Capítulo 6 ✔

—Haces magia con esa lengua — murmuró Adara casi sin aliento. Deseaba ser fuerte y mantenerse enojada con el condenado drow, pero se lo estaba poniendo difícil. La manera gentil en que la trataba, las cosas que le hacía a su cuerpo y el fuego que veía brillar en sus ojos estaban logrando que volviera a anhelarlo dentro de su cuerpo. Maldito elfo.

No-quiero-revelar-mi-nombre le regaló una media sonrisa y la empujó suavemente sobre el altar. Adara lo observó, con un poco de miedo, bajarle las bragas negras poco a poco hasta quitárselas por completo. El elfo se relamió los labios y tragó en seco, sus ojos clavados en la vagina expuesta ante él. Ella exhaló una bocanada de aire, que no se dio cuenta de haber retenido, al comprender que su vida no corría peligro o al menos no por el momento.

—Lo lamento, pero ya no puedo seguir jugando contigo —dijo el elfo oscuro con la voz áspera, casi un gruñido, y, susurrando un hechizo que lo dejó desnudo por completo, penetró a su chica de cabello azul. Ambos jadearon ante el mar de sensaciones que los asaltaron, sin embargo, fue Itagar quien resurgió primero, tomando control de la situación sin perder tiempo.

Sus embestidas comenzaron lentas mientras sostenía a la chica por las caderas y ella envolvía las piernas alrededor de su cintura, haciendo que se hundiera más adentro del húmedo canal. Aquellos vaivenes eran la más placentera tortura que había recibido en el último milenio; una que se tornaba exquisita cuando cada entrada era acentuada por un dulce gemido. Sonidos que resultaban ser música para sus oídos pues cada vez que los escuchaba, su erección se fortalecía.

La chica lanzó la cabeza para atrás, arqueando la espalda mientras él se hundía en su cuerpo una y otra vez siguiendo el ritmo que su necesidad marcaba. Fuego quemaba sus venas, urgiéndolo a acelerar sus movimientos, pero él se negó a obedecer hasta que ella le pidió, con la voz entrecortada y sin aliento, que se lo hiciera más rápido. El fuego en el interior de Itagar se volvió un infierno voraz que lo obligó a cumplir los desenfrenados deseos de la mortal.

Sus caderas se movieron sin compasión, demandándole a Adara todo lo que su cuerpo pudiera dar para alimentar el infierno que había sido desatado en su interior. Cuando la pequeña humana arqueó la espalda una vez más y le clavó las uñas en las caderas, él gruñó al sentirla apretando su miembro con cada contracción vaginal.

El mundo se redujo a un punto en su cuerpo que sólo sabía sentir placer. Su cabeza se volvió ligera como una pluma y su cerebro se apagó mientras su cuerpo se endureció igual a una roca, preparado para explotar en sensaciones. Aún sintiendo los espasmos de Adara sobre su pene, el elfo lanzó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y se vino, gruñendo el nombre de la humana entre sus piernas. Una, dos, tres veces las pulsaciones de su miembro descargaron su semilla en el interior de la chica, cada descarga haciéndolo más sensible a cualquier roce.

La muchacha lo observó con una mirada pícara en sus bellas aguamarinas y contrajo los músculos de la pelvis, apretándolo de tal manera que las piernas perdieron su fuerza. Él se tambaleó, pero logró sostenerse del altar lo suficiente como para deslizarse al suelo sin hacerse daño. Recostó su espalda contra el rectángulo de piedra cuando, de pronto, Adara se asomó por el borde para besarlo en la frente. Confundido por sus acciones, Itagar tan solo le devolvió la mirada al resplandesciente rostro juvenil que le sonreía.

—¿Ahora me dirás cómo te llamas o debo seguir diciéndote no-quiero-revelar-mi-nombre? —preguntó la chica acostada sobre el altar.

Una leve sonrisa se formó en los labios del elfo.

—¿Así que tuviste sexo conmigo para que te diera mi nombre? Creo que eso se llama extorción.

—Aprendí del mejor —respondió ella canturreando mientras se bajaba del lugar sagrado de Loth y se arrodillaba frente a él—. ¿Qué me dices de sonsacarme un beso a cambio de arreglar mi espejo? Aunque lo que yo considero extorción es a cambio de dinero, lo nuestro fue más bien un trueque —Las uñas de ella le recorrieron el pecho con lentitud y luego se inclinó hasta morderle la punta de la oreja con delicadeza—. Vamos, dime. ¿Acaso no te gustaría escucharme gritar tu nombre mientras me vengo? No es justo que sólo tú puedas hacerlo.

—¿Quieres más? —preguntó el drow arqueando una blanca ceja—. ¿No estás decepcionada con mi desempeño?

—¿Decepcionada con tu desempeño? —Adara se echó a reír—. De que me quedé con ganas de más es un hecho, pero no porque quedara insatisfecha o decepcionada sino porque sabes cómo hacer vibrar mi cuerpo —susurró a la vez que metía la mano entre las piernas de él y lo agarraba, provocando que su compañero aguantara la respiración por unos segundos—. Ni siquiera mi ex-novio me hacía perder la cabeza como tú lo hiciste.

—Itagar —susurró el elfo tan rápido que la muchacha no lo entendió.

—¿Qué?

—Puedes llamarme Itagar —aclaró con esfuerzo mientras su duendecilla peliazul movía la mano de arriba abajo sobre su miembro—. Pero ese no es mi nombre completo. Aquel que la diosa tegió en mi frente cuando vine al mundo no pienso revelárselo a nadie.

—Muy bien. Después de todo tú tampoco sabes mi nombre completo —afirmó ella sacándole la lengua, se reacomodó la ropa y fue a recoger las dos piezas que andaban tiradas por el lugar. La sensación del cuerpo de él envolviéndola en un cálido abrazo la detuvo en seco y giró la cabeza, mirando por encima de su hombro para encontrarse con ojos plateados cuyos brillo parecía danzar al compás de las llamas.

—Yo no he terminado contigo, jovencita.

Adara iba a besarlo cuando su estómago rugió en protesta poniéndola roja como un tomate. Al parecer su cuerpo demandaba alimento antes que placer.

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