Capítulo 32
Al volver a casa me pasé por el apartamento de V y le expliqué todo el tema de mañana, y él, pícaro, concluyó en que Vergil me quería llevar a algún lugar especial para hacer cosas igual de especiales.
Me puse roja como un tomate cuando mi amigo insinuó eso, pero cierto era que yo también me había decidido a intentar mantener relaciones sexuales con Vergil, así que igual no era tan descabellado pensar eso después de todo.
Como era de esperar, V me dijo que se haría cargo de Zack, así que le di las gracias por ello y tras un rato regresé a mi estudio, aunque no duré mucho allí.
No paraba de comerme la cabeza con lo que me había dicho mi amigo, ¿y si después de todo Vergil sí me llevaba a un hotel o a cualquier otro lugar para mantener relaciones? ¿Y si lo que había planeado era una especie de "primera vez" para mí? Tragué saliva, no tenía nada sexy que ponerme, todo lo que tenía eran conjuntos simples, sin ningún tipo de detalle o cosa que pudiera llamar la atención de un hombre.
Fue entonces que salí de casa, apenas eran las ocho de la noche, así que tenía tiempo de ir a cualquier tienda de lencería y conseguir un conjunto apropiado para la ocasión.
Afortunadamente encontré uno que se ajustaba a mis gustos y mi presupuesto: era azul eléctrico, con encaje de color negro en las copas del sujetador y en la parte delantera del tanga de hilo. No era nada demasiado exótico, pero estaba segura de que a Vergil le gustaría. Simple, pero efectivo. O eso esperaba.
Eran las diez para cuando volví a casa, así que simplemente arreglé un poco la casa, cené, le puse de comer a Zack, me duché, preparé mi ropa de mañana y me metí en la cama, leyendo un libro hasta más o menos la medianoche.
A la mañana siguiente me desperté por el sonido del despertador, era el gran día. Me levanté de la cama, desayuné, me vestí con un pantalón ajustado de cuero negro, un jersey de cuello de tortuga blanco, mis botines negros y me puse encima una gabardina negra, también de efecto cuero.
Mientras dejaba a Zack con V un mensaje llegó a mi teléfono: era Vergil, venía a por mí. Era la primera vez que me recogía para llevarme a su casa tan temprano, supuse que o bien iba con tiempo, o bien simplemente lo hizo por el día que era.
Nos saludamos con un fogoso beso, felicitándonos por los cuatro meses.
—Estás preciosa —halagó mientras arrancaba el coche de nuevo.
—No es para tanto, pero gracias —le sonreí, sus ojos tenían un brillo especial.
Pronto llegamos a casa y Nero, como siempre, salió corriendo a recibirme.
La mañana con Nero pasó rápidamente, tanto que, para cuando quise darme cuenta, los albinos ya estaban de regreso en el apartamento.
—¿Qué tal el día en la oficina? —Saludé mientras servía algo de té.
—Bien, sin ninguna complicación —respondió Vergil, sentándose en el sofá a mi lado.
Me pegué a él en cuanto pude, y Dante se rio de nosotros al vernos tan pegados, aunque bastó una mirada de Vergil para que dejara de reírse tanto.
Un rato después Nero despertó de la siesta y Vergil y yo nos marchamos. No sabía dónde íbamos, pero me daba igual, estaba feliz porque estaba con Vergil, eso era todo lo que necesitaba.
Llegamos a un centro comercial y fuimos directos a los cines, estaba tan centrada en lo de los cuatro meses que se me había olvidado por completo que hoy se estrenaba una película que llevaba mucho tiempo esperando que saliera.
Compramos las entradas, un cubo de palomitas xxl y refrescos y nos metimos a la sala, encontrando rápidamente nuestros asientos.
—Te acordaste —le dije, las luces aún no se habían apagado.
—Por supuesto, ¿cómo no iba a acordarme? —Mencionó él, ganándose que le mirara con una sonrisa tonta en la cara.
—Te amo —susurré al tiempo en que se apagaban las luces, acercándome un poco a él para darle un corto beso.
Sabía que a Vergil no le gustaban demasiado las muestras de cariño en público, pero todo estaba oscuro y nadie iba a fijarse en nosotros, así que fue por ello que me tomé la libertad de besarle.
No estaba segura debido a la poca luz, pero podía jurar que se había sonrojado y todo por eso.
—Y yo a ti —respondió él en un casi inaudible susurro.
La película fue genial, de vez en cuando nuestras manos se rozaban al coger palomitas, y cuando eso pasaba nos mirábamos por unos breves instantes y sonreíamos como si fuésemos un par de tontos adolescentes enamorados.
Una vez que terminó la película, Vergil y yo nos levantamos y él me rodeó la cintura con su brazo derecho, cosa que hacía muy, pero que muy poco. Sonreí por ello, me encantaba que hiciera eso, y parecía que por fin tenía la suficiente confianza como para hacerlo más seguido.
Salimos del cine y volvimos al coche, conduciendo Vergil hasta un lujoso y hermoso restaurante en la azotea de un hotel. Todo el lugar estaba decorado con hermosas y brillantes guirnaldas de luces, enredaderas y algún que otro árbol, como si fuera un precioso bosque mágico en medio de aquella metrópoli tan grande, era realmente fascinante.
