Capítulo 75
El grito de alarma de la sacerdotisa le reveló a Itagar quien la había arrancado de su cuidado. Loth la sostenía con los pedipalpos aserrados que caracterizaban su forma arácnida mientras abría la boca para que los quelíceros emergieran de nuevo, esta vez goteando veneno de los largos y delgados colmillos.
—Anda, devórame, no te tengo miedo —escupió la sacerdotisa con llamas danzando en sus orbes escarlata a la vez que su sangre continuaba empapando su torso y resbalaba entre sus piernas—. Lo que hice fue orquestado porque nunca me diste nada, pero a él le diste todo.
—Exacto, querida. Aquel que la noche oculta siempre ha honrado mi credo, sin embargo, tú creíste ser más poderosa que yo. Ningún drow tiene más poder que su Madre —gruñó la deidad, sus ocho ojos despidieron luz como faroles y hundió sus colmillos en el hombro derecho de la traidora. El estridente alarido que surgió de la víctima no captó la atención por mucho tiempo pues fue ahogado por el profundo clamor del cuerno real.
Una brecha se abrió entre la multitud y los guardias entre ésta se unieron a los recién llegados, formando dos líneas de drows armados hasta los dientes para evitar que los civiles se acercaran al individuo vestido con una resplandeciente armadura de oro negro y una elaborada corona que se acercaba a las escalinatas con premura.
Nalgorit, el rey-consorte, había llegado.
Loth chasqueó la lengua y dejó caer su presa al suelo, sabiendo que el agente paralizante en su veneno ya había surtido efecto a pesar de los gemidos que la maldita aún emitía.
Subiendo las escaleras de dos en dos, el monarca se detuvo frente a su diosa e hizo una venia antes de desabrochar la espada de su cinturón y colocarla a las patas de la deidad en señal de sumisión. Sus ojos dorados fueron a la sacerdotisa que se hallaba sollozando al frente de él, pero los clavó en el piso de roca pulida una vez se incorporó sobre sus rodillas.
—Magnífica e imponente Madre Luna, vengo a suplicarle benevolencia con la gran sacerdotisa en nombre de la reina Karish’Lial —dijo en voz alta, mas sin una gota de su usual arrogancia, con las palmas de las manos hacia arriba y la cabeza agachada.
—Llegaste tarde, cariño, mi veneno ya corre por las venas de tu cuñada —Percibiendo los deseos de replicar del pequeño rey, ella se apresuró con su diatriba—. Tus súbditos fueron testigos de las trasgresiones de Li’Cerias Asherus, a todos le consta que es culpable de más de un delito. Su sentencia estaba a punto de ser dictada cuando me interrumpiste, Nalgorit Etia Talmar —Cuatro pares de ojos se tornaron en pozos de alquitrán por unos segundos antes de volver a su hermoso color plateado líquido.
—Pero se trata de la princesa del Reino Occidental y la reina siempre le ha sido fiel, Señora de los Ojos Brillantes, ruego una sentencia más leve que el ser devorada viva como muestra de gratitud hacia mi esposa.
La diosa clavó sus múltiples orbes sobre el elfo de cabello rubio. Debía amar profundamente a la reina para tener el valor de interponerse entre un depredador y su presa, sin embargo, nada de lo que dijera cambiaría el destino de la sacerdotisa. Ni el mismo Odín sería capaz de hacerla cambiar de opinión. Además, el silencio de la fémina frente a sus patas solo significaba una cosa: los químicos en su veneno que se encargaban de licuar los órganos de sus víctimas estaban a punto de comenzar su trabajo.
—No —La palabra pareció retumbar por toda la ciudad gracias al silencio sepulcral de los allí presentes. Tomando a la prisionera entre sus pedipalpos, Loth se alzó en las puntas de sus delgadas patas y seda comenzó a ser disparada de la punta de su abdomen arácnido para caer sobre su cena, la cual era rotada con agilidad, asegurando que fuera envuelta propiamente—. ¿Cuáles son los preceptos más importantes de su sociedad, mis niños? —preguntó la diosa, dirigiéndose a la multitud congregada frente a las escaleras del gran templo.
—No lastimar inocentes y los segundos colmillos de la araña son sagrados —Se hizo escuchar un joven drow con una pequeña niña sobre sus hombros.
Loth ladeó la cabeza hacia el rey y arqueó una ceja antes de retornar su mirada múltiple hacia su audiencia.
—Li’Cerias Asherus quebró ambos y empeoró su situación al hacerlo dentro de mí templo —Sus patas fueron prontas a finalizar su trabajo, cerrando el último hueco del capullo blanco antes que los gritos comenzaran de nuevo. Esta vez tan potentes que varios testigos, incluyendo a Itagar y Adara, se protegieron sus orejas con las manos—. Según sus leyes, el general tenía todo el derecho de tomar venganza y yo no dejaré impune la falta de respeto por parte de una mujer que se suponía me debía absoluta fidelidad. Les recomiendo buscar otra gran sacerdotisa porque el proceso de convertir a la actual en mi cena ya ha comenzado.
Por tres largas horas los gritos de Cerias resonaron por la Ciudad Oscura, atrayendo más personas al Gran Templo de Loth y evocando murmullos mientras los presentes ponían al tanto de la situación a los recién llegados. El rey esperaba a un lado la consumación de la sentencia con una expresión inescrutable en su perfilado rostro mientras los avatares de la divinidad presenciaban el proceso, vuelto más lento de lo normal por la magia con que fue infundido el veneno, desde la esquina contraria de las escalinatas. Adara había intentado apartar a su colmillo del lugar pues los gritos comenzaban a ser demasiado para ella, pero el drow se rehusó pues deseaba tener la seguridad que esta ocasión Cerias moriría de una vez y por todas. Sin dudas de que fuera una ilusión como en el pasado.
Cuando por fin los gritos cesaron porque el veneno al fin había destruido las cuerdas vocales, Loth no esperó un segundo más y hundió sus enormes colmillos en el capullo de seda. Todo el mundo hizo silencio, ansiosos de escuchar los sorbidos que significaban el fin de una traidora. Largos minutos pasaron en los que no se oía otra cosa que el revoloteo de los murciélagos entre las enormes estalactitas que pendían sobre la ciudad y los tragos de la deidad consumiendo lo que una había sido la elfa que predicaba sus enseñanzas a los hijos de la luna. Al final, cuando no quedaba más licuado el capullo fue desgarrado por su creadora y los restos élficos que aún mantenían su solidez fueron devorados entre vitoreos y aplausos.
Ese fue el fin de la mujer que atormentó los días de Itagar por siglos. Ese fue el día que él finalmente pudo saborear el néctar de la justicia.
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N/A: Me imagino que lo habrán adivinado ya, pero el próximo capítulo será el final. Espero que la muerte de Cerias le haya gustado. Estoy abierta a cualquier critica o comentario que tengan sobre la novela. Después de todo sus opiniones me ayudan a mejorar.
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