♦️ Eternamente ♦️
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En una casa cálida y acogedora, una chica de cabello negro estaba sentada en el sofá con un niño de aproximadamente ocho años de edad. Ambos observaban la televisión, arropados por el suave resplandor de la pantalla. Era de noche, y la tranquilidad de la casa solo se rompía por el sonido de la película y el crujir de las palomitas que compartían en un tazón grande.
La chica miró al niño de reojo y luego al reloj colgado en la pared. Soltó un suspiro antes de apagar la televisión con el control remoto.
—Muy bien, Hobi, es hora de ir a dormir —dijo con un tono firme pero dulce.
—¡No, todavía es temprano, Luna! —protestó el pequeño, girándose hacia ella con una expresión suplicante.
Luna no pudo evitar sonreír un poco ante su reacción, pero no dejó que su decisión flaqueara.
—Nada de peros. Sabes que mañana tienes que levantarte temprano. A la cama, ahora.
Hobi infló las mejillas en señal de desacuerdo y bufó, aunque sabía que no tenía otra opción. Después de un par de segundos de resistencia, tomó sus cosas y se dirigió hacia su habitación.
—Eres muy estricta —murmuró en voz baja, pero lo suficientemente fuerte como para que Luna lo escuchara.
—Y tú, eres muy travieso —respondió ella, conteniendo una risa mientras recogía el tazón vacío de palomitas.
El niño subió las escaleras refunfuñando, pero su sonrisa traviesa revelaba que, en el fondo, no estaba molesto. Luna se quedó en la sala, asegurándose de que todo quedara en su lugar. Ordenó los cojines del sofá, apagó la luz de la lámpara de pie y llevó el tazón a la cocina.
Una vez que terminó, subió las escaleras para verificar que Hobi estuviera dormido. Abrió la puerta de su habitación con cuidado y se asomó. Allí estaba él, envuelto en sus mantas y abrazando un peluche en forma de osito. Luna sonrió al verlo tan tranquilo y cerró la puerta con suavidad para no despertarlo.
Cuando bajó nuevamente a la sala, el sonido de la puerta principal abriéndose le indicó que los señores Kim habían llegado a la casa. Luna caminó hacia la entrada para recibirlos.
—Señores Kim —los saludó con una pequeña inclinación de cabeza.
—Hola, Luna —respondió un hombre de cabello castaño y aspecto elegante mientras ayudaba a su esposo a quitarse el abrigo.
—Ya estamos de regreso —dijo el otro hombre, de cabello negro y mirada amable—. ¿Hobi ya está dormido?
—Sí, señor Jin, se durmió hace un rato.
Jin frunció los labios en un gesto de desaprobación, aunque su expresión seguía siendo amable.
—Luna, ¿qué te hemos dicho sobre llamarnos "señores"? Nada de formalidades —reclamó, cruzando los brazos y poniendo un puchero infantil.
—Lo siento, señor... —Luna se detuvo a tiempo y bajó la cabeza, avergonzada.
—¡Nam! Dile algo —dijo Jin, volviéndose hacia su esposo, claramente frustrado pero sin perder su tono juguetón.
Namjoon, el hombre de cabello castaño, soltó una carcajada suave antes de rodear a Jin con un brazo y darle un apretón en los hombros.
—Tranquilo, cielo. Sabes que le cuesta dejar las formalidades —respondió, mirando a Luna con una sonrisa tranquilizadora—. Pero estoy seguro de que no volverá a pasar, ¿verdad, Luna?
Luna asintió rápidamente, sintiéndose aún más avergonzada.
—Lo siento mucho, intentaré acostumbrarme.
Jin suspiró teatralmente y asintió.
—Está bien, te perdono por esta vez. Pero de ahora en adelante, "Jin" y "Namjoon", ¿de acuerdo? Nada de señores.
Luna asintió nuevamente, agradeciendo la paciencia de ambos.
