Capítulo 49
—Tienes que creerme —rogó Adara en un tono bajo y quebradizo mientras les sostenía la mirada a aquellos fríos orbes de plata líquida—. Baja el maldito muro para que puedas sentir…
—No.
—No puedo decirlo y tú te empeñas en no reabrir nuestra conexión psíquica, así que te mostraré mi decisión con acciones —sentenció, aún luchando contra lágrimas desesperadas por desbordar la represa que las contenía, y se quitó la blusa de su pijama, dejando al descubierto sus redondeadas montañas. La mirada de su marido cayó de inmediato sobre sus pechos a la vez que el miembro masculino cobraba fuerza, presionándose insistentemente contra su centro mojado. Él reprimió un gemido mordiéndose el labio inferior y ella aprovechó la oportunidad para robarle un beso.
Un centellazo de energía corrió por todo su cuerpo en el momento que sus bocas se unieron y ella envolvió sus dedos en las largas hebras blancas del elfo hasta llegar a la nuca. Sus manos le alzaron la cabeza, atrayéndolo a su rostro de manera que era difícil respirar, pero aún así continuaban enlazados en un feroz abrazo que enfebrecía sus cuerpos. Itagar lanzó un gemido torturado, su sonido apagado por labios femeninos, y sus dedos se hundieron en el cabello de Adara, sujetándola con el tumulto de emociones a flor de piel.
Bebieron uno del otro con ferocidad, con la pasión y el enojo de quienes se aman profundamente, pero que el destino le ha puesto demasiadas piedras en el camino. Sin embargo, el beso, como todo en la vida, no podía durar para siempre.
Sintiendo el ardor de esa necesitada bocanada de aire, la mujer se apartó y apoyó sobre manos ancladas a cada lado de la cabeza del drow sin apartar la mirada de los orbes metálicos de su amado.
—Esta es la última vez que te lo pediré, quita la pared entre nuestros sentimientos, por favor —rogó mientras llenaba sus pulmones y sentía su corazón latir agitado.
El drow solo se permitió negar con la cabeza mientras su bestia gruñía furiosa desde su celda. Sin importar cuanto su monstruo rabiara, él no permitiría que ella sintiera en carne propia lo mucho que su silencio le había desgarrado el alma. Se negaba a que viera su debilidad… no, se negaba a que ella supiera el control que tenía sobre él. Ya había cometido ese error con Cerias una vez y no repetiría la misma historia con Adara; no cuando ella lo había condenado a un destino peor que la muerte al negarse a acompañarlo de vuelta a Svartálfaheim.
Y, sin embargo, no podía evitar desearla ni aunque se arrancara el maldito órgano que latía desesperado en su pecho. Anhelaba poseerla en cuerpo y alma igual que había hecho la noche que se conocieron, antes que la puta de Cerias llegara para robarle la felicidad que había logrado atrapar luego de un milenio.
Las aguamarinas de su duendecilla se oscurecieron, acentuando el enojo que se reflejaba en aquel delicado rostro, antes que ella se inclinara una vez más sobre él y uñas se clavaran en su piel. El dolor fue expandiéndose, corriendo desde su pecho hasta la punta de sus pies en un instante de placentera agonía que sacó un siseo de su boca. Sin darle tiempo a recuperarse, suaves labios se posaron sobre la garganta, la clavícula, la tetilla izquierda, la cual fue lamida y chupada con movimientos lentos, calculados, hasta que rigidez imitó al falo que pulsaba necesitado entre sus piernas.
—Adara…
Su torturadora levantó la mirada sin dejar de estimular su tetilla, ganándose un gruñido por tal dedicación. Una media sonrisa se dibujó en el rostro de su duendecilla, pero no duró mucho al ser reemplazada por una fría línea que parecía reflejarse en la coloración de aquellos ojos de hielo.
—Él debió hechizarme mientras dormitaba pues para cuando me puso sus manos encima, mi cuerpo ya no respondía a mis órdenes —murmuró Adara, deslizándose más abajo hasta que su trasero terminó sobre las rodillas del elfo—. Despertar paralizada mientras un hombre se desnuda frente a ti es un propio tipo de tortura.
Los orbes plateados de Itagar se agrandaron mientras observaba a la humana inclinarse una vez más, su cabello azul haciendo una cortina a su alrededor, hasta dejar un electrizante beso en el centro de su torso. La repentina confusión que plagaba su mente fue opacada por una renovada llama de pasión. Incluso cuando la mirada de su sar’gek se había tornado fría y distante, sus labios se sentían cálidos, invitándolo a un decadente placer y embriagándolo con las desconcertantes emociones.
—Me obligó a que se lo mamara —La chica volvió al tema de su violación como si no se hubiera detenido para hacerlo removerse de placer bajo ella—. Yo traté lo imposible por alejarme, ¿sabes? Le rogué a mi cabeza que se moviera, a mi boca que lo escupiera o, mejor aún, que lo mordiera, pero nada funcionó. Mi cuerpo no me escuchaba, solo hacía lo que él ordenaba —susurró ella contra la piel de su abdomen antes de besarle el ombligo y meter la lengua en la pequeña cavidad, haciéndolo sorber el aire ruidosamente mientras sus músculos se tensaban.
El corazón del drow se hallaba acelerado y una fina capa de sudor se hizo presente en su frente. Sus venas ardían pues su sangre estaba en llamas por rabia y lujuria en partes iguales. Oírla contar el momento de su ataque lo enfurecía, provocando que anhelara matar— cualquier ser vivo funcionaría— y bañarse en la sangre de su víctima como debió haber hecho con Sheif. Sin embargo, sus besos, caricias, lamidas… todo lo que su duendecilla le estaba haciendo mientras le narraba aquel evento tan traumático para ella solo lograba que el deseo se volviera insoportable.
¿Qué demonios pretende esta muchachita? ¿Matarme de deseo y furia?
La imagen de Adara amordazada, para que dejara de torturarlo con su violación, mientras él la tomaba por detrás se repitió una y otra vez en su cabeza. El monstruo en su interior dejó de rabiar en su celda, se relamió los labios y exigió que recrearan la visión de inmediato. Sin embargo, Itagar se negó a cumplirlo. A pesar de no poder descifrar las intenciones de su sar’gek en aquellos momentos, algo le decía que debía dejarla continuar con sus planes.
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