, conseguimos los puntos necesarios para conseguirle al más pequeño el peluche, poniéndose eufórico cuando por fin lo tuvo entre sus brazos.
Antes de irnos de allí Vergil y yo echamos una partida de air hockey bastante reñida, el albino tenía unos reflejos obviamente sobrehumanos, y para mí, que solo era una simple humana, era difícil seguir aquel ritmo tan rápido y fuerte, él dominaba el disco en todo momento.
—¡No seas duro con Car papá! —Regañó Nero, empujando el brazo de Vergil y provocando que perdiera el control sobre el disco, permitiéndome lanzar un ataque directo a su portería, logrando marcar un punto.
—¡Eso es trampa, Nero! —Exclamó Vergil cogiendo el disco y volviéndolo a poner sobre el terreno de juego.
—Eres tú el que se está aprovechando de la pobre Carol, Vergil —dijo Dante tras unos instantes, empujando él esta vez a su hermano para que yo pudiera marcar otro punto.
Miré a Dante con complicidad mientras que Vergil se lo sacudía de encima, dándole una patada para que se alejara de él y dejara de favorecerme en el duelo.
Pero Nero no se rindió y siguió intentando ayudarme en el enfrentamiento, logrando que consiguiera ganar a su padre con un punto de diferencia.
—Sois unos tramposos —Gruñó Vergil mientras yo le abrazaba y le daba un beso en la mejilla.
—Venga hermanito, tengamos un duelo nosotros ahora, este será justo, lo prometo. Aunque, pequeño spoiler, yo ganaré —rio Dante con una sonrisa de lado en el rostro.
—Foolishness, Dante, foolishness —comentó el mayor de los albinos —. Te voy a machacar.
—Eso ya lo veremos —replicó Vergil.
Y, a diferencia de cuando jugamos Vergil y yo, este sí fue un duelo igualado. Vergil era increíblemente rápido, y Dante golpeaba el disco con una fuerza altamente sobrehumana. Fue ahí que por fin pude darme cuenta de lo que caracterizaba a cada uno de ellos; Vergil era rapidez y reflejos, mientras que Dante era pura fuerza bruta.
Fue tan llamativo el encuentro que la gente se había empezado a concentrar a nuestro alrededor, apoyando unos a Vergil mientras que otros se decantaban por Dante.
Finalmente, terminaron empate y la gente comenzó a ovacionarles y aplaudirles. Yo sonreí ante la situación, y no pude evitar reírme cuando Vergil se sonrojó al ver a tanta gente de esa manera a su alrededor. Contrario a su gemelo, Dante disfrutaba del amor del público.
Cuando por fin la gente se dispersó, los albinos y yo salimos de ahí, y pude jurar que, por unos breves segundos, Vergil se puso tenso. No sabía qué era lo que había visto, pero sin duda alguna algo había pasado, ya que él no se ponía así casi nunca.
Sin duda alguna, más tarde nos esperaba una muy larga conversación.
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