El hombre;la máquina

>>Hubo una época... las cosas fueron distintas entonces. Era la época de las certezas.
Cuando el tiempo pasó sin embargo, todas las certezas se pusieron en duda. Y el suelo de la realidad se tambaleaba. Nunca creyeron que otros podrían aprovecharse de eso y aún cuando pasaba frente a sus ojos seguían sin creerlo.
Fue así que la época de las certezas, dio paso a la época de la opresión.<<

De emblemáticas y resistencias.

—Creo que la cabina no funciona papi
—¿Qué le ocurre?
—No sabemos. Cuando colocamos el holocrón* comenzó a mostrarnos uno distinto. Nunca habíamos visto algo como eso. 
—¡Nos dio mucho miedo! —agregó la más pequeña y se refugió en los brazos de su padre.
El hombre la apretujo con fuerza y luego le dió un beso en la cabeza de enmarañado pelo castaño. La mayor de las hijas miraba la escena, conteniendo las lágrimas. Lo que fuera que hubieran visto de verdad las había asustado, pensó el hombre sintiéndose preocupado pero sin dejar que esa emoción se notara en su rostro.
—Esta bien, no pasa nada. Voy a revisar la maquina yo mismo. Ustedes vayan con mami, ya es la hora de dormir. Y tienen trabajo por la mañana.
Entonces el hombre se levantó y dando una palmadita en la espalda a sus hijas las observó corriendo velozmente hacia su madre, quien las esperaba con una sonrisa. Su cabello se movía levemente impulsado por el suave viento.
De alguna forma ese gesto le hizo sentirse más tranquilo, no había cabida para el miedo en aquel hogar donde el amor reinaba.
Tomando su caja de herramientas, se dirigió hacia la cabina holográfica.

La sangre cubría sus manos temblorosas. Un poco salía de las heridas cortantes que tenía sobre los nudillos y la palma, pero sabía que la mayor parte no surgía de su interior ni era tampoco sangre suya.
Parecía que en la casa hubiera estallado un pequeño huracán, pues los muebles, las prendas de ropa, almohadones y juguetes se hallaban desperdigados por todas partes. Las ventanas estaban destrozadas y no queda ni rastro de uno de los cuadros que la mujer había pintado.
Se había inspirado en un dibujo contenido en la tapa de un extraño objeto encontrado por la más pequeña de sus hijas una tarde de trabajo cerca de las torres, era algo achatado, negro y circular, con un círculo más pequeño en el centro. Su tamaño era considerable y estaba guardado en un envoltorio desgastado, con el dibujo de un extraño ser sosteniendo en su mano gris gigante el cuerpo de dos personas delante y una serie de números y nombres incomprensibles detrás. La mujer había decidido titular al cuadro con uno de esos nombres y por ello pintó con suaves letras negras "All dead, All dead" a pesar de que no sabía qué significaba. Ahora no era más que pedazos de tela desparramados por el suelo y daba la impresión de que alguien se hubiera enfurecido mucho con esa imagen.
De repente el hombre entendió que el cuchillo cerca de su cuerpo, pintado con un rojo pegajoso y líquido, con la hoja partida, parecía, por las marcas en la pared, haber sido hundido con fuerza contra ese cuadro, y se preguntó ¿por qué haría eso? Su mujer iba a estar muy furiosa, y triste. También las niñas, cuando vieran llorar a su madre.
La visión del hombre comenzó a empañarse mientras las lágrimas caían de sus ojos al frío y manchado suelo. Un hilo de saliva algo espumosa se derramaba desde las comisuras de su boca. Se hallaba de rodillas mirando sus manos y pensando en todas esas cosas, temblando y con la cara contraída por el inconfundible gesto de la locura, pensando lo triste que sería que su familia se enfadara con él, pues no había destruido el cuadro porque así lo quisiera. El no quería, no quería...

