El hombre sin tiempo

>>¿La realidad? Nuestra realidad no era nada. Tarde comprendimos que la única existencia efectiva era la de las posibilidades. Lo que aún no había sucedido, lo potencial, lo que podía ser.
Quizás sea por eso. A veces así lo creo. Que no vimos el peligro aún en sus múltiples manifestaciones. No lo esperamos pues creíamos que todo estaba ya establecido, que eso era la realidad, y no nos dimos cuenta de qué, al mismo tiempo y en tanto todo era posible, nada era real.<<
Citado como "El libro del último hombre y la muerte de la libertad". Autor: Colectivo.

El sonido desgarrador de un grito de mujer rompió con ese extraño y natural silencio nocturno, despertando de inmediato al hombre qué, fruto de sus experiencias, tenía el sueño muy ligero, y del cual se podía decir que apenas y estaba dormido.
Tensos los músculos, la mirada disparada hacia todas las direcciones, la mano que busca el cuchillo. Le tomó poco más de diez segundos, agazapado y quieto donde estaba, pensar en su siguiente movimiento y unos cinco segundos más para racionalizar la situación y recordarse a sí mismo las otras ocasiones, los otros "gritos". No tardó en hacerse la crucial pregunta, ¿había escuchado algo? Y en responderse de la misma forma en que ya casi estaba acostumbrado a hacerlo, «sí, sí que lo escuché, pero solo en un sueño». De nuevo, era ese sueño. Solo ese sueño.
El hombre se sentó, suspirando al tiempo que cerraba los ojos para tranquilizarse. El sólido suelo rocoso le ayudó a lograr esa inmovilidad que le permitiría equilibrar sus pensamientos.
Ahora el sudor cubría su cuerpo y le provocaba una molesta sensación de frío casi doloroso, y de estar mojado en lugares en que detestaba estarlo. Escupió.
La deshilachada y fina camisa, antes blanca, ahora saturada por manchas amarillentas, tierra y polvo de aquel terreno arenoso se pegaba a su cuerpo en extremo delgado y fatigado.
La tensión de sus músculos comenzó a disminuir a medida que la realidad invadía el terreno usurpado por la inconsciencia. Tanteando alrededor encontró la manta y se cubrió con ella, pues aunque la noche era calurosa el poco viento que soplaba enfriaba su espalda provocándole escalofríos leves. O era eso lo que él se decía, a pesar de que en el fondo sabía que esos temblores eran provocados por algo más difícil de evitar que el viento.
—Código de actuación maquínico no humano, artículo primero, el tiempo es crucial, las tareas no pueden retrasarse...—comenzó a repetir, para distraerse. No entendía la mitad de lo que decía, pero aún así repetir esas palabras le salía de una forma tan natural que solía hacerlo muchas veces al día, como una radio que transmitiera las mismas palabras. Por momentos pensaba en "¿porqué no una canción?" Pero luego olvidaba hasta lo que esa palabra quería decir.
Las imágenes del sueño aún venían a su mente consciente de forma incontrolable si cerraba los ojos e intentaba dormir de inmediato por lo que se obligó a mantenerse despierto al menos hasta que su mente le permitiera conciliar el sueño de nuevo.
No era aquello lo mejor, creía, pues algo de sí le decía que enfrentarse a esas imágenes podía ayudarlo a entender qué era ese sueño recurrente y porqué lo atormentaba de tal forma. Pero claro, las pocas veces en que lo había intentado no había logrado obtener nada de las esporádicas imágenes y solo había trastocado aún más su débil sueño, haciéndole imposible por esas noches dormir, lo cual, tomando en cuenta su situación actual, no podía permitirse. Aún le quedaban kilómetros por recorrer y sabía con certeza que sus perseguidores estaban cada vez más cerca.
Había visto sus vehículos, o mejor dicho, la polvareda que estos causaban al volar sobre la tierra desértica que cubría la zona cercana a la ciudad en ruinas hacia la cual se dirigían. En la misma que él se refugiaba desde que... ¿Cuánto? ¿Semanas? ¿Meses? atrás había logrado escaparse de otro grupo de cazadores, o tal vez el mismo, en su condición era difícil saberlo y en última instancia, le daba lo mismo. El hombre era vagamente consciente pero sabía que a cada momento sus pensamientos se borraban y desaparecían dejándolo vacío, como una imagen lejana que poco a poco comienza a perder su forma hasta volverse incomprensible. En ese estado de ensoñación constante transcurrir sus días y noches.
Le era imposible medir el tiempo, por lo que ya no sabía cuánto había pasado de aquello y a pesar de que intentó contarlo de alguna forma, retenerlo, hacerlo desde los días en que se encontraba en esa vieja y abandonada ciudad, no le fue posible, pues cuando creía saber que habían pasado dos, tres o cuatro días una voz en su mente le susurraba que tal vez aún no habían pasado, que tal vez ya iba por el quinto día, el sexto quizás. Hacer marcas sobre rocas o madera tampoco le fue de utilidad más que para desafilar su cuchillo, pues aunque las veía, esa voz, esa que surgía incontrolable de su interior, continuaba susurrando que tal vez ya había hecho esa marca, que debería hacerla más profunda para que no se confunda con otras, que... un sonido a lo lejos captó su atención. Se incorporó lentamente y esperó mientras sentía crecer el ansia en su interior. La frente arrugada en un gesto de concentración y la cabeza ladeada para poder escuchar algo en la oscuridad donde no penetraba su vista cansada. Un sonido conocido, como el grito que lo despertó antes era lo que ahora había creído escuchar, pero este se trataba de uno mucho más real y aunque estaba realmente a lo lejos podía distinguirlo con claridad. Los vehículos voladores habían llegado a la ciudad, llevando consigo a los cazadores que sobre ellos se trasladaban.
Por instinto se agachó aún más hasta casi fundirse con la manta sobre la que dormía. Si no estaba equivocado, y esperaba con una confianza basada en poco no estarlo, lo buscarían por allí durante el día siguiente. Para cuando se dieran cuenta de que ya no estaba se dirigirían hacia el bosque o hacia la ciudad más cercana, que se encontraba a kilómetros de distancia de todos modos. Ninguno pensaría en que tal vez su presa no había huido todo lo que le permitieran sus cansados pies y la luz del día, sino qué se había refugiado en una loma de tierra a pocos kilómetros del lugar. Sabía que volver a la ciudad no era una opción, pues regresarían a buscarlo, siempre volvían, siempre lo encontraban, pero también sabía que no tendría posibilidades de escapar a pie mientras ellos contarán con sus veloces y ruidosos vehículos aéreos, ni siquiera aunque comenzara a correr ahora y les sacara un día entero de ventaja.
Lo más sensato sería sin duda alguna esperar que se alejaran hasta perderse de vista y luego dirigirse hacia el camino opuesto y caminar todo lo que pudiera. Todo el día, y puede que durante toda la noche si fuera necesario alejarse más, solo tal vez, para estar más seguro. Sus ojos empezaron a cerrarse y bostezó. Lo sentía, su cuerpo y hasta la vocecita irreverente de su mente le pedían dormir. Se acurrucó como pudo sobre la manta y pensó que le gustaría haber encontrado una almohada un poco más limpia, aunque bueno, dadas las condiciones esa, llena de bichos y alimañas era lo mejor que tenía. Algunos incluso sabían bien.