—Por cierto, ¿cómo se portó Hobi? —preguntó Namjoon mientras colgaba los abrigos en el perchero.
—Muy bien, aunque intentó quedarse despierto más tiempo —dijo Luna con una pequeña sonrisa—. Pero ya está dormido y tranquilo.
—Eso suena como él —comentó Jin, dejando escapar una risita.
—Gracias por cuidarlo, Luna. No sabemos qué haríamos sin ti —añadió Namjoon, dándole una mirada sincera.
—Es un placer cuidar de Hobi. Es un niño maravilloso —respondió ella, sintiendo un calor reconfortante ante las palabras de Namjoon.
Luna observo el reloj de pared y al notar la hora, se dirigió a los señores Kim, quienes todavía estaban en la sala.
—Creo que es momento de que me retire. Gracias por dejarme cuidar a Hobi esta noche —dijo con una sonrisa tranquila mientras tomaba su bolso que había dejado sobre el sofá.
—¿Irte ahora? —preguntó Jin, frunciendo el ceño con preocupación—. Es tarde, Luna. Además, es Halloween. No es buena idea caminar sola con tantas personas extrañas por ahí.
—No se preocupe, señor... —Luna se detuvo al recordar el reciente regaño de Jin y corrigió rápidamente—. No se preocupen, Jin, puedo irme sola. Mi casa no está tan lejos.
Jin bufó, visiblemente inconforme con su respuesta.
—Entre los disfraces y los alborotadores de esta noche, no me siento tranquilo. Déjanos llevarte —insistió, cruzándose de brazos.
Namjoon, quien observaba la escena desde un lado, intervino con su habitual tono calmado.
—Luna, por favor, déjanos llevarte. En esta epoca la gente tiende a hacer cosas imprudentes. Además, no es molestia para nosotros.
Luna negó con la cabeza suavemente, aunque agradeció el gesto con una pequeña sonrisa.
—De verdad, no es necesario. El camino está iluminado y no me tomará más de quince minutos llegar. Estoy acostumbrada y no creo que nadie vestido de vampiro o bruja vaya a asustarme esta noche.
—¿Estás segura? —preguntó Jin, aún con una expresión de duda, aunque un poco más relajado.
—Muy segura. Si algo sucede, les llamaré enseguida. Lo prometo —respondió ella, levantando su teléfono para tranquilizarlos.
Namjoon suspiró y asintió, aunque no del todo convencido.
—Está bien, pero ten cuidado. Y asegúrate de avisarnos cuando llegues a casa, ¿de acuerdo?
—Claro que sí —respondió Luna mientras se ponía su abrigo.
—Y nada de atajos. Usa las calles transitadas —añadió Jin, como un padre preocupado—. La última vez que salí en Halloween, vi a un chico vestido de payaso escondido entre los arbustos. ¡No quiero que te pase lo mismo!
Luna sonrió, enternecida por su preocupación.
—Gracias por todo. Que tengan una buena noche y feliz Halloween —se despidió con una ligera inclinación de cabeza antes de dirigirse hacia la puerta.
Jin y Namjoon la acompañaron hasta el umbral. Afuera, la calle estaba llena de calabazas iluminadas en las entradas de las casas y figuras decorativas colgando de los árboles. El viento frío de la noche acarició su rostro al salir, pero Luna ajustó su bufanda y les dedicó una última sonrisa antes de empezar a caminar.
—Avísanos apenas llegues —repitió Jin desde la puerta, abrazando a Namjoon mientras la veían alejarse.
—Lo haré, buenas noches —respondió Luna, levantando una mano para despedirse.
Mientras caminaba por la calle, observó a los pocos grupos de niños que aún rondaban, disfrazados de fantasmas, esqueletos y criaturas fantásticas, recogiendo caramelos en sus bolsas. Otros adolescentes pasaban riendo y hablando en voz alta, haciendo sonar los envoltorios de dulces en sus manos.
