Capítulo 76

Una colonia de murciélagos pasó sobre las cabezas de Itagar y Adara en su regreso de una noche de hacer todo lo que los mamíferos voladores hacían fuera de su hogar, anunciando la pronta llegada del amanecer. Los tragaluces que proveían luz natural comenzaron a cerrarse, cortándole el paso a los odiados rayos del sol, y provocando que los cristales lumínicos fueran encendiéndose por toda la Ciudad Oscura. El evento era incluso más hermoso al ser rodeados por el silencio y la soledad en aquel mirador de uno de los túneles superiores que llevaban a la metrópolis élfica.

Con la ciudad retirándose a descansar, ellos podían disfrutar del paisaje y su momento de intimidad sin que nadie los molestara al transitar por el área.

—Así que volverás a ser el General de la Guardia del Templo, Loth se quedará en la ciudad manejando su templo hasta que nazca nuestra pequeña y tu madre fue elegida la próxima sacerdotisa —dijo Adara, recostada sobre el pecho de su marido, secretamente disfrutando de sus caricias mientras observaba el paisaje urbano que se extendía en la distancia.

—Sí, la reina sabe que la gran sabia es la única calificada para entrenar una nueva gran sacerdotisa así que le ordenó actuar de proxy mientras encuentra e instruye por completo a su reemplazo —respondió Itagar, quien tenía una pierna imitando un triángulo y la otra doblada bajo el trasero de ella, sin dejar de peinarle el cabello con sus largos dedos y acariciarle la barriga expuesta. Aún seguía tan plana como una tabla, pero el elfo se había empeñado en que usara ropas que revelaran su vientre para poder monitorear el desarrollo de su hija sin impedimentos. Ella sabía que todo eso era una excusa para ocultar su nuevo vicio: tocarle la barriga de piel a piel.

—Creo que mi anhelo de vivir apartados no se cumplirá ahora —comentó la chica con un suspiro.

Los músculos sobre los que descansaba se tensaron de inmediato.

—Mi madre estará bien a pesar de que no esté allí para supervisar su protección —susurró luego de unos silenciosos minutos—. Mañana mismo iré a comunicar mi rechazo al puesto.

Incluso antes que terminara de hablar Adara pudo percibir la desilución y la punzada de tristeza que él trataba de ocultarle. El puesto significaba más de lo que estaba dispuesto a admitirle y no era de extrañarse. Su elfo había sido el General de la Guardia del Gran Templo de Loth por más de tres siglos cuando fue tildado de traidor y encarcelado. Tiempo suficiente para entablar lazos con los drows que entrenaban, reían y sangraban bajo su mando. Ahora, un milenio después, el pobre hombre añoraba tener amigos una vez más. Era cruel arrebatarle tal oportunidad por su estúpido miedo a relacionarse con otros elfos oscuros. No podía, no… no quería ser tan egoísta con el padre de su hija nonata, no cuando él había enfrentado cientos de adversidades para que estuvieran juntos. Se lo debía. Le debía poner de su parte y superar sus miedos para volver a ser la mujer curiosa e intrépida de quien él se enamoró... No el asustadizo ratón que soy ahora.

La ojiazul se apartó de los brazos que la envolvían y se incorporó con el rubor pintando sus mejillas tatuadas.

—No —dijo ella con la voz quebrada mientras sacudía la cabeza—. No te prives de algo que añoras por mi culpa. Terminarás odiándome y no quiero que lo hagas.

—Yo nunca te odiaría —respondió él, incorporandose y sujetándola por los brazos.

—Me resentirás —ofreció ella, desviando su mirada aguamarina al suelo.

Su nombre dejó los labios de él en un tono triste y apenado antes que la atrajera y reclamara su boca en un beso apasionado. Sus lenguas danzaron ferozmente, tomando todo lo que el otro tenía para dar hasta que sus pulmones exigieron el preciado oxígeno y se vieron obligados a separase. Jadeando para recuperar el aliento, juntaron sus frentes, sus miradas se cruzaron y una sonrisa curvó sus hinchados labios.

—No quiero seguir siendo débil y temerosa, añoro volver a ser la mujer curiosa de antes, así que no rechaces el trabajo que amas —aseguró Adara, dándole un breve beso a su drow antes de apartarse entre risas—. Quiero que Yira siempre esté orgullosa de su madre —Sus ojos brillaron mientras le tendía una mano.

—¿Yira? —Itagar alzó una ceja antes de tomarle la mano y comenzar el largo camino de regreso al hogar de la gran sabia.

—Pensé que te gustaría honrar la memoria de tu hermana bautizando a nuestra bolita de magia con su nombre.

—¡Pero si quien nombra a nuestras crías es la Señora de los Ojos Brillantes! —exclamó el general entre carcajadas. Cuando su colmillo lo empujó lejos de ella y puso mala cara, él fue rápido en conceder su derrota—. Muy bien, muy bien, mi sar'gek. Sin importar que nombre le otorgue la diosa, llamaremos Yira a nuestra pequeña —anunció el elfo, pasando un brazo por la cintura de su amada y riendo cuando ésta le respondió con una sonrisa.

Sin importar sus diferencias su futuro estaba lleno de esperanza, felicidad y un amor que ni los dioses serían capaces de destruir.

**********************
N/A: Este es el fin, mis amores. Esa condená última oración me formó un taco en la garganta.

Por otro lado, pasen la página para leer el epílogo que las dejará ansiando la historia de Naire y Gavin.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top