Capítulo 21
De nuevo la semana pasó sin mucho a destacar, y para cuando quise darme cuenta el tan ansiado día en que volaríamos hasta Disney había llegado. Vergil, Dante y Nero pasaron por mí para ir al aeropuerto, y como era de esperar, Nero preguntó a su padre por qué estábamos en aquel sitio tan grande, a punto de volar.
—Porque nos vamos a Disney, hijo —sonrió Vergil.
Pero si había una sonrisa grande ahí esa era sin duda la de Nero, quien se puso a dar saltos y a gritar de felicidad, sobre todo al ver que yo también iría con ellos a aquel parque de atracciones.
Volamos en primera clase, y cuando llegó el momento del despegue un inexplicable y repentino pánico me asoló por completo, a tal punto de que Vergil, que estaba sentado a mi lado, tuvo que agarrarme la mano para que me tranquilizase.
—Todo irá bien Carol —me dijo con voz serena, él estaba tan tranquilo mientras que yo me moría de los nervios.
Apreté su mano y respiré hondo, conteniendo la respiración mientras el avión dejaba de pisar tierra firme. Finalmente, cuando después de unos pocos instantes estuvimos estabilizados en el aire, solté todo el aire que mantenía preso en mis pulmones.
—¿Ves? Todo está bien —comentó Vergil.
No, no lo estaba, ya que de repente unas enormes náuseas me asaltaron, fueron tan fuertes que tuve que correr al baño, devolviendo hasta la primera papilla.
—¿Te encuentras mejor? —Vergil me había seguido, esperando fuera del pequeño baño por si algo me ocurría.
—Ahora sí —suspiré, volviendo a nuestros asientos —. Siento mucho esto —me disculpé, él negó con la cabeza.
—Es algo normal, no tienes nada por lo que pedir perdón.
Casi tres horas después llegamos a Orlando, recogimos nuestras maletas y partimos hacia Disney. Nero no paraba quieto, estaba muy emocionado, y le entendía ya que, aunque no lo demostrara, yo estaba igual o incluso más emocionada que él.
Llegamos a nuestro hotel, el "Disney's Polynesian Village Resort" y tras hacer el check in nos fuimos al parque, en teoría el personal del hotel se encargaría de llevar nuestras maletas a la habitación, y más tarde, cuando la habitación quedara lista, nos darían las llaves. Pero eso sería después de la hora de la comida.
Nada más pasamos las barreras de entrada una sensación de emoción y felicidad se instaló en mi cuerpo, nada más había visto la entrada y el castillo a lo lejos y ya estaba que no cabía en mí.
Nero y yo lideramos la marcha en todo momento, mientras que Vergil y Dante nos seguían allá donde fuéramos. Vimos la gran cabalgata al mediodía, y tiempo después nos metimos en uno de los tantísimos restaurantes para comer, menos mal que Vergil se había encargado de reservar, porque en aquel sitio no cabía ni un alfiler.
La comida estaba muy buena, y la gente del lugar hizo que aquella hora fuera verdaderamente mágica, todo estaba perfectamente cuidado al detalle, las servilletas, los vasos, cubiertos... absolutamente todo parecía sacado de un auténtico cuento de hadas, como era de esperar de Disney.
Pasamos la tarde explorando el parque, comiendo todo tipo de tentempiés y subiendo a alguna que otra atracción, sin mencionar algunos meet & greet con algunos personajes. Notaba que Vergil no terminaba de sentirse cómodo allí, y en parte entendía cómo se sentía, ya que seguramente se sentía como pez fuera del agua, así como yo me sentí aquella noche en su fiesta de empresa.
Horas más tarde, después de haber visto la ceremonia de cierre con fuegos artificiales, volvimos al hotel, yendo por fin a nuestra habitación, una suite que fácilmente podía pasar por una casa, ya que tenía un comedor enorme con un sofá cama y varios sillones, mesa y sillas también y cocina con barra americana. Por otro lado, en la parte de arriba teníamos un baño con dos espejos, dos lavamanos, una bañera y un plato de ducha. Y por último estaba la habitación, también en la parte de arriba, con dos camas queen size y una king size.
Nos pusimos de acuerdo y al final concluimos en que Vergil dormiría con Nero en la cama más grande mientras que Dante y yo ocuparíamos las otras dos. Jamás había dormido en una cama de aquel tamaño, ni tampoco con aquel nivel de confort.
Fueron unos días absolutamente mágicos, había atracciones en las que nos turnábamos para subir, ya que Nero no podía subir en todas. Principalmente yo subía con Dante mientras que Vergil se quedaba con Nero, y una vez que ambos nos bajábamos, Vergil subía con su hermano y yo cuidaba de Nero. El mayor de los Sparda no parecía muy emocionado de subir a las atracciones, pero con ayuda de Dante y también Nero terminaba subiendo.
