Capítulo 3

Me sentí tremendamente pequeña tan pronto como pasé el umbral del ascensor. Porque sí, el ascensor conectaba directamente el garaje con el ático dúplex de los Sparda.

Solo el recibidor era igual de grande que mi dormitorio. Y ya si hablábamos del salón, que fue la siguiente estancia por la que pasamos, este era igual de grande que todo mi estudio.

Casi se me cae la mandíbula al suelo al ver todo ese espacio monocromático. A decir verdad yo no desencajaba tanto allí, era todo con decoraciones simples y minimalistas, mucho blanco y negro.

No pude evitar soltar un silbido de admiración, asombrada por todo ese espacio y lujo.

—Menuda casa —susurré, más para mí misma que para cualquier otra persona.

—Y aún hay dos pisos más —miré a Dante asombrada mientras caminábamos a lo que supuse sería el despacho de su hermano.

Y así fue, una gruesa puerta doble de madera maciza se presentó ante mi tras unos cuantos pasos. Dante tocó y la voz de Vergil nos dio permiso para abrir.

—Aquí te la dejo, hermanito —rio Dante, medio empujándome por la espalda y cerrando la puerta una vez que estuve dentro.

—Gracias Dante, gracias —dijo Vergil, apretándose el puente de la nariz. —Buenos días, Carolina. Toma asiento, por favor —señaló el sillón que había al otro lado del escritorio, justo frente a él.

—Buenos días también, señor Sparda —saludé con una sonrisa en la cara, haciendo lo que me dijo.

—Tiempo sin vernos —comentó dejando unos papeles, levantando su vista hacia mí y clavando sus azules ojos en mi persona.

—Desde la secundaria, si mal no recuerdo —había cambiado mucho desde entonces, pero seguía con ese semblante serio y frío de siempre.

Lo examiné en detalle: cabello blanco y corto peinado cuidadosamente hacia atrás, ojos azul hielo, tal y como Dante, mandíbula afilada y labios finos. Prácticamente era como mirar a Dante bien peinado.

—Sí… Que tiempos —pude ver un pequeño tinte de nostalgia en sus ojos, como recordando aquellos años con añoranza. Yo solo podía recordarlos con dolor y asco. —Bueno, no estamos aquí para recordar viejos tiempos —y ahí estaba el Vergil directo. —¿Qué tal se te dan los niños?

—Pues esta sería la cuarta vez que me haría cargo de uno —el albino asintió con la cabeza, anotando algo en un papel. —Me adapto muy bien a las situaciones con niños, sé que suena feo decirlo, pero tengo muy buena mano con ellos, incluso si son rebeldes.

—Con mi hijo no tendrás ese problema, te lo aseguro —me tranquilizó, medio riendo.

—¿Qué edad tiene? —Pregunté, curiosa.

—Un año y diez meses, aún es pequeño, pero anda y habla bastante bien ya —asentí con la cabeza, deseosa de conocer ya al pequeño.

Tras unos diez minutos de preguntas y repuestas, el teléfono de Vergil sonó y él atendió la llamada, saliendo de la estancia y volviendo a los pocos minutos.

—Escucha, me ha surgido un imprevisto en la oficina y tengo que irme, hoy estás de prueba —dijo a toda prisa, mientras recogía unos cuantos papeles. —Ven conmigo, te llevaré con Nero para que os conozcáis —me costó procesar todo, pero asentí y me levanté, siguiendo a Vergil escaleras arriba. —Aquí están todas las habitaciones y baños, la siguiente planta es el solárium y la piscina, tenemos las mejores vistas de toda Nueva York —explicó.

—¿Dejas a Nero subir a la siguiente planta? —Pregunté mientras caminábamos por el pasillo.

—Solo si alguien va con él —aclaró, a lo que asentí.

Finalmente llegamos ante una puerta con letras de madera en ella, en la que se podía leer claramente “Nero”, Vergil la abrió y pasamos dentro.

—¿Nero? ¿Dónde estás hijo? —Habló el albino, mirando la habitación como un maníaco pues no había ni rastro del chiquillo.

