Capítulo 33
Bueno, pues no sé si se lo esperaban o no, pero los siguientes capítulos vienen fuertes. Aviso que si no les agrada el contenido NSFW obvien este capítulo.
Por otro lado, y como sé que estaban deseando un poco de sin respeto con papi Vergil, que aquí les traigo una muy buena ración de viejo sabroso. Espero que les guste y sobre todo que comenten, porque amo leer sus reacciones.
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Nos separamos instantes después debido a la falta de aire, nuestros ojos se encontraron y yo no pude evitar acariciar su cola, que seguía alrededor de mi cintura.
—¿Me explicas lo de la cola? —Reí, él se puso algo rojo y quiso retirarla, pero yo se lo impedí.
—Yo... —susurró. —Digamos que es una manera poco habitual de mostrar afecto.
—Me gusta —concluí, besándole de nuevo.
Un rato después, Vergil y yo nos encontrábamos en su coche de nuevo, rumbo a quién sabía dónde. Pero no me importaba, estaba con él, y eso era todo lo que importaba en ese momento.
Finalmente, llegamos a un hotel de la ciudad, distinto del que habíamos ido a cenar, y tampoco era en el que se celebró la fiesta de Navidad de la empresa. Este era incluso más refinado si se podía, aunque seguía teniendo cinco estrellas, al igual que los demás. El vestíbulo estaba lleno de mármol negro y detalles dorados miraras donde miraras, y los botones iban y venían con las maletas de los huéspedes, vestidos con elegantes trajes negros.
Tras intercambiar un par de palabras con la recepcionista —que literalmente se comía a Vergil con la mirada— el albino volvió a mi lado con una tarjeta y subimos hasta el último piso, entrando a la mejor habitación del hotel.
Tragué saliva al ver el lugar lleno de miles de velas encendidas y pétalos de rosa por doquier. Definitivamente, Vergil iba con esa idea en mente.
—Sé que es repentino —susurró tras de mí, dándome húmedos besos en el cuello —, pero quería que tuvieras una primera vez en condiciones —concluyó, deshaciéndose de mi gabardina y dejándola colgada en el perchero de la entrada —. Siéntete libre de negarte, te prometí respetarte y pienso mantener esa promesa —comentó tras quitarse él también el abrigo, cogiendo mis manos y besando el dorso de ambas.
—La verdad es que me decidí a intentar algo como esto hace unos días —admití, inhalando el dulce aroma de las rosas y los frutos del bosque que desprendían las velas.
—¿De verdad? —Yo asentí y él me rodeó la cintura con sus brazos, pegándome a su fuerte cuerpo y besándome suavemente, despacio.
Aunque pronto el beso se tornó más intenso, pidiendo él permiso para colar su lengua en mi boca, lo que permití con muchísimo gusto. Vergil me levantó del suelo y yo rodeé su cintura con mis piernas, pasando también mis brazos por su cuello, hundiendo mis manos en su suave y corto cabello albino.
Sin romper el contacto de nuestros labios, él fue hasta a la cama y se sentó en el borde, despojándome poco a poco de mi jersey y acariciando cada tramo de piel que iba quedando expuesto, erizando todo a su paso.
Sus ojos estaban oscurecidos por el deseo, pero sus pupilas se dilataron incluso más al ver el sujetador azul eléctrico con encaje que me había comprado el día anterior.
—¿Te gusta? —Pregunté, tímida. Era muy simple y me daba miedo que debido a eso no le terminara de gustar.
—No te imaginas cuánto —gruñó, atacando mi cuello de nuevo con sus labios, succionando un poco al separarse y sacándome pequeños gemidos en el proceso.
Fue entonces que decidí pasar yo también a la acción, y mientras él se entretenía conmigo, yo fui desabotonando su camisa negra poco a poco, temblando por sus caricias y acariciando cada centímetro de piel que iba quedando expuesto. El torso de Vergil era una maravilla, sus pectorales estaban duros, al igual que sus abdominales y brazos. No estaba extremadamente musculado, pero sí se podían diferenciar con facilidad sus músculos debido a su complexión atlética. Aunque sin duda alguna lo que más llamaba mi atención era aquella "V" que se perdía en la cintura de sus pantalones.