Luna seguía caminando por las calles decoradas con calabazas y luces naranjas, pero sus pasos se detuvieron al sentir un extraño escalofrío. Al levantar la mirada, algo llamó su atención: una casa vieja, de aspecto sombrío y descuidado, que se encontraba al final de la calle.
La construcción había estado abandonada por años, o al menos eso decían las historias que solían contar los vecinos. La fachada estaba cubierta de hiedra y moho, las ventanas, en su mayoría estaban rotas, parecían ojos vacíos que la observaban. El viento hacía crujir las ramas de los árboles que rodeaban la propiedad, aumentando la sensación de inquietud.
Luna no pudo evitar detenerse frente a la cerca oxidada que delimitaba el terreno. Había algo en aquella casa que la atraía, aunque no podía explicar qué era. ¿Era la forma en que la luz de la luna parecía envolverla, como un velo tétrico? ¿O tal vez el silencio anormal que la rodeaba, como si incluso los insectos y el viento evitaran acercarse demasiado?
Con curiosidad, dio un paso más hacia la entrada, apoyándose ligeramente en la reja. A través de los barrotes oxidados, intentó observar mejor los detalles. Fue entonces cuando lo vio: dos puntos rojos que brillaban en la oscuridad, como pequeños destellos en la penumbra.
—¿Qué es eso? —murmuró para sí misma, entrecerrando los ojos para tratar de enfocar su vista.
Los puntos no se movían, pero tampoco parecían estáticos. Era como si parpadearan débilmente, emitiendo una luz tenue e irregular. Por más que Luna trataba de distinguir su origen, no lograba ver nada más que sombras.
El aire a su alrededor pareció enfriarse de golpe y un ligero temblor recorrió su cuerpo. Instintivamente, dio un paso hacia atrás, pero no podía apartar la mirada de aquellos puntos rojos. Su corazón comenzó a latir con más fuerza, y una sensación de inquietud se apoderó de ella.
—Debe ser algún reflejo... o una ilusión por el cansancio —se dijo en un intento de tranquilizarse.
Sin embargo, la lógica no lograba apaciguar la sensación de que algo, o alguien, la estaba observando desde dentro de la casa. El viento sopló nuevamente, haciendo que la cerca crujiera levemente, como si algo o alguien quisiera que se acercara más.
Luna apretó con fuerza las correas de su bolso y sacudió la cabeza, obligándose a mirar hacia otro lado.
—Es tarde, no tiene sentido quedarse aquí.
Sin más, Luna se dio la vuelta con la intención de alejarse de aquella casa, pero apenas giró, chocó contra un grupo de jóvenes que caminaban por la acera. Iban vestidos de payasos, con rostros pintados y sonrisas exageradas que parecían más siniestras que festivas.
—¡Oh, lo siento! —exclamó, retrocediendo instintivamente mientras trataba de calmar su corazón acelerado.
Sin embargo, los jóvenes no parecían molestos, pero tampoco amigables. Uno de ellos, con el maquillaje corrido y una peluca desordenada, se inclinó ligeramente hacia ella, con una sonrisa que no alcanzaba a ser tranquilizadora.
—¿Vas a algún lugar, preciosa? —preguntó con un tono burlón, mientras sus amigos reían por lo bajo.
El cuerpo de Luna tembló de miedo. La imagen de los disfraces, combinada con el ambiente de Halloween y la tensión que ya sentía tras lo que había visto en la casa, no ayudaba a calmarla. Dio un paso hacia atrás, apretando con fuerza su bolso contra su pecho.
—Solo voy a casa —respondió, tratando de mantener la compostura.
—¿A estas horas? —otro de los payasos intervino, cruzando los brazos mientras la miraba de arriba abajo—. Es peligroso caminar sola en una noche como esta.
—Muy peligroso —añadió otro, girando lentamente el palo de plástico de un bate decorativo que llevaba como parte de su disfraz.