La luna llena iluminaba el cielo oscuro sin estrellas, como un gran telón negro con una llamativa mancha blanca, pero su luz era opacada por nubes grises y se difuminaba como el farol de un callejón abandonado rodeado de niebla. El hombre deseó para sí que aún faltara mucho para que amaneciera. Cerrando los ojos y esperando no volver a soñar, pensó que en cierta forma él también estaba abandonado. Sentía que la vida le estaba haciendo una pregunta y...
—No se que responder...—susurrò sin percatarse. Dejado a su suerte, perseguido y acosado, comiendo lo poco que podía encontrar o cazar, durmiendo en el suelo, huyendo sin motivo conocido, solo, sin amigos, sin familia, ni siquiera una mascota o algún animal que le hiciera compañía. Los parajes vacíos y áridos por los que se había desplazado no eran más que el reflejo natural de su situación y sobre esos temas divagaban sus pensamientos mientras aguardaba. Él, un cuchillo, una vieja mochila cargada en su mayoría con cosas inútiles y esa extraña sensación que sentía cada vez con mayor fuerza en su interior, como si todo lo que lo rodeaba fuera un enemigo, como si ya no pudiera confiar ni en sí mismo. Si ni siquiera podía saber cuánto tiempo había estado escapando, o había estado refugiado en la ciudad. <<Incluso el tiempo se me escapa>> pensó con cierto toque de ironía. Mientras caía en un sueño, esta vez, más profundo que el anterior, no pudo evitar sentir qué eso era él, un hombre abandonado por el tiempo, un hombre sin tiempo.

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