Capítulo 54
Salvada por la campana… o mejor dicho por dos campanitas muy traviesas.
Adara no podía sentir otra cosa más que agradecimiento hacia los gemelos pues su atrevimiento la había salvado de una situación que había ido tornándose incómoda con cada intercambio de sus acompañantes. Era obvio que Itagar y Gavin habían comenzado con el pie derecho por lo que dudaba que terminaran siendo los mejores amigos.
Eso va a ser un problema… al menos por el resto del mes.
Sus labios dejaron escapar un largo suspiro.
El señor Marqués era el epítome de la caballerosidad y los buenos modales, ella nunca había tenido problemas con su jefe, por lo que no entendía por qué el condenado elfo fue tan hostil con el pobre hombre. Quizás aún se hallaba enojado con ella por “no querer regresar a Svartálfaheim junto a él” y se estaba desquitando con el otro hombre de relativa importancia en su vida o había planeado arruinarla antes de marcharse “solo”. Fuera como fuera, la chica rogaba a Dios que aquella demostración de machismo no le costara su trabajo.
¿Y cuál es el problema con eso, acaso no nos iremos con el bizcochito de chocolate? Podía escuchar el pie de su diablilla interna golpeteando el suelo con creciente enojo.
Sí, por supuesto, pero…
¡Adara Liz Luciano Mendoza!, tú amas con locura a ese elfo extraterrestre y anhelas formar una familia con él. La única forma de lograr eso es abandonando nuestro planeta, querida. Luego lo podemos convencer de vivir en la superficie de su mundo, si apartarte del resto de los drows te mantendrá más tranquila.
La aludida esbozó una sonrisa. Su lado pervertido tenía razón, ella podía exigir condiciones, no necesitaba aceptar todo al pie de la letra como él lo deseaba. Además, ¡aquella era una magnífica idea! Itagar, e incluso aquel elfo que la ayudó a escapar, le había mencionado en más de una ocasión que los drows no subían a la superficie de su planeta, prefiriendo sus ciudades subterráneas que los mantenían alejados del sol. Viviendo arriba ella podría adaptarse sin el miedo de ser atacada nuevamente e incluso podría aprender a defenderse del resto de la población en caso de necesitarlo.
Si un espejo mágico la había llevado a aquel mundo de oscuridad y plantas fosforescentes, debía haber joyas o algo parecido que le brindaran protección contra la magia, ¿no? Al fin y al cabo, toda arma siempre tenía una forma de contrarrestarla, fuera natural o creada por seres pensantes.
Un repentino dolor, que nació en su dedo gordo del pie derecho y se esparcía por su cuerpo como si fuera una enorme telaraña, la trajo de vuelta a tierra firme. Gimió y apoyó todo su peso sobre la otra pierna mientras alzaba la derecha, moviendo su pie de lado a lado. Con una maldición en sus labios, Adara clavó la mirada en el objeto causante de su agravio a la misma vez que Arian se le acercaba, preguntándole si se encontraba bien.
—No te preocupes, solo tropecé con esta maldita raíz —le respondió, pisoteando la ofensiva raíz de flamboyán hasta que el taco de aguja de sus sandalias logró raspar la superficie. Su intención había sido hacerle un hoyo, pero se conformaría con aquel raspón.
—Debes tener más cuidado, maestra —la regañó Aaron desde más adelante. Con los brazos cruzados sobre su pecho y aquel semblante serio en su rostro parecía una mini versión de su padre.
—¿Yo? Ustedes fueron quienes me arrastraron hasta aquí —Bajó la mirada a sus pies, donde sus hermosas sandalias plateadas se encontraban llenas de barro, suspiró y levantó el rostro para observar a su alrededor. Distintas especies de árboles altos y frondosos los rodeaban, cubriendo el cielo con un manto verde brillante que parecía susurrar secretos cuando el viento lo mecía. Los niños habían insistido en mostrarle algo que la sorprendería, pero no solo se habían alejado de la mansión, sino que se estaban internando en el bosque que rodeaba la propiedad del señor Marqués—. ¿A dónde exactamente me están llevando?
Aaron se encogió de hombros, restándole importancia al asunto.
—Aun falta para que veas lo que te prometimos, pero si un poco de barro te molesta tanto, puedes volver por donde vinimos.
Respirando hondo para darse paciencia con el muchachito que pensaba que cumplir trece años le daba licencia para ser arrogante, Adara hizo un ademán con la mano señalando el camino frente a ellos, aunque en realidad no hubiera ninguno.
—Sigan ustedes porque yo no lo haré.
—Vamos, señorita Luciano —rogó el menor de los hermanos mientras le tendía una mano. Sus ojos verdes brillaban más de la cuenta, sin embargo, el poco color de su rostro parecía haberlo abandonado por completo—. ¿Por mí?
¿Tiene miedo de que no los siga? ¿Qué demonios están tramando estos dos?
Cuando permaneció muda mirando la mano que el dulce Arian le ofrecía por algo más de un minuto, Aaron lanzó un gruñido que la sobresaltó y apartó a su gemelo de un empujón para luego posar unos irises que refulgían tal cual esmeraldas sobre ella.
—Mira dentro de mis ojos, Adara.
Aquel gruñido no había sonado para nada humano, sino a un perro enojado… no, algo más salvaje e impredecible que un perro, le recordaba a un lobo molesto con sus congéneres y… también un poco a los drows.
Su corazón se aceleró e intentó apartar la mirada de aquellos ojos que destellaban varios tonos de verde mientras su mente trataba de mostrarle razones lógicas para aquel gruñido inhumano, sin embargo, no llegó a hacer ninguna de las dos cosas. Sin poder apartar la mirada, sus pensamientos comenzaron a diluirse como azúcar en café hasta que no quedó nada excepto el sabor amargo de haber pasado por algo parecido antes.
Cuando una voz dulce y que llenaba su corazón de paz la tomó de la muñeca, coaccionándola para que la siguiera, ella no dudó en obedecer. Esa voz era lo más hermoso que había escuchado en su vida, no había razón por la cual no obedecerla. Después de todo, ella no deseaba que la calidez y paz abandonaran su corazón.
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