Luna tragó saliva, obligándose a mantener la calma. Aunque eran jóvenes, el grupo tenía un aire amenazante que no podía ignorar. El frío de la noche se intensificó y por un momento se arrepintió de no haber aceptado la oferta de los señores Kim para acompañarla.
—Gracias por preocuparse, pero estoy bien —dijo con firmeza, aunque su voz temblaba ligeramente.
Intentó moverse hacia un lado para rodearlos, pero uno de ellos bloqueó su camino, manteniendo esa sonrisa burlona que le helaba la sangre.
—¿Por qué tanta prisa? La noche apenas comienza —dijo el primero, inclinándose aún más cerca.
Luna respiró hondo, buscando una salida. A lo lejos, el débil sonido de risas y pasos de otros transeúntes le dio un poco de esperanza. Si lograba alejarse lo suficiente, tal vez podría alcanzarlos.
—Disculpen, pero de verdad debo irme —insistió, dando un paso hacia atrás.
—¿Por qué no te quedas un rato? Prometemos que será divertido —dijo en un tono amenazante, golpeando el suelo con el bate.
Luna retrocedió, su respiración se volvió errática y sus manos temblaron. Sin pensarlo dos veces, giró sobre sus talones y comenzó a correr hacia la entrada de la casa, al llegar dudó un segundo en si entrar o no, pero al oír que los chicos se acercaban cada vez más, no tuvo más remedio que cruzar el porton.
—¿En serio va a entrar ahí? —se burló uno de los chicos desde la calle.
—Esto se pone cada vez mejor —añadió otro y sin dudarlo, también cruzaron tras ella.
Luna, por su parte, avanzaba a toda prisa hacia la casa. Empujó la puerta que crujió como si se quejara por ser abierta después de tanto tiempo. El aire en el interior era pesado, frío, con un olor a humedad y descomposición que la hizo estremecer. La madera del suelo rechinaba bajo sus pies mientras avanzaba con desesperación.
Un escalofrío recorrió su espalda al sentir el cambio de temperatura en la casa. Parecía que el frío de afuera se había transformado en un gélido aliento que le soplaba directamente en la nuca. Algo no estaba bien, lo sabía, pero no podía detenerse.
—¿Dónde estás, princesita? —la voz de uno de los chicos resonó desde la entrada, acompañado de risas y pasos que se acercaban.
Luna tragó saliva y siguió avanzando por un pasillo oscuro, apenas iluminado por los destellos de la luna que se filtraban a través de las ventanas rotas. Sentía que el aire se volvía más pesado con cada paso, como si la casa misma estuviera viva, observándola, juzgándola por haber entrado.
Los puntos rojos que había visto antes volvieron a su mente y por un instante le pareció que algo la seguía. Su corazón latía desbocado y el sonido de su respiración era lo único que la acompañaba en aquella penumbra.
—Esto no puede estar pasando... —susurró, abrazándose a sí misma mientras avanzaba.
De repente, un ruido sordo resonó a su izquierda. Luna giró la cabeza rápidamente, pero no vio nada, solo sombras que parecían moverse con vida propia.
—¡Ahí está! —gritó uno de los chicos desde el pasillo, y las pisadas se hicieron más rápidas.
Sin pensar, Luna abrió la primera puerta que encontró y se metió en una habitación oscura, cerrándola tras de sí con cuidado. Se apoyó contra la madera húmeda, tratando de calmar su respiración, pero el frío que la rodeaba parecía meterse en sus huesos.
De repente, un susurro gélido rozó su oído, tan cerca que la hizo paralizarse.
—No debiste haber entrado...
Luna sintió que el aire abandonaba sus pulmones y por un instante, deseó que los chicos fueran lo único de lo que tenía que preocuparse, giró el rostro rápidamente al escuchar aquella voz, y un grito escapó de sus labios al encontrarse frente a una figura que no pertenecía a este mundo. Un chico de cabello negro, con ojos rojos brillantes que la miraban con intensidad, estaba frente a ella. De entre su cabello sobresalían dos cuernos curvados, oscuros como la noche, que parecían enfatizar su naturaleza inhumana.
