Capítulo 24

Mi madre seguía igual que siempre, una mujer activa, de estatura media, cabello castaño salpicado de unas pocas canas y ojos de color verde oliva. La edad no le estaba dando tregua, y algunas arrugas eran ya visibles en su amable rostro.

—Creo que no te lo he comentado, pero nosotras celebramos Nochevieja a la española —le dije a V mientras mi madre iba a la cocina para revisar la cena.

—¿A la española? —Enarcó él una ceja, yo asentí.

—No sé si conoces la tradición, pero en España tomamos doce uvas esta noche, una por cada campanada —le expliqué.

—Bueno, es más interesante que hacer una cuenta atrás —dijo mi amigo.

—Los españoles sí que sabemos montar una buena fiesta —comentó mi madre al entrar en el salón de nuevo —. Los americanos sois mucho más aburridos en ese sentido.

—¡Mamá! —Regañé yo, teníamos confianza con V, pero no sabía hasta qué punto mi amigo se tomaría bien ese comentario.

—No te preocupes —me dijo el moreno riendo —. Tu madre es genial, ya la echaba de menos.

Yo también la echaba de menos si era sincera, pero tenía que hacer mi vida, y eso significaba seguir avanzando sola.

Fue una noche fantástica, necesitaba estar con mi madre y ni siquiera me había dado cuenta de ello. Le conté acerca del viaje a Disney y todo lo que pasó mientras cenábamos, y ella quedó asombrada con las acciones de Vergil.

Y por fin el tan esperado momento llegó: las doce menos 5. Llenamos nuestras copas y tomamos las uvas al compás del gran reloj del salón, que sonó doce veces.

—¡Feliz año nuevo! —Exclamamos los tres al unísono, chocando nuestras copas de champán y bebiendo alegremente.

Como era costumbre, mi madre y yo nos dimos dos besos, y pese a que V estaba extrañado de ello, también nos los dio a nosotras.

Instantes después de aquello mi teléfono comenzó a sonar, indicando que tenía una videollamada entrante: Vergil. Sonreí al verlo y me disculpé, saliendo al balcón de la casa.

—¡Feliz año nuevo! —Saludaron los tres albinos tan pronto como atendí.

—¡Feliz año nuevo! —Exclamé yo también, estaban en el último piso de la casa, con los fuegos artificiales del centro de fondo.

—¿Qué tal todo? —Preguntó Vergil, todavía con Nero en brazos.

—Muy bien, en casa celebramos diferente la entrada del año —expliqué mientras daba un pequeño sorbo a mi copa.

—¿Diferente? —Preguntó el pequeño, curioso. Yo asentí con la cabeza.

—Te lo explicaré otro día, ¿vale Nero? Te lo prometo —Le sonreí.

—¡Vale! ¡No lo olvides! —Sonreí ante su risueña actitud.

—No me tomes por un entrometido, pero ¿pasarás la noche con tu madre? ¿Necesitas que vaya por ti? —Yo negué con la cabeza.

—Dormiré aquí, no te preocupes Vergil —le tranquilicé mientras él dejaba a Nero en el suelo para que viera los fuegos artificiales con Dante —. Te sientan bien los fuegos artificiales —y no mentía, incluso estando de espaldas a las brillantes y coloridas explosiones su luz llegaba a iluminar el rostro del albino.

—A ti también, Carol —respondió él, sonriente. Y es que a pesar de no estar en pleno centro de la ciudad, en un parque cercano a casa estaban tirando cohetes también, y yo estaba de cara a ellos, mirándolos de tanto en tanto; me fascinaban.

—Gracias —susurré mientras él alzaba su copa.

—Por un buen año juntos —deseó, acercando un poco su copa al teléfono, haciéndome sonreír como una tonta por el gesto y sus palabras.

—Por un buen año juntos —deseé yo, imitando su gesto.

Tras aquellas palabras dimos un sorbo a nuestras copas y reímos al volver a mirarnos a los ojos. Estábamos actuando como jóvenes enamorados, pero me sentía bien con ello, no me daba vergüenza o me hacía sentir mal. Con él me sentía a gusto, además de que tenía la certeza de que Vergil jamás se burlaría de mi o me juzgaría.