—¡Bu! —la puerta del armario se abrió de golpe y un pequeño niño albino de pelo corto y ojos azul hielo como los de Vergil salió del mueble, con los brazos en alto. —¿Te he asustado papi? —Le preguntó al mayor mientras este lo tomaba en brazos.

—Mucho, no lo vuelvas a hacer por favor Nero —le dijo con voz un tanto seria al niño. —Mira, esta es Carolina, será tu niñera hoy —nos presentó al acercarse hasta mí.

—Hola Nero, ¿qué tal? Puedes llamarme Carol si quieres —le sonreí y le tendí mi mano.

El chiquillo me miraba algo extrañado, pero pronto Vergil le animó a comportarse como un hombre y tomar mi mano para darme un pequeño apretón. Fue un poco tenso, pero pronto el niño sonrió.

—¡Car! ¡Burrum-Burrum! —No pude evitar reír cuando el pequeño hizo aquella gracia.

—Ya veo que te gustan los coches, pequeñín —toqué la punta de su nariz con mi dedo índice. —¿Me enseñas tu colección? —Era obvio que tendría un montón de coches de juguete.

El niño abrió los ojos, ilusionado mientras asentía efusivamente, así que Vergil negó medio riendo mientras lo dejaba en el suelo.

—Acabas de condenarte, Carolina —palmeó mi hombro y se agachó a la altura de Nero. —Papá tiene que irse, ¿vale? Pórtate bien mientras no estoy, ¿sí? —el pequeño albino asintió y Vergil le dio un beso en la frente, recibiendo un abrazo a cambio. —Te quiero —añadió mientras se levantaba y revolvía el pelo del niño.

—¡Y yo a ti papi! —Sonreí enternecida ante aquella escena, jamás pude imaginar que Vergil tuviera esa faceta tan dulce y paternal.

—Cuidaré muy bien de él, quédate tranquilo —prometí.

—Más te vale, es lo que más me importa en esta vida —asentí con la cabeza y le sonreí. —Volveré… no tengo ni idea de cuándo, la verdad —dijo tras un suspiro. —Hay comida de sobra en la nevera, siéntete libre de coger lo que gustes.

—Está bien, muchas gracias. Nos vemos luego, entonces —le despedí con la mano y él se marchó sin decir nada más, cerrando la puerta del cuarto tras él.

Miré a Nero mientras me quitaba los zapatos, con una sonrisa de oreja a oreja, sintiendo el agradable suelo de gomaespuma bajo mis pies.

—Bueno… Coches, ¿no? —Antes siquiera de poder acabar la frase, el pequeño albino ya había desperdigado un montón de coches de juguete por el cuarto, de todos los modelos y colores.

—¡Este es mi favorito! —Me dijo, viniendo hacia mí con un diminuto coche azul eléctrico de juguete, similar a un Lamborghini aventador.

Me senté en el suelo junto a él y cogí el coche entre mis manos, era muy bonito, tenía que admitirlo.

—¿Y por qué es tu favorito? —Le miré, curiosa. ¿Por qué no uno rojo como el de Dante?

—¡Pues porque es el coche de mi papá! —Exclamó, como diciéndome algo que yo ya sabía.

—Vaya… —me quedé asombrada, conociendo a los Sparda y el dinero que manejaban, y habiendo visto el cochazo de Dante, era de esperar que Vergil estuviera a la altura o incluso por encima de su hermano.

—¿Te gusta? —Insistió Nero.

—Sí, ¡me gusta mucho! —le dije, sonriente.

—¿De verdad? —Asentí. —¡Entonces le diré a papá que te lleve a ti también en su coche! —La verdad me fascinaba lo mucho y lo bien que hablaba para ser tan pequeño, sin duda alguna este niño había sacado la inteligencia de su padre.

Me quedé totalmente atónita cuando le escuché decir eso, pero me enterneció de igual manera, acababa de conocerme y ya me consideraba una más, y eso era lo mejor que me podía pasar al cuidar de un niño, sin duda alguna.

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