Luna retrocedió instintivamente, sus piernas temblaban y su respiración se tornó entrecortada. Sus ojos recorrieron al extraño, notando que sus manos estaban manchadas, aunque no podía distinguir si era pintura, sangre u otra cosa que prefería no imaginarse.
El chico esbozó una sonrisa torcida, una mezcla de diversión y amenaza que hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Luna.
—Mi dulce presa —declaró con voz ronca e imponente, como si sus palabras fueran un decreto inaludible.
Luna chocó contra la pared detrás de ella, sus manos buscaban desesperadamente algo con lo que defenderse, pero no encontró más que el vacío.
—¿Q-quién eres? ¿Qué quieres? —balbuceó, tratando de sonar firme, pero su voz temblaba ante el miedo que sentía.
El ser inclinó la cabeza, sus ojos carmesí no apartaban la mirada de ella mientras avanzaba lentamente, como un depredador jugando con su presa.
—Eso no importa, pequeña —respondió, alzando una de sus manos manchadas hacia su rostro. Sus movimientos eran pausados, como si disfrutara de su reacción—. Lo único que debes saber es que esta noche es mi noche. Y tú... tú me perteneces.
Luna intentó moverse, pero el peso de su miedo la mantenía paralizada. Las risas de los chicos que la habían seguido se escucharon desde el pasillo, pero ahora sonaban distantes, como si el tiempo y el espacio en aquella casa se hubieran deformado.
—Por favor, solo déjeme ir... —susurró, sus ojos llenos de pánico mientras intentaba evitar la cercanía del ser.
Él se detuvo a pocos pasos de ella, ladeando la cabeza mientras la miraba con fascinación, como si su miedo fuera un espectáculo.
—Déjarte ir... —repitió, como si estuviera considerando sus palabras, antes de reír suavemente, un sonido profundo y cargado de malicia—. No. Ya entraste en mi dominio y nadie escapa de aquí.
El chico alzó la mano, sus dedos manchados parecían alargarse ligeramente mientras el aire a su alrededor se volvía más denso, cargado de una energía oscura y palpable. Luna sabía que debía reaccionar, pero cada parte de su cuerpo se sentía atrapada en aquel abismo de terror que el ser representaba.
—Yo no... —comenzó a balbucear Luna, pero sus palabras fueron interrumpidas por los gritos de los jóvenes que la habían estado persiguiendo.
El ruido de sus pasos resonaba en el pasillo, acercándose rápidamente. La puerta de la habitación se abrió de golpe y los chicos entraron con risas burlonas que se apagaron de inmediato al encontrarse con la figura del chico de ojos rojos.
—Vaya, trajiste más presas, qué considerada —dijo el extraño con una burla en su tono, sus ojos brillando con malicia al observar al grupo.
Los jóvenes, que segundos antes se sentían invencibles, comenzaron a retroceder al ver los cuernos que sobresalían de su cabello y la oscuridad casi tangible que lo rodeaba.
—¿Qué es esto...? —murmuró uno de ellos, su voz temblorosa.
Luna, paralizada por el miedo, intentó hablar, pero su garganta estaba seca. Apenas pudo balbucear.
—Yo... no quería...
El chico de ojos rojos sonrió, mostrando unos colmillos afilados que no había exhibido antes. Dio un paso hacia ella.
—¿Tú? —repitió con una risa sarcástica—. No importa lo que querías, pequeña. Lo importante es que hoy es mi día de suerte.
Volteó su mirada hacia el grupo de jóvenes, que ahora estaban completamente aterrados y volvió a dirigirse a Luna.