La comida estaba espectacular, pedí un risotto y fue sin duda el mejor risotto que había podido probar en toda mi vida. Vergil por su parte optó por carne en salsa, y aunque no la probé estaba segura de que estaba buenísima también, al menos por la pinta que tenía. Acompañamos todo con un vino tinto que me recordó bastante al que probé en la fiesta de empresa de los albinos, aunque estaba segura de que no era el mismo. Aun así, estaba de muerte.
Vergil y yo hablamos un poco de Nero mientras cenábamos, ya que Dante le había mandado un par de mensajes para informarle de cómo se estaba portando su hijo.
—"Echa de menos a Carol" —leyó Vergil el mensaje de su gemelo, haciéndole suspirar.
—No estás siendo un mal padre por hacer esto —le dije, cogiendo su mano —. Es solo que Nero está muy encariñado de mí, piensa que está mucho tiempo conmigo.
—Lo sé —suspiró de nuevo, aunque la preocupación seguía instalada en su mirada.
—Vergil —le llamé de nuevo, sonriente —. Eres el mejor padre que un niño pudiera tener.
Tras decir esto el albino sonrió levemente y me dio las gracias, yo le resté importancia y un camarero se acercó a nosotros para ofrecernos el postre, a lo que accedimos, había visto que tenían tarta de queso y no me iba a marchar sin probarla.
Y sí, estaba exquisita; cremosa y liviana. No sabía ni cómo era posible, pero el postre era incluso mejor que la comida
—¿Te ha gustado? —Preguntó Vergil cuando ya nos íbamos.
—¿Qué si me ha gustado? ¡Me ha encantado! Estaba todo exquisito, Vergil. Tienes un gusto increíble para los sitios —y es que era cierto, el albino siempre acertaba con los restaurantes.
—Me alegra mucho escuchar eso —sonrió él, acercándome más a su cuerpo.
Yo acepté el gesto con mucho gusto, amaba esa faceta cariñosa y mimosa de Vergil, era extraño verlo así y quizá por eso disfrutaba tanto cuando se ponía de esa manera.
Subimos al coche de nuevo y esta vez nuestro destino fue uno de los puertos de la ciudad, donde nos sentamos en un banco algo alejado del bullicio de la gente a contemplar el mar, que estaba completamente en calma.
—Me encanta que estés tan cariñoso —confesé, dejando caer mi cabeza en su hombro.
Escuché una pequeña risa de su parte, no lo podía creer, si que Vergil se pusiera cariñoso era extraño, que se riera era un verdadero acontecimiento histórico.
—¿De verdad que eres el Vergil de siempre y no un impostor? —Me giré a mirarle y la imagen que obtuve se me quedaría grabada por siempre en la memoria: sonreía ampliamente, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas. —¿Vergil?
—Es solo que por primera vez en muchísimo tiempo me siento feliz, Carol. Y es gracias a ti, tú has arreglado mi vida, y también has arreglado la vida de Nero. Nos has arreglado —admitió, no sabía en qué momento lo había hecho, pero su cola, aquella cola escamosa de su parte demoníaca, se había enroscado en mi cintura, apegándome a él mientras me rozaba suavemente la pierna con la punta.
—Es lo justo, tu arreglaste la mía primero —sonreí, él negó con la cabeza y me subió a horcajadas en sus piernas, rodeé su cuello con mis brazos.
—No me debías nada, si es lo que estás pensando. Tu no lo pediste, simplemente lo hice, necesitabais que alguien os librara de ese infierno —susurró, sus labios rozaban los míos con cada palabra.
—Tú también necesitabas a alguien. Bueno, necesitabais —rectifiqué —. Lo hice porque quise, Vergil. Y porque me gustas desde el instituto —reí, no veía el momento en que nuestros labios por fin se encontrasen en ese ansiado beso —. Voy a estar siempre que me necesitéis, yo no me iré a ningún lado —prometí, ellos no merecían eso, no de nuevo.
—¿De verdad? —Sus ojos, dios mío... lágrimas salían de ellos, parecía un pequeño niño desprotegido, solo ante un vasto mundo que nada más quería hacerle daño.
Y fue ahí, en ese preciso instante, que por fin pude comprender cuán dolido y afectado estaba Vergil por el abandono de la madre de Nero, ni siquiera sabía el nombre de esa mujer, pero no me hacía falta saberlo, ni a Vergil decírmelo. Deseé poder borrar a esa persona de su memoria, no por celos, sino por librarle de esa parte de su vida que tanto le dolía y traumaba.
Solo esperaba poder aliviar todo su dolor, al completo, y que todos esos dolorosos recuerdos se transformaran en solo vivencias que no dolieran.
—Te lo juro, Vergil. Siempre estaré a vuestro lado —susurré, sellando mi juramento con aquel ansiado beso en el que nos fundimos el uno con el otro, sumergiéndonos por completo en los sentimientos del otro, nuestras almas se sentían como una sola unidad.
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