Capítulo 34
Vergil se acostó a mi lado tras eso, acariciando mi mejilla y dándome un dulce beso.
—¿Todo bien? ¿Te ha gustado? —Asentí con la cabeza, no tenía fuerzas ni para hablar. Él sonrió y se levantó de la cama, metiéndose en el baño y volviendo tras lo que calculé como cinco minutos, más o menos.
Me tomó en brazos y me sentí como una muñeca de trapo, no supe ni de donde saqué la fuerza para mover los brazos y agarrarme a su cuello.
Vergil se metió de nuevo en el baño, y pude ver que había un humeante y espumoso jacuzzi allí, con dos copas de champán servidas en el borde. Además, Concrete Jungle, de Bad Omens se escuchaba de fondo a bajo volumen. Que Dante le había recomendado canciones para este momento en específico era un hecho.
El albino me dejó sentada junto a las copas y me quitó rápidamente el sujetador con un ágil movimiento. Acto seguido se desvistió él también, y pese a lo que acababa de pasar evité mirarle, totalmente cohibida ante el hecho de que estuviera completamente desnudo a mi lado.
—¿De verdad que estás bien, Carol? —Inquirió, metiéndose al agua con una de las copas en la mano.
—Sí, sí, es solo que necesitaba recuperarme. Ya estoy mejor —admití, metiéndome en el agua y disfrutando de la agradable sensación de las burbujas a mi alrededor.
—Sí, recupérate porque esto no ha hecho más que empezar —le miré con los ojos abiertos como platos mientras que él me sentaba sobre sus piernas, mi espalda pegada a su pecho mientras que besaba mi cuello y hombros.
—Vergil... —susurré, sus besos me estaban provocando pequeños temblores de placer.
Él ronroneó en respuesta, y pude notar cómo pegó su nariz contra mi cuello, aspirando mi aroma y suspirando de puro placer tras eso.
—Me encantas —comentó, volviendo a besar la zona. Sentía su miembro duro contra mi espalda.
—Entonces... aquel día.
—Lo vi todo —admitió, mientras masajeaba mis pechos desde atrás —Esa noche hubo luna llena, no pude controlarme y fui a verte —relató, sus labios habían subido dando pequeños besos hasta mi oreja —. Fue lo más excitante que vi en toda mi vida —susurró contra mi oído —, y tu olor... dios mío, que bien olías aquella noche —un gutural gruñido escapó de su garganta, sus labios en el hueco entre mi cuello y mi hombro de nuevo, mordiendo suavemente la zona.
Pronto Vergil apretó mis pezones con un poco de fuerza, haciéndome gemir mientras bajaba su mano hasta mi feminidad, deslizando sus dedos entre mis pliegues. Debía reconocer que el agua le facilitaba el trabajo, y ni qué decir de lo que se sentía entre sus dedos y las burbujas.
—Si quieres puedo tocarme para ti —propuse, él resopló como un toro, encendido por la imagen que se debió formar en su cabeza.
—Me parece bien, pero hoy no —susurró para besarme fervientemente, nuestras lenguas enzarzadas en una feroz batalla campal.
Instantes después nos separamos, su rostro estaba sonrojado y sus labios algo hinchados y rojos, producto de todo lo que estaba aconteciendo esa noche. La canción terminó, dando paso a The death of peace of mind, también de Bad Omens.
Me di la vuelta en ese momento, quedando cara a cara con el albino. Su cola había salido de nuevo y se encontraba abrazando mi cintura y acariciando mi espalda baja. Pasé la mano suavemente por aquellas escamas, buscando algún punto erógeno, pero no fue hasta que deslicé mis manos a la espalda de Vergil y toqué el punto donde su cola se conectaba con su cuerpo que encontré ese tan deseado punto de placer. El albino gimió y dejó caer la cabeza hacia atrás, mostrándome su cuello mientras su cola sufría pequeños espasmos debido al placer que sentía. Sonreí victoriosa al verle así, sintiéndome poderosa.
No me lo pensé dos veces y fui directa a besarle, empezando en su oreja y bajando por su mandíbula hasta llegar a su cuello, descendiendo por la clavícula hasta sus hombros mientras seguía acariciando aquel sensible punto en su espalda.
—Carol —gimió, sentí cómo su miembro se sacudía contra mi vientre, creándome una necesidad y un deseo totalmente irracional e impulsivo de meterlo dentro de mí.
Pero no lo haríamos ahí, al menos, no dentro del agua.
Comencé a acariciar su hombría con mi mano libre, manteniendo mi otra mano acariciando la parte alta de la espalda del albino en todo momento, justo entre sus omóplatos. Se estaba volviendo loco, y eso me encantaba, me encantaba verle tan sumiso y derrotado ante mí.