—Definitivamente, esta noche será inolvidable. Voy a cenar... y a comer —
Luna lloraba desconsoladamente, sus lágrimas recorrían su rostro mientras su cuerpo temblaba incontrolablemente por el miedo. Se sentía atrapada, como si el aire en la habitación se volviera más pesado con cada segundo. Sus ojos miraban a su alrededor con desesperación, y la escena frente a ella solo intensificaba su terror.
En el suelo, los chicos que habían entrado con arrogancia ahora yacían inmóviles, sus cuerpos abandonados en un charco que manchaba el suelo de un rojo oscuro. La vida parecía haber sido arrancada de ellos de manera brutal y sin piedad. Solo uno de ellos aún respiraba, temblando y murmurando incoherencias mientras intentaba alejarse, arrastrándose como podía.
El ser de ojos rojos permanecía de pie en el centro de la habitación, con una expresión de satisfacción en su rostro. Sus manos seguían manchadas y su sonrisa torcida reflejaba el placer que había obtenido de lo ocurrido.
—¿Ves lo que pasa cuando juegan con el destino? —dijo con un tono sarcástico, inclinando ligeramente la cabeza hacia Luna. Su voz ronca llenaba la habitación, haciendo eco en la mente de la chica—. Ahora están pagando el precio por invadir mi territorio.
Luna intentó retroceder, pero sus piernas estaban paralizadas. Cada vez que intentaba apartar la vista de los cuerpos en el suelo, sus ojos regresaban a ellos, como si algo la obligara a enfrentarse a esa horrible realidad.
—P-por favor... déjame ir... —murmuró con voz entrecortada, sus palabras casi inaudibles por los sollozos que se le escapaban.
El chico de cuernos se acercó lentamente a ella, sus pasos resonaban como un recordatorio constante de que no tenía escapatoria.
—¿Dejarte ir? Creo que eres sorda—repitió con burla, inclinándose hacia ella hasta que sus rostros estuvieron a pocos centímetros—. ¿Por qué haría eso? No me divierto tan seguido. Así que metetelo bien en esa cabecita tuya, no saldrás de aquí.
Luna cerró los ojos con fuerza, esperando lo peor. Sin embargo, el
chico no hizo ningún movimiento. En cambio, inclinó la cabeza y la observó detenidamente, como si estuviera decidiendo algo.
—Ya comi, ahora es hora de cenar —murmuró, su tono cambio ligeramente, aunque seguía siendo intimidante— Voy a divertirme un poco más.
La desesperación de Luna creció al
escuchar esas palabras. Cada segundo
que pasaba sentía que estaba cayendo
más en las garras de aquella criatura y no sabía cómo podría salir viva.
—¿Esta casa está abandonada? ¿Tú qué eres?
El demonio, con una sonrisa ladeada, se acercó más a ella. Su presencia era opresiva y cada paso que daba parecía hacer que el aire se volviera más denso, más pesado.
—Esta es mi casa —respondió con un tono lleno de arrogancia— Y la intrusa aquí eres tú.
Se acercó aún más a Luna, sus ojos rojos brillando con una intensidad aterradora. Lamiendo uno de sus dedos lentamente, parecía disfrutar de su desconcierto y miedo.
—Viví aquí mucho tiempo. Pasaron muchas cosas... —continuó, su voz era profunda y resonante, como si hablara de algo lejano, pero a la vez cercano.
Luna se quedó completamente paralizada, sus ojos fijos en él, incapaz de moverse o decir algo más. El demonio se detuvo justo frente a ella, y antes de que pudiera reaccionar, tomó su mentón con brusquedad, forzándola a mirarlo.
—Jungkook —dijo él, su voz ronca y autoritaria.
Luna tragó saliva, sintiendo cómo su corazón latía frenéticamente en su pecho.
—¿Jungkook? —repitió ella, su voz temblorosa, como si intentara comprender lo que estaba sucediendo.
Jungkook sonrió de manera torcida, su mirada fija y penetrante.
—Así es —dijo, como si lo estuviera disfrutando—Tú dueño. Y tu amo a partir de ahora, perrita.