El hombre despertó por cuarta vez consecutiva. Sabía que intentar dormir después de haber tenido ese tipo de sueños no era lo mejor, pues volvían a repetirse casi de inmediato, pero, ¿qué más iba a hacer? Miró a su alrededor con la vista cansada, cabeceando para despejarse de las absurdas imágenes del sueño, casi tan ilógicas como las anteriores. Esas niñas, esa mujer... ¿quienes eran? ¿Por qué se comportaban de forma tan extraña?
Sentía el cuerpo pesado, tenso en la zona de los omóplatos y la cintura. Las piernas le dolían al igual que los pies.
Abrió y cerró sus manos, cubiertas de rojo en el sueño, <<No, no debo pensar en eso>> se dijo de inmediato. Centro entonces su atención en el lugar en que se encontraba.
Lo habían llevado a una celda muy extraña, similar a un cubo no muy grande, que provocaba en el hombre sensaciones opresivas. No habían ventanas, ni una cama u orinal para sus necesidades mínimas. Tampoco cámaras visibles que indicaran que alguien lo vigilaba, lo cual era bastante lógico si tomaba en cuenta que tampoco había una puerta por la que escapar.
La falta de aquellas cosas que se le ocurrían básicas lo desconcertó.
Recordando los momentos previos a ser arrojado en ese lugar, intentaba entender al menos algo de lo que pasaba a su alrededor. Si bien ya había aceptado su destino más próximo, ser ejecutado sin duda, no podía evitar preguntarse ¿por qué lo perseguían? Y quienes eran aquellos que lo había capturado y que hablaban entre sí con un lenguaje tan extraño.
De repente creyó escuchar un sonido y se incorporó velozmente pero con cierta torpeza. No supo cuánto tiempo había pasado cuando se dió cuenta de que había sido su imaginación.
Se dirigió entonces hacia una de las paredes y comenzó a golpearla con las manos y los pies, con toda la violencia y fuerza de que era capaz en esas circunstancias. No tardó mucho en sentir la sangre correr por sus nudillos, pero eso no lo detuvo. Sus gritos de rabia pronto dieron paso a la verdad, y la furia perdió su máscara para quedar reemplazada por el deseo, que en ese momento experimentaba con todas sus fuerzas.
—¡Un guardia! —gritó.
—Por favor, un guardia —imploró y luego cayó de espaldas al suelo, llorando.
La angustia que le provocaba estar encerrado había desaparecido tiempo atrás. No sentía nada por el hecho de haber sido capturado y a cada momento que pasaba olvidaba la forma exacta en que eso había sucedido. Ni siquiera miedo por su futuro incierto aterrorizaba su alma, pues desde el comienzo de su huida, aunque no recordara ya casi nada, tenía la certeza de que lo atraparían. Precisamente por su ignorancia de causa y efecto de sus acciones pasadas, por no saber qué había hecho ni a dónde debía dirigirse, entendía que su destino sería tarde o temprano el que ahora vivía, fue por esto que al ser encerrado solo se sintió desesperar por un tiempo reducido y era también por esto que ahora surgía una nueva desesperación. Su miedo, su deseo, no estaba personificado en la figura de un carcelero aterrador, sino en su ausencia.
¿Es qué no había nadie que lo vigilara? ¿Por qué?
Varias veces desde entonces se encontró a sí mismo pensando, fantaseando, con que de alguna de las cuatro paredes, todas ellas iguales, surgía una abertura y la atravesaba un guardia, un carcelero, que le informaría porque estaba allí, o cuál era su condena. En lo más profundo de su ser pensaba que incluso si el objetivo de esa persona fuese torturarlo, al menos allí, en la más grande de las miserias, encontraría el contacto que le permitiría saber que aun era alguien, que aun estaba ahí, que no había muerto. 
Llorando se durmió sobre el frió suelo de la celda, preguntándose si no sería acaso, en su condición de prisionero, la falta de un carcelero la peor de las torturas, a fin de cuentas, pensó el hombre, ¿como saberse prisionero sin alguien a quien colocar en el lugar de captor?

