Capítulo 5 ✔
Asegurándose que los guardias se habían ido antes de actuar, el elfo oscuro se sentó para luego bajar del altar de un salto. Las palabras de Reiner todavía retumbaban en su cabeza cuando encontró a la chica sentada contra una estalagmita en la oscuridad del túnel. Tenía la cabeza agachada contra las rodillas y los brazos alrededor de éstas, como si quisiera esconderse del mundo. Hongos azules y rosados la rodeaban, iluminándola con su colorido brillo.
«Veo que aún no has recibido el nuevo sacrificio.»
Itagar podía oler lágrimas frescas así que había oído todo el intercambio entre él y sus carceleros. ¡Maldita sea! Al parecer maldijo en voz alta no en sus pensamientos porque la joven de cabello azul alzó la cabeza de inmediato, mostrando sus preciosas aguamarinas repletas de lágrimas.
«Es una mujer humana.»
No había duda alguna en su mente que Adara era el último sacrificio a la Gran Sacerdotisa de Loth. Cien muertes a lo largo de un milenio como castigo por perdonar la vida a una hechicera humana a quien él sabía inocente, pero a la cual su ama, la Gran Sacerdotisa, estaba empeñada en hallar culpable.
—Me engañaste desde un principio. ¿Cómo pudiste ser tan despiadado?
Aquello era horrible para el elfo; era como si reviviera su pasado. De hecho en vez de ver a Adara delante de él, la veía a ella, la hechicera de profundos ojos azules y cabello negro. Incluso luego de un milenio su recuerdo aún lo perseguía.
—¿Pensabas montarme como un yegua primero para luego cortarme el cuello? ¡Yo confié en tí, maldita sea!
—No. Yo no...
—¿No qué? ¿No ibas a montarme o no ibas a matarme?
El elfo suspiró y, con una rápidez sobrehumana, se acercó a ella, tapándole la boca. Sus ojos se tornaron cromados al susurrar una palabra que obligó al cuerpo de la chica a levantarse por sí solo.
Las aguamarinas de ella se agrandaron con odio y sorpresa mientras las lágrimas que retenía se desbordaron. Quería golpearlo e insultarlo, pero su cuerpo no la escuchaba. El hechizo que él le lanzó la controlaba por completo; a excepción de sus pensamientos.
—Escúchame bien, Adara. Yo ni siquiera sabía que eras un sacrificio en primer lugar, lo único que deseaba era ayudarte y sí, quería compartir un rato de placer contigo. ¿Me culpas? Ponte tres segundos en mi lugar. Imagínate estar mil malditos años sin sexo y que luego te arrojen a una mujer en frente. ¿Crees que pienso en ayudarte cuando te veo? No, mi cabeza sólo piensa en metértelo tan hondo y tantas veces que me supliques quedarte aquí conmigo —Dándose cuenta de sus palabras, la soltó y pasó una mano por su largo cabello blanco—. Ya no sé ni lo que digo —Sacudió la cabeza y luego se quedó observándola muy serio—. Voy a liberarte del hechizo, pero ni se te ocurra gritar o huir porque te hechizaré de nuevo.
Tan pronto ella se vió libre de su control, lo abofoteó provocando que él le sujetara la mano y la pillara de cara contra la pared del túnel, el brazo de ella imovilizado entre ambos.
—No me tientes, muchachita —le susurró Itagar al oído mientras todo su cuerpo se presionaba contra el de ella—. No tienes idea de cómo somos los drows. La violencia nos excita y yo estoy muy cerca de tomarte aquí mismo.
—¡Atrévete maldito!
No debiste retarme, muñeca.
Itagar rió entre dientes y bruscamente giró a la chica. Sus miradas se entrelazaron por un segundo antes que él la pegara contra la pared, su boca devorando la de ella.
Adara estaba furiosa; un poco más y echaría chispas por los ojos como un verdadero monstruo. Indignación recorría sus venas avivando la ira que se removía en su interior. ¿Cómo se atrevía a besarla después de todo lo que había escuchado sobre él? Ella inclusive lo había amenazado para que no le hiciera otro acercamiento sexual y, aún así, el muy maldito la estaba besando. ¿Quieres sexo? Te daré algo por lo cual gritar.
Devolviéndole el beso al drow con la misma brusquedad que él le demostró, la chica le rodeó el cuello para luego enredar sus manos en el cabello blanco y darle un tirón. No-quiero-revelar-mi-nombre soltó un gemido torturado contra su boca, liberando sus labios para observarla y negar lentamente con la cabeza; o eso pensó Adara pues la escasa iluminación no le permitía estar segura.
El elfo murmuró otro encantamiento haciendo que los mahones cortos de ella cayeran al suelo y su blusa de manguillos se deslizara hasta su cintura, revelando sus pechos cubiertos por un sostén negro. Ella oyó la respiración pesada de su compañero y casi sonrió ante su reacción. Un poco más de piel lo tendría viniéndose sin ni siquiera haberla penetrado.
—Aquí no —ordenó, mirando la sombra delante de ella—. Quiero verte.
Itagar gruñó, pero la tomó en brazos y cargó hasta el altar de Loth fuera del oscuro túnel. Sentándola sobre el borde con delicadeza, abrió sus piernas con brusquedad para luego atraerla a su cuerpo de un tirón.
—Ahora estamos iluminados por el fuego en las paredes. ¿Estás contenta?
—¿Y si te dijera que no?
—Conozco varios hechizos que pueden tornar tu cuerpo en tu contra y hacer que la lujuria de apodere de tí —Sus dedos bajaron por el cuello con tanta lentitud que cuando éstos se detuvieron sobre un seno y apretaron levemente, Adara no pudo contener un pequeño gemido.
Con los ojos clavados en las hermosas aguamarinas de su humana, Itagar removió el manguillo sobre el hombro derecho y luego fue bajando la copa del sostén hasta revelar un oscuro pezón rogando por atención. Relamiéndose los labios, inclinó su cabeza hasta tomar la pequeña punta en su boca, succionando y lamiendo mientras su miembro comenzaba a dolerle de tan rígido que estaba dentro de sus pantalones.
El elfo quería que el encuentro durara más tiempo, pero su cuerpo le exigía satisfacción con urgencia. Ya no podía darse el lujo de seguir jugando con el banquete que tenía en frente, debía darle rienda suelta a sus instintos y tomarla como deseaba desde aquel primer beso. Sólo esperaba no ser muy brusco y lastimarla en el proceso.
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