Antes de que Luna pudiera reaccionar, Jungkook soltó su mentón con fuerza y la empujó hacia la pared con un movimiento rápido y sin piedad. El impacto la dejó sin aliento, y el dolor recorrió su espalda mientras su cuerpo chocaba contra la fría superficie. El miedo se apoderó de ella, y su mente luchaba por procesar lo que acababa de suceder.
¿Qué quería de ella? ¿Por qué la había elegido a ella? Jungkook se quedó allí, a pocos centímetros de ella, observándola con una sonrisa cruel que parecía disfrutar del control que tenía sobre la situación.
—Ahora, verás lo que pasa cuando te
atreves a meterte en mi territorio —murmuró, sus palabras cargadas de una
amenaza latente.
Luna sentía la dureza de la pared helada bajo sus manos, sus dedos se cerraban con fuerza contra la fría superficie mientras su cuerpo temblaba de miedo. Cada respiración era entrecortada, el aire frío parecía calarle hasta los huesos. Sus ojos, vendados, solo intensificaban la sensación de vulnerabilidad. No podía ver lo que sucedia a su alrededor, pero si podia sentir, sentia como Jungkook se introducia en ella, para luego salir, sus gemidos llenaron la habitación.
El constante choque de las pieles era embriagador y terrorífico al mismo tiempo, no se imagino lo que seguiría y menos se imagino que lo disfrutaría. Jungkook se enterraba una y otra vez, podía escuchar los suaves gruñidos del demonio cada vez que se enterra dentro de ella y eso la excitaba de sobre manera.
—Aprietas tan jodidamente bien, que no se cuento más valla a soportar ir lento —gruñó Jungkook contra su oído, mientras sus manos se sujetaban contra la pared, si parar sus embestidas.
Las manos de Luna se movían constantemente, como queriendo participar en el acto, sus piernas tenían prisionero la cadera de Jungkook ayudándolo a que fuera más profundo.
La presencia de Jungkook se sentía como una sombra pesada sobre ella, su cercanía la envolvía, su calor contrastaba con la frialdad de la habitación que para en ese momento se encontraba hirviendo. De repente, sintió las manos fuertes de Jungkook sobre su cintura, un agarre que no dejaba espacio para moverse, un control absoluto sobre su cuerpo. La sensación de sus dedos rozando su piel le erizó los vellos, la presión en su abdomen la hizo sentir atrapada, completamente a merced de él.
—No puedes escapar de mí, Luna —dijo Jungkook, su voz baja y grave, resonando cerca de su oído. Un susurro envuelto en una amenaza que le recorrió la espalda como un escalofrío.
—¡Mmm!. ¡Ahg¡, ¡Jungkook¡
Gimió alto sintiendo el semen caliente de él llenar su ser. Luna cerró los ojos con fuerza, aunque estaba vendada. Su mente luchaba por mantenerse firme, pero le era imposible, sentia que comenzaba a perder y la desesperación junto al deseo comenzaban a tomar el control de su cuerpo.
El soltó su cintura, lo cual aprovecho para bajar sus pies de la cadera de él, sus piernas temblaban junto a su cuerpo y podía sentir como el semen se escurría entre sus piernas. Jungkook quito la venda de sus ojos y pudo ver el cuerpo del demonio desnudo.
Trago con dificultad al ver lo que había entrado en ella y su intimidad palpito casi quemo, quería sentirlo nuevamente, sabía que estaba mal, pero lo deseaba mucho. Jungkook lo noto y sonrió complacido
—Tranquila la noche es joven.
Pronto Jungkook soltó sus manos. Y Luna las acaricio un poco.
—Volteate —ordenó fuerte y claro el demonio.
Luna giró sobre sus talones y apoyo las palmas de sus manos sobre la fría pared. A sus costados pudo ver una de las manos de Jungkook mientras la otra guiaba su pene a su entrada. Jadeos brotaron de sus labios, Jungkook estaba jugando con ella, podía sentir la cabeza del pene de Jungkook acariciar sus labios inferiores para luego alejarlo.