El haz de luz golpeaba directamente en los ojos oscuros y abiertos de par en par de aquel prisionero que, tirado de espaldas en el suelo impoluto de su celda, no podía quitarse de la mente una imagen.
Se trataba de algo sencillo, un prado verde, cubierto de vegetación y grupos de personas en el. Algunos corrían de aquí para allá, mientras otros trabajaban la tierra. Algunos se divertían, y otros reñían entre sí. Unos pocos miraban hacia arriba, mientras la mayoría estaba centrada en lo que ocurría bajo sus pies. Fueron estos los primeros que veían el enorme ojo en los cielos, que aparecía de repente. De inmediato surgía un un rayo de luz de su iris que impactaba en la tierra y se movía intentando cubrirlo todo.
Las sombras se esfumaban allí donde el ojo se posaba con su luz y las cosas simplemente se secaban y morían ahí donde desaparecían sus sombras para quedar solo lo expuesto. Tanto personas como la propia vegetación. Toda vida perecía frente a esa luz expositora y las gentes sólo podían contentarse con escapar corriendo en todas direcciones, refugiándose bajo las rocas o las cuevas de la tierra.
Agitando sus brazos y gritando con pavor, los rostros contraídos por el miedo más puro y la mirada fija en la búsqueda de un refugio, hasta que no quedó nadie en la superficie barrida constantemente por aquella luz.
Entonces el hombre se dio cuenta, a medida que la imagen se transformaba, que aquel ojo ya no era tal, sino que ahora se endurecía y ennegrecía y su iris lumínico era reemplazado por vidrio y metal. Un foco y una bombilla eran ahora los amos de ese cielo azul, aquello en lo que el ojo se había de transformar. ¿Para qué? Pensó el hombre en su celda, con esa imagen recurrente en su mente. Y entonces lo entendió.
Ahora la luz ya no se movía intentando abarcarlo todo inútilmente, sino que al contrario, se hallaba fija en el cielo, concentrada sobre sí misma, como un pequeño sol que se ilumina con su propia luz. Inmóvil, solo una columna luminosa descendía desde el objeto hasta la tierra.
Los sobrevivientes, escondidos en las pocas sombras que aún quedaban cabeceaba a los alrededores, cuchicheando en voz baja entre ellos y poco a poco abandonaban sus refugios para dirigirse como hipnotizados hacia esa columna de luz.
Mientras más la observaban, más rápido se dirigian y ahora sus brazos se agitaban con sus piernas pero ya no escapando del horror, sino presa del irrefrenable deseo de llegar a la luz.
¡Era el mismo ojo! Y aun así, avanzaban.
Mientras la imagen comenzaba a desaparecer de su mente, el hombre pudo ver que esos otros hombres y mujeres, niños y ancianos, mutaban y en sus cabezas había antenas y alas en sus espaldas. De repente, ya no pudo distinguir a los hombres de entre ese creciente grupo de insectos que volaban encantados hacia la luz que los mataba.