—¿Disfrutas las vistas? —Rio contra mi cuello, mordiendo suavemente la zona y dejando un reguero de besos hasta mi oreja.
—Me encantas —admití.
—Todo lo que ves es tuyo, Carol —susurró contra mi oreja, lamiendo mi lóbulo para luego morderlo ligeramente, tal y como había hecho con mi cuello.
Lo que él no sabía —y yo acababa de tomar conciencia de ello— era que la oreja era mi punto débil, y debido a eso un fuerte gemido escapó de mis labios cuando atacó esa zona. Sentí que sonreía pícaro contra mi piel, y fue entonces que supe que de ahora en adelante él le dedicaría especial atención a esa zona.
—Vergil —gemí, mis manos aferraban fuertemente su cabello mientras que las suyas habían comenzado a acariciar mis senos por encima del sujetador.
—Dime —susurró él en mi oreja una vez más, divertido —. ¿Quieres que siga desnudándote? ¿Quieres que siga haciéndote sentir bien?
—Sí —Tartamudeé con un hilo de voz.
—Pídemelo bien, suplica —instó lamiendo mi lóbulo, su aliento caliente golpeaba mi piel.
—Por favor.
Y fue entonces que estuve segura de que las cadenas de la cordura de Vergil se habían roto una vez más, convertidas en no más que polvo en el viento.
En un rápido movimiento me colocó debajo de él, y muy lentamente me despojó de mis zapatos y pantalones, besando mis piernas en el proceso y admirando por unos instantes el tanga a conjunto del sujetador.
—Recuérdame que para el siguiente mes te regale lencería —comentó estirando la mano hasta la mesilla de noche, agarrando una vela y apagándola con un soplido.
Debía de ser cosa del momento, porque cada movimiento o acción que Vergil llevaba a cabo me parecía extremadamente sexy.
No sabía muy bien qué pretendía hacer con la vela exactamente, pero simplemente me dejé hacer cuando me colocó boca abajo y apartó el pelo de mi espalda suavemente, desabrochando el sujetador con gran maestría y dejando las tiras a mis costados. Hice el amago de quitármelo, mas Vergil no me lo permitió. Fue entonces que recordé aquella horrible cicatriz que tenía en la espalda y me puse tensa. Vergil la acababa de ver, pero no había dicho nada al respecto de momento.
No comentó acerca de ella, pero sus dedos se deslizaron por el borde de ella, soltando un suspiro.
—Sé que no es agradable de ver... —dije.
—No me incomoda, Carol —y, para darle más fuerza a sus palabras, el albino besó la zona con cariño y cuidado —. ¿De verdad pensabas que siendo mitad demonio me iba a importar que tuvieras algo así en tu cuerpo? Sería hipócrita de mi parte —comentó.
—Siempre ha sido algo que me ha acomplejado —admití, girando la cabeza para mirarle a los ojos, oscuros por el deseo.
—Pues a mí me gusta —susurró mientras se acercaba a mi oreja —. Así que relájate y disfruta —tras decir eso derramó algo en mi espalda; estaba caliente y no se sentía como un líquido normal.
Y fue entonces que lo comprendí: era una vela hecha de aceite para masajes.
Las grandes manos de Vergil se deslizaban por toda mi espalda, ejerciendo presión en los puntos indicados. No sabía por qué, pero estaba altamente excitada, el aceite hacía una especie de efecto calor que me estaba volviendo completamente loca. Pronto el albino pasó a mis piernas, y juraba que sentía fuego cuando sus manos se adentraban en la parte interna de mis muslos, muy cerca de mi centro.
No sabía por qué, pero sentía que él disfrutaba al tenerme en aquel estado, sobre todo cuando empecé a gemir debido a que había empezado a masajear mis nalgas, despacio, pero de manera intensa.