—Deja de jugar —reclamó ella con el rostro sonrojado, mientras tomaba una bocada de aire.
La risa de Jungkook se escucho en toda la habitación.
—Tú no me das ordenes.
Luna iba a reclamar pero cayó al instante en que sintió el pene de Jungkook llenarla por completo. Abrió su boca y pego su frente a la pared. Sus manos se volvieron puños y enseguida los gemidos no tardaron en escucharse.
Jungkook empujaba su pene tan profundo que sentía que la perforaba, un hilo de saliva corrió por la comisura de sus labios, su boca se abría entre gemidos y buscando aire. Sus pechos eran apretados por las manos grandes de Jungkook. El cual no se detenía, sus embestidas comenzaron a ser más fuertes y rápidas.
Los gruñidos de Jungkook se escuchaban en toda la habitación, su boca se encontraba dando besos y mordidas al cuerpo de la chica mientras sus manos apretaban los pechos de ella. Sentía que su miembro estaba siendo exprimido por las paredes de ella y eso le encantaba.
El constante sonido de las pielas chocar con frenesí junto al de los fluidos, llenaban la habitación. Luna gemia fuerte, sentía que la escuchaban hasta su casa y trataba de controlar sus gemidos, pero Jungkook le hacía la tarea imposible, cada vez que reprimia sus gemidos este se encargaba de embestirla más profundo y con más fuerza.
—Mía...Mía.. mía..
Jungkook repetía su nombre constantemente contra su oído mientras no detenía sus embestidas. Sus ojos se oscurecieron hasta volverse negros, y las venas se marcaron en sus manos con fuerza. Las embestidas se tornaron salvajes, implacables, sin un atisbo de tregua. Luna gemía, atrapada entre el dolor y el placer, mientras los sonidos llenaban cada rincón de aquella habitación. Allí, un demonio poseía a una humana hasta llevarla al límite de sí misma. La lujuria se desató en su cuerpo y sin resistencia alguna, se entregó por completo, en cuerpo y alma, al demonio.
El condado de Seúl se encuentra sumido en el horror en pleno Halloween, tras el hallazgo de cinco cuerpos de adolescentes bajo el puente Han. El macabro descubrimiento fue realizado durante la madrugada por un grupo de jóvenes disfrazados que, tras notar un fuerte olor y manchas en el suelo, encendieron sus linternas solo para encontrar la aterradora escena.
La policía acudió de inmediato al lugar, acordonando la zona y comenzando una investigación exhaustiva. Según las primeras declaraciones, los cuerpos presentan signos de violencia extrema, lo que ha llevado a las autoridades a considerar la posibilidad de que se trate de un ataque premeditado. Sin embargo, los detalles del caso se mantienen en estricto secreto mientras los forenses trabajan para identificar a las víctimas y determinar las causas exactas de las muertes.
La comunidad, que esperaba disfrutar de una noche de diversión y disfraces, ahora está envuelta en temor y especulación. Las decoraciones festivas contrastan con el ambiente sombrío que se vive en las calles. Los padres han comenzado a recoger a sus hijos de las fiestas más temprano de lo previsto, mientras los rumores sobre lo sucedido no dejan de circular.
—A continuación mostraremos las imágenes de los afectados. Si ustedes conocen a alguno de ellos, favor de comunicarse al número que aparecerá en la pantalla.
La noticia llenó la sala con un ambiente de tensión mientras las imágenes de los jóvenes aparecían una tras otra en la pantalla. El matrimonio Kim, que estaba viendo la televisión desde su acogedor sofá, quedó paralizado al ver una de las fotografías. Jin, con el rostro pálido y las manos temblorosas, no pudo contener un débil susurro.
—Luna... —su voz quebrada resonó en la habitación.
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