Mientras visitábamos una de las tiendas del lugar, Nero se encaprichó de las orejas de Mickey que todo el mundo llevaba, solo que lo que en verdad quería el pequeño era que todos llevásemos orejas, sin excepciones. Yo accedí y Dante también, mientras que a Vergil le costó un poco más ceder. Pero no le quedó de otra, estábamos ahí para hacer feliz a Nero. Era todo un espectáculo ver a Vergil, alguien serio y frío, con unas orejas de Mickey Mouse, jamás olvidaría aquella imagen.
El día 24 llegó, y por la mañana Nero recibió la visita de algunos Avengers: Capitán América, Spiderman y Thor, y estos le desearon un muy feliz cumpleaños. Fue maravilloso presenciar aquella escena, le hicieron sentir como un super héroe más, y esa imagen fue absolutamente conmovedora.
Allí donde íbamos en los parques, y siempre que se dieran cuenta de la chapa que llevaba el pequeño avisando de que era su cumpleaños, los miembros del parque le felicitaban. Se sentía como un rey allí dentro, y le entendía, todo el mundo tenía sus ojos puestos en él, pendientes de que el día fuera perfecto para él.
En cierto momento, y mientras Nero y Dante se iban por palomitas, Vergil llamó mi atención:
—Carol, ¿podemos hablar un momento? —Yo aparté mi atención del característico castillo del lugar y la centré en el albino, no pudiendo evitar que mis ojos se desviasen por un instante a las enormes orejas redondas que coronaban su cabeza.
—Claro, ¿pasa algo? —Él negó.
—Verás, el motivo de este viaje no era solo festejar el cumpleaños de Nero —le miré con una ceja alzada —. Lo que quiero decir es que me gustaría arreglar las cosas contigo, siento que estas últimas semanas han sido un poco incómodas para ambos, y quisiera que esa situación se acabara —confesó.
Yo también quería eso más que nada en el mundo, pero sabía que nuestra relación no volvería a ser como era, ni por asomo.
—También me gustaría que este ambiente tan raro entre nosotros desapareciera, si te soy sincera —y ahí pude ver una pequeña sonrisa de su parte.
—Bien, entonces... ¿querrías que tú y yo comenzáramos algo juntos?
Solté una exhalación ante la proposición, ¿había oído bien? ¿Vergil de verdad me estaba pidiendo que tuviéramos algo?
—Yo... —Tartamudeé —. ¡Sí! ¡Sí quiero!
Su sonrisa se ensanchó a una que jamás había visto antes por su parte, con todos sus dientes, de felicidad plena. No se contuvo más y me abrazó por la cintura, inclinándose un poco para quedar a mi altura y juntar sus labios con los míos en un dulce beso que le seguí sin dudarlo ni un momento.
Escuché aplausos a nuestro alrededor, y pronto Nero corrió a abrazarnos mientras que Dante nos daba la enhorabuena. Sinceramente el escenario era digno de una escena de proposición de matrimonio, pero un noviazgo con Vergil era algo que realmente me llenaba de alegría y dicha.
Horas más tarde, ya de vuelta en el hotel, y mientras Vergil y yo tomábamos algunas copas en el bar Tiki del lugar, no pude evitar mirarle embelesada.
—¿Qué? —Preguntó él, yo negué.
—No me puedo creer que esto esté pasando —sonreí, bebiendo un poco de mi cóctel.
—Si te soy sincero me costó decidir si pedírtelo o no, principalmente por Nero —admitió.
—¿Por?
—Me da miedo que se encariñe mucho de ti y al final esto no resulte —había algún miedo escondido entre las palabras de Vergil, pero no lograba descifrar a qué.
—Nero ya está encariñado de mí, suena feo que lo diga, pero es la realidad —me encogí de hombros —. De todos modos, ¿por qué no iba a resultar? Después de todo estoy enamorada de ti desde la secundaria —Vergil se giró con los ojos muy abiertos ante aquella confesión, el alcohol me estaba soltando la lengua de nuevo.
—¿Hablas en serio? —Yo asentí.
—Me engañaba pensando que gustaba de Dante, pero hace poco me di cuenta que el que de verdad me interesaba eras tu —confesé.
—Es gracioso porque amenacé a Dante en múltiples ocasiones para que no se acercara a ti —admitió él.
—No te creo, ¿celoso?
—Dante solo te habría hecho daño en aquella época, no quería verte así —si él supiera por todo lo que pasé en aquellos años...
—Gracias, supongo.
—¿Supones? —Alzó una ceja y yo reí.
—Es broma —y terminé mi cóctel, mirando la hora después, ya era medianoche —. Feliz Navidad, Vergil —sonreí, dejando un beso en su mejilla.
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