No supe ni cómo lo hizo, pero consiguió tomar algo de control sobre su cola y la dirigió hasta mis pechos, apretándolos con ella mientras sus manos trataban de aferrarse a mis brazos para que parara. Gemí ante el repentino contacto, se sentía extraño tener esa extremidad extra de Vergil haciendo eso, y pronto él aprovechó mi momento de debilidad para zafarse de mis manos y sujetarlas por encima de mi cabeza con su mano derecha.
Acto seguido se sentó en el borde del jacuzzi y apoyó su espalda contra la pared, arrastrándome en el proceso fuera del agua a mí también y cambiando la mano con la que apresaba mis muñecas por su cola.
Tras eso, y aprovechando que tenía las manos libres, agarró su copa de champán y vertió lo que quedaba sobre mis pechos, acercando rápidamente su boca hasta ellos, lamiéndolos y succionándolos a su antojo.
Pronto comencé a gemir fuertemente, el contraste del líquido frío contra mi piel caliente me sobresaltó, pero la lengua de Vergil sobre aquel sensible punto fue lo que acabó conmigo.
—Vergil... —gemí, a lo que él contestó con un mordisco en mi pezón izquierdo, pellizcando el derecho con una de sus manos mientras que con la otra acariciaba una de mis nalgas, dándome algún que otro azote de vez en cuando.
En aquel momento me sentía como una presa que pronto devoraría, pero si era sincera no me importaba, me encantaba lo que estaba pasando y estaba dispuesta a seguir hasta el final.
Minutos después, cuando sintió que estaba a punto de llegar al orgasmo sin siquiera haberme tocado, Vergil paró sus movimientos y yo gruñí debido a la frustración de haberme quedado a las puertas.
El albino me miró con una sonrisa ladina, y sin soltar mis manos se levantó, obligándome a ponerme de pie. Era hipnotizante verle de esa manera, sus piernas eran fuertes, y su miembro... Eso sí que era un verdadero demonio.
—¿Te gusta lo que ves? —Tragué saliva y asentí mientras me soltaba las manos y me ponía un albornoz —. Será todo tuyo dentro de poco —prometió.
Debió notar que me temblaban las piernas, ya que una vez más me tomó en brazos, dirigiéndose esta vez a un sillón tantra. Nunca había probado uno, pero sabía lo que eran y para qué servían. Junto al sillón negro había una pequeña mesa con preservativos y monodosis de lubricante, además de las velas que alumbraban la habitación.
No fue hasta ese momento que me di cuenta de que una nueva canción se estaba reproduciendo: Miracle, de Bad Omens. Para Dante ese grupo era puro sexo por lo que parecía.
Volviendo al tema, Vergil se recostó en el sillón y por mi parte yo me senté encima de él, cara a cara. Nos miramos a los ojos por unos instantes y pude ver aquel resplandor celeste en los suyos. Era leve y no se distinguía muy bien, pero ahí estaba.
Pronto me besó salvajemente, nuestras lenguas disputaron una feroz batalla campal por hacerse por el territorio hasta que el beso terminó debido a la falta de aire. Nos separamos, aunque un fino hilo de saliva nos mantuvo unidos. Veía la desesperación y el deseo en los ojos de Vergil, así que tomé la iniciativa y estiré la mano para coger un condón, poniéndolo en mi boca para provocar al albino.
Él me lo quitó y rasgó el envoltorio con los dientes, poniéndose rápida y hábilmente el preservativo. Después estiró la mano y cogió un lubricante, aunque esta vez yo tomé el protagonismo al quitarle la tarjeta, doblándola por la mitad tal y como él había hecho, echando el contenido sobre su hombría y esparciendo el viscoso líquido con mi mano, sacándole innumerables gemidos a Vergil en el proceso.
—¿Estás segura? —Sus ojos se clavaron en los míos, y pude ver miedo y duda en ellos.
—Muy segura —sentencié.
—Estoy a tu merced —comentó, y eso me prendió como nunca nada lo había hecho.
Lamí mis labios y me apoyé en sus hombros, levantándome un poco y alineándome con él. Sentí la punta rozar levemente mi entrada, lubricándome en el proceso.
—No hay prisa, ve a tu ritmo —Me dijo el albino, nuestras miradas seguían conectadas.
Yo asentí y bajé poco a poco, sintiendo cada centímetro del albino entrando en mí, lenta y tortuosamente. Ambos nos habíamos arqueado debido al placer que sentíamos, y su boca formó una "o" perfecta para cuando se introdujo por completo en mí, soltando un sonoro gemido.
Por mi parte no fue muy distinto; me sumergí por completo en el placer que sentía, en la sensación de ser estirada y abierta por aquel enorme y caliente miembro. Mi respiración se había agitado y había dejado escapar algún que otro gemido.
Vergil acunó mis senos y los masajeó lentamente mientras rodeaba mi cintura con su cola, preparándose para ayudarme en mis próximos movimientos. Agradecí esto, no sabía cuánto tiempo aguantaría moviéndome sin ayuda. Después de todo, era mi primera vez.