El sonido llegó, mientras el hombre se preguntaba algo que quizás nunca llegaría a responderse, <<¿Cuál es el color de la oscuridad?>>
Fue el deslizar de una puerta, y entonces entendió que había llegado el momento, su momento. Algo dentro de sí le dijo que ya era hora, y pensó en agradecer haber llegado antes de que perdiera su cordura.
Frente a él, parados inmóviles, se hallaban dos de sus captores cubiertos por las telas que apenas dejaban ver partes de sus cuerpos oscuros o grisáceos que daban la impresión de ser dos estatuas surreales. En la pared delantera se había abierto una puerta, antes invisible al ojo y ahora los dos seres entraban en la habitación para tomar por los brazos al hombre, que apenas se estaba incorporando. Una sonrisa no pudo ser reprimida, había llegado el momento de su ejecución.
El placer que saber esto le generaba era mayor que la aversión experimentada por estar cerca de aquellos seres.
La fuerza del agarre fue considerable, más aún tomando en cuenta que no intentaría escaparse de ninguna forma, pero mayor fue la fuerza con la que lo llevaron a rastras por aquel pasillo que estaba casi totalmente vacío. Al salir la pared volvió a ser cubierta por la puerta que antes no estaba allí, y el hombre se preguntó por un momento si no ocurriría lo mismo a lo largo de todo ese enorme y angosto pasillo, ¿cuantas otras puertas abrían? ¿cuantos otros prisioneros pensando en luces y sombras? ¿Qué otras cosas se ocultaban a simple vista?
Los captores se comunicaban entre sí con el sonido que provocaba pitidos en los oídos del hombre, por lo que este no entendía nada de lo que decían, si es que en verdad hablaban o acaso tal vez fuese ese el silbido de la respiración en seres tan inhumanos como esos. Sus manos heladas y metálicas presionaban con fuerza y daban grandes zancadas ágiles a pesar de su enorme tamaño. Los rostro iban cubiertos por unas máscaras de tela y el hombre se preguntó como verían, o porque habrían de llevar esas máscaras allí, donde eran dueños y señores.
Tras lo que parecieron minutos, que bien pudieron ser segundos llegaron a la parada final de su destino. La sala de ejecuciones abrió sus puertas de par en par y los guardias entraron sujetando al hombre por los aires con suma facilidad. Allí le quitaron su ropa dejándolo completamente desnudo y lo obligaron a sentarse en una silla marrón de cuero, mullida pero fría, a la cual de inmediato ataron sus manos y pies. Colocando finalmente una correa en torno a su cuello y cara, para obligarlo a mantenerla erguida. El hombre ni siquiera pestañeó, o arrugó el rostro cuando fue tomado con fuerza por esas heladas manos grises. Había aceptado su final desde hacía tanto tiempo que ya ni lo sabía ni le importaba. Entonces los captores se retiraron tras emitir un breve pitido, lo cual quizás indicaba comentarios, y el hombre pensó por un segundo que se hallaba solo en el lugar.
Vió moverse delante de él a otro de sus captores y lo que sus ojos procesaban no daban crédito. También medía dos metros, o más, pero no llevaba las máscaras y su bata blanca, sumado a la falta de armas visibles indicaba que se trataba de un médico, o tal vez un científico. Allí terminaba todo rastro de algo familiar. El rostro de aquel ser no existía, sino que en lugar de ojos, boca, nariz u orejas, tenía extraños y alargados apéndices, como si alguien hubiera pegado linternas de diverso tamaño a su cara.
Los mismos se movían constantemente y tenían un acabado brillante, vidrioso.
Su cabeza era alargada hacia arriba, fácilmente el doble de una cabeza humana y algunas de sus partes giraban en ciento ochenta grados con velocidad, mostrando nuevos apéndices metálicos. De hecho, todo aquel ser parecía metálico y el color negruzco y grisáceo que lo conformaba allí donde la ropa de laboratorio no lo cubría, aumentaba esa sensación. De repente el hombre cayó en la cuenta de que no había parado de escuchar ese pitido molesto, a pesar de que los guardias ya no estaban en la habitación. Entonces el ser que tenía frente a él tocó con su mano derecha uno de los apéndices que surgían de donde debería estar el cuello en un rostro humano y el pitido cesó de inmediato.
—Mis-s-s disculpas. Soy nuevo con el comunicador —dijo de repente una voz, que lejos de ser humana, pero al menos entendible, parecia surgir del pecho de aquel ser.
—Bien-n-n-n, ...Operario Tessla —volvió a comentar, haciendo una pausa como si buscara en algún lado, de alguna forma, los datos del hombre.
—¿Reconoce-e-e-e esto?— preguntó.
El hombre impávido, observó el objeto que colocaban frente a él y entonces comenzó a temblar. Sus ojos se llenaron de lágrimas y por un momento deseó perder la cordura dentro de su celda y no allí, frente a lo más terrible, a lo más espantoso.
Entonces la ejecución que tanto había esperado se transformó en algo más y el desesperado deseo de escapar no pudo ser contenido. Su miedo no había desaparecido, estuvo todo el tiempo contenido, encerrado bajo la tozudez del hombre que no quería mostrar emociones ante aquellas criaturas. Eso había terminado. Mucho peor que aquel ser de bata blanca y la sensación que le transmitía, era aquello que se hallaba frente a él. El monstruo de su propio pasado.

*Holocrón: objeto pequeño y de forma rectangular que contiene y permite reproducir imágenes y sonidos.

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