Hablamos por unos pocos minutos más y finalmente terminamos la llamada, volviendo yo con mi madre y V, quienes me acribillaron a preguntas sin descanso alguno.

Esa noche nos acostamos muy tarde, creo que eran las cuatro o cinco cuando me dejé caer en mi antigua cama, rendida y habiendo bebido casi una botella entera de champán yo sola. Mañana estaría para el arrastre, pero no me importaba.

Desperté a la mañana siguiente con una resaca de aúpa, era la una de la tarde y mi madre ya estaba en la cocina preparando la comida. No entendía cómo podía estar levantada después de habernos acostado tan tarde.

Al salir al salón me encontré con V sentado en el sofá, tomándose un café. Fui a la cocina y me serví yo uno también, tomándome de paso una pastilla para el dolor de cabeza.

El resto del día fue tranquilo, comimos los tres juntos y pasamos un poco de la tarde allí, volviendo a nuestros estudios sobre las ocho de la noche, más o menos. Le prometí a mi madre que iría a verla más a menudo antes de salir de casa, y pensaba cumplirlo; ambas nos necesitábamos mutuamente pese a que ninguna lo admitiera.

Un rato después de llegar a casa recibí una llamada de Vergil invitándome a ir con ellos de cena para celebrar la entrada del año nuevo juntos, ya que no habíamos tenido ocasión de vernos en todo el día. Acepté no solo por Vergil, sino también por Nero, a quién sabía que le haría mucha ilusión verme a pesar de haber estado conmigo el día anterior.

Media hora después de eso los albinos me recogieron y nos fuimos juntos a un restaurante italiano finísimo que, según Dante, era el favorito de su hermano. Cada mesa, silla y detalle del lugar desprendía elegancia y clase, así como una sensación de estar en la misma Italia, el lugar era simplemente perfecto.

Fue una velada verdaderamente amena y tranquila, reímos, comimos y sinceramente Vergil y yo estábamos como en una nube, incluso estando en compañía de Dante y Nero. Nuestras miradas no dejaban de encontrarse, y tras eso una pequeña sonrisa aparecía en nuestros rostros; se sintió como un momento realmente íntimo.

Horas más tarde, cuando el reloj dio la una de la mañana, me dejé caer en mi cama, sin dejar de pensar en la cena y lo feliz que me sentí en ella; se sentía como si Dante, Vergil, Nero y yo fuésemos una verdadera familia feliz. Quizá ellos no lo sentían de esa forma, pero yo ya me sentía así.

Unos días pasaron desde aquello, la relación entre Vergil y yo se sentía cada vez más fuerte, aunque él a veces mantenía una actitud reservada, cosa que yo no entendía ya que pensaba que finalmente se había decidido a abrirse a mí, sin excepciones. Una tarde, mientras Nero dormía y nosotros tomábamos algo de té decidí lanzar la gran bomba:

—Vergil, ¿estás bien? Estos días te he notado un poco más... —¿cómo decirlo sin que sonara mal? —distante.

Él dejó de mirar el libro que leía por un instante, mirándome de soslayo y volviendo rápidamente a su lectura.

—Serán imaginaciones tuyas —lo dijo tan apresuradamente que era demasiado evidente que estaba nervioso, algo muy extraño en él.

—Vamos Vergil, simplemente díselo —Irrumpió Dante en la sala, haciendo que le mirase con el ceño fruncido.

—Tú no te metas, Dante —replicó el mayor de los albinos.

—¿Decirme qué? —Inquirí rápidamente, evitando que Dante volviera a hablar mientras que miles de cosas rondaban por mi mente, y ninguna era buena.

Vergil suspiró, cerró el libro y lo dejó sobre la mesa de mala gana, levantándose acto seguido.

—Que Nero no se acerque al despacho, mantenlo entretenido —ordenó a su hermano muy seriamente —. Ven conmigo, Carol.

—Sí... —Tartamudeé yo, levándome del sofá y yendo junto a Vergil hasta su despacho —. Vergil, ¿va todo bien? —Llegados a aquel punto yo estaba más que preocupada y sin dejar de cuestionarme si hice algo mal en todo ese tiempo.

—Carol, tengo que contarte algo. 

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