Para cuando terminó el masaje yo sentía una gran dualidad en mi cuerpo: me sentía extremadamente relajada, pero también altamente excitada, ya que Vergil jamás me había tocado tanto.
—¿Estás bien, Carol? —Asentí a su pregunta, estaba centrada en él, en sus manos, en su fuerte y gran cuerpo cernido sobre el mío.
—De maravilla —comenté, merecía saber que me estaba gustando todo aquello.
—Bien —concluyó, abrochando de nuevo el sujetador y dándome la vuelta con cuidado.
Acto seguido colocó las almohadas bajo mi cabeza y un cojín en mi espalda baja, alzando así mi pelvis. Bajó lentamente el tanga, separando con cuidado mis piernas y besando la cara interna de mis muslos, dando alguna que otra leve mordida mientras yo le acariciaba el cabello, alborotando sus blancos mechones mientras mis descontrolados gemidos seguían saliendo.
Vergil cogió entonces lo que parecía ser una tarjeta y la dobló por la mitad, liberando una sustancia viscosa que me hizo dar un pequeño respingo sobre mi centro. No sabía que el lubricante se podía encontrar en formato de monodosis.
Aunque pronto mi mente se centró de nuevo en el albino, quien había comenzado a esparcir bien el lubricante por la zona, introduciendo lentamente su dedo índice en mí cuando consideró que fue suficiente, comenzando a trazar lentamente círculos dentro de mí, curvando un poco el dedo para tocar esa sensible zona que logró que me volviera loca.
Nos miramos a los ojos, y él sonrió lascivo mientras introducía un segundo dedo y bajaba el rostro hasta mi entrepierna, apretando mi pierna con su mano libre.
—Ten por seguro que te haré gemir más mi nombre que aquella vez —le miré sin aliento, ¿a qué se refería? No podía ser...
—¿Qué...? —No pude ni terminar de hablar, ya que su lengua se había deslizado lenta y tortuosamente entre mis pliegues mientras que sus dedos se deslizaban dentro y fuera de mi interior.
—¿Ya no te acuerdas? —Susurró él, su lengua moviéndose sobre mi clítoris despacio, subiendo poco a poco la intensidad —. Estabas en tu habitación, gimiendo mi nombre mientras hacías exactamente esto —me quedé helada cuando dijo eso, no lo podía creer...
Sentí las mejillas rojas, Vergil se dio cuenta de mi sonrojo y pareció disfrutarlo.
—Fuiste una chica muy mala aquella noche —otra lamida —. Pero no te preocupes, me gustan las chicas malas —me fue imposible seguir tensa, sus caricias me lo impedían.
Me sentía totalmente ida, estaba completamente sobreestimulada, sus dedos bombeando dentro y fuera de mí mientras acariciaba ese dulce punto, su lengua sobre mi clítoris junto con sus labios cerrándose en torno a él, más el añadido del efecto calor del lubricante era demasiado.
Sentía que el orgasmo llegaría de un momento a otro, y sabía que él también podía notarlo. Su nombre no dejaba de escapar de mis labios, solo podía pensar en él mientras mis manos revolvían y tiraban de su cabello y mi cuerpo se arqueaba en busca de más contacto.
—¡Vergil! —Exclamé cuando llegó el devastador orgasmo, fue tan fuerte que incluso unas pocas lágrimas se deslizaron por mis mejillas.
Mi cuerpo se sentía pesado y débil, y cuando vi a Vergil separarse de mí sus labios estaban brillantes debido a mis fluidos. Pero lo más impactante para mí fue que se llevó sus dedos a la boca y los lamió despacio, disfrutando del sabor que mi vagina había dejado en ellos.
—No sabía que pudieras hacer eso.
—Yo lo acabo de descubrir —admití, jadeante.
Jamás había estado tan excitada como para tener una eyaculación femenina, pero con este hombre no habían imposibles.
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