Capítulo 1

—¡Venga Carolina, llegaremos tarde! —Mi mejor amiga, una pelirroja de ojos azules llamada Gema me estaba metiendo prisa ya que habíamos quedado con unos amigos para ir a un nuevo club de la ciudad.

—¡Ya voy Gema, ya voy! —Respondí desde el baño, de la humedad de la ducha mi pelo negro y liso se había encrespado y ahora me tocaba lidiar con él.

Finalmente lo conseguí y me miré al espejo, haciendo un maquillaje ahumado alrededor de mis ojos marrones.

Tras eso me puse un vestido ceñido negro y corto que resaltaba mi cintura de avispa, mis tacones y unos pendientes dorados largos. Me sentía muy extraña al caminar con tacones, ya que no los solía llevar.

—¡Dios mío que asco! —Exclamó Gema desde el otro lado de la puerta. —¡Carol, tu gato se me está acercando! —Amaba a Gema, pero no soportaba lo poco tolerante que era con Zack, mi gato gris de raza sphynx.

—Quiere entrar para hacer sus cosas, su caja de arena está en el baño —expliqué mientras abría la puerta, dejando entrar a mi pequeñín. —Pórtate bien mientras mamá no está, ¿de acuerdo? —Le dije mientras lo acariciaba.

—No puedo creer que le estés hablando así a esa rata enorme —reprochó la pelirroja.

—Deja ya de meterte con él —recriminé no queriendo pelearme con ella. —Vámonos —ordené cuando tuve mi pequeño bolso en la mano y también mis llaves.

—¡Por fin! —Negué con la cabeza, ella y yo nos llevábamos muy bien, pero cierto era que éramos como la noche y el día.

Gema era una persona extrovertida, confiada y desvergonzada, la alegría de la huerta en resumidas cuentas, mientras que yo era más callada, introvertida y tímida. Aún me preguntaba cómo es que éramos tan buenas amigas.

Salimos del pequeño estudio en el que vivía y fuimos andando hasta el local, ya que no quedaba demasiado lejos de mi casa. Nuestros amigos ya estaban en la puerta, bueno mejor dicho, los amigos de Gema. Nos saludamos y entramos todos juntos, sentándonos en una mesa.

No llevaba ni diez minutos en el local y ya me quería ir, ya que me sentía totalmente fuera de lugar y un poco excluida del grupo. Uno de los chicos que iban con nosotras quiso intentar algo conmigo, pero pasé de él, no me gustaba y tampoco me interesaban los rollos de una sola noche.

Tras unas dos horas y media, todos íbamos perjudicados, unos más que otros por supuesto, pero bebidos a fin de cuentas.

—¡Oh mierda! —Exclamó Gema de repente, haciendo que la mirara.

—¿Qué pasa?

—¡El hermano de mi jefe! —Señaló hacia la barra, a un chico de más o menos nuestra edad, de cabello blanco, camisa roja y pantalones negros.

Abrí los ojos como platos, conocía a aquel sujeto, se trataba de Dante Sparda, un antiguo compañero de instituto.

—Lo conozco un poco, iba a mi clase en el instituto —le dije, encogiéndome de hombros. —Se tiraba a todo lo que se movía, pero misteriosamente conmigo no quería nada —tenía esa espinita clavada si era sincera.

Y tenía motivos, ya que Dante, tal y como le había dicho a Gema, era un fuckboy en toda regla, y no entendía cómo es que yo no fui una de sus conquistas. Me apenaba porque el chico era apuesto, guapo e incluso gracioso. En aquellos años era el chico de mis sueños, me encandilaban sus ojos azul hielo y su pelo blanco me volvía completamente loca.

—Vaya, pues menos mal que no caíste, seguramente habrías terminado con el corazón hecho pedazos —reflexionó.

—Imagino que sí.

—Bueno, el caso, tenemos que irnos —de vuelta a las prisas y la histeria.

—¿Se puede saber qué pasa con Dante? ¿Y cómo es eso de que su hermano es tu jefe? —Estaba muy extrañada con la manera de actuar de Gema.

—Que no puede verme aquí, eso es lo que pasa. ¡Le dije a su hermano que hoy no podía ir a trabajar porque estaba enferma!

No pude creer que Gema hiciera eso, yo era alguien muy responsable que jamás haría algo así.

—¿Cómo se te ocurre? —La regañé, pero ante su clara desesperación simplemente suspiré y le dije que cogiera sus cosas.

Y así, a las corriendas, nos marchamos de allí, vigilando que Dante no viera a Gema, ya que dudaba mucho que se acordara de mí.

—¿Y de qué trabajas tu para... Vergil? Se llamaba así, ¿cierto? —Gema asintió.

—Soy la niñera de su hijo, Nero —no pude creerlo, Dante tenía 26 años, tal y como Vergil, ya que eran gemelos. ¿26 años y ya con un hijo?

—No puedo creer que haya tenido un hijo tan joven. ¿Cuánto tiempo tiene el niño?

—Casi dos años, pero es más malo y más travieso que yo que sé. A veces me dan ganas de dejar el trabajo, de verdad te lo digo. Y ni hablar de Vergil... Que tío más desesperante y estirado.

Intenté recordar al otro gemelo, pero pasaba tan desapercibido que apenas le recordaba más allá de que también tenía el pelo blanco y los ojos azules, además de que tenía la misma estatura que Dante, 1'90 más o menos.

—Bueno, ten en cuenta de que es tu jefe, no tu amigo —me encogí de hombros mientras sacaba las llaves de mi portal.

—Tiene al niño súper mimado, siempre que le digo que se ha portado mal me dice que eso no puede ser, que su hijo está recibiendo una educación excelente y que es imposible que haya hecho algo malo —relató, frustrada.

—Los padres siempre tienden a idealizar a sus hijos, no te preocupes por eso —palmeé su hombro. —Ten paciencia, Gema. ¿Cuánto llevas ahí?

—Tres semanas no llega, y ya estoy harta. ¿Sabes qué? El Lunes lo dejo, paso de volver a esa casa infernal —gruñó.

—¿Y qué piensas hacer? La bolsa está en la mierda, yo pensé que tendría trabajo como veterinaria y aquí me tienes, desempleada y mirando ofertas de trabajo cada cinco minutos —le recordé, pese a que Nueva York era una ciudad exageradamente grande, lo de encontrar empleo era más que difícil.

—Un amigo me ha encontrado un trabajo temporal —explicó.

—¿El mismo amigo que ha intentado algo conmigo? Por Dios Gema, corta ya la relación con esa gente, solo te quieren como juguete cuando les apetece hacer un trío —y sí, Gema era como una especie de juguete sexual para Mira y James.

—Si me beneficia mantener lazos, los mantendré —rodé los ojos ante la contestación. —¿Quieres que te recomiende a Vergil? A ti te gustan los críos, ¿no? —Asentí con la cabeza. —No creo que dures, ya te digo que ese niño es más malo que un dolor de muelas, y su padre y tío son incluso peores.

—Necesito dinero, Gema —le recordé. —No puedo estar pidiéndole a mi madre que me mande dinero, ella está sola —recordé a mi madre, mañana la llamaría.

—Vale, pues el Lunes le doy tu teléfono a Vergil y que te llame —asentí y nos despedimos, me era un poco extraño eso de que Gema me cediera su empleo, pero trabajo era trabajo, y era cierto que pese a mi naturaleza introvertida, me encantaban los niños, así como los animales.

Tan pronto como entré en casa me cambié de ropa y me acosté en la cama, cayendo dormida a los pocos minutos.

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