Tras unos instantes que me di para acostumbrarme al gran tamaño de Vergil comencé a moverme hacia arriba, sacando gran parte de su miembro para luego volver a meterlo despacio, repitiendo mis movimientos y acelerándolos poco a poco, hasta llegar a un ritmo frenético en que él tocaba el fondo de mi ser con fuerza.
No podía estar más excitada, me encantaba la sensación de estar siendo abierta y llenada por completo, pero lo que sin duda me ponía a cien era el rostro lascivo de Vergil: sus ojos se habían vuelto dos pozos negros, el pelo se le pegaba a la frente y su boca estaba entreabierta, dejando escapar gruñidos y gemidos desde lo más profundo de su pecho.
—Joder... estás apretadísima —gimió con una de sus manos en mi nalga, apretándola con fuerza.
—Tu eres enorme —gemí, de nuevo sentía los ojos llenos de lágrimas a causa del placer.
—Todo para ti —gruñó, dando una estocada para recalcar sus palabras —. Absolutamente todo —una nueva estocada, esta vez empujando mi cuerpo contra el suyo con ayuda de su cola mientras que con su mano me pegó a él, accediendo así fácilmente a mi cuello para morderlo suave y provocativamente.
Permanecimos de esa manera hasta que alcanzamos el clímax, Vergil gruñó como un animal cuando llegó, mientras que yo no me pude contener y grité, dejando salir lágrimas de puro placer al tiempo en que sentía que eyaculaba de nuevo, tal y como antes.
Pero a pesar de estar jadeantes y sudorosos, Vergil no me dio tregua.
—Second round —gruñó saliendo de mí para ponerse en pie, quitándose el condón con cuidado y haciéndole un nudo.
Le miré exhausta y él se acercó para darme un fogoso beso en el que se apropió por completo de mi boca, volviendo a ponerme a cien. Seguidamente él se volvió a recostar como antes y me subió encima suya de nuevo, pero esta vez yo de espaldas a él. Pronto escuché cómo se colocaba otro condón y volvía a echarse lubricante, separando con cuidado mis nalgas e introduciéndose en mí con una sola estocada que me hizo soltar un fuerte grito. Aún estaba sensible por el reciente orgasmo, y esta nueva penetración fue incluso más placentera que la primera.
La cosa comenzó despacio y profunda, Vergil estaba fresco y en perfectas condiciones, y eso se notaba mucho en sus movimientos precisos y enérgicos. Gemía y gritaba como una loca, pidiéndole más al albino; más fuerte, más rápido. Más de él.
—Vergil —gemí, quería que hiciera algo, pero no sabía si él estaría dispuesto a cumplirme el deseo.
—Dime, Carol —gimió él, retirándose y volviendo a entrar rápidamente en mí.
—Tírame del pelo, por favor —y es que quería que aquello se sintiera como aquel sueño que tuve.
Escuché una risa baja por su parte, seguido de un gruñido.
No dijo nada, pero sonreí ladina al sentir cómo juntaba todo mi cabello en una coleta, enrollándola alrededor de su mano y tirando de ella, sacándome otro fuerte gemido.
—¡Sí! —Exclamé, eufórica.
—¿Te gusta esto, Carol? ¿Te gusta que te trate así? —Su voz sonaba distorsionada, más demonio que humano, pero no me importaba.
—¡Me encanta! ¡Sigue por favor! —Supliqué.
—A tus órdenes —gruñó él.
Fue lo mejor que pude vivir en toda mi existencia. Vergil fue aumentando el ritmo poco a poco, su cola mantenía mis manos inmovilizadas en mi espalda baja, mientras que su mano derecha tiraba de mi pelo y su izquierda acariciaba mi clítoris sin piedad alguna, estimulándome a niveles que yo creía totalmente imposibles de alcanzar.
No paraba de gritar y gemir su nombre, aquel hermoso hombre albino, aquel irresistible semi demonio me estaba llevando al mismísimo cielo. Y me encantaba.
El orgasmo no tardó en llegar, y pronto me vi llorando de placer de nuevo, gimiendo y gritando como una verdadera loca, hundida por completo en el placer que Vergil me brindaba.
Por su parte los gemidos y gruñidos no cesaban, y para cuando alcanzó el orgasmo al mismo tiempo que yo sus dientes se clavaron en aquella curva donde mi cuello se unía a mis hombros.
Grité por el mordisco y Vergil clavó sus dedos en mis caderas con fuerza, sin soltarme con su boca. Sin duda alguna sus instintos más bajos habían tomado el control sobre él, pero tan pronto como sus espasmos cesaron y su cola desapareció, Vergil me soltó y yo me desplomé sobre su pecho, jadeante y temblorosa, como si mi cuerpo entero fuera de gelatina.
En multimedia tienen la primera canción que sale en el cap, y a continuación les dejo las otras dos:
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